Carta del Sr. Jobard sobre los espíritas de Metz Bruselas, 18 de agosto de 1861.
Querido maestro mío:
Acabo de visitar a los espíritas de Metz, como vos visitasteis a los de Lyon el año pasado; mas en lugar de obreros pobres, sencillos e iletrados, son condes, barones, coroneles, oficiales de ingeniería, antiguos alumnos de la Escuela Politécnica, sabios conocidos por obras de gran mérito. Ellos también me ofrecieron un banquete, pero un banquete de pagano, que no tenía nada de común con los modestos ágapes de los primeros cristianos; también el Espíritu Lamennais les hizo una observación en estos términos:
«¡Pobre Humanidad! Recogéis siempre los restos del medio en que vivís; materializáis todo, lo que prueba que el lodo aún mancha vuestro ser. No os hago reproches, sino una simple observación; al tener vuestro objetivo excelentes intenciones, los caminos que os llevan al mismo no son condenables. Si al lado de una satisfacción casi animal, ponéis el deseo de santificarla, de ennoblecerla, seguramente la pureza de vuestros gozos la centuplicará. Además de las buenas palabras que van a fortalecer vuestra amistad, al lado del recuerdo de esta buena jornada, en la cual el Espiritismo tiene una gran participación, no dejéis la mesa sin haber pensado que los Espíritus buenos –que son los profesores de vuestras reuniones– tienen derecho a un pensamiento de reconocimiento.»
Que esto sirva de lección a los Lúculos, a los Trimalciones parisienses, que devoran en una cena el alimento de cien familias, pretendiendo que Dios les ha dado los bienes de la Tierra para el goce de los mismos. Para usar, sí, pero no para abusar, a punto de alterar la salud del cuerpo y del Espíritu. ¿Para qué sirven –pregunto– esos dobles, triples y cuádruples servicios, esa creciente superfluidad de los más delicados vinos, a los cuales parece que Dios les ha sacado el sabor por un milagro inverso al de las bodas de Caná y que los transforma en veneno para aquellos que pierden la razón, a punto de volverse insensibles a las advertencias de su instinto animal? Aun cuando el Espiritismo, difundido en las clases altas de la sociedad, no tuviese por efecto sino poner un freno a la glotonería y a las orgías de las mesas de los ricos, prestaría un inmenso servicio a la sociedad, que la medicina oficial no ha podido prestarle, ya que los propios médicos comparten de buen grado estos excesos que les proporcionan más pacientes, más estómagos para desobstruir, más bazos para tratar, más enfermos de gota para atender, porque no saben curarlos.
Os diré, querido maestro, que en Metz encontré casas de la antigua nobleza, muy religiosas, cuyas abuelas, madres, hijas y nietos –y hasta sus dirigentes eclesiásticos– obtienen por la tiptología magníficos dictados, aunque de un orden inferior al de los médiums eruditos de la Sociedad de que os hablo.
Al haber preguntado a dos Espíritus lo que ellos pensaban de un cierto libro, uno nos dijo que él lo había leído y meditado, y le hizo el mayor de los elogios; el otro confesó que no lo había leído, pero que había oído hablar muy bien al respecto; a un tercero le resultó bueno, pero reprochaba que lo encontraba un poco confuso. Exactamente como se juzga entre nosotros.
Otro nos expuso una cosmogonía muy atrayente y la presentaba como siendo la más pura verdad; como él afirmaba que penetraba hasta en los secretos de Dios sobre el futuro, le pregunté si él era el propio Dios o si su teoría no era más que una bella hipótesis de su parte; titubeó y reconoció que había ido demasiado lejos, pero que para él era una convicción. ¡En hora buena!
En pocos días recibiréis la primera publicación de los espíritas de Metz, de la cual han tenido a bien solicitarme que sea su patrocinador; quedaréis contento con la misma porque es buena. Encontraréis allí dos discursos de Lamennais sobre la oración, que un sacerdote leyó en el sermón dominical, declarando que no podían ser obra de un hombre. Madame de Girardin los visita como a vosotros, y reconoceréis allí su espíritu, su corazón y su estilo.
El Círculo de Metz me ha solicitado que lo pusiera en contacto con el Círculo Belga, que aún se compone de dos médiums, uno francés y otro inglés. Los belgas son infinitamente más razonables: lamentan de todo corazón que un hombre de una inteligencia tan grande como la mía, en todas las disciplinas vinculadas a la Industria y a las Ciencias, acepte esa locura de creer en la existencia y, además, en la inmortalidad del alma. Con piedad, ellos se alejan de mí y dicen: «¡Qué será de nosotros!» Es lo que me ha sucedido ayer a la noche al leerles vuestra
Revista, que yo pensaba que les debía interesar, y que ellos consideran un periódico de entretenimientos.
