Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Diferentes maneras de hacer la caridad
(Sociedad Espírita de Lyon)

Nota – La siguiente comunicación ha sido obtenida en nuestra presencia en el Grupo de Perrache: Sí, amigos míos, vendré siempre a vuestro medio, cada vez que sea llamado. Ayer me sentí muy feliz por vosotros cuando escuché al autor de los libros que os abrieron los ojos, testimoniar el deseo de veros reunidos, a fin de dirigiros palabras benevolentes. Para todos vosotros es, a la vez, una gran enseñanza y un poderoso recuerdo. Pero cuando él os habló del amor y de la caridad, escuché decir a varios de vosotros: ¿Cómo hacer la caridad, si frecuentemente no tengo ni siquiera lo necesario?

Amigos míos, la caridad se hace de muchas maneras: podéis hacer la caridad en pensamientos, en palabras y en acciones. En pensamientos, al orar por los pobres abandonados, que murieron sin haber podido ver la luz: una oración hecha de corazón los alivia. En palabras, al dirigir algunos consejos buenos a vuestros compañeros de todos los días. Decid a los hombres, amargados por la desesperación y por las privaciones, y que blasfeman contra el nombre del Altísimo: «Yo era como vosotros; sufría, era infeliz, pero he creído en el Espiritismo, y ved cuán radiante estoy ahora». A los ancianos que os digan: “Es inútil, estoy en el final de mi jornada y moriré como he vivido”, respondedles: «Todos somos iguales ante la justicia de Dios; acordaos de los trabajadores de la última hora». A los niños que deambulan por las calles –ya viciados por su entorno– y que se encuentran expuestos a sucumbir a las malas tentaciones, decidles: «Dios los ve, mis estimados hijos», y no temáis en repetirles con frecuencia estas dulces palabras, que acabarán por germinar en sus jóvenes inteligencias; así, en lugar de pequeños vagabundos, haréis de ellos hombres. Esto también es caridad.

Varios de vosotros decís también: “¡Bah! Somos tan numerosos en la Tierra que Dios no puede vernos a todos”. Amigos míos, escuchad bien esto: cuando estáis en la cima de una montaña, ¿no abarca vuestra mirada los millares de granos de arena que la cubren? ¡Pues bien! Dios os ve del mismo modo. Él os permite usar vuestro libre albedrío, así como vosotros dejáis que esos granos de arena se muevan libremente a merced del viento que los dispersa; sólo que Dios, en su infinita misericordia, ha puesto en el fondo de vuestro corazón un centinela vigilante que se llama conciencia. Escuchadla; ésta os dará únicamente buenos consejos. A veces la embotáis, oponiéndole el Espíritu del mal, y entonces ella permanece en silencio; pero tened la certeza de que esa pobre, que ha sido relegada al olvido, se hará escuchar tan pronto como la dejéis que perciba una señal de remordimiento. Escuchadla, interrogadla y seréis frecuentemente consolados por sus consejos.

Amigos míos, a cada nuevo regimiento el general entrega una bandera; yo os doy esta máxima del Cristo: «Amaos los unos a los otros». Practicad esta máxima; uníos todos alrededor de este estandarte y alcanzaréis la felicidad y el consuelo.

VUESTRO ESPÍRITU PROTECTOR