Conversaciones familiares del Más Allá
Don Peyra, prior de Amilly
Esta evocación fue realizada el año pasado en la Sociedad, a pedido del Sr. Borreau, de Niort, que nos había enviado la siguiente noticia:
«Hace unos treinta años, nosotros teníamos en el priorato de Amilly –muy cerca de Mauzé– un sacerdote llamado Don Peyra, el cual dejó en la región una reputación de hechicero. De hecho, él se ocupaba constantemente con las ciencias ocultas; se cuentan de él cosas que parecen fabulosas, pero que, según la ciencia espírita, realmente podrían tener su razón de ser. Hace alrededor de doce años, al realizar con una sonámbula experiencias muy interesantes, yo establecí contacto con el Espíritu Peyra; él se presentó como un auxiliar, con el cual no podíamos dejar de tener éxito, pero fracasamos. Después, en experiencias de la misma naturaleza, fui llevado a creer que este Espíritu debería haberse interesado al respecto. Si no es abusar de vuestra bondad, vengo a solicitar que lo evoquéis y que le preguntéis cuáles han sido y cuáles son sus relaciones conmigo. A partir de ahí, tal vez un día yo tenga cosas interesantes para comunicaros.»
(Primera conversación, 13 de enero de 1860)
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. ¿De dónde venía la reputación de hechicero que teníais cuando encarnado? –Resp. Cuento de viejas; yo estudiaba Química.
3. ¿Cuál ha sido el motivo que os ha llevado a poneros en contacto con el Sr. Borreau, de Niort? –Resp. El deseo de distraerme un poco, a propósito del poder que él me atribuía.
4. Dice que os habéis presentado ante él como un auxiliar en sus experiencias; ¿podríais decirnos cuál era la naturaleza de esas experiencias? –Resp. No soy lo bastante indiscreto como para contar un secreto que él no se dignó a revelaros. Vuestra pregunta me ofende.
5. No queremos insistir, pero os haremos notar que podríais haber respondido de modo más apropiado a personas que os interrogan seriamente y con benevolencia; vuestro lenguaje no es el de un Espíritu adelantado. –Resp. Soy lo que siempre he sido.
6. ¿De qué naturaleza son las cosas fabulosas que cuentan de vos? –Resp. Como ya os he dicho, son cuentos; conocía la opinión que tenían de mí y, lejos de intentar ocultarla, yo hacía lo que era necesario para favorecerla.
7. Según vuestra respuesta anterior, parece que no habéis progresado después de vuestra muerte. –Resp. A decir verdad, no busqué hacerlo, pues no conocía los medios; entretanto, creo que debe haber algo por hacer; recientemente he pensado en esto.
8. Vuestro lenguaje nos sorprende, siendo que viene de parte de un Espíritu que era sacerdote cuando encarnado y que, por esto mismo, debería tener ideas de una cierta elevación. –Resp. Yo era –creedlo realmente– muy poco instruido.
9. Tened a bien desarrollar vuestro pensamiento. –Resp. Demasiado instruido para creer, pero no lo suficiente para saber.
10. ¿Entonces no erais lo que se llama un buen sacerdote? –Resp. ¡Oh, no!
11. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones como Espíritu? –Resp. Siempre la Química; creo que yo hubiese hecho mejor en buscar a Dios en vez de la materia.
12. ¿Cómo un Espíritu puede ocuparse de Química? –Resp. ¡Oh! Permitidme deciros que la pregunta es pueril; ¿necesito un microscopio o un aparato de destilación para estudiar las propiedades de la materia, que vos sabéis que el Espíritu penetra?
13. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. En verdad, no; os he dicho que creo que recorrí un camino falso; pero voy a cambiar, sobre todo si tuviere la felicidad de ser ayudado un poco, principalmente yo, que tanto he tenido que orar por los otros, lo que –confieso– no siempre hice por el dinero recibido; sobre todo –como decía– si no quisieren aplicarme la pena del talión.
