EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Curaciones

Pérdida de sangre



10. “Entonces, una mujer que desde hacía doce años padecía flujo de sangre; y que había padecido mucho en manos de los mé- dicos y había gastado todos sus bienes sin que hubiera conseguido ningún alivio, sino que estaba peor, habiendo oído hablar de Jesús, se acercó entre la multitud por detrás de Él y tocó sus vestidos. Pues decía: ‘Si logro al menos tocar sus vestidos, quedaré curada’. En ese mismo instante, el flujo de sangre se secó y sintió en su cuerpo que estaba curada de aquella enfermedad.


”Luego, Jesús, conociendo en sí mismo la virtud que de él había salido, se volvió en medio de la multitud y dijo: ‘¿Quién tocó mis vestidos?’ Sus discípulos le dijeron: ‘¿Ves que la multitud te oprime por todos lados y preguntas quién te tocó?’ Pero Él miraba alrededor suyo para descubrir a la que lo había tocado.


”Pero la mujer, que sabía lo que le había sucedido, se acercó llena de miedo y pavor, se postró ante Jesús y le contó toda la verdad. Y Jesús le dijo: ‘Hija mía, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad.” (San Marcos, 5:25 a 34.)


11. Estas palabras: conociendo en sí mismo la virtud que de él había salido, son significativas. Expresan el movimiento fluídico que se había operado desde Jesús en dirección a la enferma; ambos habían experimentado la acción que acababa de producirse. Es de destacar que el efecto no fue provocado por ningún acto de la voluntad de Jesús; no hubo magnetización, ni imposición de las manos. Bastó la irradiación fluídica normal para realizar la curación.


Pero ¿por qué esa irradiación se dirigió hacia aquella mujer y no hacia otras personas, puesto que Jesús no pensaba en ella y estaba rodeado por una multitud?


La razón es muy simple. Considerado como materia terapéutica, el fluido debe alcanzar el desorden orgánico, a fin de repararlo; puede entonces ser dirigido sobre el mal por la voluntad del curador, o atraído por el deseo ardiente, por la confianza, en suma, por la fe del enfermo. En relación con la corriente fluídica, el curador actúa como una bomba impelente, y el enfermo como una bomba aspirante. A veces es necesaria la simultaneidad de las dos acciones; en otras, basta con una sola. El segundo caso fue el que ocurrió en el hecho que tratamos.


Así pues, Jesús tenía razón para decir: Tu fe te ha salvado. Se comprende que la fe a la que Él se refería no es una virtud mística, como la entienden muchas personas, sino una verdadera fuerza atractiva, de modo que aquel que no la posee opone a la corriente fluídica una fuerza repulsiva o, como mínimo, que paraliza la acción. Según eso, fácil es comprender que si se presentan al curador dos enfermos con la misma enfermedad, uno puede ser curado y otro no. Este es uno de los principios más importantes de la mediumnidad curadora, que explica ciertas anomalías aparentes e indica que tienen una causa muy natural. (Véase el Capítulo XIV, §§ 31, 32 y 33.)



El ciego de Betsaida


12. “Habiendo llegado a Betsaida, le trajeron un ciego y le pedían que lo toque. Tomando al ciego de la mano, Él lo llevó fuera del pueblo, le puso saliva en los ojos y habiéndole impuesto las manos le preguntó si veía algo. El hombre, mirando, dijo: ‘Veo andar hombres, que me parecen árboles’. Jesús le puso de nuevo las manos sobre los ojos, y él comenzó a ver mejor. Al final quedó tan perfectamente curado que veía claramente todas las cosas.


”Y Jesús lo envió a su casa, diciéndole: ‘Ve a tu casa; y si entras en el pueblo no le digas a nadie lo que ocurrió contigo’.” (San Marcos, 8:22 a 26.)


13. Aquí es evidente el efecto magnético: la curación no fue instantánea, sino gradual, y como consecuencia de una acción prolongada y reiterada, aunque más rápida que en la magnetización ordinaria. La primera sensación de este hombre es la que experimentan los ciegos al recobrar la vista. Por un efecto óptico, los objetos les parecen de tamaño exagerado.


El paralítico


14. “Habiendo subido a una barca, Jesús atravesó el lago y vino a su ciudad (Cafarnaúm). Y le presentaron un paralítico tendido en una camilla. Jesús, al notar su fe, dijo al paralítico: ‘Hijo mío, ten confianza; tus pecados te son perdonados’.


