Correspondencia Carta del Sr. Roustaing, de Burdeos
La siguiente carta nos ha sido enviada por el
Sr. Roustaing, abogado del Tribunal Imperial de Burdeos, ex presidente del Colegio de Abogados. Los principios que en la misma son expresados abiertamente, por parte de un hombre que su posición ubica entre los más esclarecidos, tal vez hagan reflexionar a aquellos que, creyendo tener el privilegio de la razón, incluyen sin ceremonia a todos los adeptos del Espiritismo entre los imbéciles.
«Estimado señor y muy honorable jefe espírita:
«Recibí la dulce influencia y recogí el beneficio de las palabras del Cristo a Tomás:
Bienaventurados los que han creído sin haber visto. Palabras profundas, verdaderas y divinas que muestran el camino más seguro –el más racional– que conduce a la fe, según la máxima de san Pablo, que el Espiritismo cumple y realiza:
Rationabile sit obsequium vestrum.
«Cuando os escribí por primera vez en el mes de marzo pasado, os decía:
Nada he visto, pero he leído y comprendido, y yo creo. Dios me ha recompensado mucho por haber creído sin haber visto; después he visto y he visto bien; yo he visto en condiciones provechosas, y la parte experimental vino a animar –si así me puedo expresar– la fe que la parte doctrinaria me había dado y, al fortalecerla, le imprimió vida.
«Después de haber estudiado y comprendido, yo conocía el mundo invisible como quien conoce París a través del estudio de un mapa. Por la experiencia, el trabajo y la observación constante, he conocido el mundo invisible y sus habitantes, como conoce París quien la ha recorrido, pero aún sin haber entrado en todos los rincones de esa vasta capital. No obstante, desde el comienzo del mes de abril, gracias al contacto que me habéis proporcionado del excelente Sr. Sabò y de su familia patriarcal, todos buenos y verdaderos espíritas, pude trabajar y trabajé constantemente con ellos a cada día, ya sea en mi casa, en presencia o con el concurso de adeptos de nuestra ciudad, que están convencidos de la verdad del Espiritismo, aunque no todos sean aún, de hecho y en la práctica, espíritas.
«El Sr. Sabò os ha enviado exactamente el producto de nuestros trabajos, obtenidos a título de enseñanza a través de evocaciones o de manifestaciones espontáneas de Espíritus superiores. Sentimos tanta alegría y sorpresa como confusión y humildad cuando recibimos esas enseñanzas tan preciosas y verdaderamente sublimes de tantos Espíritus elevados que vinieron a visitarnos o que nos enviaron mensajeros para hablar en su nombre.
«¡Oh, estimado señor! ¡Cómo soy feliz por no pertenecer más a la Tierra –por el culto material–, que ahora yo sé que no es para nuestros Espíritus sino un lugar de exilio, a título de pruebas o de expiaciones! Cómo soy feliz por conocer y por haber comprendido la
reencarnación en todo su alcance y en todas sus consecuencias, como realidad y no como alegoría. La reencarnación, esta sublime y equitativa justicia de Dios –como también decía ayer mi guía protector–, tan bella, tan consoladora, ya que permite la posibilidad de hacer al día siguiente lo que no hemos podido hacer en la víspera; que hace progresar la criatura hacia el Creador; “esta justa y equitativa ley”, según la expresión de Joseph de Maistre, en la evocación que hemos hecho de su Espíritu, y que recibisteis; la reencarnación es, conforme las divinas palabras del Cristo, “el largo y difícil camino a recorrer para llegar a la morada de Dios”.
«Ahora entiendo el sentido de estas palabras del Cristo a Nicodemo:
¿Tú eres doctor de la ley e ignoras esto? Hoy, que Dios me ha permitido comprender de manera completa toda la verdad de la ley evangélica, me pregunto cómo la ignorancia de los hombres –
doctores de la ley– pudo resistir, a este punto, a la interpretación de los textos; ¿cómo pudo producir así el error y la mentira que han llevado y fomentado el materialismo, la incredulidad, el fanatismo y la cobardía? Me pregunto cómo esta ignorancia y este error han podido producirse, cuando el Cristo tuvo el cuidado de proclamar la necesidad de volver a vivir, al decir: ES NECESARIO NACER DE NUEVO, y de este modo la reencarnación como siendo el único medio de ver el Reino de Dios, lo que ya era conocido y enseñado en la Tierra y que Nicodemo debería saber: ¿Tú eres doctor de la ley e ignoras esto? Es verdad que el Cristo añade a cada paso: “El que tenga oídos para oír, que oiga”; y también: “Porque viendo no ven, y oyendo no escuchan ni comprenden”, lo que se puede aplicar a aquellos que vinieron después de Él, así como a los de su tiempo.
