Francia
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos) Tierra de los francos: tú también estabas inmersa en la barbarie, y tus cohortes salvajes llevaban el pavor y la desolación hasta el seno de las naciones civilizadas. Ofrecías montañas de sacrificios humanos a Teutates y temblabas ante la voz de los druidas que elegían a sus víctimas. Los dólmenes que te servían de altares ¡yacen en medio de páramos estériles! Y el pastor que hacia allí lleva sus flacos rebaños observa con asombro esos bloques de granito, y se pregunta ¡para qué han servido esos recuerdos de otros tiempos!
Tus hijos, entretanto, llenos de bravura, dominaban a las naciones y volvían a la tierra natal con la frente triunfante, llevando en sus manos los trofeos de sus victorias ¡y arrastrando a los vencidos a una vergonzosa esclavitud! Pero Dios quería que tomaras tu lugar entre las naciones, y te envió Espíritus buenos, apóstoles de una nueva religión, que venían a enseñar a tus hijos salvajes el amor, el perdón, la caridad. Y cuando Clodoveo, al frente de sus ejércitos, pidió socorro a ese Dios poderoso, Él acudió a su ruego, le dio la victoria y, como hijo agradecido, ¡el vencedor abrazó el Cristianismo! El apóstol del Cristo, al derramarle la santa unción, inspirado por el Espíritu de Dios, le ordenó adorar lo que había quemado, y quemar lo que había adorado.
Entonces comenzó para ti una larga lucha entre tus hijos, que no se decidían a afrontar la cólera de sus dioses y de sus sacerdotes, y no fue sino después de que la sangre de los mártires regó tu suelo, a fin de hacer germinar allí sus enseñanzas, que poco a poco sacudiste de tu corazón el culto de tus antepasados, para seguir el de tus reyes. Éstos eran bravos y valientes; a su turno iban a combatir a las hordas salvajes de los bárbaros del Norte; y, al volver a la calma de sus palacios, se aplicaban al progreso y a la civilización de sus pueblos. Durante una larga serie de siglos se los ve cumplir ese progreso –lentamente, es verdad–, pero finalmente ellos te han colocado en primera línea.
A pesar de ello, tantas veces fuiste culpable que el brazo de Dios se levantó y estaba preparado para exterminarte; pero si el suelo francés es un foco de incredulidad y de ateísmo, es también el foco de impulsos generosos, de la caridad y de los sublimes sacrificios; al lado de la impiedad florecen las virtudes enseñadas por el Evangelio. Ellas desarmaron su brazo, preparado para alcanzarte tantas veces y, al lanzar sobre ese pueblo que ama una mirada de clemencia, Él lo eligió para ser el instrumento de su voluntad, y es de su seno que deben salir los gérmenes de la Doctrina Espírita, que Dios hace enseñar por medio de los Espíritus buenos, a fin de que sus rayos benéficos penetren poco a poco el corazón de todas las naciones, y que los pueblos, consolados por preceptos de amor, de caridad, de perdón y de justicia, marchen a pasos de gigante hacia la gran reforma moral que debe regenerar a la Humanidad. ¡Francia! Tu futuro está en tus manos; si menosprecias la voz celestial que te llama a esos gloriosos destinos; si tu indiferencia te hace rechazar la luz que debes esparcir, Dios te repudiaría, como antaño repudió al pueblo hebreo, pues Él estará con aquel que cumpla sus designios. ¡Apresúrate, entonces, porque el momento ha llegado! Que los pueblos aprendan de ti el camino de la verdadera felicidad; que tu ejemplo les muestre los frutos consoladores que deben retirar, y ellos repetirán a coro con los Espíritus buenos: ¡Dios proteja y bendiga a Francia!
CARLOMAGNO