JOBARD
Nota – Desde hace tiempo sabíamos que la ciudad de Metz marcha a paso largo en la senda del progreso espírita, y que los Sres. oficiales no son los últimos en seguirla; nos sentimos felices por tener la confirmación de esto, a través del Sr. Jobard, nuestro honorable colega. Así, tendremos el placer de dar noticias sobre los trabajos de ese Círculo, que se asienta en bases verdaderamente serias; por la posición social de sus miembros, no dejará de ejercer una gran influencia. Posteriormente hablaremos también del Círculo Espírita de Burdeos, que se funda con los auspicios de la
Sociedad de París, ya con integrantes muy numerosos y en condiciones que no dejarán de ubicarlo en primera línea.
Conocemos bastante los principios del Sr. Jobard para tener la certeza de que, al enumerar los títulos y las cualidades de los espíritas de Metz a la par de los modestos obreros que hemos visitado el año pasado en Lyon, no quiso hacer ninguna comparación ofensiva; su objetivo fue únicamente constatar que el Espiritismo cuenta con adeptos en todos los estratos sociales. Es un hecho bien conocido que, por un designio providencial, la Doctrina Espírita los ha reclutado primero entre las clases esclarecidas, a fin de probar a sus adversarios que no es privilegio de los tontos y de los ignorantes, y también para llegar a las masas solamente después de haber sido depurada y despojada de toda idea supersticiosa. Sólo hace poco que la Doctrina ha penetrado entre los operarios, mas aquí también ha hecho rápidos progresos, porque aporta consuelos supremos a los sufrimientos materiales, que enseña a soportar con resignación y coraje.
El Sr. Jobard se equivoca si cree que en Lyon sólo hemos encontrado a espíritas entre los obreros; la alta industria, el gran comercio, las Artes y las Ciencias, allá como en otros lugares, proporcionan su contingente. Es verdad que allí los operarios son mayoría, por circunstancias enteramente locales. Esos obreros son pobres, como dice el Sr. Jobard; esta es una razón para tenderles la mano; mas son llenos de sentimientos, de dedicación y de abnegación: si sólo tienen un pedazo de pan, saben compartirlo con sus hermanos. También es verdad que son simples, es decir, que no tienen orgullo ni la presunción de saber. ¿Son iletrados? Relativamente sí, pero no en sentido absoluto. A falta de conocimiento, tienen bastante discernimiento y buen sentido para apreciar lo que es justo y para distinguir, en aquello que se les enseña, lo que es racional de lo que es absurdo. He aquí lo que hemos podido observar por nosotros mismo; es por eso que aprovechamos la ocasión para hacerles justicia. La siguiente carta, a través de la cual nos invitan para ir a visitarlos aún este año, testimonia la feliz influencia que ejercen las ideas espíritas, y los resultados que deben ser esperados cuando se generalicen las mismas.
Lyon, 20 de agosto de 1861.
Mi buen señor Allan Kardec:
Si he permanecido sin escribiros desde hace un tiempo, no se debe a que haya indiferencia de mi parte; es que, sabiendo de la voluminosa correspondencia que recibís, solamente os escribo cuando tengo algo importante para hablaros. Por lo tanto, vengo a deciros que este año contamos con vuestra visita y os rogamos que nos informéis –con la mayor precisión posible– la fecha de vuestra llegada y el lugar donde arribaréis, porque este año el número de espíritas aumentó mucho, sobre todo entre las clases obreras. Todos quieren veros, escutaros y, aunque sepan perfectamente que han sido los Espíritus que dictaron vuestras obras, desean ver al hombre que Dios ha elegido para esta bella misión. Quieren deciros cuán felices se sienten por leeros y por haceros juez del progreso moral que han extraído de vuestras instrucciones, porque se esfuerzan para ser mansos, pacientes y resignados en su miseria, que es tan grande en Lyon, sobre todo entre los tejedores de seda. Los que murmuran, los que aún se quejan son los principiantes; los más instruidos les dicen: ¡Coraje!, nuestras penas y nuestros sufrimientos son pruebas o las consecuencias de nuestras existencias anteriores; Dios, que es bueno y justo, nos hará más felices y nos recompensará en nuevas reencarnaciones. Allan Kardec nos lo ha dicho y lo prueba en sus escritos.
Hemos elegido un local mayor que el de la última vez, pues seremos más de cien; nuestra comida será modesta, porque las contribuciones serán pequeñas; tendremos, más bien, el placer de la reunión. Hago de tal modo que haya espíritas de todas las clases y de todas las condiciones, a fin de hacerles comprender que todos son hermanos. El Sr. Dijoud se ocupa de ello con esmero y traerá a todo su Grupo, que es numeroso.
Con devoción y estima,
C. REY.