CAPÍTULO XV
Los milagros en el Evangelio
Superioridad de la naturaleza de Jesús • Sueños • La estrella
de los magos • Doble vista • Curaciones • Poseídos •
Resurrecciones • Jesús camina sobre las aguas • Transfiguración
• La tempestad apaciguada • Las bodas de Caná • La
multiplicación de los panes • La tentación de Jesús • Prodigios
en ocasión de la muerte de Jesús • Aparición de Jesús
después de su muerte • Desaparición del cuerpo de Jesús.
Superioridad de la naturaleza de Jesús
1. Los hechos relatados en el Evangelio, que hasta hoy han
sido considerados milagrosos, pertenecen en su mayoría al orden
de los fenómenos psíquicos, es decir, a los que tienen como causa
primera las facultades y los atributos del alma. Si se los compara
con los descriptos y explicados en el capítulo precedente, se reconocerá
sin dificultades que existe entre ellos una identidad de causa
y efecto. La Historia registra otros hechos análogos, en todas las
épocas y en todos los pueblos, dado que, a partir de que hay almas
encarnadas y desencarnadas, forzosamente han tenido que producirse
los mismos efectos. Es verdad que se puede dudar de la veracidad
de la Historia, en lo que se refiere a ese punto; no obstante, en la actualidad esos hechos se producen ante nuestros ojos y, por
así decirlo, a voluntad y a través de individuos que nada tienen de
excepcionales. Basta con que un fenómeno se reproduzca en condiciones
idénticas, para probar que es posible, que está sometido a
una ley y que, por consiguiente, no es milagroso.
El principio de los fenómenos psíquicos se basa, como ya
hemos visto, en las propiedades del fluido periespiritual, que constituye
el agente magnético; en las manifestaciones de la vida espiritual,
durante la vida corporal y después de la muerte; y finalmente
en el estado constitutivo de los Espíritus, y en el rol que estos
desempeñan como fuerza activa de la naturaleza. Conocidos estos
elementos y comprobados sus efectos, se debe en consecuencia
admitir la posibilidad de ciertos hechos, que han sido rechazados
mientras se les atribuía un origen sobrenatural.
2. Sin prejuzgar acerca de la naturaleza de Cristo, cuyo examen
no está incluido en el objeto de esta obra, y a partir de la
hipótesis que lo considera apenas un Espíritu superior, no podemos
dejar de reconocer que Él es uno de los Espíritus del orden
más elevado, que por sus virtudes se encuentra muy por encima
de la humanidad terrestre. A consecuencia de los inmensos resultados
que produjo, su encarnación en este mundo ha sido, forzosamente,
una de esas misiones que la Divinidad sólo confía a sus
mensajeros directos, para el cumplimiento de sus designios. En el
supuesto de que no fuera el propio Dios, sino un enviado de Dios,
para transmitir su palabra a los hombres, Jesús ha sido más que un
profeta, porque Él ha sido un Mesías divino.
Como hombre, tenía el organismo de los seres carnales, pero
como Espíritu puro, desprendido de la materia, vivía más la vida
espiritual que la vida corporal, cuyas debilidades no padecía. La
superioridad de Jesús con relación a los hombres no era el resultado de
las cualidades particulares de su cuerpo, sino de las de su Espíritu, que
dominaba a la materia de un modo absoluto, y de la cualidad de su periespíritu, extraído de la parte más quintaesenciada de los fluidos
terrestres. (Véase el Capítulo XIV, § 9.) Su alma no se encontraba
prisionera del cuerpo más que por los vínculos estrictamente indispensables.
Constantemente desprendida, ella le otorgaba la doble
vista no sólo permanente, sino de una penetración excepcional,
muy superior a la que poseen los hombres comunes. Lo mismo debía
de darse en Él con relación a los fenómenos que dependen de
los fluidos periespirituales o psíquicos. La calidad de esos fluidos
le confería un inmenso poder magnético, secundado por el deseo
incesante de hacer el bien.
¿Actuaría como médium en las curaciones que producía? ¿Se
lo podría considerar un poderoso médium curativo? No, puesto
que el médium es un intermediario, un instrumento del que se sirven
los Espíritus desencarnados. Ahora bien, Cristo no precisaba
asistencia; Él era quien asistía a los demás. Obraba por sí mismo
debido a su poder personal, como en ciertos casos pueden hacerlo
los encarnados, en la medida de sus fuerzas. Por otra parte, ¿qué
Espíritu osaría infundirle sus propios pensamientos y le encargaría
transmitirlos? Si acaso Él recibía algún influjo ajeno, este sólo podría
provenir de Dios. Según la definición dada por un Espíritu,
Jesús era médium de Dios.
Sueños
3. José, dice el Evangelio, fue avisado por un ángel, que se le
apareció en sueños y le aconsejó que huyera a Egipto con el niño.
(San Mateo, 2:19 a 23.)
Los avisos por medio de sueños desempeñan un rol importante
en los libros sagrados de todas las religiones. Sin garantizar
la exactitud de todos los fenómenos narrados, y sin discutirlos,
el fenómeno en sí mismo no tiene nada de anormal, pues se sabe
que, durante el dormir, el Espíritu se desprende de los lazos de la materia e ingresa momentáneamente en la vida espiritual, donde
se encuentra con quienes son sus conocidos. Esa es a menudo la
ocasión que los Espíritus protectores aprovechan para manifestarse
a sus protegidos, y darles consejos más directos. Son numerosos los
ejemplos auténticos de avisos a través de sueños; no obstante, no se
debe inferir de ahí que todos los sueños sean avisos, y menos aún
que todo lo que se vea en sueños tenga algún significado. El arte de
interpretar los sueños debe ser incluido en la nómina de las creencias
supersticiosas y absurdas. (Véase el Capítulo XIV, §§ 27 y 28.)
La estrella de los magos
4. Dicen que una estrella se apareció a los magos que fueron
a adorar a Jesús; que esa estrella iba delante de ellos para indicarles
el camino y que se detuvo cuando llegaron. (San Mateo, 2:1 a 12.)
La cuestión no es saber si el hecho narrado por san Mateo
es real o no, o si no es más que una figura destinada a indicar que
los magos fueron guiados, de una manera misteriosa, hasta el lugar
donde estaba el niño Jesús, dado que no existe ningún medio de
comprobación. Se trata, pues, de saber si un hecho de esa naturaleza
es posible.
Lo cierto es que, en aquella circunstancia, la luz no podía
atribuirse a una estrella. En la época en que se produjo ese acontecimiento
era imposible que se creyera en algo así, porque entonces
se suponía que las estrellas eran puntos luminosos incrustados
en el firmamento y que podían caer sobre la Tierra; pero no hoy,
cuando se conoce la naturaleza de las estrellas.
Aunque la causa que se atribuyó al hecho sea falsa, la aparición
de una luz con el aspecto de estrella no es algo imposible. Un
Espíritu puede aparecer con una forma luminosa, o transformar
una parte de su fluido periespiritual en un foco luminoso. Muchos
hechos de ese tipo, recientes y perfectamente auténticos, no tienen otra causa, que nada presenta de sobrenatural. (Véase el Capítulo
XIV, § 13 y siguientes.)
Doble vista
Entrada de Jesús en Jerusalén
5. “Cuando se aproximaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé,
en las cercanías del monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos,
diciéndoles: ‘Id a esa aldea que está delante de vosotros, y al
llegar encontraréis atada una asna y junto a ella su pollino; desatadlos
y traédmelos. Y si alguien os dice algo, responded que el Señor los necesita,
pero de inmediato los devolverá’. Todo eso sucedió a fin de que
se cumpliese esta palabra del profeta: ‘Decid a la hija de Sión: He aquí
tu rey, que viene a ti lleno de mansedumbre, montado en una asna y
un pollino, hijo de la que está bajo el yugo. (Véase Zacarías, 9:9 y 10.)
”Los discípulos, entonces, fueron e hicieron lo que Jesús les
había ordenado: Trajeron la asna y el pollino, los cubrieron con sus
mantos e hicieron que Él se sentara encima.” (San Mateo, 21:1 a 7.)
El beso de Judas
6. “Dijo Jesús: ‘Levantaos, vámonos, que ya está cerca de
aquí aquel que me habrá de traicionar’. Todavía no había acabado
de decir esas palabras cuando Judas, uno de los doce, llegó acompañado
de un grupo de gente armada con espadas y palos, enviados
por los príncipes de los sacerdotes y por los ancianos del pueblo. El
que lo traicionaba les había dado señal para que lo reconocieran,
diciéndoles: ‘Aquel a quien yo bese, ese es el que buscáis; prendedlo’.
Enseguida, pues, se aproximó a Jesús y le dijo: ‘Maestro, yo te
saludo’; y lo besó. Jesús le respondió: ‘Amigo, ¿qué has venido a hacer aquí?’ Entonces los otros avanzaron, se lanzaron sobre Jesús
y lo prendieron.” (San Mateo, 26:46 a 50.)
La pesca milagrosa
7. “Un día que Jesús estaba a la orilla del lago de Genesaret,
como la multitud lo apretujaba para oír la palabra de Dios, vio
Él dos barcas amarradas al borde del lago. Los pescadores habían
bajado de ellas y lavaban sus redes. Entró en una de esas barcas,
que era de Simón, y le pidió que la apartase un poco de la orilla; y,
habiéndose sentado, enseñaba al pueblo desde la barca.
”Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: ‘Avanza hacia el
mar y lanza tus redes para pescar’. Simón le respondió: ‘Maestro,
trabajamos toda la noche y no pescamos nada; pero como tú lo ordenas,
echaré la red’. Habiéndola lanzado, capturaron tal cantidad
de peces que la red se rompió. Hicieron señas a los compañeros
que estaban en la otra barca, para que se acercaran a ayudarlos.
Vinieron, pues, y llenaron tanto las barcas, que por poco estas no
se hundieron.” (San Lucas, 5: 1 a 7.)
Vocación de Pedro, Andrés, Santiago, Juan y Mateo
8. “Caminando a lo largo del mar de Galilea, Jesús vio a dos
hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, que echaban
sus redes al mar, pues eran pescadores; y les dijo: ‘Seguidme,
y os haré pescadores de hombres’. Y ellos al instante dejaron sus
redes y lo siguieron.
”De ahí, caminando, vio a otros dos hermanos, Santiago,
hijo de Zebedeo, y su hermano Juan, que estaban en una barca
con Zebedeo, padre de ambos, reparando sus redes, y los llamó. Y
ellos al instante dejaron las redes y a su padre, y lo siguieron.” (San
Mateo, 4:18 a 22.)
“Al salir de allí, al pasar vio Jesús a un hombre sentado en el
despacho de los impuestos, llamado Mateo, y le dijo: ‘Sígueme’. Y
el hombre de inmediato se levantó y lo siguió.” (San Mateo, 9:9.)
9. Estos hechos no tienen nada de sorprendente para quien
conozca el poder de la doble vista y la causa, absolutamente natural,
de esa facultad. Jesús la poseía en grado sumo, y se puede decir
que esta constituía su estado normal, conforme lo prueba un gran
número de actos de su vida, y de lo que dan explicación, en la actualidad,
los fenómenos magnéticos y el espiritismo.
La pesca calificada de milagrosa también se justifica con la
doble vista. Jesús no produjo peces de modo espontáneo donde no
los había, sino que vio, con la vista del alma, como habría podido
hacerlo un lúcido vigía, el lugar donde se encontraban los peces, y
entonces pudo decir con seguridad a los pescadores que lanzaran
allí sus redes.
La penetración del pensamiento y, por consiguiente, ciertas
previsiones, son consecuencia de la vista espiritual. Cuando Jesús
convoca a su lado a Pedro, Andrés, Santiago, Juan y Mateo, se
debe a que ya conocía sus disposiciones íntimas, y sabía que ellos
lo acompañarían y que eran capaces de cumplir la misión que se
proponía confiarles. Era necesario que ellos mismos intuyeran la
misión que habrían de desempeñar, para responder al llamado de
Jesús. Lo mismo sucedió cuando, en ocasión de la Cena, anunció
que uno de los doce habría de traicionarlo y lo señaló, diciendo
que era aquel que pusiera la mano en el plato, y también cuando
dijo que Pedro lo negaría.
En muchos pasajes del Evangelio se lee: “Pero Jesús, conociendo
sus pensamientos, les dijo…” Ahora bien, ¿cómo podría
Él conocer el pensamiento de sus interlocutores, si no fuese por
la irradiación fluídica de esos pensamientos y, al mismo tiempo,
por la visión espiritual que le permitía leer en el fuero interior de
las personas?