14. Os agradecemos por haber venido y haremos por vos lo que no hicisteis por los otros. –Resp. Valéis más que yo.
(Segunda conversación, 25 de junio de 1861)
Al habernos remitido el Sr. Borreau nuevas preguntas para el Espíritu Don Peyra, éste fue nuevamente evocado, ahora a través de otro médium; el Espíritu dio las siguientes respuestas, de las cuales se pueden extraer lecciones útiles, ya sea como estudio de las individualidades del mundo espírita o como enseñanza general.
15. Evocación. –Resp. ¿Qué queréis de mí y por qué me importunáis?
16. Fue el Sr. Borreau, de Niort, que nos pidió que os hiciéramos algunas preguntas. –Resp. ¿Qué más él quiere de mí? ¿No está contento con importunarme en Niort? ¿Por qué es necesario que me haga evocar en París, donde nada me atrae? Bien que gustaría que él tuviese la idea de dejarme en paz. Me llama, me evoca, me pone en contacto con sonámbulos, me hace evocar por terceros; ese señor es muy molesto.
17. Sin embargo, debéis recordaros que ya os evocamos y que respondisteis más amablemente que hoy; y hasta os prometimos orar por vos. –Resp. Sí, me acuerdo muy bien de esto; pero prometer y cumplir son dos cosas diferentes: vos habéis orado por mí, ¿pero los otros?
18. Ciertamente que los otros también han orado. En fin, ¿deseáis responder a las preguntas del Sr. Borreau? –Resp. Os aseguro que, por él, no tengo el más mínimo deseo de hacerlo, porque siempre lo tengo que llevar a cuestas; perdonadme la expresión, pero es verdadera, ya que no existe ninguna afinidad entre él y yo; pero a vos, que piadosamente llamasteis sobre mí la misericordia de lo Alto, deseo responderos de la mejor forma posible.
19. Hace poco decíais que estabais siendo importunado; ¿podéis darnos al respecto una explicación para nuestra instrucción personal? –Resp. Cuando digo que estoy siendo importunado lo es en el sentido que, al ocuparos de mí, habéis llamado mi atención y mi pensamiento junto a vosotros, y vi que sería necesario que yo respondiera a vuestras preguntas, aunque sólo fuese por delicadeza. Me explico mal: mi pensamiento estaba en otro lugar, en mis estudios, en mi ocupación habitual; vuestra evocación atrajo forzosamente mi atención sobre vosotros, sobre las cosas de la Tierra; por consiguiente, como de modo alguno estaba en mis propósitos ocuparme de vosotros y de la Tierra, me habéis importunado.
Nota – Los Espíritus son más o menos comunicativos y, según su carácter, vienen con mayor o menor buena voluntad; pero podemos estar ciertos de que, al igual que los hombres serios, no les gusta ser importunados sin necesidad. En cuanto a los Espíritus ligeros, es diferente; ellos están siempre dispuestos a entrometerse en todo, incluso cuando no son llamados.
20. Cuando os pusisteis en contacto con el Sr. Borreau, ¿conocíais sus creencias en la posibilidad de hacer triunfar sus convicciones a través de la realización de un gran hecho, ante el cual la incredulidad sería forzada a doblegarse? –Resp. El Sr. Borreau quería que yo lo sirviese en una operación medio magnética, medio espírita; pero a él no le da la talla para llevar a cabo semejante obra, y creí que no debía concederle mi concurso por más tiempo. Además, yo lo habría hecho si pudiese; la hora no había llegado para eso, y aún está por llegar.
21. ¿Podríais ver y decirle cuáles son las causas que, durante sus experiencias en la Vendée, lo hicieron fracasar, al derribarlo a él y a su sonámbula, así como a las otras dos personas presentes? –Resp. Mi respuesta anterior puede aplicarse a esta pregunta. El Sr. Borreau ha sido derribado por los Espíritus que le han querido dar una lección, a fin de enseñarle a no buscar lo que debe permanecer oculto. He sido yo quien los ha empujado, usando el fluido del propio magnetizador.
