Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

Volver al menú
Discurso del Sr. Allan Kardec

Señoras y señores:

Es con felicidad que atendí al llamado que habéis tenido a bien hacerme, y la simpática acogida que recibo de vosotros es una de esas satisfacciones morales que dejan en el corazón una impresión profunda e inolvidable. Si me siento feliz con esta acogida cordial, es porque veo en la misma un homenaje rendido a la Doctrina que profesamos y a los Espíritus buenos que nos la enseñan, mucho más que a mí personalmente, que no soy más que un instrumento en las manos de la Providencia. Convencido de la verdad de esta Doctrina y del bien que Ella está llamada a producir, he tratado de coordinar sus elementos; me he esforzado por volverla clara e inteligible para todos; ésta es toda la parte que me corresponde y es por eso que jamás me he considerado su creador: el honor pertenece enteramente a los Espíritus; por lo tanto, es sólo a ellos que deben ser dirigidos los testimonios de vuestra gratitud, y no acepto los elogios que me hacéis sino como un estímulo para proseguir mi tarea con perseverancia.

En los trabajos que he realizado para alcanzar el objetivo que me había propuesto, sin duda he sido ayudado por los Espíritus, como ellos mismos me lo han dicho varias veces, pero sin ninguna señal exterior de mediumnidad. Por lo tanto, no soy médium en el sentido usual de la palabra, y hoy comprendo que es mejor para mí que haya sido así. Con una mediumnidad efectiva, yo solamente habría escrito bajo una misma influencia; habría sido llevado a sólo aceptar como verdad lo que me hubiera sido dado, y esto quizá equivocadamente; mientras que, en mi posición, convenía que tuviese una libertad absoluta para tomar lo bueno en todos los lugares donde lo encontrase y del lado donde viniera. De este modo, he podido hacer una selección de diversas enseñanzas, sin prevención y con total imparcialidad. He visto, estudiado y observado mucho, pero siempre con una mirada impasible, y nada más ambiciono sino ver que la experiencia que he adquirido pueda ser aprovechada por los demás, a los cuales me siento feliz por poder evitarles los escollos inseparables de todo aprendizaje.

Si he trabajado mucho, y si trabajo todos los días, soy muy ampliamente recompensado por la marcha tan rápida de la Doctrina, cuyos progresos superan todo lo que era permitido esperar por los resultados morales que Ella produce, y estoy dichoso por ver que la ciudad de Burdeos, no solamente no se queda atrás de este movimiento, sino que se dispone a marchar adelante, ya sea por el número como por la cualidad de los adeptos. Si consideramos que el Espiritismo debe su propagación a sus propias fuerzas, sin el apoyo de ninguno de los auxiliares que comúnmente dan resultado, y a pesar de los esfuerzos de una oposición sistemática o, más bien, debido inclusive a tales esfuerzos, no podemos dejar de ver en eso el dedo de Dios. Si sus enemigos –a pesar de ser poderosos– no han podido paralizar el progreso de la Doctrina, es preciso concordar que el Espiritismo es más poderoso que ellos y, así como la serpiente de la fábula, utilizan en vano sus dientes contra la lima de acero.

Si decimos que el secreto de su poder está en la voluntad de Dios, los que no creen en Dios escarnecerán de eso. Hay también personas que no niegan a Dios, pero piensan que son más fuertes que Él; éstos no se ríen: oponen barreras que creen infranqueables y, no obstante, el Espiritismo las franquea todos los días ante sus ojos. En efecto, es que el Espiritismo extrae de su naturaleza, en su propia esencia, una fuerza irresistible. Por lo tanto, ¿cuál es el secreto de esta fuerza? ¿Tendremos que esconderlo, por miedo a que, una vez conocido, sus enemigos saquen provecho de ese secreto –a ejemplo de Sansón– y venzan? De ninguna manera; en el Espiritismo no hay misterios: todo se hace a la luz del día, y podemos sin temor revelarlo abiertamente. Aunque yo ya lo haya dicho, tal vez no esté fuera de propósito repetirlo aquí, para que se sepa bien que si entregamos a nuestros adversarios el secreto de nuestras fuerzas, es porque también conocemos el lado débil de ellos.

