Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Discurso del Sr. Allan Kardec

Señoras, señores y todos vosotros, mis queridos y buenos hermanos en Espiritismo:

Si hay circunstancias en las que uno pueda lamentar la insuficiencia de nuestro pobre lenguaje humano, es cuando se trata de expresar ciertos sentimientos y, en este momento, tal es mi posición. Lo que yo siento es, al mismo tiempo, una sorpresa muy agradable, cuando veo el inmenso terreno que la Doctrina Espírita ha ganado entre vosotros desde hace un año, lo que me lleva admirar a la Providencia; es una alegría indescriptible al ver aquí el bien que el Espiritismo produce, los consuelos que derrama sobre tantos dolores, ostensibles u ocultos, y deduzco el futuro que le espera. Es una felicidad inexplicable la de encontrarme en medio de esta familia, que se ha vuelto tan numerosa en tan poco tiempo y que crece todos los días; es, en fin –y por encima de todo–, una profunda y sincera gratitud por los conmovedores testimonios de simpatía que recibo de vosotros.

Esta reunión tiene un carácter particular. ¡Gracias a Dios somos todos aquí espíritas lo suficientemente buenos –pienso yo– como para sólo ver en esta reunión el placer de encontrarnos juntos, y no el de encontrarnos a la mesa! Y, dicho sea de paso, creo incluso que un festín de espíritas sería una contradicción. También presumo que, al invitarme tan amablemente y con tanta insistencia para que yo compareciera ante vosotros, no creísteis que la cuestión de un banquete fuese para mí un motivo de atracción; fue lo que me adelanté a escribir a mis buenos amigos Rey y Dijoud, cuando ellos se disculparon por la simplicidad de la recepción; porque estad bien convencidos de que lo que más me honra en esta circunstancia, de lo que –con razón– puedo sentirme orgulloso, es de la cordialidad y la sinceridad de la acogida, lo que muy raramente se encuentra en las recepciones pomposas, pues aquí no hay máscaras en los rostros.

Si una cosa pudiese atenuar la felicidad que siento al encontrarme en medio de vosotros, sería el hecho de solamente poder quedarme aquí tan poco tiempo; me hubiera sido muy agradable prolongar mi permanencia en uno de los centros más numerosos y más fervorosos del Espiritismo. Pero ya que deseasteis recibir algunas instrucciones de mi parte, por cierto no tomaréis a mal que aproveche todos los instantes, a fin de salir un poco de las banalidades bastante comunes en semejantes circunstancias, y que mi discurso adquiera cierta gravedad, por la propia gravedad del motivo que nos reúne. Ciertamente si estuviésemos en una fiesta de bodas o en un bautismo, sería inoportuno hablar de almas, de la muerte y de la vida futura; pero –lo repito– estamos aquí para instruirnos, más que para comer y, en todo caso, no para divertirnos.

Señores, no creáis que esta espontaneidad que os ha llevado a reuniros aquí sea un hecho puramente personal; no lo dudéis, esta reunión tiene un carácter especial y providencial: una voluntad superior la ha provocado; manos invisibles os han impulsado sin que vosotros lo supieseis, y tal vez un día esta reunión quede marcada en los anales del Espiritismo. Que nuestros hermanos del futuro puedan recordar este día memorable en que los espíritas lioneses, dando primeramente el ejemplo de unión y de concordia, han preparado el terreno –en estos nuevos ágapes– de la alianza que debe existir entre los espíritas de todos los países del mundo; porque el Espiritismo, al restituir al Espíritu su verdadero papel en la Creación, constatando la superioridad de la inteligencia sobre la materia, hace desaparecer naturalmente todas las distinciones establecidas entre los hombres según las ventajas corpóreas y mundanas, sobre las cuales sólo el orgullo ha fundado las castas y los estúpidos prejuicios de color. El Espiritismo, al ampliar el círculo de la familia a través de la pluralidad de las existencias, establece entre los hombres una fraternidad más racional que aquella que solamente tiene por base los frágiles lazos de la materia, pues estos lazos son perecederos, mientras que los del Espíritu son eternos. Una vez bien comprendidos, estos lazos influirán –por la fuerza de las cosas– en las relaciones sociales y, más tarde, en la legislación social, que tomará por base las leyes inmutables de amor y de caridad. Entonces se verán desaparecer esas anomalías que son chocantes para los hombres de buen sentido, como las leyes de la Edad Media son chocantes para los hombres de hoy; pero esto es obra del tiempo. Dejemos a Dios el cuidado de hacer conque cada cosa venga a su tiempo; esperemos todo de Su sabiduría y agradezcámosle por habernos permitido asistir a la aurora que despunta para la humanidad, y por habernos elegido como los pioneros de la gran obra que se prepara. Que Él se digne en derramar su bendición sobre esta asamblea, la primera en que los adeptos del Espiritismo están reunidos en un número tan grande, con un sentimiento de verdadera fraternidad.

