El Espíritu golpeador de Aube
Uno de nuestros suscriptores nos transmite detalles muy interesantes sobre manifestaciones que han sucedido, y que aún suceden en este momento, en una localidad del Departamento de Aube, cuyo nombre silenciaremos, considerando que la persona en cuya casa ocurren estos fenómenos no le gusta ser acosada de manera alguna por la visita de numerosos curiosos, que no dejarían de ir a su hogar. Esas ruidosas manifestaciones ya le han producido varios disgustos; además, nuestro corresponsal narra los hechos como testigo ocular, y nosotros lo conocemos bastante como para saber que él merece toda nuestra confianza. Hemos extraído los pasajes más interesantes de su relato:
«Hace cuatro años (en 1856), en la casa del Sr. R..., que vive en la ciudad donde yo resido, ocurrieron manifestaciones que recuerdan, hasta un cierto punto, las de Bergzabern; por entonces no conocía a ese señor, y sólo más tarde entré en contacto con él, de modo que fue a través de informaciones que me enteré de lo sucedido en esa época. Las manifestaciones habían cesado hacía mucho tiempo y el Sr. R... se creía libre de ellas, cuando hace poco recomenzaron como antaño. He podido ser testigo de las mismas durante varios días seguidos; por lo tanto, os contaré lo que he visto con mis propios ojos.
«La persona que es objeto de esas manifestaciones es el hijo del Sr. R..., de dieciséis años, y que por ende tenía sólo doce cuando éstas se produjeron por primera vez. Es un joven de una inteligencia excesivamente limitada, que no sabe leer ni escribir y que muy raramente sale de su casa. En cuanto a las manifestaciones que han tenido lugar en mi presencia, con excepción del balanceo de la cama y de la suspensión magnética, el Espíritu imitó más o menos en todo al de Bergzabern; los golpes y las raspaduras fueron los mismos; silbaba, imitaba el ruido de la lima, de la sierra y arrojaba en el cuarto pedazos de carbón que no se sabe de dónde venían, ya que no había carbón en la pieza en que estábamos. Los fenómenos generalmente se producen cuando el muchacho está acostado y comienza a dormir. Durante el sueño él habla al Espíritu con autoridad y, sin confundirse, da órdenes con el tono de voz de un oficial superior, a pesar de nunca haber asistido a ejercicios militares; simula un combate, comanda una maniobra, conquista la victoria y cree que ha sido nombrado general en el campo de batalla. Cuando ordena al Espíritu que dé un cierto número de golpes, algunas veces sucede que éste golpea más de los que le han sido ordenados; entonces el joven le dice: ¿Cómo harás para quitar los golpes que has dado de más? Entonces el Espíritu se pone a raspar, como si los borrase. Cuando el muchacho da órdenes, queda en una gran agitación y a veces grita tan fuerte que su voz se extingue en una especie de estertor. A la voz de mando, el Espíritu golpea todas las marchas francesas y extranjeras, incluso las de los chinos; no he podido verificar la exactitud de las mismas, porque no las conozco. Pero ocurre frecuentemente que el joven dice: ¡No es así; vuelve a comenzar! Y el Espíritu obedece. De paso debo deciros que, durante el sueño, el niño es muy grosero al ordenar.
«En una noche en que yo asistía a una de esas escenas, ya hacía cinco horas que el hijo del Sr. R... estaba en una gran agitación; intenté calmarlo a través de pases magnéticos, pero luego se puso furioso y desordenó la cama. Al día siguiente se acostó a mi llegada y, como de costumbre, se durmió al cabo de algunos minutos; entonces, los golpes y las raspaduras comenzaron. De repente dijo al Espíritu: Ven acá, voy a hacerte dormir. Y para nuestra gran sorpresa lo magnetizó, a pesar de la resistencia del Espíritu, que parecía rehusarse; creo que es lo que sucedió, según la conversación que ellos tuvieron. Después lo despertó del sueño magnético, como lo habría hecho un magnetizador experimentado. Entonces percibí que él parecía recoger mucho fluido, que emitía hacia mí, reprendiéndome e injuriándome. Al despertar, no se acordaba nada de lo que había sucedido.