A menudo, en el supuesto de que un pensamiento se halla
sepultado profundamente entre los pliegues del alma, el hombre
no sospecha que es portador de un espejo donde se refleja ese
pensamiento, de un revelador, en su propia irradiación fluídica,
impregnada de él. Si viésemos el mecanismo del mundo invisible
que nos rodea, las ramificaciones de esos hilos conductores del
pensamiento, que vinculan a todos los seres inteligentes, corporales
e incorporales, los efluvios fluídicos cargados de las marcas
del mundo moral, y que atraviesan el espacio como corrientes aé-
reas, quedaríamos mucho menos sorprendidos ante ciertos efectos
que la ignorancia atribuye al acaso. (Véase el Capítulo XIV,
§§ 15, 22 y siguientes.)
Curaciones
Pérdida de sangre
10. “Entonces, una mujer que desde hacía doce años padecía
flujo de sangre; y que había padecido mucho en manos de los mé-
dicos y había gastado todos sus bienes sin que hubiera conseguido
ningún alivio, sino que estaba peor, habiendo oído hablar de Jesús,
se acercó entre la multitud por detrás de Él y tocó sus vestidos.
Pues decía: ‘Si logro al menos tocar sus vestidos, quedaré curada’.
En ese mismo instante, el flujo de sangre se secó y sintió en su
cuerpo que estaba curada de aquella enfermedad.
”Luego, Jesús, conociendo en sí mismo la virtud que de él había
salido, se volvió en medio de la multitud y dijo: ‘¿Quién tocó
mis vestidos?’ Sus discípulos le dijeron: ‘¿Ves que la multitud te
oprime por todos lados y preguntas quién te tocó?’ Pero Él miraba
alrededor suyo para descubrir a la que lo había tocado.
”Pero la mujer, que sabía lo que le había sucedido, se acercó
llena de miedo y pavor, se postró ante Jesús y le contó toda la verdad. Y Jesús le dijo: ‘Hija mía, tu fe te ha salvado; vete en paz y
queda curada de tu enfermedad.” (San Marcos, 5:25 a 34.)
11. Estas palabras: conociendo en sí mismo la virtud que de él
había salido, son significativas. Expresan el movimiento fluídico
que se había operado desde Jesús en dirección a la enferma; ambos
habían experimentado la acción que acababa de producirse. Es de
destacar que el efecto no fue provocado por ningún acto de la voluntad
de Jesús; no hubo magnetización, ni imposición de las manos.
Bastó la irradiación fluídica normal para realizar la curación.
Pero ¿por qué esa irradiación se dirigió hacia aquella mujer
y no hacia otras personas, puesto que Jesús no pensaba en ella y
estaba rodeado por una multitud?
La razón es muy simple. Considerado como materia terapéutica,
el fluido debe alcanzar el desorden orgánico, a fin de repararlo;
puede entonces ser dirigido sobre el mal por la voluntad
del curador, o atraído por el deseo ardiente, por la confianza, en
suma, por la fe del enfermo. En relación con la corriente fluídica,
el curador actúa como una bomba impelente, y el enfermo como
una bomba aspirante. A veces es necesaria la simultaneidad de las
dos acciones; en otras, basta con una sola. El segundo caso fue el
que ocurrió en el hecho que tratamos.
Así pues, Jesús tenía razón para decir: Tu fe te ha salvado.
Se comprende que la fe a la que Él se refería no es una virtud
mística, como la entienden muchas personas, sino una verdadera
fuerza atractiva, de modo que aquel que no la posee opone a
la corriente fluídica una fuerza repulsiva o, como mínimo, que
paraliza la acción. Según eso, fácil es comprender que si se presentan
al curador dos enfermos con la misma enfermedad, uno
puede ser curado y otro no. Este es uno de los principios más
importantes de la mediumnidad curadora, que explica ciertas
anomalías aparentes e indica que tienen una causa muy natural.
(Véase el Capítulo XIV, §§ 31, 32 y 33.)
El ciego de Betsaida
12. “Habiendo llegado a Betsaida, le trajeron un ciego y le
pedían que lo toque. Tomando al ciego de la mano, Él lo llevó
fuera del pueblo, le puso saliva en los ojos y habiéndole impuesto
las manos le preguntó si veía algo. El hombre, mirando, dijo: ‘Veo
andar hombres, que me parecen árboles’. Jesús le puso de nuevo las
manos sobre los ojos, y él comenzó a ver mejor. Al final quedó tan
perfectamente curado que veía claramente todas las cosas.
”Y Jesús lo envió a su casa, diciéndole: ‘Ve a tu casa; y si entras
en el pueblo no le digas a nadie lo que ocurrió contigo’.” (San
Marcos, 8:22 a 26.)
13. Aquí es evidente el efecto magnético: la curación no fue
instantánea, sino gradual, y como consecuencia de una acción prolongada
y reiterada, aunque más rápida que en la magnetización
ordinaria. La primera sensación de este hombre es la que experimentan
los ciegos al recobrar la vista. Por un efecto óptico, los
objetos les parecen de tamaño exagerado.
El paralítico
14. “Habiendo subido a una barca, Jesús atravesó el lago y
vino a su ciudad (Cafarnaúm). Y le presentaron un paralítico tendido
en una camilla. Jesús, al notar su fe, dijo al paralítico: ‘Hijo
mío, ten confianza; tus pecados te son perdonados’.
”Entonces algunos escribas dijeron entre sí: ‘Este hombre
blasfema’. Pero Jesús, conociendo lo que ellos pensaban, les dijo:
‘¿Por qué tenéis malos pensamientos en vuestros corazones? Pues,
¿qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate
y anda?
”Ahora, para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la
Tierra el poder de perdonar los pecados –dijo entonces al paralítico–: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. El paralítico se
levantó inmediatamente y se fue a su casa. Viendo aquel milagro,
el pueblo se llenó de temor y glorificó a Dios por haber concedido
tal poder a los hombres.” (San Mateo, 9:1 a 8.)
15. ¿Qué podían significar estas palabras: Tus pecados te son
perdonados, y en qué podían influir para la curación? El espiritismo
les da una explicación, como a una infinidad de otras palabras
que no han sido comprendidas hasta el día de hoy. Nos enseña,
por medio de la pluralidad de las existencias, que los males y las
aflicciones de la vida suelen ser expiaciones del pasado, así como
que sufrimos en la vida presente las consecuencias de las faltas que
cometimos en una existencia anterior. Así será hasta que hayamos
pagado la deuda de nuestras imperfecciones, pues las existencias
son solidarias unas con otras.
Por lo tanto, si la enfermedad de aquel hombre era un castigo
por el mal que había cometido, estas palabras de Jesús: Tus pecados
te son perdonados, equivalían a estas otras: “Pagaste tu deuda;
la fe que ahora posees anuló la causa de tu enfermedad; en consecuencia,
mereces quedar libre de ella”. Por eso dijo a los escribas:
“Tan fácil es decir: Tus pecados te son perdonados, como: Levántate
y anda”. Desaparecida la causa, el efecto debe cesar. Es el mismo
caso que el de un prisionero a quien se le dice: “Tu crimen ha quedado
expiado y perdonado”, lo que equivaldría a decirle: “Puedes
salir de la prisión”.
Los diez leprosos
16. “Un día, yendo Él para Jerusalén, pasaba por los confines
entre Samaria y Galilea, y, estando a punto de entrar en un
pueblo, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se
pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: ‘Jesús, Señor
nuestro, ten piedad de nosotros’. Al verlos, Jesús les dijo: ‘Id a mostraros a los sacerdotes’. Y sucedió que, cuando iban en camino,
quedaron curados.
”Uno de ellos, viéndose curado, volvió sobre sus pasos glorificando
a Dios en alta voz; y se postró a los pies de Jesús, con el
rostro en la tierra, para rendirle gracias. Y ese era samaritano.
”Dijo entonces Jesús: ‘¿No fueron curados los diez? ¿Dónde
están los otros nueve? ¿Ninguno de ellos hubo que volviera a glorificar
a Dios, a no ser este extranjero?’ Y le dijo a ese: ‘Levántate y
vete; tu fe te ha salvado’.” (San Lucas, 17:11 a 19.)
17. Los samaritanos eran cismáticos, a semejanza de los
protestantes en relación con los católicos, y los judíos los consideraban
herejes y los despreciaban por ello. Al curar indistintamente
a judíos y samaritanos, Jesús daba al mismo tiempo
una lección y un ejemplo de tolerancia; y al destacar que sólo
el samaritano había regresado para glorificar a Dios, mostraba
que había en él mayor suma de verdadera fe y de reconocimiento
que en los que se decían ortodoxos. Agregando: Tu fe te ha
salvado, hizo ver que Dios considera lo que hay en el fondo del
corazón, y no la forma exterior de la adoración. Sin embargo,
los otros nueve también habían sido curados. Fue preciso que
así sucediera, para que Él pudiese dar la enseñanza que estaba
en sus planes y hacer evidente la ingratitud de ellos. Pero ¿quién
sabe lo que de ahí resultó para esos nueve? ¿Quién sabe si ellos
se beneficiaron con la gracia que se les concedió? Al decir al
samaritano: Tu fe te ha salvado, Jesús daba a entender que no
había ocurrido lo mismo con los otros.
La mano seca
18. “Jesús entró de nuevo en la sinagoga, y allí encontró un
hombre que tenía seca una de las manos. Y lo observaban para
ver si Él lo curaba en día de sábado, para tener un motivo de qué acusarlo. Entonces dijo Él al hombre que tenía la mano seca:
‘Levántate y colócate ahí en medio’. Después les dijo a los presentes:
‘¿Está permitido en día de sábado hacer el bien en vez del
mal, salvar la vida en vez de quitarla?’ Pero ellos permanecieron
en silencio. Entonces, Jesús, mirándolos con ira, apenado por la
dureza de sus corazones, dijo al hombre: ‘Extiende la mano’. Él
la extendió y esta se quedó sana.
”En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos
contra Él, para ver cómo eliminarlo. Pero Jesús se retiró
con sus discípulos hacia el mar, y lo siguió una gran multitud de
Galilea y de Judea, de Jerusalén, de Idumea y del otro lado del
Jordán; y los de los alrededores de Tiro y de Sidón, habiendo oído
hablar de las cosas que Él hacía, vinieron en gran número a su encuentro.”
(San Marcos, 3:1 a 8.)
La mujer encorvada
19. “Enseñaba Jesús en una sinagoga todos los días de sábado.
Un día vio allí a una mujer poseída de un Espíritu que la tenía
enferma hacía dieciocho años; estaba tan encorvada que no podía
mirar hacia arriba. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: ‘Mujer, estás libre
de tu enfermedad’. Entonces le impuso las manos, y al instante
ella se enderezó, y rendía gracias a Dios.
”Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús hubiese
hecho una cura en día de sábado, dijo al pueblo: ‘Hay seis días
destinados al trabajo; venid en esos días para que seáis curados, y
no en los días de sábado’.
”El Señor, tomando la palabra le dijo: ‘Hipócrita, ¿cuál de
vosotros no desata del pesebre a su buey o su asno en día de sábado,
y no lo lleva a beber? ¿Por qué entonces no se debería, en día
de sábado, liberar de sus lazos a esta hija de Abraham, que Satanás
conservó atada durante dieciocho años?’
”Ante esas palabras, sus adversarios quedaron confundidos,
y todo el pueblo se alegraba de verlo practicar tantas acciones gloriosas.”
(San Lucas, 13:10 a 17.)
20. Este hecho prueba que en aquella época la mayor parte
de las enfermedades era atribuida al demonio, y que todos confundían,
como todavía hoy, a los posesos con los enfermos, pero en
sentido inverso, es decir que hoy, los que no creen en los Espíritus
malos confunden las obsesiones con las enfermedades patológicas.
El paralítico de la piscina
21. “Después de eso, habiendo llegado la fiesta de los judíos,
Jesús fue a Jerusalén. Había en Jerusalén una piscina de las ovejas,
que se llamaba en hebreo Betesda, que tenía cinco galerías. En ellas
se hallaban tendidos gran número de enfermos, ciegos, cojos y los
que tenían los miembros resecos, todos a la espera de que el agua
fuese agitada. Porque el ángel del Señor descendía de tiempo en
tiempo a la piscina y agitaba el agua, y el primero que entraba en
ella después de la agitación del agua, quedaba curado de cualquier
enfermedad que tuviera.
