Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Conversaciones familiares del Más Allá
El suicidio de un ateo


El Sr. J.-B. D..., evocado a pedido de uno de sus parientes, era un hombre instruido, pero imbuido de ideas materialistas en el más alto grado, de modo que no creía en el alma ni en Dios. Se suicidó ahogándose hace dos años.

1. Evocación. Resp. ¡Estoy sufriendo! Soy un réprobo.

2. Os hemos evocado en nombre de uno de vuestros parientes, que desea conocer vuestra situación; ¿podríais decirnos si nuestra evocación os resulta agradable o penosa? –Resp. Penosa.

3. Vuestra muerte, ¿ha sido voluntaria? –Resp. Sí.

Nota El Espíritu escribe con extrema dificultad; la escritura es muy grande, irregular, temblorosa y casi ilegible. Al empezar a escribir se encoleriza, quiebra el lápiz y rasga el papel.

4. Tened calma; todos nosotros rogaremos a Dios por vos. –Resp. Me veo forzado a creer en Dios.

5. ¿Qué motivo os llevó al suicidio? –Resp. El tedio de una vida sin esperanza.

Nota Se piensa en el suicidio cuando se vive sin esperanza porque se busca huir del infortunio a cualquier precio. En cambio, con el Espiritismo el porvenir se desdobla y la esperanza se fortalece: el suicidio, por lo tanto, ya no tiene objeto; además, con esta medida extrema se reconoce que no se escapa de un mal sino para caer en otro cien veces peor. He aquí por qué el Espiritismo ha alejado de la muerte voluntaria a tantas víctimas. ¡Aquellos que ante todo buscan en el suicidio el fin moral y filosófico, están errados y son soñadores! ¡Son muy culpables los que se esfuerzan en creer, por medio de sofismas científicos y supuestamente en nombre de la razón, en esa idea desesperanzadora, fuente de tantos males y crímenes, según la cual todo acaba con la vida! Ellos serán responsables, no sólo por sus propios errores, sino por todos los males que hayan causado.

6. Habéis querido escapar de las vicisitudes de la vida; ¿has ganado algo con eso? ¿Sois más feliz ahora? –Resp. ¡No, porque la nada no existe!

7. Tened la bondad de describirnos lo mejor posible vuestra situación actual. –Resp. Sufro porque me veo obligado a creer en todo lo que negaba. Mi Espíritu está como en ascuas, terriblemente atormentado.

8. ¿De dónde provenían las ideas materialistas que teníais cuando estabais encarnado? –Resp. En otra existencia yo había sido malo, y
mi Espíritu estaba condenado a sufrir los tormentos de la duda durante mi encarnación; también me suicidé.

Nota He aquí todo un orden de ideas. A menudo uno se pregunta cómo puede haber materialistas, puesto que, habiendo ellos ya pasado por el mundo espiritual, deberían tener la intuición del mismo; ahora bien, es precisamente esta intuición que se niega –como castigo– a ciertos Espíritus que han conservado su orgullo y que no se han arrepentido de sus faltas. No se debe olvidar que la Tierra es un lugar de expiación; he aquí por qué ella alberga a tantos Espíritus malos encarnados.

9. Cuando os ahogasteis, ¿qué pensabais que os ocurriría después? ¿Qué reflexiones habéis hecho en ese momento? –Resp. Ninguna; para mí era la nada. Después comprendí que debería sufrir aún más, ya que no había cumplido toda mi condena.

10. ¿Estáis ahora realmente convencido de la existencia de Dios, del alma y de la vida futura? –Resp. ¡Ay de mí! ¡Todo eso me atormenta mucho!

11. ¿Habéis vuelto a ver a vuestra esposa y a vuestro hermano? –Resp. ¡Oh, no!

12. ¿Por qué no? –Resp. ¿Para qué juntar nuestros tormentos? ¡Ay! Uno se reúne en la felicidad, pero se aísla en la desgracia.

13. ¿Os agradaría volver a ver a vuestro hermano, al que podríamos llamar a vuestro lado? –Resp. No, no; yo no lo merezco.

14. ¿Por qué no queréis que lo llamemos? –Resp. Porque él tampoco es feliz.

15. ¿Teméis su presencia? No obstante, eso podría haceros bien. –Resp. No; más adelante.