La fuerza del Espiritismo tiene dos causas preponderantes: la primera es que vuelve felices a aquellos que lo conocen, lo comprenden y lo practican; ahora bien, como hay muchas personas infelices, Él recluta a un innumerable ejército entre los que sufren. ¿Quieren quitarle ese elemento de propagación? Que vuelvan a los hombres de tal modo felices, moral y materialmente, que no tengan nada más que desear, ni en este mundo ni en el otro; no pedimos más, desde que el objetivo sea alcanzado. La segunda causa es que el Espiritismo no reposa sobre la cabeza de ningún hombre que se pueda derribar; Él no tiene un foco único que se pueda extinguir: su foco está en todas partes, porque en todas partes hay médiums que pueden comunicarse con los Espíritus; no hay familia que no los tenga en su seno, y estas palabras del Cristo se cumplen: Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, y verán visiones. En fin, el Espiritismo es una idea, y no hay barreras impenetrables a la idea, ni lo bastante altas como para que no las pueda franquear. Mataron al Cristo, a sus apóstoles y a sus discípulos; pero el Cristo había sembrado en el mundo la idea cristiana, y esta idea ha triunfado sobre la persecución de los Césares omnipotentes. Por lo tanto, ¿por qué el Espiritismo, que no es otra cosa sino el desarrollo y la aplicación de la idea cristiana, no triunfaría sobre algunos burlones o antagonistas que, hasta el presente y a pesar de sus esfuerzos, no han podido oponerle sino una negación estéril? ¿Hay en esto una pretensión quimérica? ¿Un sueño reformista? Los hechos están ahí para responder: el Espiritismo –contra viento y marea– penetra en todas partes; como el polen fecundante de las flores, es llevado por los vientos y echa raíces en los cuatro puntos del mundo, porque en todas partes Él encuentra una tierra fecunda en sufrimientos, sobre la cual derrama su bálsamo consolador. Suponed, pues, el estado más absoluto que la imaginación pueda soñar, reclutando a todos los esbirros para detener el paso de dicha idea; ¿esto impedirá que los Espíritus lleguen y se manifiesten espontáneamente? ¿Impedirán que los médiums se reúnan en la intimidad de las familias? Supongamos que se fuera lo suficientemente fuerte como para que se impidiese escribir o para que se prohibiera la lectura de los libros, ¿pueden impedir que se escuche, considerándose que hay médiums auditivos? ¿Impedirán que el padre reciba los consuelos del hijo que ha desencarnado? Por lo tanto, veis que es imposible, y que yo tenía razón en decir que el Espiritismo puede, sin temor, entregar el secreto de sus fuerzas a sus enemigos.

Está bien –dirán; cuando una cosa es inevitable, es preciso aceptarla; mas si fuere una idea falsa o mala, ¿no habría razón para obstaculizarla? Primero sería necesario probar que es falsa; ahora bien, hasta el presente, ¿qué oponen sus adversarios? Burlas y negaciones que, en buena lógica, nunca han sido argumentos; pero una refutación seria, sólida, o una demostración categórica, evidente, ¿dónde la encontráis? En ningún lugar, ni en las críticas de la Ciencia ni en otra parte. Por otro lado, cuando una idea se propaga con la rapidez del relámpago; cuando encuentra innumerables ecos en las clases más esclarecidas de la sociedad; cuando tiene sus raíces en todos los pueblos, desde que hay hombres en la Tierra; cuando los mayores filósofos sacros y profanos la han proclamado, es ilógico suponer que solamente repose sobre la mentira y la ilusión. Todo hombre sensato, que no esté cegado por la pasión o por el interés personal, dirá que debe haber allí algo de verdadero, y por lo menos el hombre prudente, antes de negar, suspenderá su juicio.

