Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Auto de fe de las obras espíritas en Barcelona

Nada informamos a nuestros lectores sobre este hecho que ya no sepan a través de la prensa. Lo que es asombroso es que periódicos, a los que se considera generalmente bien informados, lo hayan puesto en duda. Esta duda no nos sorprende: el hecho en sí parece tan extraño en el tiempo en que vivimos, se encuentra tan lejos de nuestras costumbres que, por más ceguera que se le reconozca al fanatismo, uno cree que está soñando al oírse decir que las hogueras de la inquisición aún se encienden en 1861, a las puertas de Francia. En esta circunstancia, la duda es un homenaje prestado a la civilización europea y al propio clero católico. Hoy, en presencia de una realidad indiscutible, lo que debe causar más asombro es que un periódico serio, que diariamente golpea con la mayor violencia contra los abusos y usurpaciones del poder sacerdotal, sólo haya encontrado algunas palabras burlonas para denunciar ese hecho, al añadir: «En todo caso, no seremos nosotros que nos divertiríamos en este momento haciendo girar las mesas en España.» (Le Siècle del 14 de octubre de 1861.) ¿Entonces Le Siècle todavía ve el Espiritismo en las mesas giratorias? ¿También este diario está tan cegado por el escepticismo como para ignorar que toda una doctrina filosófica, eminentemente progresiva, ha salido de esas mesas de las que tanto han escarnecido? ¿No sabe aún que esta idea fermenta por todas partes? ¿Que en todos los lugares, en las grandes ciudades como en las pequeñas localidades, desde lo alto hasta lo bajo de la escala social, en Francia y en el extranjero, esta idea se expande con una inaudita rapidez? ¿Que por todas partes agita a las masas, que proclaman en ella la aurora de una renovación social? El golpe con el cual imaginan herirla, ¿no es un indicio de su importancia? Porque nadie se lanza impetuosamente así contra una infantilidad sin consecuencias, y Don Quijote no regresó a España para luchar contra los molinos de viento.

Lo que no es menos exorbitante, y contra lo cual es de admirar que no se haya visto una protesta enérgica, es la extraña pretensión que se arroga el obispo de Barcelona de ejercer la vigilancia en Francia. Al pedido que se hizo para reexportar las obras, él respondió con una negativa, alegando lo siguiente: La Iglesia Católica es universal y, siendo esos libros contrarios a la fe católica, el Gobierno no puede permitir que los mismos perviertan la moral y la religión de otros países. Entonces, ¡he ahí un obispo extranjero que se erige en juez de lo que le conviene o no a Francia! Así, la sentencia fue mantenida y ejecutada, ni siquiera sin dejar exento al destinatario de los gastos de Aduana, cuyo pago le fue exigido.

He aquí el informe que nos ha sido dirigido personalmente:

«Hoy, 9 de octubre de 1861, a las diez y media de la mañana, en la explanada de la ciudad de Barcelona, lugar donde son ejecutados los criminales condenados al último suplicio, y por orden del obispo de esta ciudad, han sido quemados 300 volúmenes y opúsculos sobre el Espiritismo, a saber:

«La Revista Espírita, director Allan Kardec;
«La Revista Espiritualista, director Piérart;
«El Libro de los Espíritus, de Allan Kardec;
«El Libro de los Médiums, por el mismo;
«Qué es el Espiritismo, por el mismo;
«Fragmento de una Sonata, dictado por el Espíritu Mozart;
«Carta de un católico sobre el Espiritismo, por el Dr. Grand;
«Historia de Juana de Arco, dictada por ella misma a la Srta. Ermance Dufaux;
«La realidad de los Espíritus, demostrada por la escritura directa, del barón de Guldenstubbé.

«Han asistido al auto de fe:

«Un sacerdote vestido con los hábitos eclesiásticos, llevando la cruz en una mano y una antorcha en la otra;
«Un notario, encargado de labrar el acta del auto de fe;
«El primer oficial del notario;
«Un funcionario superior de la administración de Aduanas;
«Tres empleados (mozos) de la Aduana, encargados de avivar el fuego;
«Un agente de la Aduana, que representaba al propietario de las obras condenadas por el obispo.
«Una gran multitud, que atravesaba los pasajes y que llenaba la inmensa explanada donde se había levantado la hoguera.

«Cuando el fuego hubo consumido los trescientos volúmenes u opúsculos espíritas, el sacerdote y sus ayudantes se retiraron, cubiertos de abucheos y maldiciones de numerosos asistentes que gritaban: ¡Abajo la Inquisición!

«Enseguida, varias personas se acercaron a la hoguera y recogieron sus cenizas.»

Una parte de estas cenizas nos ha sido enviada, donde se encuentra un fragmento de El Libro de los Espíritus consumido por la mitad. Nosotros lo conservamos preciosamente como un auténtico testimonio de ese acto insensato.

Haciendo abstracción de toda opinión, este caso plantea una grave cuestión de derecho internacional. Reconocemos al gobierno español el derecho de impedir la entrada en su territorio de obras que no le convengan, como la de todas las mercancías prohibidas. Si esas obras hubieran sido introducidas clandestinamente y con fraude, no habría nada que decir; pero las mismas fueron expedidas ostensiblemente y presentadas ante la aduana: había, por lo tanto, un permiso legalmente solicitado. La aduana cree que debe remitirse a la autoridad episcopal que, sin ningún trámite procesal, condena las obras a ser quemadas por la mano del verdugo. Entonces, el destinatario solicita que sean reexportadas a su lugar de procedencia, pero la demanda es denegada, conforme informado anteriormente. Preguntamos si la destrucción de esta propiedad en tales circunstancias no sería un acto arbitrario y contra el derecho común.

Si examinamos este caso desde el punto de vista de sus consecuencias, diremos inicialmente que todos son unánimes en decir que nada podría haber sido mejor para el Espiritismo. La persecución siempre ha sido provechosa para la idea que se quiere proscribir; de ese modo, se exalta su importancia, se llama la atención y se hace conocer la idea a aquellos que la ignoraban. Gracias al celo imprudente, todos en España van a escuchar hablar de Espiritismo y querrán saber de qué se trata: es todo lo que deseamos. Se pueden quemar libros, pero no se queman ideas: las llamas de las hogueras las sobreexcitan en vez de sofocarlas. Además, las ideas están en el aire, y no hay Pirineos lo suficientemente altos como para detenerlas; y cuando una idea es grande y generosa, ella encuentra millares de corazones dispuestos a cultivarla. Hagan lo que hagan, el Espiritismo ya tiene numerosas y profundas raíces en España; las cenizas de esa hoguera van hacerlas fructificar. Pero no es solamente en España que ese resultado ha de ser logrado: es el mundo entero que ha de sentir sus consecuencias. Varios diarios de España han estigmatizado este acto retrógrado como se lo merece. Entre otros, Las Novedades de Madrid, del 19 de octubre, contiene al respecto un artículo notable; lo reproduciremos en nuestro próximo número.

¡Espíritas de todos los países! No olvidéis la fecha del 9 de octubre de 1861: ella quedará marcada en los anales del Espiritismo; que sea para vosotros un día de fiesta y no de luto, ¡porque es la garantía de vuestro próximo triunfo!

Entre las numerosas comunicaciones que los Espíritus han dictado sobre este acontecimiento, citaremos las dos siguientes que han sido dadas espontáneamente en la Sociedad de París; las mismas resumen las causas y todas sus consecuencias.