Roma
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Ciudad de Rómulo, ciudad de los Césares, cuna del Cristianismo, tumba de los Apóstoles, tú eres la ciudad eterna, y Dios quiere que cese finalmente el largo letargo en que has caído. La hora de tu regreso a la vida ha de sonar. Sacude el entorpecimiento de tus miembros; levántate, fuerte y valiente, para obedecer a los destinos que te esperan, porque desde hace muchos siglos no eres más que una ciudad desierta. Las ruinas numerosas de tus vastas arenas, que con gran dificultad recibían a las multitudes de ávidos espectadores, son apenas visitadas por los raros extranjeros que de tiempo en tiempo pasan por tus calles solitarias. Tus catacumbas, donde yacen los restos mortales de tantos soldados valientes que han muerto por la fe, apenas los sacan de su indiferencia. Pero la crisis que sufres será la última, y de ese penoso y doloroso trabajo saldrás grande, fuerte, poderosa y transformada por la voluntad de Dios. De lo alto de tu antigua basílica, la voz del sucesor de san Pedro extenderá sobre ti sus manos, que traerán la bendición del Cielo, y él llamará en su consejo supremo a los Espíritus del Señor; se someterá a sus lecciones y dará la señal de progreso al enarbolar francamente la bandera del Espiritismo. Entonces, sometido a sus enseñanzas, el universo católico acudirá en masa a colocarse alrededor del cayado de su primer pastor y, con este impulso, todos los corazones se volverán hacia ti. Serás el faro luminoso que debe iluminar al mundo, y tus habitantes, alegres y felices al ver que das a las naciones el ejemplo del mejoramiento y del progreso, repetirán en sus cantos: Sí, Roma es la ciudad eterna.