”Había allí un hombre que se encontraba enfermo hacía
treinta y ocho años. Jesús, habiéndolo visto y sabiéndolo enfermo
desde largo tiempo, le preguntó: ‘¿Quieres quedar curado?’ El enfermo
respondió: ‘Señor, no tengo nadie que me meta en la piscina
cuando el agua es agitada; y durante el tiempo que me toma llegar
hasta allí, otro desciende antes que yo’. Jesús le dijo: ‘Levántate,
toma tu camilla y anda’. Y al instante el hombre quedó curado, y
tomando su camilla se puso a andar. Ahora, aquel día era sábado.
”Dijeron entonces los judíos a aquel que había sido curado:
‘Hoy es sábado y no te está permitido que te lleves tu camilla’.
Respondió el hombre: ‘Aquel que me curó dijo: Toma tu camilla y
anda’. Le preguntaron ellos entonces: ‘¿Quién fue ese que te dijo: Toma tu camilla y anda?’ Pero el que había sido curado no sabía
quién era ese, porque Jesús se había retirado de en medio de la
multitud que estaba allí.
”Después, al encontrar a aquel hombre en el Templo, Jesús
le dijo: ‘Ves que fuiste curado; no vuelvas a pecar en el futuro, para
que no te suceda algo peor’.
”El hombre fue a ver a los judíos y les dijo que era Jesús quien
lo había curado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía
esas cosas en día de sábado. Entonces, Jesús les dijo: ‘Mi Padre trabaja
hasta ahora, y yo trabajo también.” (San Juan, 5:1 a 17.)
22. Entre los romanos, se denominaba piscina (de la palabra
latina piscis, pez), a los estanques o viveros donde se criaban peces.
Más tarde, el término se hizo extensivo a los tanques destinados a
los baños en común.
La piscina de Betesda, en Jerusalén, era una cisterna próxima
al Templo, alimentada por una fuente natural, cuyas aguas parecían
haber tenido propiedades curativas. Se trataba, sin duda, de
una fuente intermitente que, en ciertos momentos, brotaba con
fuerza y agitaba el agua. Según la creencia vulgar, ese era el momento
más favorable para las curaciones. En realidad, es probable
que, cuando el agua brotaba de la fuente, sus propiedades fuesen
más activas; o que la agitación producida por el agua, al brotar
hiciese salir a la superficie el lodo saludable para algunas molestias.
Esos efectos son muy naturales y perfectamente conocidos en la
actualidad; pero en ese entonces, las ciencias estaban poco adelantadas
y a la mayoría de los fenómenos inexplicables se le atribuía
una causa sobrenatural. Los judíos, por consiguiente, creían que la
agitación del agua se debía a la presencia de un ángel, y esa creencia
les parecía aún más fundamentada por el hecho de que en esas
ocasiones el agua era más saludable.
Después de haber curado a aquel hombre, Jesús le dijo: “No
vuelvas a pecar en el futuro, a fin de que no te suceda una cosa peor”. Mediante esas palabras, le dio a entender que su enfermedad
era un castigo, y que si no se enmendaba podría llegar a ser
nuevamente castigado, y con más rigor aún. Esa doctrina concuerda
por completo con la que enseña el espiritismo.
23. Es probable que Jesús insistiera en realizar sus curaciones
el día sábado, para tener la oportunidad de manifestar su desaprobación
respecto del rigorismo de los fariseos en lo atinente a guardar
ese día. Quería mostrarles que la verdadera piedad no consiste
en la observancia de las prácticas exteriores y de las formalidades,
sino que está en los sentimientos del corazón. Se justificaba declarando:
“Mi Padre trabaja hasta hoy, y yo trabajo también”. Es
decir: Dios no interrumpe sus obras ni su acción sobre las cosas de
la naturaleza el día sábado. Continúa produciendo todo lo necesario
para vuestra alimentación y vuestra salud, y yo sigo su ejemplo.
El ciego de nacimiento
24. “Al pasar, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento;
y sus discípulos le hicieron esta pregunta: ‘Maestro, ¿quién
ha pecado, ese hombre o sus padres, para que haya nacido ciego?’
Jesús les respondió: ‘Ni él pecó ni los que lo pusieron en el mundo;
es para que en él se manifiesten las obras del poder de Dios. Es
preciso que yo haga las obras de Aquel que me envió, mientras es
de día; viene después la noche, en la cual nadie puede hacer obras.
Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo’.
”Dicho eso, escupió en el suelo, hizo lodo con su saliva y
untó con ese lodo los ojos del ciego, y le dijo: ‘Ve a lavarte en la
piscina de Siloé’ (que significa Enviado). Él fue, se lavó y volvió
viendo con claridad.
”Sus vecinos y los que lo vieron antes pidiendo limosna decían:
‘¿No es este el que estaba sentado y pedía limosna?’ Unos
respondían: ‘Es él’. Otros decían: ‘No, es alguien que se parece aél’. Pero el hombre les decía: ‘Soy yo’. Le preguntaron entonces:
‘¿Cómo se han abierto tus ojos?’ Él respondió: ‘Aquel hombre que
se llama Jesús hizo un poco de lodo y lo pasó en mis ojos, diciendo:
Ve a la piscina de Siloé y lávate. Yo fui, me lavé y veo’. Ellos le
dijeron: ‘¿Dónde está él?’ Respondió el hombre: ‘No lo sé’.
”Llevaron entonces a los fariseos al hombre que había estado
ciego. Pero fue un sábado el día que Jesús había hecho aquel lodo
y le abrió los ojos.
”También los fariseos lo interrogaron para saber cómo había
recobrado la vista. Él les dijo: ‘Me puso lodo en los ojos, me lavé
y veo’. A lo que algunos fariseos replicaron: ‘Ese hombre no es enviado
de Dios, porque no guarda el sábado’. Otros, sin embargo,
decían: ‘¿Cómo podría un hombre malo hacer semejantes prodigios?’
Y había disensión entre ellos.
”Dijeron de nuevo al que había sido ciego: ‘Y tú, ¿qué dices
de ese hombre, que te abrió los ojos?’ Él respondió: ‘Digo que es
un profeta’. Pero los judíos no creyeron que aquel hombre había
sido ciego, hasta tanto no hicieron venir al padre y a la madre del
que recobró la vista, y los interrogaron del siguiente modo: ‘¿Es ese
vuestro hijo, del que decís que ha nacido ciego? ¿Cómo es que él
ahora ve?’ El padre y la madre respondieron: ‘Sabemos que ese es
nuestro hijo y que nació ciego; pero no sabemos cómo ahora ve, y
tampoco sabemos quién le abrió los ojos. Interrogadlo; él ya tiene
edad, que responda por sí mismo’.
”Su padre y su madre hablaban de ese modo porque temían
a los judíos, pues estos ya habían resuelto en común que, si alguno
reconocía a Jesús como siendo el Cristo, sería expulsado de la
sinagoga. Eso obligó al padre y a la madre a responder: ‘Él ya tiene
edad; interrogadlo’.
”Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego
y le dijeron: ‘Glorifica a Dios; sabemos que ese hombre es un pecador’.
Él les respondió: ‘Si es un pecador, no lo sé; todo lo que sé es que estaba ciego y ahora veo’. Volvieron a preguntarle: ‘¿Qué te
hizo y cómo te abrió los ojos?’ Respondió el hombre: ‘Ya os lo he
dicho, y me habéis escuchado; ¿por qué queréis oírlo por segunda
vez? ¿Queréis, acaso, convertiros en sus discípulos?’ A lo que ellos
lo llenaron de injurias, y le dijeron: ‘Sé tú su discípulo; en cuanto
a nosotros, somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios habló
a Moisés, pero no sabemos de dónde ha salido este’.
”El hombre les respondió: ‘Es para asombro que no sepáis
de dónde es, y que me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios
no escucha a los pecadores; pero, a aquel que lo honra y hace su
voluntad, a ese Dios escucha. Desde que el mundo existe, jamás se
ha oído decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.
Si ese hombre no fuera un enviado de Dios, nada podría
hacer de todo lo que ha hecho’.
”Le dijeron los fariseos: ‘Tú eres todo pecado, desde el vientre
de tu madre, ¿y quieres enseñarnos a nosotros?’ Y lo expulsaron.”
(San Juan, 9:1 a 34.)
25. Esta narración, tan simple e ingenua, lleva en sí el sello
evidente de la verdad. En ella no hay nada fantástico ni maravilloso.
Es una escena de la vida real captada en el momento en que se
desarrollaba. El lenguaje de aquel ciego es exactamente el de esos
hombres simples, en los cuales el buen sentido suple a la falta de
conocimiento, que replican con bonhomía a los argumentos de
sus adversarios, mediante razones a las que no les falta justicia ni
oportunidad. El tono de los fariseos, ¿no es el de esos orgullosos
que no admiten nada por encima de sus inteligencias, y que se llenan
de indignación ante la sola idea de que un hombre del pueblo
pueda hacerles observaciones? Exceptuando el carácter local de los
nombres, se diría que el hecho pertenece a nuestra época.
Ser expulsado de la sinagoga equivalía a ser colocado fuera
de la Iglesia. Era una especie de excomunión. Los espíritas, cuya
doctrina es la de Cristo, interpretada de acuerdo con el progreso de los conocimientos actuales, son tratados como los judíos que
reconocían en Jesús al propio Mesías. Al excomulgarlos, la Iglesia
los coloca fuera de su seno, como hicieron los escribas y los fariseos
con los seguidores de Cristo. ¡Aquí vemos un hombre que es
expulsado porque no puede admitir que aquel que lo curó sea un
poseído del demonio, y porque da gracias a Dios por su curación!
¿No es eso lo que hacen con los espíritas? Alegan que obtener
de los Espíritus consejos saludables, la reconciliación con Dios
y con el bien, curaciones, todo eso es obra del diablo y merece el
anatema. ¿Acaso no hay sacerdotes que declaran desde lo alto del
púlpito que es mejor que una persona se conserve incrédula antes que
recobre la fe por medio del espiritismo? ¿No hay algunos que dicen a
los enfermos que no debían haber procurado la curación a través
de los espíritas que poseen ese don, porque ese don es satánico?
¿No hay otros que predican que los necesitados no deben aceptar
el pan que distribuyen los espíritas, porque ese pan es del diablo?
¿Decían y hacían algo distinto los sacerdotes judíos y los fariseos?
Por otra parte, se nos ha dicho que hoy todo debe suceder como
en el tiempo de Cristo.
La pregunta de los discípulos, acerca de si había sido algún
pecado de este hombre el que dio lugar a que él naciese ciego, revela
que ellos tenían la intuición de una existencia anterior, pues
de lo contrario esa pregunta no tendría sentido, ya que un pecado
solamente puede ser causa de una enfermedad de nacimiento si ha
sido cometido antes del nacimiento y, por consiguiente, en una
existencia anterior. Si Jesús hubiese considerado que esa idea era
falsa, les habría dicho: “¿Cómo es posible que este hombre haya
pecado antes de nacer?” En lugar de eso, les dice que aquel hombre
estaba ciego, no porque hubiera pecado, sino para que en él se manifestase
el poder de Dios, es decir, para que sirviese de instrumento
a una demostración del poder de Dios. Si no se trataba de una
expiación del pasado, entonces era una prueba que debía servir al progreso de aquel Espíritu, porque Dios, que es justo, no le habría
impuesto un sufrimiento sin compensación.
En cuanto al medio empleado para curarlo, es evidente que
aquella especie de barro hecho con saliva y tierra no podía encerrar
ninguna virtud, a no ser por la acción del fluido curativo con el
que había sido impregnado. Es así como las sustancias más insignificantes,
como el agua por ejemplo, pueden adquirir cualidades
poderosas y efectivas por la acción del fluido espiritual o magné-
tico, al cual estas sirven de vehículo o, si se prefiere, de reservorio.
Numerosas curaciones producidas por Jesús
26. “Jesús iba por toda la Galilea enseñando en las sinagogas,
predicando el Evangelio del reino y curando todas las dolencias y
todas las enfermedades en medio del pueblo. Su reputación se extendió
por toda Siria; y le traían a todos los que estaban enfermos
y afligidos por dolores y males diversos, los poseídos, los lunáticos,
los paralíticos, y a todos los curaba. Lo acompañaba una gran multitud
de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea, y del otro lado del
Jordán.” (San Mateo, 4:23 a 25.)
27. De todos los hechos que dan testimonio del poder de
Jesús, no cabe duda de que los más numerosos son las curaciones.
