Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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El ángel del cólera

Uno de nuestros corresponsales de Varsovia nos ha escrito lo siguiente:

«...Me atrevo a solicitar vuestra atención para un hecho de tal modo extraordinario que sería preciso colocarlo en la categoría de lo absurdo, si el carácter de la persona que me lo ha narrado no fuese una garantía de su realidad. Todos nosotros, que del Espiritismo conocemos todo lo que ha sido tratado por vos tan juiciosamente –lo que quiere decir que consideramos comprenderlo bien–, no encontramos explicación para este hecho; así, lo entrego a vuestra apreciación, rogando que me perdonéis el tiempo que os hago perder al leerlo, en caso de que no lo juzguéis digno de un examen más serio. Se trata de lo siguiente:

«La persona de la cual he hablado anteriormente se encontraba, en 1852, en Vilna, ciudad de Lituania que, en aquel momento, era asolada por el cólera. Su hija, una niña encantadora de doce años, era dotada de todas las cualidades que constituyen las naturalezas superiores. Desde la más tierna edad, ella se hizo notar por una inteligencia excepcional, una bondad de corazón y un candor verdaderamente angélicos. En nuestro país, ella ha sido una de las primeras a presentar la facultad mediúmnica, siempre asistida por Espíritus de un orden muy elevado. Frecuentemente, y sin ser sonámbula, tenía el presentimiento de lo que iba a suceder, y lo predecía siempre con exactitud. Estas informaciones no me parecen inútiles para juzgar su sinceridad. Una noche, en el momento en que las velas acababan de ser apagadas, la niña, aún completamente despierta, vio surgir delante de su lecho a una figura lívida y ensangrentada de una mujer vieja, cuya simple visión la hizo estremecer. Esta mujer se aproximó a la cama de la niña y le dijo:

“Yo soy el cólera, y vengo a pedirte un beso; si me besas, volveré a los lugares donde he salido y la ciudad estará libre de mi presencia”. La heroica niña no retrocedió de manera alguna ante el sacrificio: puso sus labios sobre el rostro helado y húmedo de la vieja, y la visión –si es que era una visión– desapareció. Llena de pavor, la niña sólo se calmó en el regazo de su padre que, a pesar de no entender la situación, estaba entretanto convencido de que su hija había dicho la verdad; pero no hablaron con nadie. Hacia el mediodía recibieron la visita de un médico, amigo de la familia, que dijo: “Os traigo una buena noticia: esta noche ningún paciente fue llevado al hospital de los coléricos, de donde vengo”. En efecto, desde ese día el cólera dejó de causar estragos. Aproximadamente tres años más tarde, esta persona y su familia hicieron otro viaje a la misma ciudad. Durante su permanencia, el cólera reapareció y las víctimas ya eran contadas por centenas, cuando una noche la misma mujer vieja apareció cerca de la cama de la niña, siempre perfectamente despierta, y le hizo el mismo pedido, agregando que, si su solicitación fuese atendida, esta vez dejaría la ciudad para no volver más. Como sucedió la primera vez, la joven no se rehusó; luego ésta vio un sepulcro abrirse y cerrarse sobre la mujer. El cólera paró como por milagro, y no es de mi conocimiento que haya vuelto a aparecer en Vilna. ¿Era eso una alucinación o una visión real? Lo ignoro; todo lo que puedo garantizar es que no puedo dudar de la sinceridad de la joven y de sus padres.»

En efecto, ese hecho es muy singular; los incrédulos no dejarán de decir que es una alucinación, pero probablemente les será más difícil explicar esta coincidencia con un hecho material que nada permitía prever. Una primera vez podría atribuirse al acaso –manera tan cómoda de desconsiderar lo que no se comprende; pero en dos ocasiones diferentes, y en condiciones idénticas, es más extraordinario. Admitiendo el hecho de la aparición, restaba saber qué era esa mujer; ¿era realmente el ángel exterminador del cólera? Los flagelos, ¿estarían personificados en ciertos Espíritus, encargados de provocarlos o de apaciguarlos? Podría creérselo, al ver que los flagelos desaparecían por la voluntad de esa mujer; pero entonces, ¿por qué se dirigía a esa niña, desconocida en la ciudad, y cómo podría tener tal influencia un beso de su parte? Aunque el Espiritismo ya nos haya dado la clave de muchas cosas, todavía no nos dijo la última palabra y, en el caso abordado, la última hipótesis no tenía nada de positivamente absurda; confesamos que, a primera vista, nos inclinábamos bastante hacia ese lado, no viendo en el hecho el carácter de una verdadera alucinación; pero la palabra de los Espíritus echó por tierra nuestra suposición. He aquí la explicación muy simple y muy lógica que al respecto ha dado san Luis, en la sesión de la Sociedad del 19 de abril de 1861.

Preg. El hecho que acaba de ser narrado parece muy auténtico; desearíamos obtener algunas explicaciones sobre el tema. ¿Podríais primero decirnos qué era esa mujer que apareció a la niña y que dijo ser el cólera?

Resp. No era el cólera; un flagelo material no reviste apariencia humana; era el Espíritu familiar de la joven, que la hacía experimentar su fe, haciendo coincidir esta prueba con el fin del flagelo. Esa prueba por la cual pasaba la niña era benéfica para ella; al idealizarla, fortalecía las virtudes que estaban en germen en ese ser protegido y bendito. Las naturalezas de élite, aquellas que vienen al mundo trayendo el recuerdo del bien ya adquirido, reciben a menudo esas advertencias, que serían peligrosas para un alma no depurada y no preparada por las migraciones anteriores, para los grandes sacrificios del amor y de la fe.

Preg. El Espíritu familiar de esa joven ¿tenía bastante poder como para prever el futuro y el fin del flagelo?

Resp. Los Espíritus son los instrumentos de la voluntad divina y, frecuentemente, son elevados a la altura de mensajeros celestiales.

Preg. ¿Los Espíritus no tienen ninguna acción sobre los flagelos, como agentes productores?

Resp. Ellos no tienen nada que ver con eso, así como los árboles no actúan sobre el viento, ni los efectos sobre las causas.

En la previsión de respuestas conformes a nuestro primer pensamiento, habíamos preparado una serie de preguntas que, por consecuencia, se volvieron inútiles; esto prueba una vez más que los médiums no son el reflejo del pensamiento del interrogador. Además, debemos decir que no teníamos al respecto ninguna idea previa; a falta de una mejor, nos inclinábamos hacia la que habíamos emitido, porque no nos parecía imposible; pero al ser más simple y más racional la explicación dada por el Espíritu, nosotros la consideramos como infinitamente preferible.

Por otra parte, se puede extraer de ese hecho otra instrucción. Lo que sucedió con aquella joven debe haberse producido en otras circunstancias, e incluso en la Antigüedad, puesto que los fenómenos espíritas son de todos los tiempos. ¿No sería una de las causas que han llevado a los Antiguos a personificar todo y a ver en cada cosa un genio particular? No pensamos que se le deba buscar la causa únicamente en el genio poético, porque esas ideas se ven en pueblos menos adelantados.

Supongamos que un hecho análogo al que hemos narrado se hubiese producido en un pueblo supersticioso y bárbaro; no era necesario nada más para que se haga creer en la idea de que una divinidad maléfica solamente podría aplacarse si le sacrificaran víctimas. Como ya lo hemos dicho, todos los dioses del paganismo no tienen otro origen sino las manifestaciones espíritas; el Cristianismo vino a derribar sus altares, pero estaba reservado al Espiritismo dar a conocer su verdadera naturaleza y esclarecer esos fenómenos, desvirtuados por la superstición o explotados por la codicia.