Nota – Esta explicación concuerda perfectamente con la teoría que ha sido dada acerca de las manifestaciones físicas; no ha sido con sus manos que los Espíritus los han empujado, sino con el propio fluido animado de las personas, combinado con el del Espíritu. La disertación que damos más adelante sobre los aportes, contiene al respecto desarrollos del más alto interés. Una comparación que quizá pueda tener alguna analogía parece justificar la expresión del Espíritu.
Cuando un cuerpo cargado de electricidad positiva se aproxima a una persona, ésta se carga de electricidad contraria; la tensión crece hasta la distancia explosiva; en este punto, los dos fluidos se reúnen violentamente por la chispa, y la persona recibe una descarga que, conforme la masa de fluido, puede derribarla e inclusive fulminarla. En ese fenómeno es siempre necesario que la persona suministre su parte de fluido. Suponiéndose que el cuerpo electrizado positivamente fuera un ser inteligente, obrando por su propia voluntad y dándose cuenta de la operación, se diría que él combinó una parte del fluido de la persona con el suyo. En el caso del Sr. Borreau, tal vez las cosas no hayan pasado exactamente así; pero se comprende que allí pueda haber un efecto análogo, y que Don Peyra haya sido lógico al decir que él los ha derribado con su propio fluido. Se comprenderá mejor aún si se tiene a bien remitirse a lo que ha sido dicho en El Libro de los Espíritus y en El Libro de los Médiums, sobre el fluido universal, que es el principio del fluido vital, del fluido eléctrico y del fluido magnético animal.
22. Durante sus largas y dramáticas experiencias, el Sr. Borreau dice haber hecho descubrimientos mucho más sorprendentes para él, que la solución que buscaba; ¿vos los conocéis? –Resp. Sí, pero hay algo que él no descubrió: que los Espíritus no tienen la misión de ayudar a los hombres en averiguaciones semejantes a las que él hacía. Si pudiesen hacerlo, Dios no podría ocultar nada, y los hombres dejarían a un lado el trabajo y el ejercicio de sus facultades, a fin de correr en busca de un tesoro o de un invento, pidiendo a los Espíritus para que les dejen todo servido, de tal modo que bastaría esperar sus respuestas para cosechar la gloria y la fortuna. Realmente tendríamos mucho que hacer si fuese preciso satisfacer la ambición de todo el mundo. ¿Percibís el trastorno que esto causaría en el mundo de los Espíritus si universalmente creyesen de esa manera en el Espiritismo? Seríamos llamados a diestro y siniestro: aquí para excavar la tierra y enriquecer a un perezoso; allá para evitar que un tonto tenga la difícultad de resolver un problema; allí para calentar el horno de un químico y, en todas partes, para encontrar la piedra filosofal. El más bello descubrimiento que el Sr. Borreau debería haber hecho es el de saber que siempre hay Espíritus que se divierten cuando os seducen con minas de oro, incluso a los ojos del más clarividente sonámbulo, haciéndolas aparecer donde no están y riéndose a vuestras expensas cuando creéis que os apoderáis del tesoro, y esto para enseñaros que la sabiduría y el trabajo son los verdaderos tesoros.
23. El objeto de las búsquedas del Sr. Borreau ¿era un tesoro? –Resp. Creo que os he dicho, cuando me llamasteis por primera vez, que no soy indiscreto; si él no se dignó a decíroslo, no me corresponde hacerlo.
Nota – Vemos que este Espíritu es discreto; además, es una cualidad que se encuentra en todos en general, y hasta en los Espíritus poco adelantados. De esto se deduce que, si un Espíritu hiciera revelaciones indiscretas sobre alguien, con toda probabilidad sería para divertirse, y se cometería un error en tomarlos en serio.
24. ¿Podríais darle algunas explicaciones acerca de la mano invisible que, durante un largo tiempo, hubo trazado numerosos escritos que él encontraba en las hojas del cuaderno, expresamente preparado para recibirlos? –Resp. En cuanto a los escritos, no son de los Espíritus; más tarde él conocerá la fuente de los mismos, que no debo revelar ahora. Los Espíritus pueden haberlos provocado con el objetivo al que me referí antes, pero no han sido ellos los que escribieron.