Él quería probar de esa forma que el verdadero poder es aquel
que hace el bien; aquel cuyo objetivo era ser útil, y no la satisfacción
de la curiosidad de los indiferentes por medio de cosas
extraordinarias.
Al aliviar los padecimientos, las personas quedaban ligadas
a Él por el corazón, y hacía prosélitos más numerosos y sinceros
que si los maravillase con espectáculos para la vista. De ese modo
se hacía amar, mientras que si se hubiese limitado a producir
sorprendentes efectos materiales, como lo exigían los fariseos, la
mayoría de las personas no habría visto en Él más que a un hechicero o un hábil prestidigitador, al que los desocupados buscarían
para distraerse.
Así, cuando los discípulos de Juan el Bautista le preguntan
si Él era el Cristo, su respuesta no fue: “Yo soy”, como
cualquier impostor hubiera podido responder. No les habla de
prodigios ni de cosas maravillosas, y les responde simplemente:
“Id y decid a Juan: los ciegos ven, los enfermos son curados,
los sordos oyen, el Evangelio es anunciado a los pobres”. Es
como si hubiese dicho: “Reconocedme por mis obras, juzgad
al árbol por sus frutos”, porque era ese el verdadero carácter
de su misión divina.
28. Del mismo modo, mediante el bien que hace, el espiritismo
prueba su misión providencial. Cura los males físicos, pero
cura sobre todo las dolencias morales, y son esos los mayores prodigios
a través de los cuales se afianza. Sus más sinceros adeptos
no son los que fueron tocados por la observación de fenómenos
extraordinarios, sino los que recibieron consuelo para sus almas;
los que se liberaron de la tortura de la duda; aquellos a quienes
devolvió el ánimo en las aflicciones, que recuperaron fuerzas mediante
la certeza del porvenir que vino a mostrarles, mediante el
conocimiento de su ser espiritual y su destino. Ellos son los de fe
inquebrantable, porque sienten y comprenden.
Quienes sólo ven en el espiritismo efectos materiales no
pueden comprender su poder moral. Por eso los incrédulos, que
apenas lo conocen a través de fenómenos cuya causa primera no
admiten, consideran a los espíritas meros prestidigitadores y charlatanes.
Por consiguiente, el espiritismo no triunfará sobre la incredulidad
a través de prodigios, sino por la multiplicación de sus
beneficios morales, puesto que si bien es cierto que los incrédulos
no admiten los prodigios, también es cierto que conocen, como
todas las personas, el sufrimiento y las aflicciones, y nadie rechaza
el alivio y el consuelo.
Poseídos
29. “Llegaron luego a Cafarnaúm, y Jesús, entrando en
día sábado en la sinagoga, los instruía. Y se admiraban de su
doctrina, porque Él los instruía como quien tiene autoridad, y
no como los escribas.
”Ahora bien, se encontraba en la sinagoga un hombre poseído
de un Espíritu impuro, que exclamó: ‘¿Qué hay entre tú y
nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido para perdernos? Sé quién
eres: eres el santo de Dios’. Pero Jesús lo conminó, diciendo: ‘Cá-
llate y sal de ese hombre’. Entonces, el Espíritu impuro, agitándolo
con violentas convulsiones, dio un grito y salió de él.
”Quedaron todos tan sorprendidos que se preguntaban unos
a otros: ‘¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta? Él da órdenes
con autoridad, aun a los Espíritus impuros, y estos le obedecen’.”
(San Marcos, 1:21 a 27.)
30. “Habiendo ellos salido, le presentaron un hombre mudo,
poseído por el demonio. Expulsado el demonio, el mudo habló. Y
el pueblo, tomado de admiración, decía: ‘Jamás se vio cosa semejante
en Israel’.
”Pero los fariseos decían: ‘Es por el príncipe de los demonios
que Él expulsa los demonios.” (San Mateo, 9:32 a 34.)
31. “Cuando Él llegó al lugar donde estaban los otros discí-
pulos, vio una gran multitud de personas que los rodeaba, y muchos
escribas que discutían con ellos. Todo el pueblo, al verlo, se
llenó de asombro y temor, y corrieron a saludarlo.
”Entonces Él dijo: ‘¿Acerca de qué discutís con ellos?’ Un
hombre de entre el pueblo, tomó la palabra y dijo: ‘Maestro, te traje
a mi hijo, que está poseído por un Espíritu mudo; en cada lugar
donde se apodera de él, lo echa por tierra, y el niño echa espuma,
rechina los dientes y se vuelve todo rígido. Pedí a tus discípulos
que lo expulsasen, pero no pudieron’.
”Jesús les respondió: ‘¡Oh, gente incrédula! ¿Hasta cuándo
habré de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os soportaré? Traédmelo’.
Y se lo trajeron. Todavía no había él puesto los ojos en Jesús,
que el Espíritu comenzó a agitarlo con violencia; y él cayó al suelo
y se puso a rodar soltando espuma.
”Jesús le preguntó al padre del niño: ‘¿Desde cuándo le sucede
esto?’ Respondió el padre: ‘Desde pequeño. Y el Espíritu lo
ha lanzado muchas veces, ya al agua, ya al fuego, para hacer que
perezca; pero si pudieras hacer alguna cosa, ten compasión de nosotros
y ayúdanos’.
”Le respondió Jesús: ‘Si pudieras creer, todo es posible para
quien cree’. Al instante exclamó el padre del niño, bañado en lágrimas:
‘¡Señor, creo, ayúdame en mi incredulidad!’.
”Jesús, al ver que el pueblo acudía en multitud, increpó al
Espíritu impuro, diciéndole: ‘Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando:
sal de ese niño y no entres más en él’. Entonces el Espíritu
salió soltando un fuerte grito y sacudiendo al niño con violentas
convulsiones, y quedó el niño como muerto, de modo que muchos
decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, lo
sostuvo y él se levantó.
”Cuando Jesús entró en la casa, sus discípulos le preguntaron
en privado: ‘¿Por qué no pudimos nosotros expulsar ese demonio?’
Él respondió: ‘Esta clase de demonios no pueden ser expulsados
sino mediante plegaria y ayuno’.” (San Marcos, 9:14 a 29.)
32. “Entonces le presentaron un poseso ciego y mudo; y Él lo
curó, de modo que el poseso comenzó a hablar y a ver. Todo el pueblo
quedó lleno de admiración y decía: ‘¿No es ese el hijo de David?’
”Pero los fariseos, al oírlo, decían: ‘Este hombre no expulsa
los demonios más que con el auxilio de Belcebú, príncipe de
los demonios’.
”Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: ‘Todo reino que
se divida contra sí mismo será arruinado, y toda ciudad o casa que se divida contra sí misma no podrá subsistir. Si Satanás expulsa a Satanás,
está dividido contra sí mismo; ¿cómo, pues, su reino habrá de subsistir?
Y si es por Belcebú que yo expulso los demonios, ¿por quién los
expulsarán vuestros hijos? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces.
Pero si expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es porque el
reino de Dios ha llegado hasta vosotros’.” (San Mateo, 12:22 a 28.)
33. Las liberaciones de los posesos, junto con las curaciones,
figuran entre los actos más numerosos de Jesús. Entre los hechos
de esta naturaleza, como los relatados más arriba (§ 30), hay algunos
en los que la posesión no es evidente. Probablemente en
aquella época, como todavía hoy sucede, se atribuía a la influencia
de los demonios todas las enfermedades cuya causa no se conocía,
principalmente la mudez, la epilepsia y la catalepsia. No obstante,
hay otros hechos en los que la acción de los Espíritus malos es
indudable. Además, presentan tan convincente analogía con aquellos
fenómenos que presenciamos en la actualidad, que en ellos se
reconocen todos los síntomas de ese tipo de afección. La prueba
de la participación de una inteligencia oculta, en esos caso, surge
de un hecho material: se trata de las numerosas curaciones radicales
que se obtuvieron en algunos centros espíritas solamente a
través de la evocación y la moralización de los Espíritus obsesores,
sin magnetización ni medicamentos y, a menudo, en ausencia del
paciente y a gran distancia de este. La inmensa superioridad de
Cristo le otorgaba tal autoridad sobre los Espíritus imperfectos,
entonces denominados demonios, que le bastaba a Él ordenarles
que se retirasen para que no pudieran resistirse a esa orden formal.
(Véase el Capítulo XIV, § 46.)
34. El hecho de que algunos Espíritus malos hayan sido
mandados a meterse en los cuerpos de cerdos es contrario a todas
las probabilidades. Por otra parte, sería difícil de explicar la existencia
de tantos cerdos en un país donde ese animal inspiraba horror, además de que no ofrecía ninguna utilidad para la alimentación.
Un Espíritu no deja de ser humano por el hecho de que sea malo,
aunque sea tan imperfecto que después de desencarnar continúe
haciendo el mal como lo hacía antes. Además, es contrario a todas
las leyes de la naturaleza que un Espíritu humano pueda animar el
cuerpo de un animal. Es preciso, pues, considerar ese hecho una
de las exageraciones tan comunes en los tiempos de ignorancia y
superstición, o tal vez una alegoría destinada a caracterizar las tendencias
inmundas de ciertos Espíritus.
35. Todo indica que en la época de Jesús, tanto los obsesos
como los posesos eran muy numerosos en Judea; de ahí la oportunidad
que Él tuvo de curar a muchos. No cabe duda de que los Espíritus
malos habían invadido aquel país y causado una epidemia
de posesiones. (Véase el Capítulo XIV, § 49.)
Sin que presenten un carácter epidémico, las obsesiones individuales
son muy frecuentes, y se revelan bajo los más variados
aspectos, los cuales se reconocen fácilmente con un conocimiento
más profundo del espiritismo. Pueden, a menudo, producir consecuencias
nocivas para la salud, tanto si agravan afecciones orgá-
nicas como si las ocasionan. Un día, sin ninguna duda, llegarán
a ser incluidas entre las causas patológicas que, por su naturaleza
especial, requieren medios curativos también especiales. Al revelar
la causa del mal, el espiritismo abre un nuevo camino al arte de
curar, y proporciona a la ciencia los medios para alcanzar el éxito
donde hasta el presente, casi siempre, ve malogrados sus esfuerzos,
debido a que no ataca la causa principal del problema. (Véase El
Libro de los Médiums, Segunda Parte, Capítulo XXIII.)
36. Los fariseos acusaban a Jesús de expulsar a los demonios
con el auxilio de los mismos demonios. Según ellos, el bien que Jesús
hacía era obra de Satanás, sin reflexionar que si Satanás se expulsase
a sí mismo, cometería una insensatez. Es de destacar que los fariseos
de ese tiempo ya pretendían que toda facultad trascendente, y que por ese motivo era considerada sobrenatural, fuera obra del demonio,
puesto que, según la opinión de ellos, el propio Jesús recibía su
poder de Satanás. Es ese otro punto más de semejanza de aquella
época con la actual, y esa doctrina es aún hoy la que la Iglesia intenta
que prevalezca contra las manifestaciones espíritas. *
__________________________________________________
* No todos los teólogos profesan opiniones tan absolutas sobre la doctrina demoníaca.
Aquí está una cuyo valor el clero no puede discutir, emitida por un eclesiástico, Monseñor
Freyssinous, obispo de Hermópolis, en el siguiente pasaje de sus Conferencias sobre la religión,
volumen II, p. 341 (Paris, 1825):
“Si Jesús hubiese producido sus milagros a través del poder del demonio, este habría trabajado
por la destrucción de su imperio y, por lo tanto, habría empleado contra sí mismo
su poder. Por cierto, un demonio que procurase destruir el reinado del vicio para implantar el
de la virtud, sería un demonio muy extraño. Por eso Jesús, para replicar a la absurda acusación
de los judíos, les decía: ‘Si hago prodigios en nombre del demonio, el demonio está
dividido consigo mismo, y por lo tanto trabaja para su propia destrucción’. Esta respuesta
no admite réplica”.
Este es precisamente el argumento que los espíritas oponen a los que atribuyen al demonio
los buenos consejos que los Espíritus les dan. El demonio obraría entonces como un
ladrón profesional que restituyera todo lo que hubiera robado y exhortase a otros ladrones
a que se conviertan en personas honestas. (N. de Allan Kardec.)
Resurrecciones
La hija de Jairo
37. “Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla, y en
cuanto desembarcó una gran multitud se reunió alrededor suyo.
Entonces, un jefe de la sinagoga, llamado Jairo, vino a su encuentro
y, al aproximarse a él, se postró a sus pies, y le suplicaba con
insistencia, diciendo: ‘Tengo una hija que está en el momento extremo:
ven a imponerle las manos para curarla y salvarle la vida’.