”Entonces algunos escribas dijeron entre sí: ‘Este hombre blasfema’. Pero Jesús, conociendo lo que ellos pensaban, les dijo: ‘¿Por qué tenéis malos pensamientos en vuestros corazones? Pues, ¿qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?


”Ahora, para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la Tierra el poder de perdonar los pecados –dijo entonces al paralítico–: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. El paralítico se levantó inmediatamente y se fue a su casa. Viendo aquel milagro, el pueblo se llenó de temor y glorificó a Dios por haber concedido tal poder a los hombres.” (San Mateo, 9:1 a 8.)


15. ¿Qué podían significar estas palabras: Tus pecados te son perdonados, y en qué podían influir para la curación? El espiritismo les da una explicación, como a una infinidad de otras palabras que no han sido comprendidas hasta el día de hoy. Nos enseña, por medio de la pluralidad de las existencias, que los males y las aflicciones de la vida suelen ser expiaciones del pasado, así como que sufrimos en la vida presente las consecuencias de las faltas que cometimos en una existencia anterior. Así será hasta que hayamos pagado la deuda de nuestras imperfecciones, pues las existencias son solidarias unas con otras.


Por lo tanto, si la enfermedad de aquel hombre era un castigo por el mal que había cometido, estas palabras de Jesús: Tus pecados te son perdonados, equivalían a estas otras: “Pagaste tu deuda; la fe que ahora posees anuló la causa de tu enfermedad; en consecuencia, mereces quedar libre de ella”. Por eso dijo a los escribas: “Tan fácil es decir: Tus pecados te son perdonados, como: Levántate y anda”. Desaparecida la causa, el efecto debe cesar. Es el mismo caso que el de un prisionero a quien se le dice: “Tu crimen ha quedado expiado y perdonado”, lo que equivaldría a decirle: “Puedes salir de la prisión”.


Los diez leprosos


16. “Un día, yendo Él para Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaria y Galilea, y, estando a punto de entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: ‘Jesús, Señor nuestro, ten piedad de nosotros’. Al verlos, Jesús les dijo: ‘Id a mostraros a los sacerdotes’. Y sucedió que, cuando iban en camino, quedaron curados.


”Uno de ellos, viéndose curado, volvió sobre sus pasos glorificando a Dios en alta voz; y se postró a los pies de Jesús, con el rostro en la tierra, para rendirle gracias. Y ese era samaritano.


”Dijo entonces Jesús: ‘¿No fueron curados los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Ninguno de ellos hubo que volviera a glorificar a Dios, a no ser este extranjero?’ Y le dijo a ese: ‘Levántate y vete; tu fe te ha salvado’.” (San Lucas, 17:11 a 19.)


17. Los samaritanos eran cismáticos, a semejanza de los protestantes en relación con los católicos, y los judíos los consideraban herejes y los despreciaban por ello. Al curar indistintamente a judíos y samaritanos, Jesús daba al mismo tiempo una lección y un ejemplo de tolerancia; y al destacar que sólo el samaritano había regresado para glorificar a Dios, mostraba que había en él mayor suma de verdadera fe y de reconocimiento que en los que se decían ortodoxos. Agregando: Tu fe te ha salvado, hizo ver que Dios considera lo que hay en el fondo del corazón, y no la forma exterior de la adoración. Sin embargo, los otros nueve también habían sido curados. Fue preciso que así sucediera, para que Él pudiese dar la enseñanza que estaba en sus planes y hacer evidente la ingratitud de ellos. Pero ¿quién sabe lo que de ahí resultó para esos nueve? ¿Quién sabe si ellos se beneficiaron con la gracia que se les concedió? Al decir al samaritano: Tu fe te ha salvado, Jesús daba a entender que no había ocurrido lo mismo con los otros.


La mano seca


18. “Jesús entró de nuevo en la sinagoga, y allí encontró un hombre que tenía seca una de las manos. Y lo observaban para ver si Él lo curaba en día de sábado, para tener un motivo de qué acusarlo. Entonces dijo Él al hombre que tenía la mano seca: ‘Levántate y colócate ahí en medio’. Después les dijo a los presentes: ‘¿Está permitido en día de sábado hacer el bien en vez del mal, salvar la vida en vez de quitarla?’ Pero ellos permanecieron en silencio. Entonces, Jesús, mirándolos con ira, apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: ‘Extiende la mano’. Él la extendió y esta se quedó sana.


