Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Una palabra más sobre el Sr. Deschanel, del Journal des Débats

En el número anterior de la Revista Espírita, nuestros lectores pudieron ver, al lado de nuestras reflexiones sobre el artículo del Sr. Deschanel, la carta personal que le hemos dirigido. Esta carta, muy corta, cuya inserción le pedíamos, tenía como objeto rectificar un grave error que él había cometido en su apreciación. Presentar a la Doctrina Espírita como asentada en el más grosero materialismo, era desvirtuar completamente su espíritu, puesto que Ella, al contrario, tiende a destruir las ideas materialistas. Había en su artículo muchos otros errores que podríamos haber señalado, pero aquél era demasiado capital como para quedar sin respuesta; tenía una gravedad real porque tendía a causar un verdadero descrédito entre los numerosos adeptos del Espiritismo. El Sr. Deschanel no consideró un deber atender a nuestro pedido, y he aquí la respuesta que él nos ha dirigido:

«Señor,

«He recibido la carta que me habéis hecho el honor de escribir el 25 de febrero. Vuestro editor, el Sr. Didier, ha tenido a bien encargarme de explicaros que había sido ante su reiterado pedido que yo había consentido en hacer una reseña en el Journal des Débats de vuestro El Libro de los Espíritus, con la condición de criticarlo tanto como yo quisiese; éste era nuestro acuerdo tácito. Os agradezco por haber comprendido que, en estas circunstancias, usar vuestro derecho de respuesta hubiera sido estrictamente legal, pero
seguramente menos delicado que la abstención que habíais consentido, tal como el Sr. Didier me informó esta mañana.

«Atentamente,

É. DESCHANEL.»

Esta carta es inexacta en varios puntos. Es cierto que el Sr. Didier envió al Sr. Deschanel un ejemplar de El Libro de los Espíritus, como se hace comúnmente del editor al periodista; pero lo que no es exacto es que el Sr. Didier se haya encargado de no explicarnos nada sobre sus supuestas insistencias reiteradas para que le hiciera una reseña. Si el Sr. Deschanel se juzgó en el derecho de dedicarle 24 columnas de escarnios, esto nos permitirá creer que no ha sido por condescendencia ni por deferencia al Sr. Didier. Además, como ya lo hemos dicho, no ha sido por eso que nos lamentamos: la crítica era un derecho suyo y, desde el momento en que no comparte nuestra manera de ver, era libre de apreciar la obra desde su punto de vista, como ocurre todos los días. Unos ponen las cosas en las nubes, mientras que otros las difaman, pero ni uno ni otro de esos juicios es inapelable; en última instancia, el único juez es el público, y sobre todo el público futuro, que es ajeno a las pasiones y a las intrigas del momento. Los elogios complacientes de las camarillas no le impiden de enterrar para siempre lo que es realmente malo, y lo que es verdaderamente bueno sobrevive a pesar de las diatribas de la envidia y de los celos.

De esta verdad, dos fábulas darán fe,

Tanto abundan las pruebas,

había dicho La Fontaine; nosotros no citaremos dos fábulas, sino dos hechos. En el momento de su aparición, Fedra, de Racine, tenía contra sí la corte y el pueblo de la ciudad, y fue escarnecida; el autor sufrió tantos disgustos que a los 38 años renunció a escribir para teatro. Al contrario, Fedra, de Pradon, fue exaltada exageradamente; ¿cuál es hoy la real situación de esas dos obras? Otro libro más modesto, Paul et Virginie, fue declarado nacido muerto por el ilustre Buffon, que lo encontró falto de gracia e insípido; sin embargo, se sabe que nunca un libro fue tan popular. Con estos dos ejemplos, nuestro objetivo es simplemente probar que la opinión de un crítico –sea cual fuere su mérito– es siempre una opinión personal, no siempre ratificada por la posteridad. Pero volvamos de Buffon al Sr. Deschanel, sin comparación, porque Buffon se equivocó redondamente, mientras que el Sr. Deschanel cree indudablemente que no dirán lo mismo de él.

En sua carta, el Sr. Deschanel reconoce que nuestro derecho de respuesta hubiera sido estrictamente legal, pero le parece que es más delicado de nuestra parte no ejercerlo; también se equivoca completamente cuando dice que nosotros hemos consentido con una abstención, lo que daría a entender que hemos aceptado su solicitación, aun cuando el Sr. Didier hubiera sido encargado de informárselo; ahora bien, nada es menos exacto que eso. No habíamos pensado en exigir la inserción de un derecho de respuesta; él es libre de considerar que nuestra Doctrina es mala, detestable, absurda, y de gritarlo a los cuatro vientos, pero esperábamos de su lealtad la publicación de nuestra carta para rectificar un alegato falso, y que podría perjudicar nuestra reputación, porque nos acusa de profesar y de propagar las mismas doctrinas que nosotros combatemos como subversivas del orden social y de la moral pública. No le pedíamos una retractación, a la cual su amor propio se habría rehusado, sino simplemente la inclusión de nuestra protesta; por cierto que no estaríamos abusando del derecho de respuesta, puesto que en cambio de veinticuatro columnas, le pedíamos solamente de treinta a cuarenta líneas. Nuestros lectores sabrán evaluar su negativa; si él ha consentido en ver una delicadeza en nuestro proceder, no podríamos decir lo mismo con referencia al suyo.

Cuando el Sr. abate Chesnel publicó en L’Univers, en 1859, su artículo sobre Espiritismo, dio de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas una idea igualmente falsa al presentarla como una secta religiosa con su culto y sus sacerdotes; este alegato desvirtuaba completamente su objetivo y sus propósitos, y podía confundir a la opinión pública. Dicho alegato era aún más erróneo porque el reglamento de la Sociedad prohíbe ocuparse de materias religiosas; en efecto, no se concebiría una Sociedad religiosa que no pudiera ocuparse de religión. Hemos protestado contra esa aserción, no por algunas líneas, sino por un artículo entero y detenidamente fundamentado que, a nuestro simple pedido, L’Univers creyó un deber incluir. Lamentamos que, en circunstancia similar, el Sr. Deschanel, del Journal des Débats, se crea menos obligado moralmente a restablecer la verdad que los Sres. de L’Univers. Si no fuese una cuestión de derecho, sería siempre una cuestión de lealtad; reservarse el derecho de ataque sin admitir la defensa, es un medio fácil de hacer creer a sus lectores que él tiene razón.