¿La idea es mala? Si es verdadera, si no es más que una aplicación de las leyes de la naturaleza, parece difícil que pueda ser mala, a menos que se admita que Dios haya realizado mal aquello que hizo. ¿Cómo una Doctrina sería mala cuando vuelve mejores a los que la profesan, cuando consuela a los afligidos, da resignación en la infelicidad, restablece la paz en las familias, calma la efervescencia de las pasiones e impide el suicidio? Dicen algunos que el Espiritismo es contrario a la religión. He aquí la gran palabra con la que intentan asustar a los tímidos y a los que no conocen la Doctrina Espírita. ¿Cómo una Doctrina que vuelve mejores a las personas, que enseña la moral evangélica, que sólo predica la caridad, el olvido de las ofensas, la sumisión a la voluntad de Dios, sería contraria a la religión? Es un contrasentido; afirmar semejante cosa sería acusar a la propia religión; es por eso que yo digo que aquellos que hablan así no conocen el Espiritismo. Si ese fuera el resultado, ¿por qué Él conduciría a las ideas religiosas a los que no creen en nada? ¿Por qué haría orar a aquellos que se habían olvidado de hacerlo desde su niñez?

Además, hay otra respuesta igualmente perentoria: el Espiritismo es ajeno a toda cuestión dogmática. A los materialistas, Él prueba la existencia del alma; a los que únicamente creen en la nada, Él prueba la vida eterna; a los que creen que Dios no se ocupa con las acciones de los hombres, la Doctrina Espírita prueba las penas y las recompensas futuras. Al destruir el Materialismo, la Doctrina destruye la mayor llaga social: he aquí su objetivo. En cuanto a las creencias especiales, no se ocupa de las mismas, y deja total libertad a cada uno; el materialista es el mayor enemigo de la religión; al conducirlo al Espiritualismo, el Espiritismo le hace recorrer tres cuartas partes del camino para entrar en el seno de la Iglesia. Le corresponde a la Iglesia hacer el resto; pero si la comunión hacia la cual él tendería a unirse lo rechaza, sería de temerse que él se volviera hacia otra.

Al deciros esto, señores –y vosotros lo sabéis tan bien como yo–, es como predicar a los convertidos. Pero hay otro punto sobre el cual es útil decir algunas palabras.

Si los enemigos de afuera nada pueden contra el Espiritismo, lo mismo no sucede con los de dentro; me refiero a los que son más espíritas de nombre que de hecho, sin hablar de los que usan una máscara y dicen que profesan el Espiritismo. El lado más bello del Espiritismo es el lado moral: por sus consecuencias morales es que Él ha de triunfar, pues ahí está su fuerza, porque ahí es invulnerable. Él inscribe en su bandera: Amor y Caridad, y ante ese paladión más poderoso que el de Minerva, porque viene del Cristo, la propia incredulidad se inclina. ¿Qué puede oponerse a una Doctrina que lleva a los hombres a amarse como hermanos? Si no se admite la causa, por lo menos se ha de respetar el efecto; ahora bien, el mejor medio de probar la realidad del efecto es aplicarlo a sí mismo; es mostrar a los enemigos de la Doctrina, con nuestro propio ejemplo, que Ella nos vuelve realmente mejores. Pero ¿cómo hacer creer que un instrumento puede producir armonía si emite sonidos disonantes? Del mismo modo, ¿cómo persuadir que el Espiritismo debe llevar a la concordia si aquellos que lo profesan, o que supuestamente lo profesan –lo que para los adversarios es lo mismo–, se tiran piedras? ¿Si basta una simple susceptibilidad de amor propio o de preferencia para dividirlos? ¿No es este el medio de contradecir su propio argumento? Por lo tanto, los enemigos más peligrosos del Espiritismo son aquellos que se desmienten a sí mismos al no practicar la ley que proclaman. Sería pueril provocar disidencias por matices de opinión; habría una evidente malevolencia, un olvido del primer deber del verdadero espírita en separarse por una cuestión personal, porque el sentimiento de personalismo es fruto del orgullo y del egoísmo.