16. Vuestro pariente me pide para preguntaros si habéis asistido a vuestro entierro y si quedasteis satisfecho con lo que él hizo en esa ocasión. –Resp. Sí.

17. ¿Deseáis decirle alguna cosa? –Resp. Que oren un poco por mí.

18. Parece que en el círculo que frecuentabais, algunas personas compartían las opiniones que vos teníais cuando encarnado; ¿queréis decirles algo al respecto? –Resp. ¡Ah, desdichados! ¡Lo mejor que les puedo desear es que crean en la vida futura! Si pudiesen comprender mi triste situación, reflexionarían mucho.

(Evocación del hermano del Espíritu precedente, que también profesaba las mismas ideas, pero que no se suicidó. Si bien es infeliz, se encuentra más tranquilo; su escritura es nítida y legible.)

19. Evocación. Resp. ¡Que el cuadro de nuestros sufrimientos pueda serviros de lección y pueda persuadiros de que existe otra vida, en la que uno expía sus faltas y su incredulidad!

20. Vos y vuestro hermano, al que acabamos de evocar, ¿os veis recíprocamente? –Resp. No, él huye de mí.

21. Ya que estáis más tranquilo que él, ¿podríais darnos una descripción más precisa de vuestros sufrimientos? –Resp. ¿No sufrís en la Tierra en vuestro amor propio, en vuestro orgullo, cuando sois obligados a reconocer vuestros errores? ¿No se rebela vuestro Espíritu ante la idea de humillaros en presencia de quien os demuestre que estáis equivocados? ¡Pues bien! Considerad cuánto sufre el Espíritu que, durante toda una existencia, se convenció de que nada existe después de él y que él tiene razón contra todos. Cuando de repente se enfrenta con la estruendosa verdad, se siente aniquilado y humillado. A esto se suma el remordimiento de haber olvidado por tanto tiempo la existencia de un Dios tan bueno y tan indulgente. Su estado es insoportable: no encuentra calma ni reposo; no hallará tranquilidad hasta el momento en que sea conmovido por la gracia santa, es decir, por el amor de Dios, pues el orgullo se apodera de tal modo de nuestro pobre Espíritu, que lo envuelve completamente, a tal punto que necesitará mucho tiempo aún para despojarse de ese hábito fatal. Sólo las oraciones de nuestros hermanos pueden ayudarnos a desembarazarnos del mismo.

22. ¿Os referís a los hermanos encarnados o a los Espíritus? –Resp. A los unos y a los otros.

23. Mientras conversábamos con vuestro hermano, una persona aquí presente ha orado por él; esta oración ¿le ha sido útil? –Resp. No se perderá. Si ahora rechaza esa gracia, ésta volverá cuando él esté en condiciones de recurrir a esa divina panacea.

Hemos transmitido el resultado de estas dos evocaciones a la persona que nos las había solicitado, y recibimos de su parte la siguiente respuesta:

«Señor, no sabéis el gran bien que han producido las evocaciones de mi padrastro y de mi tío. Nosotros los hemos reconocido perfectamente; la escritura del primero, sobre todo, tiene una evidente analogía con la que él tenía en vida, tanto más que, durante los últimos meses que ha pasado con nosotros, esa letra era irregular e indescifrable. Se verifica en dicha escritura la misma forma de los trazos, de la rúbrica y de ciertas letras, principalmente los trazos de las letras d, f, o, p, q, t. En cuanto a las palabras, a las expresiones y al estilo, la semejanza es aún más notable; para nosotros, la analogía es perfecta si no fuese porque él está más esclarecido sobre Dios, el alma y la eternidad, que antes negaba de manera terminante. Por lo tanto, estamos perfectamente convencidos de su identidad; Dios será glorificado por eso a través de nuestra creencia más firme en el Espiritismo, y nuestros hermanos, encarnados y desencarnados, se volverán mejores. También la identidad de su hermano –mi tío– no es menos evidente; a pesar de la inmensa diferencia entre el ateo y el creyente, reconocemos su carácter, el estilo y la estructura especial de sus frases; sobre todo, nos ha impactado una palabra: panacea, que era su vocablo habitual, ya que lo decía y lo repetía a todos a cada momento.