”En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él, para ver cómo eliminarlo. Pero Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y lo siguió una gran multitud de Galilea y de Judea, de Jerusalén, de Idumea y del otro lado del Jordán; y los de los alrededores de Tiro y de Sidón, habiendo oído hablar de las cosas que Él hacía, vinieron en gran número a su encuentro.” (San Marcos, 3:1 a 8.)


La mujer encorvada


19. “Enseñaba Jesús en una sinagoga todos los días de sábado. Un día vio allí a una mujer poseída de un Espíritu que la tenía enferma hacía dieciocho años; estaba tan encorvada que no podía mirar hacia arriba. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: ‘Mujer, estás libre de tu enfermedad’. Entonces le impuso las manos, y al instante ella se enderezó, y rendía gracias a Dios.


”Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús hubiese hecho una cura en día de sábado, dijo al pueblo: ‘Hay seis días destinados al trabajo; venid en esos días para que seáis curados, y no en los días de sábado’.


”El Señor, tomando la palabra le dijo: ‘Hipócrita, ¿cuál de vosotros no desata del pesebre a su buey o su asno en día de sábado, y no lo lleva a beber? ¿Por qué entonces no se debería, en día de sábado, liberar de sus lazos a esta hija de Abraham, que Satanás conservó atada durante dieciocho años?’



”Ante esas palabras, sus adversarios quedaron confundidos, y todo el pueblo se alegraba de verlo practicar tantas acciones gloriosas.” (San Lucas, 13:10 a 17.)


20. Este hecho prueba que en aquella época la mayor parte de las enfermedades era atribuida al demonio, y que todos confundían, como todavía hoy, a los posesos con los enfermos, pero en sentido inverso, es decir que hoy, los que no creen en los Espíritus malos confunden las obsesiones con las enfermedades patológicas.


El paralítico de la piscina


21. “Después de eso, habiendo llegado la fiesta de los judíos, Jesús fue a Jerusalén. Había en Jerusalén una piscina de las ovejas, que se llamaba en hebreo Betesda, que tenía cinco galerías. En ellas se hallaban tendidos gran número de enfermos, ciegos, cojos y los que tenían los miembros resecos, todos a la espera de que el agua fuese agitada. Porque el ángel del Señor descendía de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua, y el primero que entraba en ella después de la agitación del agua, quedaba curado de cualquier enfermedad que tuviera.


”Había allí un hombre que se encontraba enfermo hacía treinta y ocho años. Jesús, habiéndolo visto y sabiéndolo enfermo desde largo tiempo, le preguntó: ‘¿Quieres quedar curado?’ El enfermo respondió: ‘Señor, no tengo nadie que me meta en la piscina cuando el agua es agitada; y durante el tiempo que me toma llegar hasta allí, otro desciende antes que yo’. Jesús le dijo: ‘Levántate, toma tu camilla y anda’. Y al instante el hombre quedó curado, y tomando su camilla se puso a andar. Ahora, aquel día era sábado.


”Dijeron entonces los judíos a aquel que había sido curado: ‘Hoy es sábado y no te está permitido que te lleves tu camilla’. Respondió el hombre: ‘Aquel que me curó dijo: Toma tu camilla y anda’. Le preguntaron ellos entonces: ‘¿Quién fue ese que te dijo: Toma tu camilla y anda?’ Pero el que había sido curado no sabía quién era ese, porque Jesús se había retirado de en medio de la multitud que estaba allí.


”Después, al encontrar a aquel hombre en el Templo, Jesús le dijo: ‘Ves que fuiste curado; no vuelvas a pecar en el futuro, para que no te suceda algo peor’.


”El hombre fue a ver a los judíos y les dijo que era Jesús quien lo había curado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía esas cosas en día de sábado. Entonces, Jesús les dijo: ‘Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo también.” (San Juan, 5:1 a 17.)


22. Entre los romanos, se denominaba piscina (de la palabra latina piscis, pez), a los estanques o viveros donde se criaban peces. Más tarde, el término se hizo extensivo a los tanques destinados a los baños en común.


