Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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La Bibliographie Catholique contra el Espiritismo

Hasta el presente el Espiritismo no había sido atacado seriamente; cuando ciertos escritores de la prensa diaria, en sus momentos de ocio, se dignaron a ocuparse de Él, ha sido para ponerlo en ridículo. Se trata de llenar un folletín, de hacer un artículo a tanto por línea, no importa sobre qué, desde que se hagan bien las cuentas. ¿Qué asunto será abordado? Trataré de tal cosa, dice el escritor encargado de la sección recreativa del diario. No, eso es muy serio; ¿y de tal otra? Es un tema desgastado. Inventaré una auténtica aventura de la alta sociedad o de la plebe. No me viene nada a la mente en este cuarto de hora, y la crónica escandalosa de la semana está aún por hacer. ¡Ah, tuve una idea! ¡He aquí que encontré el asunto que voy a tratar! Vi en alguna parte el título de un libro que habla de Espíritus, y hay en todo el mundo personas bastante tontas como para tomar esto en serio. ¿Qué son los Espíritus? No sé nada al respecto ni me preocupa; ¡pero qué importa! Eso debe ser divertido. Para comenzar, yo no creo en absoluto en Espíritus, porque nunca los he visto, y aunque los viese tampoco creería, porque eso es imposible; por consiguiente, ningún hombre de buen sentido puede creer en ellos. O esto es lógico o no me conozco. Hablemos pues de los Espíritus, ya que están en el orden del día; tanto este asunto como cualquier otro divertirá a nuestros estimados lectores. El tema es muy sencillo: No hay Espíritus, y no puede ni debe haberlos; entonces, todos los que creen en ellos son locos. Ahora, manos a la obra, que hay que florear sobre este asunto. ¡Oh, mi buen genio! ¡Cómo os agradezco esta inspiración! Tú me has sacado de un gran aprieto, porque no tenía nada que decir acerca del tema; yo necesitaba un artículo para mañana, y no tenía la mínima idea del mismo.

Pero he aquí un hombre serio que dice: Es un error burlarse de esas cosas; esto es más serio de lo que se piensa; no creáis que se trate de una moda pasajera: esta creencia es inherente a la debilidad de la Humanidad, que en todas las épocas ha creído en lo maravilloso, en lo sobrenatural, en lo fantástico. ¿Quién imaginaría que en pleno siglo XIX, en el siglo de las luces y del progreso, después que Voltaire demostró tan bien que solamente la nada nos espera, después que tantos científicos han buscado el alma y no la han encontrado, aún se pueda creer en Espíritus, en las mesas giratorias, en hechiceros, en magos, en el poder de Merlín –el encantador–, en la vara adivinatoria, en la Srta. Lenormand? ¡Oh, Humanidad! ¡Humanidad! ¿Hacia dónde vas, si yo no vengo en tu ayuda para sacarte del lodazal de la superstición? Han querido matar a los Espíritus a través del ridículo, y no lo han conseguido; lejos de eso, el mal contagioso ha hecho incesantes progresos; el escarnio parece producir un recrudecimiento del mismo y, si no se lo detiene, la Humanidad entera será pronto infectada. Puesto que ese medio, habitualmente tan eficaz, ha sido impotente, es tiempo que los científicos interfieran, a fin de terminar con eso de una vez por todas. Las burlas no son razones; hablemos en nombre de la Ciencia; demostremos que en todos los tiempos los hombres han sido imbéciles por creer que había un poder superior a ellos, y que en sí mismos no tenían todo el poder sobre la Naturaleza; probémosles que todo lo que atribuyen a las fuerzas sobrenaturales se explica por las simples leyes de la Fisiología; que la supervivencia del alma y su poder de comunicación con los vivos es una quimera, y que es una locura creer en el futuro. Si después de haber digerido cuatro volúmenes de buenas razones, ellos no se han convencido, sólo nos quedará lamentar el destino de la Humanidad que, en vez de progresar, retrograda a paso largo hacia la barbarie de la Edad Media y camina para su perdición.

Por lo tanto, que el Sr. Figuier no oculte sus verdaderas intenciones, porque su libro, anunciado con tanta pompa y tan adulado por los defensores del materialismo, ha producido un resultado totalmente contrario al que él esperaba.