”Jesús fue con él, acompañado de una gran multitud que lo
oprimía.
”Mientras (Jairo) aún estaba hablando, llegaron unos de la
casa del jefe de la sinagoga, y le dijeron: ‘Tu hija ha muerto; ¿por
qué habrás de ocasionarle al Maestro la molestia de seguir adelante?’ Jesús, no obstante, en cuanto oyó eso, le dijo al jefe de la sinagoga:
‘No temas, solamente ten fe’. Y a ninguno le permitió que lo
acompañase, salvo a Pedro, Santiago y Juan, hermano de Santiago.
”Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Él un alboroto
de personas que lloraban y proferían grandes alaridos. Entrando, les
dijo Él: ‘¿Por qué hacéis tanto alboroto, y por qué lloráis? Esta niña
no ha muerto, sólo está dormida’. Y se burlaban de Él. Habiendo hecho
que toda la gente saliera, llamó al padre y a la madre de la niña
y a los que habían ido con Él, y entró en el lugar donde la niña estaba
acostada. La tomó de la mano y dijo: Talitá cum, que significa
‘Hija mía, levántate, te lo ordeno’. En ese mismo instante la niña se
levantó y comenzó a andar, pues tenía doce años, y quedaron todos
maravillados y sorprendidos.” (San Marcos, 5:21 a 24, 35 a 42.)
El hijo de la viuda de Naím
38. “Al día siguiente Jesús se dirigió a una ciudad llamada
Naím; lo acompañaban sus discípulos y una gran multitud. Cuando
estaba cerca de la puerta de la ciudad, sucedió que llevaban a sepultar
a un muerto, hijo único de su madre; y esa mujer era viuda;
estaba con ella una gran cantidad de personas de la ciudad. Cuando
la vio, el Señor se compadeció de ella y le dijo: ‘No llores’. Después,
aproximándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron, y
entonces dijo Él: ‘Joven, levántate, te lo ordeno’. Al instante el joven
se sentó y comenzó a hablar. Y Jesús se lo devolvió a su madre.
”Todos los que estaban presentes quedaron sorprendidos, y
glorificaban a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta ha surgido entre
nosotros’, y ‘Dios ha visitado a su pueblo’. El rumor de ese milagro
que Él había hecho se propagó por toda la Judea y por todas las
regiones circunvecinas.” (San Lucas, 7:11 a 17.)
39. El hecho de devolver a la vida corporal a un individuo
que se encontrara realmente muerto sería contrario a las leyes de la naturaleza y, por lo tanto, milagroso. Ahora bien, no es necesario
que se recurra a ese orden de hechos para explicar las resurrecciones
realizadas por Cristo.
Si las apariencias engañan a veces a los profesionales de la
actualidad, los accidentes de esta clase debían de ser mucho más
frecuentes en un país donde no se tomaba ninguna precaución en
ese sentido, y donde el entierro era inmediato. * Así pues, es muy
probable que en los dos casos mencionados más arriba, se tratara
apenas de un síncope o una letargia. El propio Jesús afirma positivamente,
con relación a la hija de Jairo: Esta niña no ha muerto,
sólo está dormida.
Si se considera el poder fluídico que Jesús poseía, nada hay
de sorprendente en el hecho de que ese fluido vivificante, dirigido
por una voluntad poderosa, haya reanimado los sentidos entorpecidos;
que incluso haya hecho volver el Espíritu al cuerpo cuando
estaba listo para abandonarlo, mientras que el lazo periespiritual
todavía no se había cortado definitivamente. Para los hombres de
aquella época, que consideraban muerto al individuo tan pronto
como dejaba de respirar, se trataba de una resurrección, de modo
que lo manifestaban de muy buena fe; no obstante, lo que había
en realidad era una curación y no una resurrección en la acepción
legítima del término.
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* 9 Una prueba de esa costumbre se encuentra en los Hechos de los Apóstoles, 5: 5 y siguientes;
“Ananías, al oír esas palabras, cayó y entregó el Espíritu, y todos los que oyeron hablar
de eso fueron tomados de gran temor. Seguidamente, algunos niños vinieron a buscar su
cuerpo y, luego de llevarlo, lo enterraron. Pasadas unas tres horas, su mujer (Safira), que
nada sabía de lo que había sucedido, entró. Y Pedro le dijo… etc. En el mismo instante, ella
cayó a sus pies y entregó el Espíritu. Aquellos niños, al regresar la encontraron muerta, y
llevándola, la enterraron junto al marido”. (N. de Allan Kardec.)
Lázaro
40. En cuanto a la resurrección de Lázaro, digan lo que dijeren
en contrario, no desmiente de ningún modo ese principio. Alegan que él ya llevaba cuatro días en el sepulcro; con todo, se sabe
que hay letargias que duran ocho días, y más aún. Agregan que ya
despedía mal olor, lo que es señal de descomposición. Este argumento
tampoco prueba nada, visto que en ciertos individuos el cuerpo se
descompone parcialmente incluso antes de la muerte, y en ese caso
también exhala mal olor. La muerte sólo se verifica cuando han sido
atacados los órganos esenciales para la vida. Asimismo, ¿quién podía
saber que Lázaro ya olía mal? Fue su hermana Marta quien lo dijo.
Pero ¿cómo sabía eso? Ella sólo lo suponía, porque Lázaro había sido
enterrado cuatro días antes; sin embargo, no podía tener ninguna
certeza de ese hecho. (Véase el Capítulo XIV, § 29.) *
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* 0 El hecho siguiente demuestra que la descomposición precede algunas veces a la muerte.
En el convento del Buen Pastor, fundado en Toulon por el padre Marín, capellán de las
cárceles, destinado a los reincidentes arrepentidos, se encontraba una joven que había
soportado los más terribles sufrimientos con la calma y la impasibilidad de una víctima
expiatoria. En medio de sus dolores parecía sonreírle a una visión celestial. Como santa Teresa,
pedía sufrir más, aunque sus carnes ya parecían harapos y la gangrena había devastado
sus miembros. Por sabia previsión, los médicos habían recomendado que enterrasen el
cuerpo inmediatamente después del fallecimiento. Pero ¡cosa extraña! Apenas la enferma
exhaló el último suspiro, cesó el proceso de descomposición; desaparecieron las exhalaciones
cadavéricas, de modo que durante treinta y seis horas el cuerpo pudo permanecer
expuesto a las plegarias y a la veneración de la comunidad. (N. de Allan Kardec.)
Jesús camina sobre las aguas
41. “De inmediato, Jesús obligó a sus discípulos a que entraran
a la barca y pasaran a la otra orilla, mientras Él se despedía del
pueblo. Después de las despedidas, subió a un monte a solas para
orar; y cuando cayó la noche, se encontró a solas en aquel lugar.
”Entretanto, la barca era fuertemente azotada por las olas, en
medio del mar, porque el viento soplaba en sentido contrario. Pero
en la cuarta vigilia de la noche, Jesús fue hacia ellos caminando sobre
el mar. * Cuando ellos lo vieron andando sobre el mar, se turbaron, y
decían: ‘Es un fantasma’, y se pusieron a gritar atemorizados. Jesús al instante les habló diciendo: ‘Tranquilizaos, soy yo, no tengáis miedo’.
Pedro le respondió: ‘Señor, si eres tú, ordena que yo vaya a tu encuentro
caminando sobre las aguas’. Le dijo Jesús: ‘¡Ven!’ Entonces Pedro,
descendiendo de la barca caminaba sobre las aguas al encuentro de
Jesús. Pero, como vino un fuerte viento, tuvo miedo; y como comenzaba
a sumergirse, gritó: ‘¡Señor, sálvame!’. De inmediato, Jesús,
tendiéndole la mano, le dijo: ‘¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?’
Y cuando subieron a la barca, cesó el viento. Entonces los que estaban
en la barca se aproximaron a Él y lo adoraron, diciendo: ‘Eres verdaderamente
Hijo de Dios’.” (San Mateo, 14:22 a 33.)
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* El lago de Genesaret o de Tiberíades. (N. de Allan Kardec.)
42. Este fenómeno encuentra una explicación natural en los
principios expuestos más arriba (Véase el Capítulo XIV, § 43).
Ejemplos análogos prueban que no tiene nada de imposible ni de
milagroso, pues se produce por la acción de las leyes de la naturaleza.
Pudo originarse de dos maneras:
Jesús, aunque estuviese vivo, pudo aparecer sobre las aguas
con una forma tangible, mientras que su cuerpo carnal permanecía
en otro lugar. Esa es la hipótesis más probable. Se puede incluso
reconocer en aquella narración algunos indicios característicos de
las apariciones tangibles. (Véase el Capítulo XIV, §§ 35 a 37.)
Por otro lado, también es posible que su cuerpo haya sido
sostenido, y su gravedad neutralizada, por la misma fuerza fluídica
que mantiene a una mesa en el espacio, sin un punto de apoyo.
Idéntico efecto se produce muchas veces con los cuerpos humanos.
Transfiguración
43. “Seis días después, Jesús llamó a Pedro, a Santiago y a
Juan, y los llevó a ellos solos a un alto monte apartado *, y se transfiguró
delante de ellos. Mientras oraba, su rostro pareció completamente otro; sus vestimentas se volvieron resplandecientes y
blancas como la nieve, como ningún lavadero en la Tierra es capaz
de hacerlas tan blancas. Y vieron aparecer a Elías y a Moisés, que
conversaron con Jesús.
”Entonces, Pedro le dijo a Jesús: ‘Maestro, estamos bien
aquí; hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías’. Es que él no sabía lo que decía, tan espantado estaba.
”Al mismo tiempo apareció una nube que los cubrió; y de
esa nube partió una voz que hacía oír estas palabras: ‘Este es mi
Hijo amado; escuchadlo’.
”De pronto, miraron hacia todos lados, a nadie más vieron
sino a Jesús, que había quedado a solas con ellos.
”Cuando descendían del monte, Él les ordenó que a nadie le
dijesen lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre hubiese
resucitado de entre los muertos. Y ellos mantuvieron el hecho en
secreto, preguntándose unos a otros qué habría querido decir con
estas palabras: ‘Hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de
entre los muertos’.” (San Marcos, 9:2 a 9.)
_______________________________________________________
* El Monte Tabor, al sudoeste del lago de Tabarich y a 11 kilómetros al sudeste de Nazaret,
tiene cerca de 1.000 metros de altura. (N. de Allan Kardec.)
44. En las propiedades del fluido periespiritual, una vez más,
se encuentra la justificación de este fenómeno. La transfiguración
(explicada en el capítulo XIV, § 39) es un hecho bastante común,
dado que mediante la irradiación fluídica un individuo puede
modificar su apariencia; pero la pureza del periespíritu de Jesús
hizo posible que su Espíritu le confiriese un brillo excepcional. En
cuanto a la aparición de Moisés y Elías, entra perfectamente en la
categoría de los fenómenos de ese mismo género. (Véase el Capí-
tulo XIV, § 35 y siguientes.)
De todas las facultades que Jesús puso de manifiesto, ninguna
se encuentra fuera de las posibilidades humanas. Todas se
hallan comúnmente en el hombre, porque están en la naturaleza.
No obstante, debido a la superioridad de su esencia moral y de sus
cualidades fluídicas, esas facultades alcanzaron en Él proporciones superiores a las vulgares. Cuando dejaba a un lado su envoltura
carnal, Jesús exhibía la condición de los Espíritus puros.
La tempestad apaciguada
45. “Cierto día, habiendo subido a una barca junto con sus
discípulos, Él les dijo: ‘Pasemos a la otra orilla del lago’. Partieron,
pues. Durante la travesía, Él se quedó dormido. Un gran torbellino
de viento se abatió de súbito sobre el lago, de modo que al llenarse
la barca de agua se vieron en peligro. Se aproximaron entonces a
Él y lo despertaron, diciéndole: ‘¡Maestro, perecemos!’ Jesús, incorporándose,
increpó al viento y al oleaje, que se aplacaron, y sobrevino
una gran calma. Él entonces les dijo: ‘¿Dónde está vuestra
fe?’ Ellos, llenos de temor y admiración, se preguntaban unos a
otros: ‘¿Quién es este, que así da órdenes al viento y a las olas, y le
obedecen?” (San Lucas, 8:22 a 25.)
