Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Conversaciones familiares del Más Allá
La pena del talión

(Sociedad, 9 de agosto de 1861; médium: Sr. d’Ambel)

Un corresponsal de la Sociedad le transmite a la misma la siguiente nota:

«El Sr. Antonio B..., uno de mis parientes, escritor de mérito, estimado por sus conciudadanos, el cual había ejercido con distinción y probidad cargos públicos en Lombardía, cayó en un estado de muerte aparente hace aproximadamente diez años, a consecuencia de un ataque de apoplejía, estado que desgraciadamente fue considerado una muerte real, como ocurre algunas veces. Lo que facilitó aún más el error fueron las señales de descomposición que creyeron percibir en el cuerpo. Quince días después del entierro, una circunstancia fortuita determinó que la familia solicitara su exhumación: se trataba de un medallón que, por descuido, había sido olvidado dentro del ataúd. Pero grande fue el estupor de los asistentes cuando, al abrirse el cajón, se comprobó que el cuerpo había cambiado de posición: se había dado vuelta quedando boca abajo y, ¡cosa horrible!, que una de sus manos estaba parcialmente comida por el difunto. Entonces quedó de manifiesto que el desdichado Antonio B... había sido enterrado vivo, debiendo haber sucumbido bajo las angustias de la desesperación y del hambre. Sea como fuere, de este triste acontecimiento y de sus consecuencias morales, ¿no sería interesante, desde el punto de vista espírita y psicológico, hacer una investigación en el mundo de los Espíritus?»

1. Evocación de Antonio B... –Resp. ¿Que queréis de mí?

2. Uno de vuestros parientes nos ha pedido que os evocásemos; lo hacemos de buen grado y estaremos complacidos si consentís en respondernos. –Resp. Sí, consiento en contestaros.

3. ¿Recordáis las circunstancias de vuestra muerte? –Resp. ¡Ah,
por supuesto que las recuerdo! ¿Por qué me traéis a la memoria ese castigo?

4. ¿Es cierto que habéis sido enterrado vivo por equivocación? –Resp. Esto debía ser así, puesto que la muerte aparente tuvo todas las características de una muerte real; yo estaba casi exangüe. No se debe imputar a nadie un hecho previsto desde antes de mi nacimiento.

5. Si estas preguntas os causan sufrimiento, podemos evitarlas. –Resp. No, continuad.

6. Desearíamos que fueseis feliz, ya que habéis tenido la reputación de un hombre honesto. –Resp. Os agradezco mucho; sé que oraréis por mí. Voy a tratar de responderos, pero si no lo consigo, uno de vuestros habituales guías me suplirá.

7. ¿Podríais describirnos las sensaciones que habéis experimentado en aquel terrible momento? –Resp. ¡Oh, qué dolorosa prueba! ¡Sentirse encerrado entre cuatro tablas, sin poder moverse ni cambiar de posición! No poder gritar, ¡porque la voz no resuena en un medio que carece de aire! ¡Oh, qué tortura la del desgraciado que se esfuerza en vano por respirar en una atmósfera insuficiente y desprovista de la parte respirable! ¡Ah! Me hallaba como un condenado en la boca de un horno, a pesar del calor. ¡Oh, no le deseo a nadie semejantes torturas! ¡No, no le deseo a nadie un fin como el que he tenido! ¡Ay! ¡Una cruel punición para una cruel y feroz existencia! No me preguntéis en qué pensaba, pero me sumergía en el pasado y vislumbraba vagamente el porvenir.

8. Decís: ¡Una cruel punición para una cruel y feroz existencia! Pero vuestra reputación, hasta hoy intacta, no hacía suponer nada parecido. ¿Podéis explicarnos esto? –Resp. ¡Qué es la duración de una existencia en la eternidad! Ciertamente, he procurado obrar bien en mi última encarnación; pero yo había aceptado ese fin antes de reencarnar. ¡Ah! ¿Por qué me interrogáis sobre ese pasado doloroso, que sólo yo y los Espíritus –ministros del Todopoderoso– conocíamos? No obstante, pues, es preciso que os diga que en una existencia anterior yo había emparedado a una mujer, ¡a mi propia esposa!, ¡totalmente viva en una cripta! ¡Es la pena del talión la que he debido aplicarme! Ojo por ojo, diente por diente.

