Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Discurso del Sr. Sabò

Señoras, señores:

Rindamos a Dios el sincero homenaje de nuestro reconocimiento por haber lanzado sobre nosotros Su mirada paternal y benevolente, concediéndonos el precioso favor de recibir las enseñanzas de los Espíritus buenos que, por Su orden, vienen diariamente a ayudarnos a discernir la verdad del error, a darnos la certeza de una felicidad futura, a mostrarnos que la punición es proporcional a la ofensa, pero jamás eterna, y a hacernos comprender esta justa y equitativa ley de la reencarnación, piedra angular del edificio espírita, que sirve para purificarnos y para hacernos progresar hacia el bien.

¡He dicho la reencarnación! Pero para volver más comprensible este vocablo, cedamos un instante la palabra a uno de nuestros guías espirituales que, para nuestra instrucción espírita, ha tenido a bien desarrollar en algunas palabras este tema tan serio e interesante para nuestra pobre humanidad.

Dice él: «La reencarnación es el infierno; la reencarnación es el purgatorio; la reencarnación es la expiación; la reencarnación es el progreso; en fin, ella es la santa escalera por la cual deben subir todos los hombres. Sus escalones son las fases de las diferentes existencias a recorrer para llegar a lo más alto, porque Dios lo ha dicho: para ir hacia Él es necesario nacer, morir y renacer hasta que se hayan alcanzado los límites de la perfección, y nadie llega a Él sin haberse purificado a través de la reencarnación.»

Aún principiante en la ciencia espírita, no teníamos para divulgarla sino el fervor y la buena voluntad; Dios se contentó con esto y bendijo nuestros débiles esfuerzos, haciendo germinar en el corazón de algunos hermanos nuestros de Burdeos la semilla de la palabra divina.

En efecto, desde el mes de enero que nos dedicamos a la ciencia práctica; vimos que se unían a nosotros un cierto número de hermanos que se ocupaban aisladamente de la misma; otros escucharon hablar de ella por la voz de la prensa o a través de la opinión pública, esa trompeta retumbante que se encargó de anunciar a todos los puntos de nuestra ciudad la aparición de esta fe consoladora, testimonio irrecusable de la bondad de Dios para con Sus hijos.

A pesar de las dificultades que hemos encontrado en nuestro camino, fortalecidos por la pureza, por la rectitud de nuestras convicciones y amparados por los consejos de nuestro amado y venerado jefe, el Sr. Allan Kardec, tenemos la grata satisfacción –después de nueve meses de apostolado, con la ayuda de algunos hermanos nuestros–, de poder reunirnos hoy en su presencia para la inauguración de esta Sociedad que, así lo espero, continuará dando frutos en abundancia y se esparcirá como un rocío benéfico sobre los corazones resecados por el materialismo, endurecidos por el egoísmo, llenos de orgullo, y llevará el bálsamo de la resignación a los afligidos, a los que sufren, a los pobres y a los desheredados de los bienes terrenos, diciéndoles: «Confianza y coraje; las pruebas terrestres son cortas en comparación con la felicidad eterna que Dios os reserva como recompensa por vuestros sufrimientos y por vuestras luchas en este mundo.»

Sí –lo confieso en voz alta–, estoy feliz por ser el intérprete de un gran número de miembros de la Sociedad Espírita de Burdeos, proclamando nuestra fidelidad en seguir el camino trazado por nuestro estimado misionero aquí presente, pues comprendemos que el progreso, para ser seguro, no puede darse sino gradualmente, y al combatir demasiado fuertemente ciertas ideas recibidas hace siglos, retardaríamos el momento de nuestra emancipación espiritual. Sobre esto, es posible que entre nosotros haya opiniones divergentes: respetamos esas opiniones. A nuestro entender, devemos marchar poco a poco, siguiendo esta máxima de la sabiduría de las naciones: que va piano va sano. Tal vez lleguemos más tarde, pero llegaremos más seguros, porque no habremos reñido con la fe de nuestros antepasados, que será siempre sagrada para nosotros, sea ella cual fuere. Sirvámonos de la luz del Espiritismo, no para derribar, sino para mejorarnos y progresar. Al soportar con coraje y resignación las vicisitudes de esta vida, donde solamente estamos de paso, mereceremos el favor de ser conducidos al término de nuestras pruebas, por los Espíritus del Señor, a fin de gozar la inmortalidad para la cual hemos sido creados.

Querido maestro: permitid que, en nombre de los miembros que os rodean de esta Sociedad, yo os agradezca el honor que nos habéis dado al venir a inaugurar personalmente esta reunión familiar, que es una fiesta para todos nosotros y que indudablemente ha de quedar marcada en los anales del Espiritismo. Recibid igualmente en este día, que quedará grabado en nuestros corazones de una manera muy particular, la expresión bien sincera de nuestro vivo reconocimiento por la bondad paternal con la que habéis estimulado nuestros frágiles trabajos. Es a vos que debemos el camino trazado y estamos felices en seguiros, convencidos de antemano que vuestra misión es la de hacer marchar el progreso espiritual en nuestra bella Francia que, a su turno, dará un impulso a las otras naciones de la Tierra para que poco a poco lleguen a la felicidad, a través del progreso intelectual y moral.