Pero he aquí que surge un nuevo paladín que pretende aplastar al Espiritismo por otro medio: es el Sr. Georges Gandy, redactor de la Bibliographie Catholique, que lo ataca cuerpo a cuerpo en nombre de la religión amenazada. ¡Cómo! ¡La religión amenazada por aquello que llamáis de utopía! Entonces tenéis muy poca fe en vuestra fuerza; por lo tanto, creéis que es bien vulnerable, porque tenéis miedo que las ideas de algunos soñadores puedan estremecer vuestra base; entonces, consideráis muy temible a este enemigo, ya que lo atacáis con tanta rabia y furia; ¿lograréis mejores resultados que los otros? Lo dudamos, porque la cólera es muy mala consejera. Si consiguiereis asustar a algunas almas timoratas, ¿no teméis en despertar la curiosidad en un número mayor? Juzgad esto por el siguiente hecho. En una ciudad que cuenta con un cierto número de espíritas y con algunos Círculos íntimos donde se ocupan de manifestaciones, un predicador hizo un día un sermón virulento contra lo que él llamaba la obra del diablo, alegando que sólo éste venía hablar en esas reuniones satánicas, cuyos miembros estaban todos notoriamente destinados a la condenación eterna. ¿Qué sucedió? Desde el día siguiente un buen número de oyentes se puso en búsqueda de esas reuniones espíritas, a fin de escuchar hablar a los demonios, curioso para saber qué dirían éstos, porque tanto se ha hablado de ellos que la gente se ha familiarizado con ese nombre que ya no da más miedo. Ahora bien, en esas reuniones han visto a personas honestas, serias, instruidas, orando a Dios, lo que aquellos no hacían desde la primera comunión; personas que creían en el alma, en la inmortalidad, en las penas y recompensas futuras, trabajando para volverse mejores, esforzándose en practicar la moral del Cristo, sin hablar mal de nadie, ni siquiera de los que les proferían anatemas. Entonces, ellos comprendieron que si el diablo enseñaba semejantes cosas, es que él se había convertido; cuando vieron que conversaban con respeto y piedad con sus parientes y con sus amigos fallecidos, los cuales daban consuelos y sabios consejos, no pudieron admitir que esas reuniones fueran sucursales de un aquelarre, porque allí no vieron calderas, ni escobas, ni lechuzas, ni gatos negros, ni cocodrilos, ni libros de magia, ni trípodes, ni varitas mágicas o cualquier otro accesorio de hechicería, ni mismo la anciana de nariz y mentón aguileños. Ellos también quisieron conversar: uno con su madre, otro con un hijo querido y, al reconocerlos, les pareció difícil admitir que esa madre y este hijo fuesen demonios. Felices por tener la prueba de su existencia y la certeza de reencontrarlos en un mundo mejor, se preguntaron con qué objetivo habían querido asustarlos, y eso los hizo tener reflexiones que jamás hubiesen pensado. El resultado de esto ha sido que ellos han gustado más ir hacia donde encontraban consuelos, que hacia donde deseaban asustarlos.

Como se ve, ese predicador tomó un camino falso, y es el caso de decir: Más vale un enemigo que un amigo desatinado. ¿Espera el Sr. Georges Gandy ser más acertado? Nosotros lo citamos textualmente para informar a nuestros lectores sobre las intenciones del mismo:

«En todas las épocas de las grandes pruebas de la Iglesia y de sus próximos triunfos, hubieron contra ella conspiraciones infernales, donde la acción de los demonios era visible y tangible. Nunca la teúrgia y la magia estuvieron más en boga en el seno del paganismo y de la filosofía, que en el momento en que el Cristianismo se expandía por el mundo para subyugarlos. En el siglo XVI, Lutero tuvo coloquios con Satanás, y un aumento de hechicerías y de comunicaciones diabólicas se hizo notar en Europa, cuando la Iglesia operaba la gran reforma católica que iría a triplicar sus fuerzas y cuando un nuevo mundo le abría destinos gloriosos en un inmenso espacio. En el siglo XVIII, en la víspera del día en que el hacha de los verdugos debería dar un nuevo vigor a la Iglesia con la sangre de nuevos mártires, florecía la demonolatría en el cementerio de Saint-Médard, alrededor de las cubetas de Mesmer y de los espejos de Cagliostro. Hoy, en la gran lucha del Catolicismo contra todos los poderes del infierno, la conspiración de Satanás ha venido visiblemente en ayuda al filosofismo; el infierno ha querido dar, en nombre del naturalismo, una consagración a la obra de violencia y de astucia que él continúa promoviendo desde hace cuatro siglos y que se prepara para coronar con una suprema impostura. Ahí está todo el secreto de esa supuesta doctrina espírita, montón de absurdos, de contradicciones, de hipocresía y blasfemias –como iremos a ver–, y que intenta, con la última de las perfidias, glorificar al Cristianismo para rebajarlo, difundirlo para suprimirlo, aparentando respeto por el Divino Salvador, a fin de arrancar de la Tierra todo lo que Él ha fecundado con su sangre, y sustituir su reino inmortal por el despotismo de sus sueños impíos.