Digo verdadera fraternidad porque tengo la íntima convicción de que todos, acá presentes, no cultivan otra. Pero no dudéis de que numerosas cohortes de Espíritus están aquí entre nosotros, que nos escuchan en este momento, que observan todas nuestras acciones, que sondean los pensamientos de cada uno y que examinan la fuerza o la debilidad moral de los mismos. Los sentimientos que los animan son muy diferentes: si unos están felices con esta unión, otros –creedlo realmente– tienen una envidia terrible. Al salir de aquí, intentarán sembrar la discordia y la desunión; corresponde a todos vosotros, buenos y sinceros espíritas, probarles que pierden su tiempo y que se equivocan al creer que encuentran aquí corazones accesibles a sus pérfidas sugestiones. Entonces, invocad con fervor la asistencia de vuestros ángeles guardianes, a fin de que aparten de vosotros todo pensamiento que no sea para el bien. Por lo tanto, como el mal no puede tener su fuente en el bien, el simple buen sentido nos dice que todo pensamiento malo no puede provenir de un Espíritu bueno, y que un pensamiento es necesariamente malo cuando es contrario a la ley de amor y de caridad; cuando tiene como móvil la envidia o los celos, el orgullo herido o inclusive una pueril susceptibilidad del amor propio ofendido –hermano gemelo del orgullo–, que llevaría a mirar a sus hermanos con desdén. Amor y caridad para con todos, dice el Espiritismo; Amarás a tu prójimo como a ti mismo, dijo el Cristo: ¿no son sinónimos?

Amigos míos, os he felicitado por el progreso que el Espiritismo ha hecho entre vosotros y me siento muy feliz en constatarlo. Felicitaos, por vuestra parte, pues ese progreso es el mismo en todas partes. Sí, este último año el Espiritismo ha crecido en todos los países, en una proporción que ha superado todas las expectativas; el Espiritismo está en el aire, en las aspiraciones de todos, y en todos los lugares encuentra ecos, bocas que repiten: He aquí lo que yo esperaba, lo que una voz secreta me hacía presentir. Pero el progreso también se manifiesta bajo una nueva fase: la del coraje de dar su opinión, que hace poco tiempo aún no existía. Sólo se hablaba de la Doctrina Espírita en secreto y a escondidas; hoy la gente se confiesa espírita tan abiertamente como se confiesa católica, judía o protestante. Las personas enfrentan el escarnio, y esa valentía se impone a los escarnecedores, los cuales son como esos perritos que ladran y que corren atrás de los que huyen, pero que escapan si se los persigue. Ese escarnio da coraje a los tímidos y, en muchas localidades, revela a numerosos espíritas que no se conocían mutuamente. ¿Puede detenerse ese movimiento? ¿Podrán detenerlo? Yo lo digo claramente: No. Para esto han usado todos los medios: sarcasmos, burlas, ciencia, anatemas; pero ese movimiento ha superado todo, sin reducir su marcha ni un segundo. Por lo tanto, es un ciego quien no vea en esto el dedo de Dios. Podrán ponerle obstáculos, pero nunca detenerlo, porque si no marcha por la derecha, marchará por la izquierda.

Al ver los beneficios morales que la Doctrina proporciona, los consuelos que da e inclusive los crímenes que ya ha impedido, uno se pregunta quién puede tener interés en combatirla. Primeramente tiene en su contra a los incrédulos, que la ridiculizan: éstos no son para temer, puesto que se ha visto que sus dardos afilados se quiebran contra la coraza del Espiritismo. En segundo lugar, los ignorantes, que lo combaten sin conocerlo: éstos son más numerosos; pero al ser combatida por la ignorancia, la verdad nunca tuvo nada que temer, porque los ignorantes se refutan a sí mismos sin quererlo, como atestigua el Sr. Louis Figuier en su Histoire du merveilleux. La tercera categoría de adversarios es la más peligrosa, porque es tenaz y pérfida: está compuesta por todos aquellos cuyos intereses materiales la Doctrina puede contrariar; ellos combaten en la sombra, y los dardos envenenados de la calumnia no les faltan. He aquí a los verdaderos enemigos del Espiritismo, como en todos los tiempos lo han sido de todas las ideas de progreso, y los encontraréis en todos los niveles y en todas las clases de la sociedad. ¿Ellos vencerán? No, porque no es dado al hombre oponerse a la marcha de la naturaleza, y el Espiritismo está en el orden de las cosas naturales; por lo tanto, será necesario que tarde o temprano tomen partido, y tendrán que aceptar lo que sea aceptado por todo el mundo. No, no vencerán; ellos serán los vencidos.