«He mostrado ambas evocaciones a varias personas, que se han quedado admiradas de su veracidad. Sin embargo, los incrédulos, los que comparten las opiniones de mis dos parientes cuando encarnados, desearían respuestas más categóricas aún: por ejemplo, que el Sr. D... indicase con precisión el lugar en que ha sido enterrado, en dónde se ahogó, de qué manera fue encontrado, etc. A fin de satisfacerlos y convencerlos, ¿no podríais evocarlo nuevamente? En este caso, ¿consentiríais en preguntarle dónde y cómo se suicidó? ¿Cuánto tiempo permaneció bajo el agua? ¿En qué lugar fue encontrado su cadáver? ¿Dónde ha sido enterrado? ¿De qué manera –civil o religiosa– fue sepultado?

«Señor, os ruego que tengáis a bien obtener respuestas categóricas a estas preguntas, que son esenciales para aquellos que todavía dudan; estoy persuadido del bien inmenso que eso producirá. Me esforzaré para que mi carta os sea entregada mañana viernes, a fin de que podáis hacer esta evocación en la sesión de la Sociedad que deberá tener lugar en ese mismo día..., etc.»

Hemos reproducido esta carta por causa del hecho de identidad que la misma constata; a continuación anexamos nuestra respuesta, para instrucción de las personas que no están familiarizadas con las comunicaciones del Más Allá.

«... Las preguntas que nos habéis pedido para que dirijamos nuevamente al Espíritu de vuestro padrastro son, indudablemente, dictadas por una loable intención: la de convencer a los incrédulos, porque no vemos en vos ningún sentimiento de duda ni de curiosidad. Sin embargo, un conocimiento más perfecto de la ciencia espírita os haría comprender que esas preguntas son superfluas. En primer lugar, al solicitarme que obtenga respuestas categóricas de vuestro padrastro, sin duda ignoráis que no se gobierna a los Espíritus según nuestro deseo; ellos responden cuando quieren, como quieren y a menudo como pueden. Su libertad de acción es aún mayor que cuando encarnados, y tienen más medios de eludir la coerción moral que se desea ejercer sobre ellos. Las mejores pruebas de identidad son las que dan espontáneamente, de propia voluntad, o bien las que nacen de las circunstancias, y la mayoría de las veces es inútil provocarlas. Vuestro pariente ha probado su identidad de una manera irrecusable según vos; por lo tanto, es más que probable que habría de rehusarse a responder a preguntas que, con justa razón, él puede considerar como superfluas, y formuladas para satisfacer la curiosidad de personas que le son indiferentes. Él podría responder, como lo han hecho muchas veces otros Espíritus en semejante caso: «¿Para qué me preguntáis cosas que ya sabéis?» Incluso agregaré que el estado de turbación y de sufrimiento en que él se encuentra se agravaría con las averiguaciones de ese género; es exactamente como querer obligar a un enfermo, que apenas puede pensar y hablar, a contar detalles de su vida: esto sería ciertamente faltar a las consideraciones que se deben a su estado.

«En cuanto al resultado que esperáis obtener, tened la certeza de que sería nulo. Las pruebas de identidad que han sido suministradas tienen mucho más valor por el hecho de haber sido espontáneas, y porque nada puede hacer sospechar sobre el modo como se han dado; si los incrédulos no se dieron por satisfechos, mucho menos se contentarán con preguntas preestablecidas, que podrían dar lugar a sospechas de connivencia. Hay personas a las que nada puede convencer: aunque viesen a vuestro padrastro con sus propios ojos, dirían que son víctimas de una alucinación. Lo mejor que se puede hacer con ellas es dejarlas tranquilas y no perder tiempo con conversaciones superfluas; sólo podemos compadecernos de las mismas, porque tarde o temprano aprenderán, a sus expensas, cuánto les ha costado rechazar la luz que Dios les enviaba. Sobre todo, es contra ellas que Dios hace manifestar su severidad.

«Señor, dos palabras más sobre el pedido que me hicisteis de realizar esta evocación el mismo día en que yo debía recibir vuestra carta. Las evocaciones no se hacen así, a toda prisa; los Espíritus no responden siempre a nuestro llamado; para esto es necesario que ellos quieran y que puedan hacerlo. Además, es preciso que encuentren un médium que les convenga y que tenga la aptitud especial necesaria; que este médium esté disponible en un momento dado; que el ambiente sea simpático al Espíritu, etc. Todas estas son circunstancias que no siempre pueden ser satisfechas, y es muy importante conocerlas cuando se quieren hacer las cosas seriamente.»