Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Opinión de un periodista sobre "El Libro de los Espíritus"

Como se sabe, la prensa no nos colma de atenciones, lo que no impide que el Espiritismo avance rápidamente, prueba evidente de que Él es lo suficientemente fuerte como para marchar solo. Si la prensa es muda u hostil, sería un error creer que el Espiritismo tenga en su contra todos los representantes de la misma; al contrario, muchos de ellos son muy simpáticos a la Doctrina, pero son reservados por consideraciones personales, porque nadie quiere tomar la iniciativa. En este tiempo la opinión pública se pronuncia cada vez más; la idea se generaliza y, cuando haya invadido las masas, la prensa progresista será forzada a seguirla, bajo pena de permanecer con aquellos que nunca avanzan. Sobre todo, lo hará cuando ella comprenda que el Espiritismo es el más poderoso elemento de propagación de todas las ideas grandiosas, generosas y humanitarias que no cesa de predicar. Sin duda, sus palabras no han de perderse; pero ¡cuántos golpes de pico no será necesario dar en la roca de los prejuicios antes de quebrarla! El Espiritismo les abre un terreno fecundo y derriba las últimas barreras que detenían su marcha. He aquí lo que comprenderán los que se tomen el trabajo de estudiarlo a fondo, de medir su alcance y de ver sus consecuencias, que ya se manifiestan en resultados positivos; pero para esto son necesarios observadores serios y no superficiales, hombres que no escriban por escribir, sino que hagan de sus principios una religión. No dudemos que ellos serán encontrados y, antes de lo que se piensa, se verán al frente de la propagación de las ideas espíritas algunos de estos nombres que, por sí solos, son autoridades y cuya memoria el futuro guardará por haber colaborado con la verdadera emancipación de la Humanidad.

El siguiente artículo, publicado por El Akhbar –diario de Argelia– del 15 de octubre de 1861 es, en este sentido, un primer paso que tendrá imitadores; bajo el modesto pseudónimo de Ariel, nuestros lectores quizá reconozcan la pluma experimentada de uno de nuestros eminentes periodistas.

«La prensa de Europa está muy ocupada con esta obra, y esto es comprensible después de haberla leído, sea cual fuere la opinión que se tenga sobre la colaboración de las inteligencias del Más Allá que el autor dice haber obtenido. En efecto, aunque se supriman algunas páginas de la introducción, las cuales exponen los caminos y los medios de dicha colaboración –la parte discutible para los profanos–, sigue siendo un libro de alta filosofía, de una moral eminentemente pura y, sobre todo, de un efecto muy consolador para el alma humana, estremecida en este mundo entre los sufrimientos del presente y los temores del futuro. De esta manera, más de un lector debe haberse dicho al llegar a la última página: ¡No sé si todo esto es así, pero consentiría que lo fuese!

«¿Quién no escuchó hablar, hace algunos años, de las extrañas comunicaciones de las cuales ciertos seres privilegiados eran los intermediarios entre nuestro mundo material y el mundo invisible? Cada uno tomó partido en la cuestión y, como de costumbre, la mayoría de los que se alistaron en las filas de los creyentes o de los que se atrincheraron en el campo de los incrédulos no se tomó el trabajo de verificar los hechos, cuya realidad era admitida por unos y negada por otros.

«Pero estos no son asuntos que se discutan en un diario de la naturaleza del nuestro. Por lo tanto, sin cuestionar ni atestiguar la autenticidad de las firmas póstumas de Platón, Sócrates, san Agustín, Julio César, Carlomagno, san Luis, Napoleón, etc., que se encuentran registradas en varios párrafos del libro del Sr. Allan Kardec, constatamos que si esos grandes hombres volviesen al mundo para darnos explicaciones sobre los problemas más interesantes de la Humanidad, no se expresarían con más lucidez, con un sentido moral más profundo, más delicado, con mayor elevación de miras y de lenguaje de lo que lo hacen en la singular obra de la cual intentamos dar una idea. Son cosas que no se leen sin emoción, y no son de aquellas que se olvidan casi después de haberlas leído. En este sentido, El Libro de los Espíritus no pasará –como tantos otros– en medio de la indiferencia del siglo: tendrá ardientes detractores, despiadados escarnecedores, pero no sería de admirar que, en compensación, también tenga partidarios muy sinceros y muy entusiastas.

«En conciencia, al no poder colocarnos –por falta de una verificación previa– entre unos ni otros, nos atenemos al humilde oficio de relator y decimos: Leed esta obra, porque ella sale completamente de los caminos trillados de la banalidad contemporánea; si no fuereis cautivado o subyugado, tal vez os irritaréis, pero, con toda seguridad, no permaneceréis frío ni indiferente.

«Recomendamos principalmente la parte que aborda el tema de la muerte. He aquí un asunto al que nadie le gusta prestar atención, inclusive aquellos que hacen pose de incrédulos y de intrépidos. ¡Pues bien! Después de haberla leído y meditado, uno se siente totalmente admirado por no encontrar más tan aterradora esa crisis suprema; al respecto, uno llega al punto más deseable, en el cual no se teme ni se desea la muerte. Otros problemas de no menor importancia tienen soluciones igualmente consoladoras e inesperadas. En resumen, el tiempo que se ha de consagrar a la lectura de este libro será bien empleado para la curiosidad intelectual y no será perdido para el mejoramiento moral.»

ARIEL