Un nuevo elemento viene a sumarse a la Legión de los espíritas: el de las clases obreras, y notad en esto la sabiduría de la Providencia. El Espiritismo se ha propagado primero en las clases esclarecidas, en las altas esferas sociales; al principio esto era necesario, para darle más crédito, y después para que fuese elaborado y purgado de las ideas supersticiosas que la falta de instrucción podría introducir en Él, y con las cuales se lo habría confundido. Apenas constituido –si se puede hablar así de una ciencia tan nueva–, sensibilizó a la clase obrera y entre ella se propaga con rapidez. ¡Ah! Es que allí hay tantos consuelos que dar, tanto coraje moral que levantar, tantas lágrimas que secar, tanta resignación que inspirar, que la Doctrina Espírita ha sido acogida como un ancla de salvación, como un amparo contra las terribles tentaciones de la necesidad. Donde quiera que lo vi penetrar en los lugares de trabajo, en todas partes yo lo vi producir sus benéficos efectos moralizadores. Obreros lioneses que me escucháis: regocijaos, entonces, porque tenéis en otras ciudades, tales como Sens, Lille, Burdeos, hermanos espíritas que –como vosotros– han abjurado de las culpables expectativas del desorden y de los deseos criminales de la venganza. Continuad demostrando a través de vuestro ejemplo los beneficiosos resultados de esta Doctrina. A los que pregunten para qué Ella puede servir, respondedles: En mi desesperación quería matarme, pero el Espiritismo me detuvo, porque sé lo que cuesta abreviar voluntariamente las pruebas que Dios ha querido enviar a los hombres. Para aturdirme, me embriagaba; mas comprendí cuán despreciable era yo por quitarme voluntariamente la razón, lo que me privaba así de ganarme el pan y el de mis hijos. Me había alejado de todos los sentimientos religiosos: hoy oro a Dios y coloco mi esperanza en su misericordia. Solamente creía en la nada como supremo remedio a mis miserias; pero mi padre se comunicó conmigo y me dijo: ¡Hijo mío, coraje! Dios te ve; ¡un esfuerzo más y quedarás a salvo! Me puse de rodillas ante Dios y le pedí perdón. Al ver a ricos y a pobres, a gente que tiene todo y a otros que no tienen nada, acusaba a la Providencia: hoy en día sé que Dios pesa todo en la balanza de su justicia y aguardo sus designios; si está en sus decretos que yo deba sucumbir al sufrimiento, entonces sucumbiré, pero con la conciencia tranquila y sin tener el remordimiento de haber robado un óbolo de quien podía salvarme la vida. Decidles: He aquí para qué sirve el Espiritismo, esta locura, esta quimera, como lo llamáis. Sí, amigos míos, continuad predicando con el ejemplo; haced que comprendan el Espiritismo por sus consecuencias saludables, y cuando sea comprendido no se asustarán más del mismo; al contrario, será acogido como una garantía del orden social, y los propios incrédulos serán forzados a hablar de Él con respeto.

He hablado de los progresos del Espiritismo; en efecto, no hay precedentes de que una doctrina –sea cual fuere– haya marchado con tanta rapidez, sin exceptuar al propio Cristianismo. ¿Esto significa que aquél sea superior a éste y que deba reemplazarlo? No; pero aquí es el lugar de establecer su verdadero carácter, a fin de destruir una prevención bastante generalizada entre aquellos que no lo conocen.

En su nacimiento, el Cristianismo tuvo que luchar contra un poder peligroso: el Paganismo, por entonces universalmente difundido. Entre ellos no había ninguna alianza posible, como tampoco la hay entre la luz y las tinieblas; en un palabra, el Cristianismo no podía propagarse sino destruyendo lo que existía. Así, la lucha fue larga y terrible; las persecuciones lo prueban. Por el contrario, el Espiritismo no tiene nada que destruir, porque se asienta sobre las propias bases del Cristianismo, sobre el Evangelio, del cual es su aplicación. Comprended la ventaja, no de su superioridad, sino de su posición. No es, pues, como lo pretenden algunos, porque aún no lo conocen, una religión nueva, una secta que se forma a expensas de sus hermanas mayores; es una doctrina puramente moral, que de manera alguna se ocupa de dogmas y que deja a cada uno la entera libertad de sus creencias, ya que no impone ninguna. La prueba de esto es que tiene adeptos en todas, entre los más fervorosos católicos como entre los protestantes, los judíos y los musulmanes. El Espiritismo se basa en la capacidad de comunicarse con el mundo invisible, es decir, con las almas; ahora bien, como los judíos, los protestantes, los musulmanes tienen almas como nosotros, se deduce que éstas pueden comunicarse ya sea con ellos como con nosotros, y que, por consecuencia, ellos pueden ser espíritas como nosotros.