«Al abordar el examen de esas extrañas pretensiones, que creemos que aún no han sido lo suficientemente develadas y fustigadas, pedimos a nuestros lectores que consientan en acompañar nuestra jornada, un poco larga a través de ese laberinto diabólico de donde la secta espera salir triunfante, después de haber abolido para siempre el nombre divino ante el cual la vemos arrodillarse. A pesar de sus ridículos, de sus profanaciones indignantes, de sus contradicciones sin fin, el Espiritismo es para nosotros una valiosa enseñanza. Jamás las locuras del infierno habían rendido a nuestra santa religión un homenaje más patente. Nunca Dios lo había condenado con más soberano poder, al confirmar por esos testimonios la palabra del Divino Maestro: Vos ex patre diabolo estis

Este comienzo permite juzgar la amenidad de lo restante; aquellos lectores nuestros que quisieren edificarse en esa fuente de caridad evangélica podrán darse el placer leyendo la Bibliographie Catholique, Nº 3 de septiembre de 1860, rue de Sèvres Nº 31. Por lo tanto, lo decimos una vez más: por qué tanta cólera y tanta rabia contra la Doctrina; si Ella es la obra de Satanás –como vos decís–, no puede prevalecer contra la obra de Dios, a menos que supongáis que Dios sea menos poderoso que Satanás, lo que sería algo poco impío. Nosotros dudamos mucho que ese desencadenamiento de injurias, esa fiebre, esa profusión de epítetos de que el Cristo nunca se sirvió contra sus mayores enemigos, para los cuales solicitaba la misericordia de Dios y no su venganza, al decir: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»; decíamos que dudamos que un lenguaje como aquél sea persuasivo. La verdad es calma y no tiene necesidad de destemplanza, y por esta rabia daríais a entender vuestra propia debilidad. Confesamos que no es muy comprensible esa singular política de Satanás que glorifica al Cristianismo para rebajarlo y que lo difunde para suprimirlo; en nuestra opinión, esto sería bastante desatinado y se asemejaría mucho a un horticultor que, no queriendo batatas, las sembrase en abundancia en su huerta para destruir la especie. Cuando se acusa a los otros de pecar por falta de razonamiento, se debe comenzar en sí mismo a ser lógico.

En verdad no sabemos por qué el Sr. Georges Gandy acusa mortalmente al Espiritismo por el hecho de apoyarse en el Evangelio y en el Cristianismo; ¿qué diría entonces si Él se apoyara en Mahoma? Ciertamente mucho menos, porque es un hecho digno de nota que el Islamismo, el Judaísmo e inclusive el Budismo son objeto de ataques menos virulentos que las sectas disidentes del Cristianismo; con cierta gente, es preciso ser todo o nada. Sobre todo hay un punto que el Sr. Gandy no perdona al Espiritismo: el de haber proclamado esta máxima absoluta: «Fuera de la Iglesia no hay salvación», y admitir que aquel que hace el bien pueda ser salvado de las llamas eternas, sea cual fuere su creencia; evidentemente, una doctrina como ésta solamente podría salir del infierno. Pero sobre todo en el siguiente pasaje, él muestra sus verdaderas intenciones:

«¿Qué quiere el Espiritismo? Es una importación norteamericana, inicialmente protestante, y que ya había perfectamente triunfado –que se nos permita decirlo– sobre todas las plagas de la idolatría y de la herejía: tales son sus títulos en relación al mundo. ¡Sería entonces de las tierras clásicas de la superstición y de las locuras religiosas que vendrían a nosotros la verdad y la sabiduría!»

He aquí ciertamente un gran agravio; si el Espiritismo hubiese nacido en Roma, sería la voz de Dios; como nació en un país protestante, es la voz del diablo. ¿Pero qué diréis cuando os hayamos probado –lo que haremos un día– que Él estaba en la Roma cristiana mucho antes de estar en la América protestante? ¿Qué responderéis al hecho, hoy ya constatado, que hay más espíritas católicos que espíritas protestantes?