«He dicho que Dios, en su bondad, me ha recompensado por nuestros trabajos hasta este día y me ha proporcionado enseñanzas a través de los mensajeros divinos, “misioneros dedicados e inteligentes junto a sus hermanos –según la expresión del Espíritu Fenelón–, a fin de inspirarles el amor y la caridad al prójimo, el olvido de las injurias y el culto de adoración a Dios”. Ahora comprendo el admirable alcance de estas palabras del Espíritu Fenelón, cuando habla de esos mensajeros divinos: “Ellos vivieron tantas veces que se volvieron nuestros maestros”.
«Agradezco con alegría y humildad a esos mensajeros divinos por haber venido a enseñarnos que el Cristo está en misión en la Tierra para la propagación y el éxito del Espiritismo, esa tercera manifestación de la bondad divina, para cumplir esta palabra final del Evangelio:
Unum ovile et unus pastor; por haber venido a decirnos: “¡Nada temáis! El Cristo (llamado por ellos Espíritu de Verdad), es el primero y el más santo misionero de las ideas espíritas”. Estas palabras me habían tocado vivamente y yo me preguntaba: Pero, entonces, ¿dónde está el Cristo en misión en la Tierra? “La Verdad comanda –según la expresión del Espíritu Marius, obispo de los primeros tiempos de la Iglesia– esa falange de Espíritus enviados por Dios en misión en la Tierra, para la propagación y el éxito del Espiritismo”.
«¡Qué gozos suaves y puros proporcionan esos trabajos espíritas, a través de la caridad hecha con la ayuda de la evocación de los Espíritus que sufren! ¡Qué consuelo es entrar en comunicación con los que han sido, en la Tierra, nuestros parientes o nuestros amigos! ¡Qué consuelo es saber que ellos son felices o que podemos aliviar sus sufrimientos! ¡Cuán viva y brillante luz derraman en nuestras almas esas enseñanzas espíritas que, al explicarnos la verdad completa de la ley del Cristo, nos dan la fe por intermedio de nuestra propia razón y nos hacen comprender la omnipotencia del Creador, su grandeza, su justicia, su bondad y su infinita misericordia, situándonos así en la agradable necesidad de practicar esta ley divina de amor y de caridad! ¡Qué revelación sublime nos dan, al enseñarnos que esos mensajeros divinos, haciéndonos progresar, también progresan ellos mismos, a fin de aumentar la sagrada falange de los Espíritus perfectos! Admirable y divina armonía que nos muestra, al mismo tiempo, la unidad en Dios y la solidaridad entre todas sus criaturas; que nos señala éstas bajo la influencia y el impulso de esa solidaridad, de esa simpatía, de esa reciprocidad, llamadas a subir cada vez más esa larga y alta escala espírita, pero no sin dar un paso en falso y sin caídas en sus primeros ensayos, para llegar –después de haber recorrido todos los grados– del estado de simplicidad y de ignorancia originales a la perfección intelectual y moral y, a través de esta perfección, a Dios. Admirable y divina armonía que nos muestra esta gran división de la inferioridad y de la superioridad, por medio de la distinción entre los mundos de exilio –donde todo son pruebas o expiaciones– y los mundos superiores, moradas de los Espíritus buenos –donde éstos progresan hacia el bien.
«La reencarnación bien entendida enseña a los hombres que ellos aquí están de paso, donde son libres para no volver más, si para esto hicieren lo necesario; que el poder, las riquezas, las dignidades, la Ciencia no les son dados sino a título de pruebas y como medio de progresar hacia el bien; que en sus manos no son más que un depósito y un instrumento para la práctica de la ley de amor y de caridad; que el mendigo que pasa al lado de un gran señor es su hermano ante Dios, y tal vez lo haya sido delante de los hombres; que quizá haya sido rico y poderoso. Si ahora se encuentra en una condición oscura y miserable, es por haber fallado en sus peligrosas pruebas, recordando así aquella frase célebre desde el punto de vista de las condiciones sociales: “Del Capitolio a la roca Tarpeya no hay más que un paso”, pero con la diferencia de que, a través de la reencarnación, el Espíritu se levanta de su caída y puede, después de subir de nuevo al Capitolio, dirigirse de su cima hacia las regiones celestiales, morada espléndida de los Espíritus buenos.
«La reencarnación, al enseñar a los hombres –según la admirable expresión de Platón– que no hay rey que no descienda de un pastor, ni pastor que no descienda de un rey, hace desaparecer todas las vanidades terrenas, liberta del culto material y nivela
moralmente todas las condiciones sociales. La reencarnación establece la igualdad, la fraternidad entre los hombres como para los Espíritus, en Dios y ante Dios, y la libertad que, sin la ley de amor y de caridad, no es más que una mentira y una utopía, como nos lo decía recientemente el Espíritu Washington. En su conjunto, el Espiritismo viene a dar a los hombres la unidad y la verdad en todo progreso intelectual y moral, gran y sublime realización de la cual no somos sino los más humildes apóstoles.
«Adiós, estimado señor; después de tres meses de silencio, yo os sobrecargo con una carta bastante extensa; responded cuando podáis y cuando queráis. Me proponía hacer un viaje a París para tener el placer de conoceros personalmente, para daros fraternalmente un apretón de manos; pero, hasta el presente, mi salud me impide hacerlo.
