El Espíritu y las rosas
(Evocación enviada por la Sra. de B..., de Nueva Orleáns)
Emma D..., linda niña fallecida a la edad de 7 años, después de 6 meses de sufrimientos, casi no comía más en las últimas seis semanas antes de su muerte.
1.
Evocación. –
Resp. Estoy aquí, Sra., ¿que deseáis?
2. Deseo saber dónde estáis, si sois feliz y por qué Dios les ha impuesto un pesar tan grande a vuestra encantadora madre y a vuestras hermanas, como el de vuestra muerte. –Resp. Estoy en medio de Espíritus buenos, que me aman y me instruyen; soy feliz, muy feliz; mi paso entre vosotros era sólo un resto de prueba física. Sufrí, pero ese sufrimiento no era nada; el mismo depuraba mi alma, al mismo tiempo que destruía mi pobre cuerpo. Ahora, aprendo sobre la vida del alma; estoy reencarnada, pero como Espíritu conservador; estoy en un mundo donde ninguno de nosotros permanece más tiempo que lo necesario a la duración de las enseñanzas que nos son dadas por los Grandes Espíritus. Fuera de esto viajo, previniendo infortunios y alejando tentaciones. Estoy a menudo por aquí; hay tantos pobres negros: siempre me he compadecido de ellos, pero ahora los amo. ¡Sí, los amo, pobres almas! Entre ellos hay muchos que son buenos, mejores que sus amos; e inclusive debemos compadecernos de los perezosos.
Estoy frecuentemente junto a mi madre querida; y cuando ella siente su corazón fortalecido, he sido yo quien le ha derramado el bálsamo divino. ¡Ay! Mas es preciso que ella sufra; pero más tarde todo será olvidado; y Lucie, mi amada Lucie, estará conmigo ante todo. Pero los otros vendrán; basta morir para estar así; nada más: uno cambia de cuerpo, apenas esto. Ya no tengo más aquel mal que me volvía un objeto de horror para cada uno; soy más feliz, y a la noche me inclino ante mi madre y la abrazo; ella no siente nada, pero entonces sueña conmigo, y me ve como yo era antes de mi horrible enfermedad. Comprended, señora, que soy feliz.
Yo quisiera que sean puestas rosas en el rincón del jardín donde antaño yo iba a dormir; sugerid a Lucie la idea de ponerlas allí. ¡Amaba tanto las rosas, y voy tan a menudo allá! Yo tengo rosas en ese mundo; pero Lucie duerme diariamente en mi antiguo rincón, y a cada día estoy también junto a ella; ¡la amo tanto!
3. Mi estimada niña, ¿será que yo podría veros? –Resp. No, todavía no. Aún no podéis verme; pero observad el rayo de sol sobre vuestra mesa: voy a atravesarlo. Gracias por haberme evocado; sed indulgente con mis hermanas. Adiós.
El Espíritu desapareció, haciendo sombra por un instante sobre el rayo de sol que continuaba. Al haber sido puestas las rosas en el pequeño y apreciado rincón, tres días después la médium escribió la palabra gracias en una carta, así como la firma de la niña, que hizo que escribiera lo siguiente: «Volved a comenzar vuestra carta; ¡qué le vamos a hacer! ¡Estoy tan feliz de tener una médium!» Regresaré. Gracias por las rosas. ¡Adiós!