Así como no es una secta política, tampoco es una secta religiosa; es la constatación de un hecho que no pertenece a un partido, como la electricidad y los ferrocarriles; he dicho que es una doctrina moral, y la moral es de todas las religiones y de todos los partidos.

La moral que Él enseña, ¿es buena o mala? ¿Es subversiva? He aquí toda la cuestión. Que lo estudien y sabrán a qué atenerse. Ahora bien, ya que es la moral del Evangelio desarrollada y aplicada, condenarla sería condenar el Evangelio.

¿El Espiritismo ha hecho el bien o el mal? Estudiadlo y veréis. ¿Qué ha hecho Él? Ha impedido innumerables suicidios; ha llevado la paz y la concordia a un gran número de familias; ha vuelto mansos y pacíficos a hombres violentos y coléricos; ha dado resignación a los que no la tenían y consuelo a los afligidos; ha traído a Dios a los que no Lo conocían, al destruir las ideas materialistas, verdadera llaga social que aniquila la responsabilidad moral del hombre. He aquí lo que ha hecho, lo que hace todos los días y lo que hará cada vez más a medida que sea más difundido. ¿Será esto el resultado de una mala doctrina? Pero –que yo sepa– nadie jamás ha atacado la moral del Espiritismo; solamente se dice que la religión puede producir todo eso. Concuerdo perfectamente; ¿pero entonces por qué no lo produce siempre? Es porque no todos la comprenden. Ahora bien, el Espiritismo, al volver claro e inteligible para todos lo que no lo está y al hacer evidente lo que es dudoso, conduce a la aplicación, mientras que nunca se siente necesidad de aquello que no se comprende. Por lo tanto, el Espiritismo, lejos de ser antagonista de la religión, es su auxiliar, y la prueba de esto es que Él conduce a las ideas religiosas a los que las habían rechazado. En resumen, el Espiritismo jamás ha aconsejado a cambiar de religión ni a sacrificar las creencias personales; Él no pertenece propriamente a ninguna religión o, mejor dicho, es de todas las religiones.

Señores, algunas palabras más –os lo ruego– sobre una cuestión totalmente práctica. El número creciente de espíritas, en Lyon, muestra la utilidad del consejo que os he dado el año pasado, con referencia a la formación de los Grupos. Reunir a todos los adeptos en una única Sociedad, ya sería hoy una cosa materialmente imposible, y lo será mucho más todavía en algún tiempo. Además del número, las distancias a recorrer en razón de la extensión de la ciudad, las diferencias de costumbres según las posiciones sociales, se suman a esa imposibilidad. Por estos motivos y por muchos otros, que sería demasiado largo desarrollar aquí, una única Sociedad es una quimera impracticable; multiplicad los Grupos lo máximo posible: que haya diez, que haya cien –si fuere necesario–, y tened la certeza de que llegaréis más rápido y con más seguridad.

Habría aquí cosas muy importantes que decir sobre la cuestión de la unidad de principios y acerca de la divergencia que podría existir entre ellos en algunos puntos; pero me detengo, para no abusar de vuestra paciencia en escucharme, paciencia que ya he puesto largamente a prueba. Si lo deseáis, haré de esto el objeto de una instrucción especial que os dirigiré próximamente.

Termino este discurso, señores, al que me he dejado llevar por la propia escasez de ocasiones que tengo en sentir la felicidad de estar en medio de vosotros. Estad seguros de que llevaré de vuestra benévola acogida un recuerdo que nunca se apagará.

Amigos míos: gracias una vez más, del fondo de mi corazón, por las muestras de simpatía que consentís en darme; gracias por las palabras bondadosas que me habéis dirigido a través de vuestros intérpretes, y de las que sólo acepto el deber que las mismas me imponen para lo que me queda por hacer, y no los elogios. ¡Que esta solemnidad pueda ser la garantía de la unión que debe existir entre todos los verdaderos espíritas!

Agradezco a los espíritas lioneses y a todos los que, entre ellos, se distinguen por su dedicación, por su sacrificio, por su abnegación y que vosotros mismos nombráis, sin que yo precise hacerlo.

¡A los espíritas lioneses, sin distinción de opinión, que estén o no presentes!

Señores, los Espíritus también quieren participar de esta fiesta de familia y decir algunas palabras. El Espíritu Erasto, que conocéis por las notables disertaciones que han sido publicadas en la Revista, dictó espontáneamente, antes de mi partida, la siguiente epístola que ha dirigido a vosotros y que me ha encargado de leeros en su nombre. Es con felicidad que cumplo este deber. Así tendréis la prueba de que los Espíritus con los cuales os comunicáis no son los únicos que se ocupan con vosotros y con lo que os concierne. Esta certeza no puede sino consolidar vuestra fe y vuestra confianza, al observar que la mirada vigilante de los Espíritus superiores se extiende sobre todos y que, sin ninguna duda, sois también objeto de su solicitud.