Nota – Aunque estas dos conversaciones hayan tenido lugar con 18 meses de intervalo y a través de médiums diferentes, se reconoce en ellas un encadenamiento, una secuencia y una similitud de lenguaje que no permiten dudar que sea el mismo Espíritu que haya respondido. En cuanto a la identidad, ésta resalta de la siguiente carta que nos ha escrito el Sr. Borreau, después del envío de la segunda evocación.
«18 de julio de 1861.
«Señor,
«Vengo a agradeceros el trabajo que has tenido a bien llevar a cabo y la solicitud con la que me habéis remitido la última evocación de Don Peyra. Como vos decís, el antiguo prior, en Espíritu, no estaba para nada de buen humor, también expresando vivamente la impaciencia que le ha causado esa nueva solicitación. Señor, de esto se deduce una gran enseñanza: que los Espíritus que hacen el juego malévolo de atormentarnos pueden, a su turno, ser pagados por nosotros con la misma moneda.
«¡Ah, señores del Más Allá! –y aquí sólo hablo de los Espíritus burlones y ligeros–, sin duda os jactaríais de tener el privilegio exclusivo de importunarnos; he aquí que un pobre Espíritu terreno, muy pacífico, simplemente al ponerse en guardia contra vuestras maquinaciones y al buscar desbaratarlas, os atormenta ¡a punto de sentirlo penosamente sobre vuestros hombros fluídicos! ¡Ah, caro prior! ¿Qué diré yo, entonces, cuando confesáis que habéis hecho parte de la turba espiritual que me ha obsesado tan cruelmente y que me ha jugado tantas malas pasadas durante mis experiencias en la Vendée? Si es verdad que estabais allí, deberíais saber que solamente las he emprendido con el objetivo de hacer triunfar la verdad a través de hechos irrefutables. Sin duda era una gran ambición, pero era honorable, en mi opinión; apenas –como habéis dicho– no me daba la talla para luchar, y vos y los que estaban con vosotros nos derribaron de tal modo, que nos vimos forzados a abandonar la partida, llevando a nuestros muertos, porque vuestras maquinaciones fantásticas –que causaron una lucha horrible– acabaron por quebrantar a mi pobre sonámbula que, en un desmayo que no duró menos de seis horas, no daba señales de vida y que creímos que estaba muerta. Indudablemente nuestra posición parecerá más fácil de comprender que de describir, si se tiene en cuenta que era medianoche y que estábamos en uno de los campos ensangrentados por las guerras de la Vendée, lugar de un aspecto salvaje y rodeado de pequeñas colinas sin vegetación, cuyos ecos repetían los gritos desgarradores de las víctimas. Mi pavor había llegado al colmo, pensando en la terrible responsabilidad que caía sobre mí y a la cual no sabía cómo enfrentar... ¡Yo estaba perdido! Solamente la oración podía salvarme, y me salvó. Si a esto llamáis lecciones, ¡convengamos que son duras! Probablemente, era aún para darme una de esas lecciones que, un año más tarde, me llamabais a Mauzé; pero, por entonces, yo estaba más instruido y ya sabía a qué atenerme sobre la existencia de los Espíritus y acerca de los hechos y gestos de muchos de ellos; además, la escena no estaba más preparada para un drama como en Châtillon; así, tuve que dejar ese lugar debido a una escaramuza.