«Podéis hacer de esta carta el uso que os parezca conveniente. Tengo el honor de ser abierta y públicamente espírita.
«Muy atentamente,
ROUSTAING, abogado.»
Como nosotros, cada uno ha de apreciar los pensamientos adecuados, expresados en esta carta. Se ve que, aunque se ha iniciado recientemente, el Sr. Roustaing es diestro en materia de apreciación; es que ha estudiado seria y profundamente, lo que le ha permitido percibir rápidamente todas las consecuencias de esa grave cuestión del Espiritismo y, contrariamente a mucha gente, no se detuvo en la superficie. Aún no había visto nada –dice él–, pero estaba convencido porque había leído y comprendido. Esto él tiene en común con muchas personas y siempre observamos que ellas, lejos de ser superficiales, son al contrario las que más reflexionan. Al prenderse más al fondo que a la forma, la parte filosófica es para ellas la principal, siendo accesorios los fenómenos propiamente dichos, y dicen que aun cuando tales fenómenos no existiesen, no por eso dejaría de haber una filosofía: la única que resuelve problemas hasta hoy insolubles, la única que da la teoría más racional sobre el pasado y el futuro del hombre. Ahora bien, las personas prefieren una doctrina que explica, a una que no explica o que explica mal. Todo aquel que reflexione, comprende muy bien que se podría hacer abstracción de las manifestaciones, y no por eso dejaría de subsistir la doctrina; las manifestaciones vienen a corroborarla, a confirmarla, pero las mismas no son su base esencial. El discurso de Channing, que acabamos de citar, es la prueba de eso, puesto que cerca de veinte años antes de ese gran despliegue de las manifestaciones en Norteamérica, únicamente el razonamiento lo había llevado a las mismas consecuencias.
Hay otro punto por el cual también se reconoce al espírita serio; por las citas que el autor de esta carta hace de los pensamientos contenidos en las comunicaciones que ha recibido, él prueba que no se ha limitado en admirarlas como bellos trechos literarios –buenos para conservarse en un álbum–, sino que las estudia, las medita y saca provecho de éstas. Infelizmente hay muchos para quienes esa alta enseñanza constituye una letra muerta; que coleccionan bellas comunicaciones como ciertas personas coleccionan bellos libros, pero sin leerlos.
Además, debemos felicitar al Sr. Roustaing por la declaración con la cual termina su carta; infelizmente, no todos tienen –como él– el coraje de dar su opinión, y es eso lo que vuelve atrevidos a los adversarios. Entretanto, es preciso reconocer que desde algún tiempo las cosas han cambiado bastante al respecto; hace apenas dos años, muchas personas solamente hablaban de Espiritismo entre cuatro paredes; sólo compraban libros a escondidas y tenían un gran cuidado en no dejarlos a la vista. Hoy es bien diferente: ya se han familiarizado con los epítetos no civilizados de los escarnecedores, y se ríen de eso en vez de ofenderse; no temen más confesarse abiertamente como espíritas, así como no temen decirse adeptos de tal o cual filosofía, del magnetismo, del sonambulismo, etc.; examinan libremente el asunto con el primero que llega, como examinarían los clásicos y los románticos, sin sentirse humillados por ser a favor de unos o de otros. Es un progreso inmenso que prueba dos cosas: el progreso de las ideas espíritas en general, y la poca consistencia de los argumentos de los adversarios; tendrá como consecuencia imponer silencio a estos últimos que se creían fuertes, porque se creían más numerosos; pero cuando por todas partes encuentran con quién hablar, no diremos que serán convertidos, sino que mantendrán reserva. Conocemos una pequeña ciudad del interior del país, en la cual hace un año el Espiritismo solamente contaba con un único adepto, que era apuntado con el dedo como a un animal curioso y considerado como tal; ¿y quién sabe si tal vez no ha sido desheredado por su familia o despedido de su trabajo? Hoy los adeptos son allí numerosos; se reúnen públicamente sin preocuparse con el qué dirán; y cuando vieron entre ellos a autoridades municipales, a funcionarios, a oficiales, a ingenieros, a abogados, a escribanos, etc., que no escondían sus simpatías por la Doctrina Espírita, los escarnecedores cesaron de burlarse, y el periódico local, redactado por alguien incrédulo, que ya había lanzado algunos dardos y que se preparaba para pulverizar la nueva Doctrina, temiendo enemistarse con gente más fuerte que él, guardó silencio prudentemente. Esta es la historia de muchas otras localidades, historia que se generaliza a medida que los adeptos del Espiritismo –cuyo número aumenta todos los días– levanten la cabeza y la voz. Pueden querer abatir una cabeza que se muestra; pero cuando hay veinte, cuarenta o cien que no temen hablar alto y firme, piensan dos veces, y esto da coraje al que no lo tiene.