46. Aún no conocemos suficientemente los secretos de la
naturaleza como para afirmar si existen o no inteligencias ocultas
que rijan la acción de los elementos. En la hipótesis de que las hubiera,
el fenómeno en cuestión podría ser el resultado de un acto
de autoridad sobre esas inteligencias, y probaría un poder que no
le es dado ejercer a ningún hombre.
Sea como fuere, el hecho de que Jesús durmiera tranquilamente
durante la tempestad, demuestra de su parte una seguridad
que sólo se puede explicar por la circunstancia de que su Espíritu
veía que no había peligro alguno, y que la tempestad se apaciguaría.
Las bodas de Caná
47. Este milagro, mencionado solamente en el Evangelio de
san Juan, es presentado como el primero que realizó Jesús y, en esas condiciones, debería haber sido uno de los más destacados. No
obstante, parece haber causado una débil impresión, puesto que
ningún otro evangelista lo menciona. Un hecho tan extraordinario
tendría que haber deslumbrado en grado sumo a los invitados y,
sobre todo, al dueño de casa; pero aparentemente ninguno lo notó.
Considerado en sí mismo, ese hecho tiene poca importancia
en comparación con los que realmente ponen en evidencia
las cualidades espirituales de Jesús. Si se admite que los hechos
ocurrieron según la narración, debemos tomar en cuenta que ese
es el único fenómeno de este tipo que se ha producido. Jesús era
de una naturaleza demasiado elevada como para que se ocupara
de efectos puramente materiales, destinados tan sólo a atraer la
curiosidad de la multitud, que en ese caso lo habría equiparado
con un mago. Él sabía que las cosas útiles le permitirían conquistar
más simpatías, y le depararían más adeptos que las que fueran
simples expresiones de una gran habilidad y destreza, pero que no
llegasen al corazón. (Véase el § 27.)
Si bien el hecho se puede explicar hasta cierto punto por una
acción fluídica que hubiese transformado las propiedades del agua,
para otorgarle el sabor del vino, de conformidad con lo que demuestran
numerosos ejemplos ofrecidos por el magnetismo, esa hipótesis
es poco probable, ya que en ese caso el agua habría tenido el sabor del
vino, pero no su color, lo que no dejaría de ser notado. Es más racional
que se vea allí una de esas parábolas tan frecuentes en las enseñanzas
de Jesús, como la del hijo pródigo, la del festín de bodas, la del mal
rico, la de la higuera que se secó, y tantas otras que se presentan, no
obstante, con las características de hechos auténticos. Es probable que,
durante la comida, Jesús haya hecho alguna alusión al vino y al agua,
para extraer de ahí una enseñanza. Justifican esta opinión las palabras
que el mayordomo le dirige al novio: “Todos sirven en primer lugar
el vino bueno, y cuando ya han bebido mucho sirven el de inferior
calidad; pero tú has reservado el vino bueno hasta ahora”.
Entre dos hipótesis, es preciso elegir la más racional; y los
espíritas no son tan crédulos como para ver manifestaciones psí-
quicas en todas partes, ni tan absolutos en sus opiniones como
para que pretendan explicarlo todo mediante los fluidos.
La multiplicación de los panes
48. La multiplicación de los panes es uno de los milagros
que más han intrigado a los comentadores y, al mismo tiempo,
alimentado las burlas de los incrédulos. Sin tomarse el trabajo de
averiguar el sentido alegórico, para estos últimos el hecho no es
más que un relato pueril. No obstante, la mayoría de las personas
serias han visto en la narración de ese suceso, aunque con un aspecto
diferente del ordinario, una parábola en la que se compara el
alimento espiritual del alma con el alimento del cuerpo.
Sin embargo, se puede percibir en ella algo más que una
simple figura, y admitir, desde cierto punto de vista, la realidad
de un hecho material, sin que para eso sea preciso recurrir al prodigio.
Es sabido que una gran preocupación, así como la atención
intensamente captada por algo, hacen olvidar el hambre. Ahora
bien, quienes seguían a Jesús eran personas ávidas de escucharlo;
de modo que no sería sorprendente que, fascinadas por su palabra
y tal vez también por la poderosa acción magnética que Él ejercía
sobre quienes lo rodeaban, no hayan experimentado la necesidad
material de comer.
Jesús, que preveía ese resultado, no tuvo ninguna dificultad
para tranquilizar a sus discípulos diciéndoles, en el lenguaje figurado
que le era habitual, y admitiendo que realmente hubieran llevado
algunos panes, que estos alcanzarían para saciar el hambre de la
multitud. Al mismo tiempo, daba a sus discípulos una lección, al
decirles: “Dadles vosotros mismos de comer”. De ese modo les enseñaba
que también ellos podían alimentar por medio de la palabra.
Así, a la par del sentido alegórico moral, se produjo un efecto
fisiológico natural muy conocido. El prodigio, en este caso, está
en el ascendiente de la palabra de Jesús, suficientemente poderoso
para cautivar la atención de una inmensa multitud, al punto de
hacer que esta se olvidara de comer. Ese poder moral demuestra la
superioridad de Jesús, mucho más que el hecho puramente material
de la multiplicación de los panes, que debe ser considerada una
alegoría. Por otra parte, el propio Jesús confirmó esta explicación
en los dos pasajes que siguen.
La levadura de los fariseos
49. “Ahora bien, al pasar sus discípulos al otro lado del mar,
se olvidaron de llevar pan. Jesús les dijo: ‘Tened el cuidado de precaveros
de la levadura de los fariseos y de los saduceos’. Ellos, no
obstante, pensaban y decían entre sí: ‘Es porque no trajimos pan’.
”Jesús, dándose cuenta, les dijo: ‘Hombres de poca fe, ¿por
qué habláis entre vosotros de que no habéis traído pan? ¿Todavía
no comprendéis, y no recordáis que cinco panes alcanzaron
para cinco mil hombres, y cuántas cestas habéis llevado? ¿Cómo
no comprendéis que no era del pan que yo os hablaba, cuando dije
que os guardaseis de la levadura de los fariseos y los saduceos?’
”Ellos entonces comprendieron que Él no les había dicho
que se preservasen de la levadura que se pone en el pan,
sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos.” (San
Mateo, 16:5 a 12.)
El pan del cielo
50. “Al día siguiente, el pueblo, que había permanecido al
otro lado del mar, notó que allí no había más que una barca, y que
Jesús no había entrado en la que tomaron sus discípulos, sino que estos habían partido solos. Y como habían llegado después otras
barcas desde Tiberíades, cerca del lugar donde el Señor, después de
la acción de gracias, los había alimentado con cinco panes; y como
vieron que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, entraron
en aquellas barcas y fueron hacia Cafarnaúm, en busca de Jesús. Y
habiéndolo encontrado al otro lado del mar, le dijeron: ‘Maestro,
¿cuándo has llegado aquí?’
”Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: vosotros
me buscáis, no por causa de los milagros que visteis, sino porque
yo os di de comer pan y quedasteis saciados. Trabajad para que
tengáis, no el alimento que perece, sino el que dura para la vida
eterna, y que el Hijo del hombre os dará, porque es a este a quien
Dios, el Padre, marcó con su sello y su carácter’.
”Le preguntaron ellos: ‘¿Qué debemos hacer para producir
obras de Dios?’ Jesús les respondió: ‘La obra de Dios es que creáis
en aquel que Él ha enviado’.
”Le preguntaron entonces: ‘¿Qué milagro producirás para
que, al verlo, creamos en ti? ¿Qué harás de extraordinario? Nuestros
padres comieron el maná en el desierto, conforme está escrito:
Les dio de comer el pan del cielo’.
”Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: que
Moisés no os dio el pan del cielo; mi Padre es quien da el verdadero
pan del cielo; porque el pan de Dios es aquel que descendió del
cielo y da vida al mundo’.
”Dijeron ellos entonces: ‘Señor, danos siempre de ese pan’.
”Jesús les respondió: ‘Yo soy el pan de la vida; aquel que viene
a mí no tendrá hambre y aquel que en mí cree no tendrá sed’. Pero ya
os lo he dicho: vosotros me habéis visto y no creéis’.
”En verdad, en verdad os digo: aquel que cree en mí tiene la
vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná
en el desierto y murieron. Aquí está el pan que descendió del cielo, a
fin de que quien coma de él no muera.” (San Juan, 6:22 a 36; 47 a 50.)
51. En el primer pasaje, al recordar Jesús el hecho producido
anteriormente, da a entender con claridad que no se trataba de
panes materiales; de lo contrario, no tendría sentido la comparación
que Él establece con la levadura de los fariseos: “¿Todavía no
comprendéis –dice Él–, y no recordáis que cinco panes alcanzaron
para cinco mil hombres, y que siete panes fueron suficientes para
cuatro mil? ¿Cómo no comprendisteis que no era de pan que yo
os hablaba, cuando os decía que os preservaseis de la levadura de
los fariseos?” En la hipótesis de una multiplicación material, esta
comparación no tendría ninguna razón de ser. El hecho habría
sido muy extraordinario en sí mismo y, como tal, debería haber
impresionado la imaginación de los discípulos que, sin embargo,
parecían ya no acordarse de él.
Es lo que también resalta con la misma claridad del discurso
que Jesús pronunció acerca del pan del cielo, empeñado en hacer
que sus oyentes comprendiesen el verdadero sentido del alimento
espiritual. “Trabajad –dijo Él–, no para conseguir el alimento que
perece, sino por el que se conserva para la vida eterna, el que el
Hijo del hombre os dará”. Ese alimento es su palabra, el pan que
descendió del cielo para dar vida al mundo. “Yo soy –dijo Él– el
pan de vida; aquel que viene a mí no tendrá hambre, y aquel que
cree en mí jamás tendrá sed”.
Con todo, esas distinciones eran demasiado sutiles para
aquellas naturalezas rudas, que sólo comprendían las cosas tangibles.
Para ellos, el maná que había alimentado el cuerpo de
sus antepasados era el verdadero pan del cielo; allí residía el
milagro. Si, por lo tanto, el hecho de la multiplicación de los
panes hubiese ocurrido materialmente, ¿por qué habría impresionado
tan poco a aquellos mismos hombres, en cuyo provecho
se había realizado pocos días antes esa multiplicación, a
tal punto que le preguntaran a Jesús: “Qué milagro harás, para
que al verlo te creamos? ¿Qué harás de extraordinario?” Sucede que ellos entendían por milagros los prodigios que los fariseos
pedían, es decir, señales que apareciesen en el cielo por orden de
Jesús, como por la varita de un mago. Ahora bien, lo que Jesús
hacía era muy simple y no se apartaba de las leyes naturales. Las
curaciones mismas no tenían un carácter anormal ni demasiado
extraordinario. Para ellos los milagros espirituales no representaban
un hecho especial.
La tentación de Jesús
52. Jesús, transportado por el diablo al pináculo del Templo,
y luego a la cima de una montaña, para ser tentado por él, constituye
una de esas parábolas que le eran familiares y que la credulidad
del pueblo transformó en hechos materiales. *
_______________________________________________________
* La explicación que sigue es la reproducción textual de la instrucción que un Espíritu dio a
ese respecto. (N. de Allan Kardec.)
53. “Jesús no fue raptado. Él sólo quiso hacer que los hombres
comprendiesen que la humanidad se encuentra expuesta a cometer
faltas, y que siempre debe mantenerse vigilante contra las
malas inspiraciones a las que, por su naturaleza débil, es inducida a
rendirse. La tentación de Jesús es, pues, una figura, y sería preciso
ser ciego para tomarla al pie de la letra. ¿Cómo podríais admitir
que el Mesías, el Verbo de Dios encarnado, haya estado sometido
por algún tiempo, por más corto que fuese, a las sugestiones del
demonio y que, como dice el Evangelio de Lucas, el demonio lo
hubiera soltado por algún tiempo, lo que llevaría a suponer que el
Cristo continuó sometido al poder de esa entidad? No; comprended
mejor las enseñanzas que se os han dado. El Espíritu del mal
no tenía ningún poder sobre la esencia del bien. Nadie dijo haber
visto a Jesús en la cima de la montaña, ni en el pináculo del Templo.
No cabe duda de que un hecho de esa naturaleza se habría
difundido por todos los pueblos. La tentación, por lo tanto, no constituyó un acto material y físico. En cuanto al acto moral, ¿admitiréis
que el Espíritu de las tinieblas pudiese decirle a Aquel que
conocía su propio origen y su poder: ‘Adórame, que te daré todos
los reinos de la Tierra’? ¿Acaso el demonio no conocía a Aquel a
quien hacía esas proposiciones? No es probable. Ahora bien, si lo
conocía, sus propuestas eran una insensatez, pues él sabía perfectamente
que sería rechazado por Aquel que había venido a destruir
su imperio sobre los hombres.