«Perdón, señor, si me dejé llevar por el prior; vuelvo a vos, pero para continuar dialogando, si tenéis a bien permitirlo. Hace pocos días fui a la casa de un hombre muy honorable, que conoció bastante a Don Peyra en su juventud, y le mostré la evocación que me enviasteis; él reconoció perfectamente el lenguaje, el estilo y el espíritu mordaz del antiguo prior, y me contó los siguientes hechos:
«Al haber sido forzado por la Revolución a abandonar el priorato de Surgères, Don Peyra compró la pequeña propiedad de Amilly, cerca de Mauzé, donde estableció su residencia; allí se volvió conocido por sus bellas curas, obtenidas por medio del magnetismo y de la electricidad que empleaba con éxito. Pero al percibir que sus negocios no iban tan bien como deseaba, él se valió del charlatanismo y, con la ayuda de su máquina eléctrica, realizó prestidigitaciones, por lo que no tardó en ser considerado un hechicero. Lejos de combatir esta opinión, él mismo la provocaba y la estimulaba. Había en Amilly un largo paseo con árboles, por el cual llegaban los clientes que frecuentemente venían de diez a quince leguas de distancia. Él preparaba su máquina para que hiciera contacto con el picaporte de la puerta, y cuando los pobres campesinos llamaban golpeando, se sentían como fulminados. Es fácil imaginar lo que semejantes hechos debían producir en personas poco esclarecidas, sobre todo en aquella época.
«Tenemos un proverbio que dice:
No hay que vender la piel del oso antes de haberlo matado. ¡Ah! Veo que será necesario que cambiemos la piel más de una vez, antes que abandonemos nuestros malos instintos. Sin embargo, señor, no saquéis la conclusión de que yo quiera eso para el prior. No; y la prueba de todo esto es que, siguiendo vuestro ejemplo, oré por él –lo confieso–, como también es verdad lo que os dijo de que yo no había orado por él hasta entonces.
«Atentamente,
J.-B. BORREAU.»
Ha de notarse que esta carta es del 18 de julio de 1861, mientras que la primera evocación remonta al mes de enero de 1860; en esta última fecha no conocíamos todas las particularidades de la vida de Don Peyra, con las cuales sus respuestas concuerdan perfectamente, puesto que él mismo dice que hacía lo que era preciso para que se diera crédito al rumor de su reputación como hechicero.
Lo que sucedió al Sr. Borreau tiene una singular analogía con las malas pasadas que Don Peyra hacía, cuando encarnado, a sus visitantes; y seríamos fuertemente llevados a creer que este último quiso repetirlas. Ahora bien, para eso no tenía necesidad de máquina eléctrica, ya que tenía a disposición la gran máquina universal; se comprenderá esta posibilidad si se coteja esa idea con la nota que hemos hecho anteriormente a la cuestión Nº 21. El Sr. Borreau encuentra una especie de compensación a las malicias de ciertos Espíritus en las molestias que se les puede causar; sin embargo, le aconsejamos a no confiarse demasiado en eso, porque ellos tienen más medios de escaparse a nuestra influencia, que nosotros de sustraernos a la de ellos. Además, es evidente que si, en aquella época, el Sr. Borreau hubiese conocido a fondo el Espiritismo, habría sabido lo que era razonable solicitar a los Espíritus y no se habría aventurado a hacer tentativas que la ciencia demostraría que solamente llevaría a una mistificación. Él no es el primero que adquiere experiencia a sus expensas. Es por eso que no cesamos de repetir: Estudiad primero la teoría; ésta os enseñará todas las dificultades de la práctica, y evitaréis así esas experiencias de las cuales os sentiríais felices en salir de las mismas con apenas algunos sinsabores. Dice él que su intención era buena, pues quería probar por un gran hecho la verdad del Espiritismo; pero en semejante caso los Espíritus dan las pruebas que quieren y cuando quieren, y nunca cuando se las piden. Conocemos a personas que también querían dar esas pruebas irrecusables a través del descubrimiento de fortunas colosales por medio de los Espíritus; pero lo que resultó más claro para ellas fue que gastaron su dinero. Incluso agregaremos que si, por ventura, tales pruebas pudiesen lograr resultados, serían mucho más perjudiciales que útiles, porque falsearían la opinión sobre el objetivo del Espiritismo, haciendo que se crea que pueda servir como medio de adivinación. Entonces se justificaría la respuesta de Don Peyra a la pregunta Nº 22.