Señores, es necesario no olvidarse que los enemigos del Espiritismo son de dos órdenes: de un lado, tenéis a los burlones y a los incrédulos, los cuales reciben diariamente los desmentidos de los hechos; tenéis razón en no temerlos. Sin quererlo, sirven a nuestra causa y, por esto, debemos agradecerles. De otro lado, están las personas interesadas en combatir a la Doctrina; a éstas no esperéis encaminarlas mediante la persuasión, pues no buscan la luz; en vano mostraréis a sus ojos la evidencia del Sol: son ciegas porque no quieren ver. No os atacan porque estéis equivocados, sino porque estáis con la verdad y, con o sin motivo, creen que el Espiritismo es perjudicial a sus intereses materiales; si estuviesen persuadidas de que es una quimera, lo dejarían absolutamente tranquilo. También el encarnizamiento crece en razón del progreso de la Doctrina, de tal manera que se puede medir la importancia de la misma por la violencia de los ataques. En cuanto sólo veían en el Espiritismo un juego de mesas giratorias, no dijeron nada, contando con el capricho de la moda; pero hoy, que a pesar de su mala voluntad ven la insuficiencia de la burla, usan otros medios. Sean cuales fueren, estos medios nos han demostrado su impotencia; entretanto, si no pueden sofocar esa voz que se eleva en todas las partes del mundo y si no pueden detener ese torrente que los invade de todos lados, ellos harán de todo para ponerle obstáculos y, si pudieren hacer retroceder el progreso por un solo día, dirán entonces que es un día que ganaron.

Esperad, pues, que el terreno sea disputado paso a paso, porque el interés material es el más tenaz de todos; para éste, los derechos más sagrados de la Humanidad no son nada; tenéis la prueba de ello en la lucha norteamericana: «¡Que perezca la unión que hacía nuestra gloria, en vez de nuestros intereses!» –dicen los esclavistas. Así hablan los adversarios del Espiritismo, porque la cuestión humanitaria es la menor de sus preocupaciones. ¿Qué oponerles? Una bandera que los haga palidecer, porque ellos saben bien que ésta lleva las siguientes palabras que salieron de la boca del Cristo: Amor y Caridad, palabras que son una sentencia para ellos. Alrededor de esta bandera, que todos los verdaderos espíritas se unan, y serán fuertes, porque la unión hace la fuerza. Por lo tanto, reconoced a los verdaderos defensores de vuestra causa, no por palabras vanas, que no cuestan nada, sino por la práctica de la ley de amor y de caridad, por la abnegación de la personalidad. El mejor soldado no es aquel que blande más alto el sable, sino el que sacrifica valientemente su vida. Observad, pues, haciendo causa común con vuestros enemigos, a todos aquellos que tienden a arrojar entre vosotros el fermento de la discordia, porque voluntaria o involuntariamente proveen armas contra vosotros; en todo caso, no contéis más con ellos, que son como esos malos soldados que huyen al primer tiro de fusil.

Entretanto –diréis–, si las opiniones están divididas sobre algunos puntos de la Doctrina, ¿cómo reconocer de qué lado está la verdad? Es la cosa más fácil. En primer lugar, tenéis como peso vuestro juicio y como medida la lógica sana e inflexible. En segundo lugar, tendréis el consentimiento de la mayoría, porque –creedlo– el número creciente o decreciente de los partidarios de una idea os da la medida de su valor. Si es falsa, no podría conquistar más voces que la verdad: Dios no lo permitiría; Él puede dejar que el error se presente por aquí y por allí, para hacernos ver sus procedimientos y enseñarnos a reconocer la verdad; sin esto, ¿dónde estaría nuestro mérito si no tuviésemos la libertad de elegir? ¿Queréis otro criterio de la verdad? He aquí uno que es infalible. Ya que la divisa del Espiritismo es Amor y Caridad, reconoceréis la verdad por la práctica de esta máxima, y tendréis la certeza de que aquel que arroja piedras al otro no puede estar, en absoluto, con la verdad. En cuanto a mí, señores, habéis escuchado mi profesión de fe. Que Dios no lo permita, pero si surgieren disidencias entre vosotros –lo digo con pesar–, yo me distanciaría abiertamente de los que desertasen de la bandera de la fraternidad, porque éstos no podrían ser considerados como verdaderos espíritas, a mis ojos.

