Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Ofrecido al Sr. Allan Kardec por varios Grupos Espíritas lioneses, el 19 de septiembre de 1861

Nuevamente un banquete ha reunido a un cierto número de espíritas en Lyon, este año, con la diferencia de que el año pasado había unos treinta invitados, mientras que ahora llegaron a ciento y sesenta, representando a los varios Grupos que se consideran como miembros de una misma familia, y entre los cuales no existe la menor sombra de celos ni de rivalidad, lo que –de paso– hacemos notar con mucha alegría. La mayoría de los presentes estaba compuesta por obreros, y todos notaban el perfecto orden que no dejó de reinar un solo instante: es que los verdaderos espíritas ponen su satisfacción en las alegrías del corazón y no en los placeres bruscos. Varias alocuciones fueron pronunciadas; vamos a transcribirlas aquí, porque resumen la situación y caracterizan una de las fases de la marcha del Espiritismo. Además de esto, dan a conocer el verdadero espíritu de esa población, encarada en otros tiempos con una especie de recelo, porque se la hubo juzgado mal y también, quizá, dirigido mal moralmente. Una de las principales alocuciones infelizmente no será publicada, lo que lamentamos con sinceridad: es la del Sr. Renaud, notable por sus apreciaciones y en la cual encontramos bastantes elogios dirigidos a nuestra persona. La copia de esta alocución, de una cierta extensión, no nos ha sido entregada antes de nuestra partida, lo que nos priva de insertarla; pero no por esto somos menos agradecido al autor, por los testimonios de simpatía que ha tenido a bien darnos.

Se ha observado que, por una coincidencia no premeditada –ya que estuvo subordinado a nuestra llegada–, el banquete de este año tuvo lugar el 19 de septiembre, la misma fecha que el del año pasado.

Alocución del Sr. Dijoud, jefe de taller, presidente del Grupo Espírita de Brotteaux, en agradecimiento a la asistencia de los Espíritus buenos

Mis buenos amigos:

En nombre de todos vengo a agradecer a los Espíritus buenos por habernos reunido e iniciado, a través de sus manifestaciones, en las leyes divinas, a las cuales todos estamos sometidos; esta es una inmensa satisfacción para nosotros, pues los suaves consuelos que ellos nos dan nos hacen soportar con paciencia y resignación las pruebas y los sufrimientos de esta vida pasajera, porque ahora no ignoramos más el objetivo de nuestras encarnaciones de rudo labor, ni la recompensa que espera a nuestro Espíritu si las soportamos con coraje y sumisión.

También hemos aprendido con ellos que si escuchamos sus consejos y si ponemos en práctica su moral sublime, seremos nosotros mismos que prepararemos el reino de felicidad que Dios nos ha prometido a través de su Hijo; entonces el egoísmo, la calumnia y la malicia desaparecerán de nuestro medio, porque todos somos hermanos y debemos amarnos, ayudarnos y perdonarnos como hermanos.

Por lo tanto, es al llamado invisible de los Espíritus superiores que nosotros respondemos, viniendo aquí a testimoniarles nuestro reconocimiento con la unanimidad de nuestros corazones. Roguémosles que consientan en conservarnos bajo su protección y su amor, y para que continúen sus instrucciones tan dulces, tan consoladoras, tan vivificantes, que nos han hecho tan bien desde que tenemos la felicidad de recibir sus comunicaciones.

¡Oh, amigos míos! ¡Cómo es bello el día en que Dios nos invitó! Tomemos todos la resolución de ser buenos y sinceros espíritas, y de jamás olvidar esta Doctrina que hará feliz a la humanidad entera al conducir a los hombres hacia el bien. ¡Gracias a los Espíritus buenos que nos asisten y nos esclarecen, y gracias a Dios por habérnoslos enviado!

Alocución de agradecimiento del Sr. Courtet, comerciante

Señores:

Como miembro del Grupo Espírita de Brotteaux, y en su nombre, tengo el honor de expresar mi gratitud al Sr. Dijoud y a la Sra. de Dijoud.

Señora, cumplo un deber muy agradable al servir de intérprete a toda nuestra Sociedad, ¡que os agradece por todo lo que habéis hecho en nuestro favor! ¡Cuántos consuelos hicisteis brotar entre nosotros! ¡Cuántas lágrimas de ternura y de alegría nos habéis hecho derramar! Vuestro corazón, tan bueno y tan modesto, no se enorgulleció con vuestros éxitos, sino que hizo aumentar vuestra caridad.

Bien sabemos, señora, que no sois más que la intérprete de los Espíritus superiores que se os vinculan, mas también ¡con qué devoción cumplís esta tarea! Por vuestro intermedio nos iniciamos en esas altas cuestiones de moral y de filosofía, cuya solución debe traer el reino de Dios y, por consecuencia, la felicidad de los hombres en la Tierra.

También os agradecemos, señora, por la asistencia que dais a nuestros enfermos; vuestra fe y vuestra dedicación son recompensados con la satisfacción que sentís en hacer el bien y en aliviar el sufrimiento. Os solicitamos que continuéis ofreciendo vuestros buenos oficios; tened la certeza de toda nuestra gratitud y de nuestro reconocimiento eterno.

Sr. Dijoud, os agradecemos por la inteligencia, por la firmeza y por la complacencia que aportáis en nuestras reuniones. Contamos con vos para continuar esta gran obra con la ayuda de los Espíritus buenos.

Alocución de agradecimiento del Sr. Bouillant, profesor

Tengo el honor de expresar mi gratitud y mi reconocimiento al Sr. Allan Kardec, en nombre de sus adeptos y de sus apóstoles aquí presentes.

¡Ah! ¡Cuán felices somos nosotros, los voluntarios de la gran obra, de la obra fecunda y regeneradora, por ver en nuestro medio a nuestro valiente y muy amado jefe!

Si sentimos esa felicidad –es necesario reconocerlo– es que el favor especial que nos es concedido hoy, es uno de aquellos que no se olvida, que jamás será olvidado. ¡Ah! ¿Cuál es el soldado que, por ejemplo, no se recordaría con el más vivo ardor que su general ha tenido a bien unirse a él para compartir el mismo pan, en la misma mesa?

¡Pues bien, querido maestro! Nosotros también somos vuestros soldados, vuestros voluntarios y, por más alto que hayáis plantado vuestro estandarte, no cabe a nosotros defenderlo –porque el mismo no necesita de esto–, pero sí precisa que lo hagamos triunfar a través de una sabia y fervorosa propagación. ¡Es verdad que esta causa es tan bella, tan justa y tan consoladora! ¡Vos nos habéis probado esto tan bien en vuestras obras, tan llenas de erudición, de saber y de elocuencia! ¡Oh! Todos nosotros lo reconocemos: ¡allí se encuentran páginas del hombre inspirado por un Espíritu puro, pues cada uno de nosotros ha comprendido, al beber en la fuente de vuestro trabajo concienzudo, que todos vuestros pensamientos eran otras tantas emanaciones sublimes de lo Más Alto! Después, estimado maestro, si agregamos que vuestra misión en este mundo es santa y sagrada, ¡es porque más de una vez hemos sentido, con la ayuda de vuestras luces, la chispa fluídica que une los mundos visibles e invisibles que gravitan en la inmensidad! También nuestros corazones vibran en unísono con un mismo amor por vos; por eso, recibid aquí la expresión viva, sincera y profunda de este sentimiento. ¡A vos, de todo corazón; a vos, de toda nuestra alma!