”Comprended, por lo tanto, el sentido de esa parábola,
pues se trata apenas de una parábola, del mismo modo que en
los casos del Hijo Pródigo y del Buen Samaritano. Aquella muestra
los peligros que acechan al hombre si no opone resistencia a
la voz interna que le clama sin cesar: ‘Puedes ser más de lo que
eres; puedes poseer más de lo que posees; puedes engrandecerte,
conseguir mucho; cede a la voz de la ambición y todos tus deseos
serán satisfechos’. Ella os muestra el peligro y la forma de evitarlo,
diciendo a las malas inspiraciones: ¡Retírate, Satanás! o en otras
palabras: ¡Vete, tentación!
”Las otras dos parábolas que he mencionado os muestran lo
que aún puede esperar aquel que, demasiado débil para ahuyentar
al demonio, sucumbió a sus tentaciones. Os muestran la misericordia
del padre de familia, que apoya su mano sobre la frente del
hijo arrepentido y le concede, con amor, el perdón que este implora.
Os muestran que el culpable, el cismático, el hombre rechazado
por sus hermanos, vale más a los ojos del Juez Supremo que aquellos
que lo desprecian, porque Él practica las virtudes prescriptas
por la ley del amor.
”Examinad correctamente las enseñanzas que encierran los
Evangelios; sabed distinguir lo que allí consta en sentido textual o
en sentido figurado, y los errores que os han cegado durante tantos
siglos habrán de extinguirse de a poco, y cederán lugar a la refulgente
luz de la verdad”. Juan Evangelista (Burdeos, 1862.)
Prodigios en ocasión de la muerte de Jesús
54. “Ahora bien, desde la hora sexta del día hasta la hora
novena, toda la Tierra se cubrió de tinieblas.
”Al mismo tiempo, el velo del Templo se rasgó en dos, desde
lo alto hacia abajo; la tierra tembló; las piedras se partieron; los sepulcros
se abrieron y muchos cuerpos de santos, que estaban en el
sueño de la muerte, resucitaron; y, saliendo de sus tumbas después
de la resurrección de Él, entraron en la ciudad santa y fueron vistos
por muchas personas.” (San Mateo, 27:45, 51 a 53.)
55. Es extraño que esos prodigios, que se produjeron en el
momento mismo en que la atención de la ciudad se concentraba
en el suplicio de Jesús, que constituía el acontecimiento del día,
no hayan sido notados, ya que ningún historiador los menciona.
Parece imposible que un temblor de tierra, y el hecho de que
toda la Tierra quedara envuelta en tinieblas durante tres horas,
en un país donde el cielo es siempre de perfecta limpidez, hayan
pasado desapercibidos.
La duración de esa oscuridad habría sido aproximadamente
la de un eclipse de sol, pero los eclipses de esa especie sólo se
producen cuando hay luna nueva, y la muerte de Jesús ocurrió
durante la fase de luna llena, el 14 del mes de nissan, día de la
Pascua de los judíos.
El oscurecimiento del Sol también pudo deberse a las manchas
que se observan en su superficie. En ese caso, el brillo de la luz
disminuye considerablemente, pero nunca al punto de producir
oscuridad y tinieblas. En la suposición de que un fenómeno de
ese género hubiese ocurrido en esa época, habría tenido una causa
perfectamente natural. *
En cuanto a los muertos que resucitaron, posiblemente algunas
personas hayan tenido visiones o vieran apariciones, lo que no es
excepcional. Sin embargo, como entonces no se conocía la causa de
ese fenómeno, supusieron que las figuras vistas salían de los sepulcros.
Conmovidos con la muerte de su Maestro, los discípulos
de Jesús sin duda relacionaron con esa muerte ciertos hechos particulares,
a los cuales no se les habría prestado ninguna atención
en otras circunstancias. Bastó, tal vez, que un fragmento de roca
se hubiera desprendido en ese momento para que las personas inclinadas
a lo maravilloso hayan visto en ese hecho un prodigio y,
exagerándolo, hayan dicho que las rocas se partían.
Jesús es grande por sus obras, y no por las escenas fantásticas
en las cuales un entusiasmo desmesurado creyó conveniente incluirlo.
________________________________________________________
* Hay constantemente, en la superficie del sol, manchas fijas que acompañan su movimiento
de rotación y han servido para que se determine la duración de ese movimiento. A
veces, sin embargo, esas manchas aumentan en cantidad, en tamaño y en intensidad, y
entonces se produce una disminución de la luz y del calor solares. Este aumento del número de manchas parece coincidir con ciertos fenómenos astronómicos y con la posición
relativa de algunos planetas, lo que determina su reaparición periódica. La duración de
dicho oscurecimiento es muy variable; en ocasiones no va más allá de dos o tres horas,
pero en el año 535 hubo uno que duró catorce meses. (N. de Allan Kardec.)
Aparición de Jesús después de su muerte
56. “Pero María (Magdalena) permaneció afuera, cerca
del sepulcro, derramando lágrimas. Y mientras lloraba se inclinó
para mirar dentro del sepulcro, y vio dos ángeles vestidos de
blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en
la cabecera, el otro a los pies. Le dijeron ellos: ‘Mujer, ¿por qué
lloras?’ Ella respondió: ‘Porque se han llevado a mi Señor y no sé
dónde lo han puesto’.
”Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que
era Jesús. Este entonces le dijo: ‘Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién
buscas?’ Ella, suponiendo que era el jardinero, le dijo: ‘Señor, si has
sido tú quien lo sacó, decidme dónde lo pusiste, y yo me lo llevaré’.
”Le dijo Jesús: ‘María’. De inmediato ella se volvió y le dijo:
Rabbuni –es decir, Maestro–. Jesús le respondió: ‘No me toques, porque aún no he subido hacia mi Padre; pero ve a reunirte con
mis hermanos y diles de mi parte: Subo a mi Padre y vuestro Padre,
a mi Dios y vuestro Dios’.
”María Magdalena fue entonces a decirles a los discípulos
que había visto al Señor y que este le había dicho aquellas cosas.
(San Juan, 20:11 a 18.)
57. “Aquel mismo día, iban dos de ellos hacia una aldea llamada
Emaús, que distaba de Jerusalén sesenta estadios, y hablaban
entre sí de todo lo que había ocurrido. Y sucedió que, mientras
conversaban y discutían acerca de eso, Jesús se les acercó y se puso
a caminar con ellos; pero sus ojos estaban retenidos, a fin de que no
pudiesen reconocerlo. Él les dijo: ‘¿De qué vinisteis hablando mientras
caminabais y por qué estáis tan tristes?’
”Uno de ellos, llamado Cleofás, tomando la palabra dijo:
‘¿Serás en Jerusalén el único forastero que no sabe lo que ha ocurrido
allí en los últimos días?’ Él les preguntó: ‘¿Qué pasó?’. Le respondieron:
‘Lo de Jesús de Nazaret, que fue un poderoso profeta
delante de Dios y delante de todo el pueblo, y cómo los príncipes
de los sacerdotes y nuestros senadores lo entregaron para que fuera
condenado a muerte y lo crucificaran. Nosotros esperábamos
que fuese Él el que rescatara a Israel, pero ya estamos en el tercer
día después de que esas cosas sucedieron. Es cierto que algunas
mujeres de las que estaban con nosotros nos sorprendieron, pues
habiendo ido al sepulcro antes de que despuntara el día, vinieron
a decirnos que se les aparecieron ángeles que les dijeron que Él
estaba vivo. Y algunos de los nuestros fueron también al sepulcro,
y encontraron las cosas tal como las mujeres habían dicho; pero a
Él no lo encontraron’.
”Entonces les dijo Jesús: ‘¡Oh! ¡Insensatos y tardos de corazón
para creer en todo lo que los profetas han dicho! ¿Acaso
no era necesario que el Cristo padeciera todas esas cosas y que
entrara de esa manera en su gloria?’ Y comenzando desde Moisés, pasando luego por todos los profetas, les explicaba lo que en las
Escrituras se había dicho de Él.
”Al aproximarse al pueblo a donde se dirigían, Él hizo ademán
de que iba más lejos. Pero los dos lo obligaron a detenerse, diciéndole:
‘Quédate con nosotros, que ya es tarde y el día está declinando’;
Él entró con ellos, y estando con los dos a la mesa tomó el pan, lo
bendijo, lo partió y se los iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y
ambos lo reconocieron; Él entonces desapareció de sus vistas.
”Entonces se dijeron uno a otro: ‘¿No es verdad que nuestro
corazón ardía dentro de nosotros cuando Él nos hablaba en el
camino, explicándonos las Escrituras?’ Y, poniéndose de pie en ese
mismo instante, volvieron a Jerusalén y vieron que los once apóstoles
y los que continuaban con ellos estaban reunidos y decían:
‘¡El Señor en verdad resucitó y se ha aparecido a Simón!’ Entonces,
también ellos narraron lo que les había sucedido en el camino, y
cómo lo habían reconocido al partir el pan.
”Mientras así conversaban, Jesús se presentó en medio de ellos,
y les dijo: ‘La paz sea con vosotros; soy yo, no os asustéis’. Pero
ellos, con la perturbación y el miedo de que fueron tomados, imaginaron
ver un Espíritu.
”Y Jesús les dijo: ‘¿Por qué os turbáis? ¿Por qué se elevan tantos
pensamientos en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis
pies, y reconoced que soy yo mismo. Tocadme y considerad que
un Espíritu no tiene carne, ni huesos, como veis que yo tengo’. Y,
diciendo eso, les mostró las manos y los pies.
”Pero como ellos todavía no creían, tan transportados de
júbilo y de sorpresa se encontraban, les dijo: ‘¿Tenéis aquí algo
de comer?’ Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado y un panal
de miel. Él comió delante de ellos, y tomando los restos, les dio
diciendo: ‘Esto es aquello que os dije mientras estaba todavía con
vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que de mí está escrito en
la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos’.
”Al mismo tiempo les abrió el espíritu a fin de que comprendiesen
las Escrituras, y les dijo: ‘Así está escrito, y así fue necesario que el
Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día; y que se
predicase en su nombre la contrición y la remisión de los pecados en
todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos
de esas cosas. Y voy a enviaros el don de mi Padre, como os he prometido;
pero, mientras tanto, permaneced en la ciudad hasta que yo
os haya investido del poder desde lo Alto’.” (San Lucas, 24:13 a 49.)
58. “Tomás, uno de los doce apóstoles, llamado Dídimo,
no se encontraba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos
entonces le dijeron: ‘Vimos al Señor’. Él, con todo, les dijo: ‘Si yo
no veo en sus manos las marcas de los clavos que las atravesaron, y
no pongo el dedo en el agujero hecho por los clavos y mi mano en
la herida de su costado, no creeré’.
”Ocho días después, estaban de nuevo los discípulos en el
mismo lugar, y con ellos Tomás. Jesús se presentó, hallándose las
puertas cerradas, y colocándose en medio de ellos les dijo: ‘La paz
sea con vosotros’.
”Dijo luego a Tomás: ‘Pon aquí tu dedo y observa mis manos;
extiende también tu mano y métela en mi costado, y no seas
incrédulo sino fiel’. Tomás le respondió: ‘¡Señor mío y Dios mío!’
Jesús le dijo: ‘Tú creíste porque has visto; dichosos los que sin haber
visto creyeron’.” (San Juan, 20:24 a 29.)
59. “Jesús también se mostró después a sus discípulos en la
orilla del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta forma:
”Simón Pedro, Tomás, llamado Dídimo, Nataniel, el de
Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos
estaban juntos. Les dijo Simón Pedro: ‘Voy a pescar’. Los demás
dijeron: ‘Nosotros también vamos contigo’. Fueron y entraron en
la barca; pero aquella noche no pescaron nada.
”Al amanecer, Jesús apareció en la orilla sin que sus discípulos
supieran que era Él. Les dijo entonces: ‘Hijos, ¿tenéis algo para comer?’ Le respondieron: ‘No’. Les dijo Él: ‘Lanzad la red del lado
derecho de la barca y hallaréis’. Ellos la lanzaron de inmediato y
casi no la pudieron retirar, tan cargada estaba de peces.
”Entonces, el discípulo a quien Jesús amaba le dijo a Pedro:
‘Es el Señor’. Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se vistió
–pues estaba desnudo– y se lanzó al mar. Los otros discípulos
vinieron con la barca, y como no estaban más que a doscientos
codos de distancia, arrastraron desde ahí la red llena de peces.