En todo caso, de ninguna manera os inquietéis con algunas disidencias pasajeras; luego tendréis la prueba de que las mismas no tienen consecuencias graves; son pruebas para vuestra fe y vuestro juicio; frecuentemente son también medios que Dios y los Espíritus buenos permiten para dar la medida de vuestra sinceridad y para hacer conocer a aquellos con los cuales podemos realmente contar en caso de necesidad, lo que evita así ponerse en evidencia. Son pequeñas piedras puestas en vuestro camino, a fin de habituaros a ver en qué os apoyáis.

Me queda por hablaros, señores, sobre la organización de la Sociedad. Puesto que consentís en solicitar mi opinión, os diré lo que he dicho el año pasado en Lyon; los mismos motivos me llevan a disuadiros, con todas mis fuerzas, del proyecto de formar una Sociedad única abarcando a todos los espíritas de la ciudad, lo que sería totalmente impracticable por el número creciente de sus adeptos. No tardaríais en ser detenidos por obstáculos materiales y por dificultades morales aún mayores, que os mostrarían su imposibilidad; es mejor, pues, no emprender una cosa a la que seríais obligados a renunciar. Todas las consideraciones en apoyo a esta opinión están completamente desarrolladas en la nueva edición de El Libro de los Médiums, que os invito a consultar. No agregaré sino unas pocas palabras.

Lo que es difícil obtener en una reunión numerosa es más fácil conseguirlo en los Grupos particulares; los mismos se forman por una afinidad de gustos, de sentimientos y de hábitos. Dos Grupos separados pueden tener una manera de ver diferente sobre algunos puntos de detalle y no por ello dejan de caminar en armonía, mientras que si estuviesen reunidos, la divergencia de opiniones traería inevitablemente perturbaciones.

El sistema de la multiplicación de los Grupos tiene también como resultado poner término a las rivalidades de supremacía y de presidencia. Cada Grupo es naturalmente presidido por el dueño de la casa o por el que fuere designado, y todo pasa en familia. Si la alta dirección del Espiritismo, en una ciudad, incumbe a alguien, éste será llamado por la fuerza de las cosas, y un consentimiento tácito lo designará muy naturalmente en razón de su mérito personal, de sus cualidades conciliadoras, de la dedicación y abnegación de las que habrá dado prueba, de los servicios reales que habrá prestado a la causa. Así, y sin buscarla, adquirirá una fuerza moral que nadie pensará en discutirle, porque todos la reconocerán en él, mientras que aquel que –por su autoridad privada– buscara imponerse o que fuera llevado por una camarilla, encontraría oposición por parte de todos aquellos que no le reconociesen las cualidades morales necesarias, surgiendo de ahí una causa inevitable de divisiones.

Es una cosa seria conferir a alguien la dirección suprema de la Doctrina; antes de hacerlo, es necesario estar muy seguro de él en todos los aspectos, porque si el mismo tiene ideas erróneas podría arrastrar a la Sociedad a una pendiente perjudicial y tal vez a su ruina. En los Grupos particulares, cada uno puede dar pruebas de habilidad y someterse –para más tarde– al sufragio de sus colegas, si fuere conveniente; pero nadie puede pretender ser general antes de haber sido soldado. Así como al buen general se lo reconoce por su coraje y por sus talentos, al verdadero espírita se lo reconoce por sus cualidades; ahora bien, la primera de que se debe dar pruebas es la abnegación de la personalidad; por lo tanto, es por sus actos que lo reconocemos, más que por sus palabras. Lo que es necesario para tal dirección es un verdadero espírita, y el verdadero espiritista no es movido por la ambición, ni por el amor propio. Señores, llamo para este asunto vuestra atención sobre las diversas categorías de espíritas, cuyos caracteres distintivos están claramente definidos en El Libro de los Médiums (ítem N° 28).