La piscina de Betesda, en Jerusalén, era una cisterna próxima al Templo, alimentada por una fuente natural, cuyas aguas parecían haber tenido propiedades curativas. Se trataba, sin duda, de una fuente intermitente que, en ciertos momentos, brotaba con fuerza y agitaba el agua. Según la creencia vulgar, ese era el momento más favorable para las curaciones. En realidad, es probable que, cuando el agua brotaba de la fuente, sus propiedades fuesen más activas; o que la agitación producida por el agua, al brotar hiciese salir a la superficie el lodo saludable para algunas molestias. Esos efectos son muy naturales y perfectamente conocidos en la actualidad; pero en ese entonces, las ciencias estaban poco adelantadas y a la mayoría de los fenómenos inexplicables se le atribuía una causa sobrenatural. Los judíos, por consiguiente, creían que la agitación del agua se debía a la presencia de un ángel, y esa creencia les parecía aún más fundamentada por el hecho de que en esas ocasiones el agua era más saludable.


Después de haber curado a aquel hombre, Jesús le dijo: “No vuelvas a pecar en el futuro, a fin de que no te suceda una cosa peor”. Mediante esas palabras, le dio a entender que su enfermedad era un castigo, y que si no se enmendaba podría llegar a ser nuevamente castigado, y con más rigor aún. Esa doctrina concuerda por completo con la que enseña el espiritismo.


23. Es probable que Jesús insistiera en realizar sus curaciones el día sábado, para tener la oportunidad de manifestar su desaprobación respecto del rigorismo de los fariseos en lo atinente a guardar ese día. Quería mostrarles que la verdadera piedad no consiste en la observancia de las prácticas exteriores y de las formalidades, sino que está en los sentimientos del corazón. Se justificaba declarando: “Mi Padre trabaja hasta hoy, y yo trabajo también”. Es decir: Dios no interrumpe sus obras ni su acción sobre las cosas de la naturaleza el día sábado. Continúa produciendo todo lo necesario para vuestra alimentación y vuestra salud, y yo sigo su ejemplo.


El ciego de nacimiento


24. “Al pasar, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento; y sus discípulos le hicieron esta pregunta: ‘Maestro, ¿quién ha pecado, ese hombre o sus padres, para que haya nacido ciego?’ Jesús les respondió: ‘Ni él pecó ni los que lo pusieron en el mundo; es para que en él se manifiesten las obras del poder de Dios. Es preciso que yo haga las obras de Aquel que me envió, mientras es de día; viene después la noche, en la cual nadie puede hacer obras. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo’.


”Dicho eso, escupió en el suelo, hizo lodo con su saliva y untó con ese lodo los ojos del ciego, y le dijo: ‘Ve a lavarte en la piscina de Siloé’ (que significa Enviado). Él fue, se lavó y volvió viendo con claridad.


”Sus vecinos y los que lo vieron antes pidiendo limosna decían: ‘¿No es este el que estaba sentado y pedía limosna?’ Unos respondían: ‘Es él’. Otros decían: ‘No, es alguien que se parece aél’. Pero el hombre les decía: ‘Soy yo’. Le preguntaron entonces: ‘¿Cómo se han abierto tus ojos?’ Él respondió: ‘Aquel hombre que se llama Jesús hizo un poco de lodo y lo pasó en mis ojos, diciendo: Ve a la piscina de Siloé y lávate. Yo fui, me lavé y veo’. Ellos le dijeron: ‘¿Dónde está él?’ Respondió el hombre: ‘No lo sé’.


”Llevaron entonces a los fariseos al hombre que había estado ciego. Pero fue un sábado el día que Jesús había hecho aquel lodo y le abrió los ojos.


”También los fariseos lo interrogaron para saber cómo había recobrado la vista. Él les dijo: ‘Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo’. A lo que algunos fariseos replicaron: ‘Ese hombre no es enviado de Dios, porque no guarda el sábado’. Otros, sin embargo, decían: ‘¿Cómo podría un hombre malo hacer semejantes prodigios?’ Y había disensión entre ellos.