(San Juan, 21:1 a 8.)
60. “Después de eso, Él los condujo hasta Betania, y alzando
las manos, los bendijo; y mientras los bendecía, se separó de ellos y
fue llevado al cielo.
”En cuanto a ellos, después de que lo adoraron, regresaron a
Jerusalén con gran júbilo. Y estaban constantemente en el Templo,
cantando loas y bendiciendo a Dios. Amén.” (San Lucas, 24:50 a 53.)
61. Todos los evangelistas narran las apariciones de Jesús
después de su muerte, con detalles circunstanciados que no permiten
que se dude de su veracidad. Por otra parte, estas se explican
perfectamente mediante las leyes fluídicas y las propiedades
del periespíritu, y no presentan nada anómalo en relación con los
fenómenos del mismo tipo, de los cuales la Historia –antigua y
moderna– ofrece numerosos ejemplos, sin omitir siquiera los de
tangibilidad. Si observamos las circunstancias en que ocurrieron
sus diversas apariciones, en ellas reconoceremos, en tales ocasiones,
todas las características de un ser fluídico. Jesús aparece repentinamente
y del mismo modo desaparece; unos lo ven, y otros no; lo
hace con apariencias que ni aun sus discípulos reconocen; se deja
ver en ambientes cerrados, donde un cuerpo carnal no hubiera
podido entrar; ni siquiera su lenguaje tiene la vivacidad del de un
ser corporal; al hablar, su modo es conciso y sentencioso, característico
de los Espíritus que se manifiestan de esa manera; todas sus
actitudes, en suma, denotan algo indefinido que no es del mundo terrenal. Su presencia causa simultáneamente sorpresa y temor; al
verlo, sus discípulos no le hablan con la misma libertad de antes;
perciben que ya no es un hombre.
Jesús, por lo tanto, se mostró con su cuerpo periespiritual,
lo que explica que sólo haya sido visto por los que Él quiso que lo
vieran. Si hubiera estado con su cuerpo carnal, todos lo habrían
visto, como cuando estaba vivo. Dado que sus discípulos ignoraban
la causa primera del fenómeno de las apariciones, no advertían
esas particularidades, que probablemente no les merecían
ninguna atención. Puesto que veían al Maestro y lo tocaban, para
ellos aquel era el cuerpo resucitado de Jesús. (Véase el Capítulo
XIV, §§ 14; 35 a 38.)
62. En tanto que la incredulidad rechaza todos los hechos
que Jesús produjo, porque tienen apariencia de sobrenaturales, y
los considera sin excepción elementos de una leyenda, el espiritismo
proporciona una explicación natural a la mayoría de esos
hechos. Demuestra que son posibles, no sólo con base en la teoría
de las leyes fluídicas, sino por la identidad que presentan con hechos
análogos producidos por una gran cantidad de personas, en
las condiciones más comunes. Puesto que en cierto modo son de
dominio público, en principio esos hechos no prueban nada en lo
que respecta a la naturaleza excepcional de Jesús. *
_______________________________________________________________
* Los numerosos hechos contemporáneos de curaciones, apariciones, posesiones, doble
vista y otros, que se encuentran relatados en la Revista Espírita, y mencionados en las observaciones
hechas más arriba, ofrecen, incluso en cuanto a los pormenores, tan flagrante
analogía con los que narra el Evangelio, que resulta evidente la identidad de los efectos y
las causas. No se comprende que el mismo hecho tenga hoy una causa natural, y que en el
pasado esa causa haya sido sobrenatural: diabólica para unos y divina para otros. Si fuese
posible confrontarlos aquí, unos con otros, la comparación se tornaría más fácil. Con todo,
es imposible hacerlo dada la gran cantidad de ellos y de los desarrollos que su exposición
demandaría. (N. de Allan Kardec.)
63. El más grande de los milagros que Jesús operó, el que
realmente da testimonio de su superioridad, ha sido la revolución
que sus enseñanzas produjeron en el mundo. a pesar de la exigüidad
de sus medios de acción.
En efecto, Jesús, modesto, pobre, nacido en la condición
más humilde, en el seno de un pueblo insignificante, casi desconocido
y sin ascendiente político, artístico ni literario, predica su
doctrina apenas durante tres años. En ese corto lapso recibe el desprecio
y la persecución de sus conciudadanos; es calumniado, acusado
de impostor, y se ve obligado a huir para que no lo lapiden;
sufre la traición de parte de uno de sus apóstoles, otro lo niega, y
todos lo abandonan en el momento en que cae en manos de sus
enemigos. Sólo hacía el bien, pero eso no impedía que fuera blanco
de la malevolencia, que de los propios servicios que Él prestaba
extraía motivos para acusarlo. Condenado al suplicio reservado a
los criminales, muere ignorado por el mundo, ya que la historia de
aquella época nada dice acerca de Él. * No dejó nada escrito; sin
embargo, con la ayuda de algunos hombres tan modestos como
Él, su palabra fue suficiente para regenerar al mundo. Su doctrina
aniquiló al paganismo omnipotente, y se convirtió en el faro de
la civilización. Tenía en su contra todo lo que causa el fracaso de
las obras de los hombres, razón por la cual decimos que el triunfo
que alcanzó su doctrina fue el más importante de sus milagros,
al mismo tiempo que demostró el carácter divino de su misión.
Si en vez de los principios sociales y regeneradores, basados en el
porvenir espiritual del hombre, Él sólo hubiera tenido para ofrecer
a la posteridad algunos hechos maravillosos, probablemente en la
actualidad su nombre sería muy poco conocido.
_______________________________________________________
* El historiador judío Flavio Josefo es el único que hace mención a Jesús, aunque lo haga en
términos muy resumidos. (N. de Allan Kardec.)
Desaparición del cuerpo de Jesús
64. La desaparición del cuerpo de Jesús después de su muerte
ha sido objeto de muchos comentarios. Los cuatro evangelistas
dan testimonio del hecho, basados en los testimonios de las mujeres que fueron hasta el sepulcro, al tercer día posterior a la
crucifixión, y no lo encontraron. Hubo quienes consideraron que
esa desaparición era un hecho milagroso, en tanto que otros la
atribuyeron a una sustracción clandestina.
De acuerdo con otra opinión, Jesús nunca habría tenido un
cuerpo carnal, sino simplemente un cuerpo fluídico; sólo habría
sido, durante toda su vida, una aparición tangible, en una palabra,
una especie de agénere. Su nacimiento, su muerte y todos los actos
materiales de su vida habrían sido apenas una apariencia. A eso se
debe –dicen– que su cuerpo, de regreso al estado fluídico, haya
desaparecido del sepulcro, y que con ese mismo cuerpo Él se apareciera
después de su muerte.
No cabe duda de que un hecho así no es radicalmente imposible,
de acuerdo con lo que hoy se sabe sobre las propiedades de
los fluidos; pero sería al menos un hecho por completo excepcional
y en formal oposición a la característica de los agéneres. (Véase el
Capítulo XIV, § 36.) Se trata, pues, de saber si esa hipótesis es admisible,
si está confirmada o refutada por los hechos.
65. La permanencia de Jesús en la Tierra presenta dos períodos:
el que precedió y el que siguió a su muerte. En el primero, desde
el momento de la concepción hasta el nacimiento, todo transcurre
en el seno materno como en las condiciones ordinarias de la vida. * Desde el nacimiento hasta la muerte, en sus actos, en su lenguaje y en
las diversas circunstancias de su vida, todo presenta las características
inequívocas de la corporeidad. Los fenómenos de orden psíquico que
se producen en él son accidentales y nada tienen de anómalos, ya que
se explican mediante las propiedades del periespíritu y se encuentran,
en diferentes grados, en otros individuos. Después de su muerte, por
el contrario, todo en Él pone de manifiesto al ser fluídico. La diferencia
entre ambos estados es tan marcada que no se pueden equiparar.
El cuerpo carnal presenta las propiedades inherentes a la
materia propiamente dicha, propiedades que difieren esencialmente
de las de los fluidos etéreos. En el cuerpo material, la desorganización
se produce por la ruptura de la cohesión molecular.
Al introducir en él un instrumento cortante, los tejidos se separan,
y si son alcanzados los órganos esenciales para la vida, cesa
su funcionamiento y sobreviene la muerte, es decir, la muerte
del cuerpo. En cambio, como en los cuerpos fluídicos no existe
esa cohesión, la vida de estos no depende del funcionamiento
de órganos especiales, de modo que no se pueden producir des-
órdenes análogos a los de aquellos. Un instrumento cortante u
otro cualquiera podrá penetrar en un cuerpo fluídico como si lo
hiciera en una masa de vapor, y no le ocasionará ninguna lesión.
Es por eso que los cuerpos de esa naturaleza no pueden morir,
como tampoco pueden ser muertos los seres fluídicos designados
con el nombre de agéneres.
Después del suplicio de Jesús, su cuerpo permaneció allí,
inerte y sin vida. Se lo sepultó como se hace comúnmente con los
cuerpos, y todos pudieron verlo y tocarlo.
Después de su resurrección,
cuando Jesús quiso dejar la Tierra, no murió nuevamente:
su cuerpo se elevó, se desvaneció y desapareció sin dejar ningún
rastro, prueba evidente de que ese cuerpo era de naturaleza distinta
de la del que pereció en la cruz. Así pues, de ahí debemos concluir
que, si fue posible que Jesús muriese, eso sucedió porque Él tenía
un cuerpo carnal.
Debido a sus propiedades materiales, el cuerpo carnal es la
sede de las sensaciones y de los dolores físicos que repercuten en
el centro sensitivo o Espíritu. El cuerpo no sufre, sino el Espíritu,
que recibe la reacción de las lesiones o alteraciones de los tejidos
orgánicos. En un cuerpo privado de Espíritu la sensación es absolutamente
nula. Por la misma razón, el Espíritu, que no tiene cuerpo
material, no puede experimentar los padecimientos que son el resultado de la alteración de la materia, razón por la cual también
debemos concluir que si Jesús sufrió materialmente, lo que nadie
puede poner en duda, es porque tenía un cuerpo material de una
naturaleza semejante a la de todas las personas.
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* No nos referimos aquí al misterio de la encarnación, del cual no hemos de ocuparnos
porque será examinado más adelante. (N. de Allan Kardec.)
66. A los hechos materiales vienen a agregarse poderosas
consideraciones morales.
Si las condiciones de Jesús durante su vida hubieran sido las
de los seres fluídicos, Él no habría experimentado ni el dolor ni
ninguna de las necesidades del cuerpo. Suponer que haya sido así
sería quitarle el mérito de la vida de privaciones y padecimientos
que había elegido como ejemplo de resignación. Si todo en Él no
hubiera sido más que aparente, todos los actos de su vida, la reiterada
predicción de su muerte, la escena dolorosa en el Jardín de los
Olivos, su plegaria a Dios para que le apartara el cáliz de los labios,
su pasión, su agonía, todo, hasta su último clamor en el momento
de entregar el Espíritu, no habría sido más que un vano simulacro
para engañar a los hombres acerca de su naturaleza y hacerles
creer en el sacrificio ilusorio de su vida, en una farsa indigna de
un hombre simple y honesto, y aún más indigna de un ser de esa
superioridad. En una palabra, Jesús habría abusado de la buena fe
de sus contemporáneos y de la posteridad. Esas son las consecuencias
lógicas de ese sistema, consecuencias inadmisibles, porque lo
rebajarían moralmente en vez de elevarlo.
Por consiguiente, como todo hombre, Jesús tuvo un cuerpo
carnal y un cuerpo fluídico, lo cual es demostrado por los fenómenos
materiales y los fenómenos psíquicos que jalonaron su vida.
67. Esa idea sobre la naturaleza del cuerpo de Jesús no es
nueva. En el siglo IV, Apolinario de Laodicea, jefe de la secta de los
apolinaristas, pretendía que Jesús no había tenido un cuerpo como
el nuestro, sino un cuerpo impasible, que había descendido desde
el cielo al seno de la santa Virgen, pero que no había nacido de
ella. De ese modo, Jesús había nacido, sufrido y muerto apenas en apariencia. Los apolinaristas fueron anatematizados en el concilio
de Alejandría, en el año 360; en el de Roma, en el año 374; y en el
de Constantinopla, en el año 381.
Los docetas (del griego dokein: aparecer), secta numerosa de
los gnósticos, que subsistió durante los tres primeros siglos, sostenían
la misma creencia.