Además, sea cual fuere la naturaleza de la reunión, numerosa o no, las condiciones que debe cumplir para alcanzar su objetivo son las mismas; es a esto que es preciso dar todos nuestros cuidados, y aquellos que cumplan dichas condiciones serán fuertes, porque tendrán necesariamente el apoyo de los Espíritus buenos. Esas condiciones se encuentran en El Libro de los Médiums (ítem N° 341).

Un error bastante frecuente entre algunos adeptos nuevos es el de creerse que se han vuelto maestros después de algunos meses de estudio. Como sabéis, el Espiritismo es una ciencia inmensa, cuya experiencia sólo puede adquirirse con el tiempo, ya sea en esto como en todas las cosas. En esa pretensión de no necesitar más de consejos ajenos y de creerse por encima de todos hay una prueba de insuficiencia, ya que falta a uno de los primeros preceptos de la Doctrina: la modestia y la humildad. Cuando los Espíritus malos encuentran semejantes disposiciones en un individuo, no dejan de sobreexcitarlas y fomentarlas, persuadiéndolo de que sólo él posee la verdad. Es uno de los escollos que pueden ser encontrados y contra el cual he creído un deber precaveros, agregando que no basta decirse espírita, como no basta decirse cristiano: es necesario demostrarlo en la práctica.

Si a través de la formación de Grupos se evita la rivalidad de los individuos, ¿no puede existir esa rivalidad entre los propios Grupos que, al caminar por sendas un poco divergentes, podrían producir cismas, mientras que una Sociedad única mantendría la unidad de principios? A esto respondo que el inconveniente señalado no sería evitado, puesto que aquellos que no adoptasen los principios de la Sociedad se separarían de la misma y nada los impediría que se aislaran. Los Grupos son como pequeñas Sociedades, que necesariamente avanzarán en la misma senda si todos adoptan la misma bandera y las bases de la ciencia consagradas por la experiencia. Al respecto, llamo también vuestra atención para el ítem Nº 348 de El Libro de los Médiums. Por lo demás, nada impide que un Grupo Central esté formado por delegados de diversos Grupos particulares que tendrían así un punto de unión y una comunicación directa con la Sociedad de París. Después, todos los años, una asamblea general podría reunir a todos los adeptos y volverse así una verdadera fiesta del Espiritismo. Además, acerca de esos diversos puntos, he preparado una instrucción detallada que tendré el honor de transmitiros ulteriormente, ya sea sobre la organización, como sobre el orden de los trabajos. Aquellos que la sigan se mantendrán naturalmente en la unidad de principios.

Señores, tales son los consejos que creo un deber daros, puesto que habéis consentido en consultar mi opinión. Me siento feliz en añadir que encontré en Burdeos a excelentes personas y un progreso mucho mayor de lo que esperaba; he encontrado a un gran número de verdaderos y sinceros espíritas, y llevo de mi visita la esperanza fundada de que nuestra Doctrina se desarrollará acá sobre las más amplias bases y en excelentes condiciones. Creed realmente que mi colaboración nunca faltará en todo lo que esté a mi alcance, a fin de secundar los esfuerzos de aquellos que son sincera y concienzudamente dedicados de corazón a esta noble causa, que es la de la Humanidad.

El Espíritu Erasto, señores, que ya conocéis por las notables disertaciones que habéis leído de su autoría, también quiere aportaros el tributo de sus consejos. Antes de mi partida de París, él dictó, por intermedio de su médium habitual, la siguiente comunicación, cuya lectura tendré el honor de hacer.