21. La verdadera vida, tanto del hombre como del animal, no se halla en la envoltura
corporal como tampoco en las vestiduras: se encuentra en el principio inteligente que preexiste y
sobrevive al cuerpo. Ese principio necesita de un cuerpo para desarrollar el trabajo en la materia
bruta. El cuerpo se gasta con esa labor, pero el espíritu no. Por el contrario, cada vez surge con más
fuerza, lucidez y capacidad. ¡Qué importancia tiene, entonces, que el espíritu cambie de envoltura si
sigue siendo el mismo espíritu!: es como el hombre, que cambia sus ropas cien veces en el año más
continua siendo el mismo hombre.
Mediante el espectáculo incesante de la destrucción, Dios enseña a los hombres la poca
importancia que debe darse a la envoltura material y suscita en ellos, como compensación, la idea
de la vida espiritual, al hacer nacer el anhelo por ella.
Tal vez se podrá decir que Dios podría utilizar otros medios, sin llevar a los seres a
destruirse unos a otros. Si en su obra todo es sabiduría, debemos suponer que esa sabiduría no debe
tener fisuras en esto tampoco: si no comprendemos será en razón de nuestro escaso progreso. Sin
embargo, debemos intentar encontrar la razón, tomando este principio por meta: Dios debe ser
infinitamente justo y bueno. Por tanto, busquemos en todo su justicia y su bondad e inclinémonos
ante lo que sobrepasa nuestra comprensión.