”Dijeron de nuevo al que había sido ciego: ‘Y tú, ¿qué dices de ese hombre, que te abrió los ojos?’ Él respondió: ‘Digo que es un profeta’. Pero los judíos no creyeron que aquel hombre había sido ciego, hasta tanto no hicieron venir al padre y a la madre del que recobró la vista, y los interrogaron del siguiente modo: ‘¿Es ese vuestro hijo, del que decís que ha nacido ciego? ¿Cómo es que él ahora ve?’ El padre y la madre respondieron: ‘Sabemos que ese es nuestro hijo y que nació ciego; pero no sabemos cómo ahora ve, y tampoco sabemos quién le abrió los ojos. Interrogadlo; él ya tiene edad, que responda por sí mismo’.


”Su padre y su madre hablaban de ese modo porque temían a los judíos, pues estos ya habían resuelto en común que, si alguno reconocía a Jesús como siendo el Cristo, sería expulsado de la sinagoga. Eso obligó al padre y a la madre a responder: ‘Él ya tiene edad; interrogadlo’.


”Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: ‘Glorifica a Dios; sabemos que ese hombre es un pecador’. Él les respondió: ‘Si es un pecador, no lo sé; todo lo que sé es que estaba ciego y ahora veo’. Volvieron a preguntarle: ‘¿Qué te hizo y cómo te abrió los ojos?’ Respondió el hombre: ‘Ya os lo he dicho, y me habéis escuchado; ¿por qué queréis oírlo por segunda vez? ¿Queréis, acaso, convertiros en sus discípulos?’ A lo que ellos lo llenaron de injurias, y le dijeron: ‘Sé tú su discípulo; en cuanto a nosotros, somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde ha salido este’.


”El hombre les respondió: ‘Es para asombro que no sepáis de dónde es, y que me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; pero, a aquel que lo honra y hace su voluntad, a ese Dios escucha. Desde que el mundo existe, jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si ese hombre no fuera un enviado de Dios, nada podría hacer de todo lo que ha hecho’.


”Le dijeron los fariseos: ‘Tú eres todo pecado, desde el vientre de tu madre, ¿y quieres enseñarnos a nosotros?’ Y lo expulsaron.” (San Juan, 9:1 a 34.)


25. Esta narración, tan simple e ingenua, lleva en sí el sello evidente de la verdad. En ella no hay nada fantástico ni maravilloso. Es una escena de la vida real captada en el momento en que se desarrollaba. El lenguaje de aquel ciego es exactamente el de esos hombres simples, en los cuales el buen sentido suple a la falta de conocimiento, que replican con bonhomía a los argumentos de sus adversarios, mediante razones a las que no les falta justicia ni oportunidad. El tono de los fariseos, ¿no es el de esos orgullosos que no admiten nada por encima de sus inteligencias, y que se llenan de indignación ante la sola idea de que un hombre del pueblo pueda hacerles observaciones? Exceptuando el carácter local de los nombres, se diría que el hecho pertenece a nuestra época.


Ser expulsado de la sinagoga equivalía a ser colocado fuera de la Iglesia. Era una especie de excomunión. Los espíritas, cuya doctrina es la de Cristo, interpretada de acuerdo con el progreso de los conocimientos actuales, son tratados como los judíos que reconocían en Jesús al propio Mesías. Al excomulgarlos, la Iglesia los coloca fuera de su seno, como hicieron los escribas y los fariseos con los seguidores de Cristo. ¡Aquí vemos un hombre que es expulsado porque no puede admitir que aquel que lo curó sea un poseído del demonio, y porque da gracias a Dios por su curación!


¿No es eso lo que hacen con los espíritas? Alegan que obtener de los Espíritus consejos saludables, la reconciliación con Dios y con el bien, curaciones, todo eso es obra del diablo y merece el anatema. ¿Acaso no hay sacerdotes que declaran desde lo alto del púlpito que es mejor que una persona se conserve incrédula antes que recobre la fe por medio del espiritismo? ¿No hay algunos que dicen a los enfermos que no debían haber procurado la curación a través de los espíritas que poseen ese don, porque ese don es satánico? ¿No hay otros que predican que los necesitados no deben aceptar el pan que distribuyen los espíritas, porque ese pan es del diablo? ¿Decían y hacían algo distinto los sacerdotes judíos y los fariseos? Por otra parte, se nos ha dicho que hoy todo debe suceder como en el tiempo de Cristo.