9. Os agradecemos por haber tenido a bien responder a nuestras preguntas, y rogamos a Dios que os perdone el pasado, en atención al mérito de vuestra última existencia. –Resp. Volveré más tarde; por lo demás, el Espíritu Erasto completará de buen grado mi comunicación.

Reflexiones de Lamennais sobre esta evocación

¡Dios es bueno! Pero el hombre, para llegar al perfeccionamiento, debe superar las pruebas más crueles. Este infeliz vivió varios siglos durante su desesperada agonía y, aunque su existencia haya sido honorable, esta prueba debía tener lugar, pues la había elegido.

Reflexiones de Erasto

Lo que debéis extraer de esta enseñanza es que todas vuestras existencias están relacionadas entre sí, y que ninguna es independiente de las otras; las preocupaciones, las dificultades, como los grandes dolores que afectan a los hombres, son siempre las consecuencias de una existencia anterior criminal o mal empleada. Sin embargo, debo deciros que finales semejantes al de Antonio B... son raros, y si este hombre –cuya última existencia estuvo exenta de reprobaciones– murió de esa manera, es porque él mismo había solicitado una muerte semejante, a fin de abreviar el tiempo de su erraticidad y para alcanzar más rápidamente las esferas elevadas. En efecto, después de un período de turbación y de sufrimiento moral para expiar aún su espantoso crimen, le será perdonado y se elevará hacia un mundo mejor en el que encontrará a su víctima, que lo espera y que lo perdonó hace mucho tiempo. Estimados espíritas, aprovechad este ejemplo cruel para soportar con paciencia los sufrimientos corporales, los sufrimientos morales y todas las pequeñas miserias de la vida.

Preg. ¿Qué provecho puede extraer la humanidad de semejantes puniciones? –Resp. Los castigos no son para que la humanidad se desarrolle, sino para punir al individuo culpable. En efecto, la humanidad no tiene ningún interés en ver sufrir a uno de los suyos. Aquí la punición ha sido apropiada a la falta. ¿Por qué existen locos y cretinos? ¿Por qué hay personas paralíticas? ¿Por qué algunos mueren quemados? ¿Por qué otros padecen durante años las torturas de una larga agonía entre la vida y la muerte? ¡Ah! Creedme, respetad la voluntad soberana y no intentéis sondear la razón de los decretos de la Providencia. ¡Sabedlo! Dios es justo, y realiza bien todo lo que Él hace.

ERASTO

Nota
– ¿No hay en este hecho una gran y terrible enseñanza? De esa manera, la justicia de Dios alcanza siempre al culpable y, aunque algunas veces sea tardía, no por eso deja de seguir su curso. ¿No es eminentemente moralizador saber que a los grandes culpables que terminan apaciblemente su existencia, y a menudo en la abundancia de bienes terrenales, tarde o temprano les ha de llegar la hora de la expiación? Penas de esta naturaleza son comprensibles, no sólo porque de algún modo están a la vista, sino porque son lógicas; se cree en ellas porque la razón las admite. Ahora bien, preguntamos si ese cuadro que el Espiritismo desdobla a cada instante ante nosotros, no es más adecuado para persuadirnos y protegernos del borde del abismo, que el miedo de las llamas eternas en las cuales no creemos. Si se leen nuevamente las evocaciones que hemos publicado en esta Revista, se verá que no hay un vicio que no tenga su punición, ni una virtud que no tenga su recompensa, las cuales son proporcionales al mérito o al grado de culpabilidad, porque Dios tiene en cuenta todas las circunstancias que puedan atenuar el mal o aumentar el premio del bien.