El número de las personas que no creen en nada, que dudan de todo, del futuro, del propio Dios, es considerable y crece en una proporción asustadora; ¿será que habréis de reconducirlas con vuestras violencias, con vuestros anatemas, con vuestras amenazas del infierno o con vuestras declamaciones furibundas? No, porque son vuestras propias violencias que las alejan. ¿Serán culpables por haber tomado en serio la caridad y la mansedumbre del Cristo, y la bondad infinita de Dios? Ahora bien, cuando ellas escuchan que los que pretenden hablar en nombre de los mismos, vomitan amenazas e injurias, se ponen a dudar del Cristo, de Dios, en fin, de todo. El Espiritismo les transmite palabras de paz y de esperanza, y como la duda los abruma y tienen necesidad de consuelos se arrojan a los brazos del Espiritismo, porque prefieren aquello que sonríe a lo que da miedo; entonces creen en Dios, en la misión del Cristo y en su divina moral. En una palabra, de incrédulos e indiferentes, se vuelven creyentes; ha sido esto que recientemente ha llevado a un respetable sacerdote a responder a uno de sus penitentes que le preguntaba sobre el Espiritismo: «Nada sucede sin el permiso de Dios; ahora bien, Dios permite esas cosas para reavivar la fe que se extingue». Si él hubiese usado otro lenguaje, quizá la habría apagado para siempre. Queréis a toda costa que el Espiritismo sea una secta, cuando Él no aspira sino al título de ciencia moral y filosófica, respetando a todas las creencias sinceras; por lo tanto, ¿por qué dar la idea de una separación a los que no piensan en eso? Si rechazáis a los que Él reconduce a la creencia en Dios, si sólo les ofrecéis el infierno como perspectiva, seréis responsables por una escisión que vos mismo habréis provocado.

Un día nos decía san Luis: «Se han burlado de las mesas giratorias, pero jamás se burlarán de la filosofía, de la sabiduría y de la caridad que brillan en las comunicaciones serias». Él se ha engañado, porque no contaba con el Sr. Georges Gandy. A menudo los escritores se han divertido a costa de los Espíritus y de sus manifestaciones, sin pensar que un día ellos mismos podrían ser el blanco de las burlas de sus sucesores; pero ellos siempre han respetado la parte moral de la ciencia; estaba reservado a un escritor católico –lo que lamentamos sinceramente– ridiculizar las máximas admitidas por el más elemental buen sentido. Él cita un gran número de pasajes de El Libro de los Espíritus; nosotros nos remitiremos solamente a algunos, que darán una idea de su apreciación. “–Dios prefiere a los que lo adoran desde el fondo del corazón, y no a los que lo adoran exteriormente”. El texto de El Libro de los Espíritus dice: «Dios prefiere a los que lo adoran desde el fondo del corazón, con sinceridad, haciendo el bien y evitando el mal, y no a los que creen honrarlo con ceremonias que no los hacen mejores para con sus semejantes». El Sr. Gandy admite lo inverso; pero como hombre de buena fe debería haber citado textualmente el pasaje, y no truncarlo de modo a desnaturalizarle el sentido.

“–Toda destrucción de animales que rebase los límites de la necesidad es una violación de la ley de Dios”; lo que quiere decir que el principio moral que rige los goces se aplica igualmente al ejercicio de la caza y de la matanza.

Precisamente; pero parece que el Sr. Gandy es cazador y piensa que Dios hizo la caza, no para alimento del hombre, sino para darle el placer de promover una matanza de animales inofensivos, sin necesidad.

“–Los goces tienen límites trazados por la naturaleza: el límite de lo necesario; por los excesos, se llega a la saciedad”. Es la moral del virtuoso Horacio, uno de los padres del Espiritismo.

Puesto que el autor critica esta máxima, parece que él no admite límites a los goces, lo que es muy poco religioso.

“–La propiedad, para ser legítima, debe ser adquirida sin perjuicio de la ley de amor y de justicia”; así, aquel que posee sin cumplir los deberes de caridad que ordena la conciencia o la razón individual, es un usurpador del bien ajeno; espiríticamente estamos en pleno socialismo.

El texto dice: «Sólo es legítima la propiedad que ha sido adquirida sin perjuicio para el prójimo. Puesto que la ley de amor y de justicia nos prohíbe que hagamos al prójimo lo que no querríamos que se nos haga, condena por eso mismo todo medio de adquirir que sea contrario a dicha ley». No se encuentra la frase: que ordena la razón individual; es un pérfido agregado. No pensamos que se pueda poseer con toda tranquilidad de conciencia a expensas de la justicia; el Sr. Gandy debería decirnos en qué casos la expoliación es legítima. Felizmente los tribunales no comparten su opinión.

“–La indulgencia aguarda, fuera de esta vida, al suicida que está a merced de la necesidad, que quiso impedir que la vergüenza recayera sobre sus hijos o sobre su familia. Además, san Luis –de cuyas funciones espíritas hablaremos más tarde– se digna revelarnos que hay excusa para los suicidios por motivos amorosos. En cuanto a las penas del suicidio, ellas no son fijas; lo que es seguro es que el suicida no escapa a la contrariedad. En otros términos, él cae en una celada, como se dice vulgarmente en este mundo”.