La pregunta de los discípulos, acerca de si había sido algún pecado de este hombre el que dio lugar a que él naciese ciego, revela que ellos tenían la intuición de una existencia anterior, pues de lo contrario esa pregunta no tendría sentido, ya que un pecado solamente puede ser causa de una enfermedad de nacimiento si ha sido cometido antes del nacimiento y, por consiguiente, en una existencia anterior. Si Jesús hubiese considerado que esa idea era falsa, les habría dicho: “¿Cómo es posible que este hombre haya pecado antes de nacer?” En lugar de eso, les dice que aquel hombre estaba ciego, no porque hubiera pecado, sino para que en él se manifestase el poder de Dios, es decir, para que sirviese de instrumento a una demostración del poder de Dios. Si no se trataba de una expiación del pasado, entonces era una prueba que debía servir al progreso de aquel Espíritu, porque Dios, que es justo, no le habría impuesto un sufrimiento sin compensación.


En cuanto al medio empleado para curarlo, es evidente que aquella especie de barro hecho con saliva y tierra no podía encerrar ninguna virtud, a no ser por la acción del fluido curativo con el que había sido impregnado. Es así como las sustancias más insignificantes, como el agua por ejemplo, pueden adquirir cualidades poderosas y efectivas por la acción del fluido espiritual o magné- tico, al cual estas sirven de vehículo o, si se prefiere, de reservorio.


Numerosas curaciones producidas por Jesús


26. “Jesús iba por toda la Galilea enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del reino y curando todas las dolencias y todas las enfermedades en medio del pueblo. Su reputación se extendió por toda Siria; y le traían a todos los que estaban enfermos y afligidos por dolores y males diversos, los poseídos, los lunáticos, los paralíticos, y a todos los curaba. Lo acompañaba una gran multitud de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea, y del otro lado del Jordán.” (San Mateo, 4:23 a 25.)


27. De todos los hechos que dan testimonio del poder de Jesús, no cabe duda de que los más numerosos son las curaciones. Él quería probar de esa forma que el verdadero poder es aquel que hace el bien; aquel cuyo objetivo era ser útil, y no la satisfacción de la curiosidad de los indiferentes por medio de cosas extraordinarias.


Al aliviar los padecimientos, las personas quedaban ligadas a Él por el corazón, y hacía prosélitos más numerosos y sinceros que si los maravillase con espectáculos para la vista. De ese modo se hacía amar, mientras que si se hubiese limitado a producir sorprendentes efectos materiales, como lo exigían los fariseos, la mayoría de las personas no habría visto en Él más que a un hechicero o un hábil prestidigitador, al que los desocupados buscarían para distraerse.


Así, cuando los discípulos de Juan el Bautista le preguntan si Él era el Cristo, su respuesta no fue: “Yo soy”, como cualquier impostor hubiera podido responder. No les habla de prodigios ni de cosas maravillosas, y les responde simplemente: “Id y decid a Juan: los ciegos ven, los enfermos son curados, los sordos oyen, el Evangelio es anunciado a los pobres”. Es como si hubiese dicho: “Reconocedme por mis obras, juzgad al árbol por sus frutos”, porque era ese el verdadero carácter de su misión divina.


28. Del mismo modo, mediante el bien que hace, el espiritismo prueba su misión providencial. Cura los males físicos, pero cura sobre todo las dolencias morales, y son esos los mayores prodigios a través de los cuales se afianza. Sus más sinceros adeptos no son los que fueron tocados por la observación de fenómenos extraordinarios, sino los que recibieron consuelo para sus almas; los que se liberaron de la tortura de la duda; aquellos a quienes devolvió el ánimo en las aflicciones, que recuperaron fuerzas mediante la certeza del porvenir que vino a mostrarles, mediante el conocimiento de su ser espiritual y su destino. Ellos son los de fe inquebrantable, porque sienten y comprenden.


Quienes sólo ven en el espiritismo efectos materiales no pueden comprender su poder moral. Por eso los incrédulos, que apenas lo conocen a través de fenómenos cuya causa primera no admiten, consideran a los espíritas meros prestidigitadores y charlatanes. Por consiguiente, el espiritismo no triunfará sobre la incredulidad a través de prodigios, sino por la multiplicación de sus beneficios morales, puesto que si bien es cierto que los incrédulos no admiten los prodigios, también es cierto que conocen, como todas las personas, el sufrimiento y las aflicciones, y nadie rechaza el alivio y el consuelo.