Este pasaje ha sido enteramente desvirtuado por las necesidades de la crítica del Sr. Gandy; sería necesario que citemos siete páginas para restablecer su texto. Con semejante sistema sería fácil poner en ridículo las páginas más bellas de nuestros mejores escritores. Parece que el Sr. Gandy no admite gradación, ni en las faltas ni en las penalidades del Más Allá. Nosotros creemos en un Dios más justo, y deseamos que el Sr. Gandy nunca tenga que solicitar en su favor el beneficio de las circunstancias atenuantes.

“–La pena de muerte y la esclavitud han sido, son y serán contrarias a la ley de la Naturaleza. El hombre y la mujer, al ser iguales ante Dios, deben ser iguales ante los hombres”. ¿Habrá sido el alma errante de algún sansimoniano asustado, en busca de la mujer libre, que ha ofrecido al Espiritismo esa revelación espirituosa?

Entonces, la pena de muerte, la esclavitud y la sumisión de la mujer, que la civilización tiende a abolir, ¿son instituciones que el Espiritismo no tiene derecho a condenar? ¡Oh, tiempos felices de la Edad Media, por qué habéis pasado definitivamente! ¿Dónde estáis, oh, hogueras, que nos habríais librado de los espíritas?

Citemos uno de los últimos pasajes, de los más benignos:

«El Espiritismo no puede negar esa mezcla de contradicciones, absurdos y locuras, que no pertenecen a ninguna filosofía ni a ninguna lengua. Si Dios permite esas manifestaciones impías, es porque deja a los demonios –como nos lo enseña la Iglesia– el poder de engañar a aquellos que los llaman, violando su ley.»

Entonces el demonio se destruye a sí mismo, porque, sin quererlo, nos hace amar a Dios.

“–En cuanto a la verdad, la Iglesia nos la da a conocer; ella nos dice con las Sagradas Escrituras que el ángel de las tinieblas se transforma en ángel de luz, y que sería necesario rechazar hasta el testimonio de un arcángel si fuese contrario a la doctrina del Cristo, de cuya infalible autoridad es depositaria. Además, ella tiene medios seguros y evidentes para distinguir las ilusiones diabólicas de las manifestaciones divinas.”

Es una gran verdad que sería necesario rechazar hasta el testimonio de un arcángel si fuese contrario a la doctrina del Cristo. Ahora bien, ¿qué dice esta doctrina que el Cristo predicó con la palabra y el ejemplo?

«Bienaventurados los que son misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

«Bienaventurados los que son pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

«Pero yo os digo que todo aquel que se encolerice contra su hermano, merecerá ser condenado ante el tribunal; que aquel que llame a su hermano Racca, merecerá ser condenado ante el concejo; y el que le diga Estás loco, merecerá ser condenado al fuego del Infierno.

«Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace que salga el sol sobre los malos y los buenos, y que llueva sobre los justos y los injustos. Porque, si sólo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?

«Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.» «Tratad a todos los hombres de la misma manera que quisierais que ellos os tratasen.»

Por lo tanto, la caridad es el principio fundamental de la doctrina del Cristo. De esto deducimos que toda palabra y toda acción contrarias a la caridad no pueden ser, como decís con propiedad, sino inspiradas por Satanás, aun cuando éste revistiese la forma de un arcángel; es por esta razón que el Espiritismo dice: Fuera de la Caridad no hay salvación.

Sobre el mismo asunto remitimos al lector a nuestras respuestas al diario L’Univers, que se encuentran en los números de la Revista Espírita de mayo y de julio de 1859, y a la Gazette de Lyon, en la Revista de octubre de 1860. También recomendamos a nuestros lectores, como refutación al Sr. Gandy, la Carta de un católico sobre el Espiritismo, por el Dr. Grand. Si el autor de este opúsculo [1] está condenado al infierno, habrá también muchos otros, y allí veríamos –¡qué cosa extraña!– a los que predican la caridad para con todos, mientras el cielo estaría reservado a los que profieren anatemas y maldiciones. Sería un singular error sobre el sentido de las palabras del Cristo.

La falta de espacio nos obliga a posponer para el próximo número, algunas palabras nuestras en respuesta al Sr. Deschanel, del Journal des Débats.



[1] Opúsculo grande in 18º; precio: 1 franco, y por correo: 1 fr. 15 centavos. Se lo encuentra en la oficina de redacción de la Revista Espírita y con el librero-editor Ledoyen, en el Palais-Royal. [Nota de Allan Kardec.]