«Lejos de calmarse, los hechos se agravaban a cada día de una manera aflictiva, por la exasperación del Espíritu, que sin duda temía en perder el dominio ejercido sobre ese muchacho. Quise preguntar al Espíritu su nombre y sus antecedentes, pero sólo obtuve mentiras y blasfemias. Debo decir aquí que cuando éste habla, lo hace a través de la boca del joven, que le sirve de médium parlante. Intenté en vano conducir al Espíritu a mejores sentimientos por medio de buenas palabras; me respondió que la oración no ejerce ningún poder sobre él; que trató de elevarse hacia Dios, pero que no encontró más que hielo y brumas. Entonces me llama de beato y, cuando oro mentalmente, noto que se pone furioso y que da golpes redoblados. Todos los días trae objetos bastante voluminosos: hierro, cobre, etc. Cuando le pregunto dónde va a buscarlos, responde que los toma de las personas que no son honestas. Si le hablo de moral, se enfurece. Una noche me dijo que si yo continuase viniendo, él quebraría todo y que no se iría antes de la Pascua; después me escupió en la cara. Al ser preguntado sobre por qué se vinculaba de esa forma al joven R..., respondió: Si no fuese él, sería otro. El propio padre no está exento de los ataques de este Espíritu malhechor: frecuentemente es interrumpido en su trabajo porque recibe sus golpes, porque le tira de la ropa e incluso lo pellizca hasta sangrar.
«Hice lo que pude, pero mis recursos ya se agotaron; además, es muy difícil obtener buenos resultados, puesto que el Sr. R... y la Sra. de R..., a pesar de su deseo de desembarazarse de ese Espíritu que les ha causado un verdadero perjuicio, siendo obligados a trabajar para vivir, no me secundan, porque su fe en Dios no tiene gran consistencia.»
Hemos omitido una serie de detalles que no harían más que corroborar aquello que ya relatamos; entretanto, hemos dicho lo suficiente para mostrar que podemos decir que este Espíritu –como algunos malhechores– es de la peor especie.
En la sesión de la Sociedad del 9 de noviembre último, le fueron dirigidas a san Luis las siguientes preguntas al respecto:
1. ¿Tendríais la bondad de decirnos algo sobre el Espíritu que obsesa al joven R...? –Resp. La inteligencia de este joven es de las más débiles, y cuando el Espíritu se apodera de él hay entonces una alucinación completa, tanto más cuando su cuerpo está inmerso en el sueño. Por lo tanto, la razón no puede dominar en nada su cerebro, y entonces padece la obsesión de ese Espíritu turbulento.
2. Un Espíritu relativamente superior ¿puede ejercer sobre otro Espíritu una acción magnética y paralizar sus facultades? –Resp. Un Espíritu bueno sólo puede ejercer algo sobre otro desde el punto de vista moral; nunca físico. Para paralizar a través del fluido magnético, es preciso actuar sobre la materia, y el Espíritu no es una materia semejante a un cuerpo humano.
3. ¿Cómo se explica entonces que el joven R... pretende magnetizar al Espíritu y hacerlo dormir? –Resp. Él así lo cree, y el Espíritu se presta a esa ilusión.
4. El padre desea saber si no habría un medio de desembarazarse de ese huésped inoportuno, y si su hijo aún estará por mucho tiempo sometido a esta prueba. –Resp. Cuando ese joven esté despierto, será necesario que evoquen junto a él a Espíritus buenos, a fin de ponerlo en relación con ellos y, a través de este medio, alejar a los malos que lo obsesan durante el sueño.
5. ¿Podríamos actuar desde aquí, evocando por ejemplo a ese Espíritu para moralizarlo, o tal vez al propio Espíritu del muchacho? –Resp. Quizá no sea posible en este momento: ambos son demasiado materiales; es preciso actuar directamente sobre el cuerpo del ser viviente, por la presencia de Espíritus buenos que vendrán hacia él.
6. No comprendemos bien esta respuesta. –Resp. Digo que es preciso llamar el concurso de Espíritus buenos, que podrán volver al muchacho menos accesible a las impresiones del Espíritu malo.
7. ¿Qué podemos hacer por él? –Resp. El Espíritu malo que lo obsesa no se irá fácilmente, ya que no es fuertemente rechazado por nadie. Vuestras oraciones y vuestras evocaciones son un arma débil contra él; sería preciso actuar directa y materialmente sobre la persona que él atormenta. Podéis orar, porque la oración es siempre buena; pero no lo lograréis por vos mismos, si no sois secundados por aquellos más interesados en el caso, es decir, el padre y la madre. Infelizmente, ellos no tienen esa fe en Dios que centuplica las fuerzas, y Dios solamente escucha a los que se dirigen a Él con confianza. Por lo tanto, no pueden quejarse de un mal que ellos no hacen nada para evitar.
8. ¿Cómo conciliar la sujeción de ese joven al dominio de este Espíritu, con la autoridad que aquél ejerce sobre éste, puesto que aquél ordena y el Espíritu obedece? –Resp. El Espíritu de ese joven es poco avanzado moralmente, pero en inteligencia es más adelantado de lo que se cree. En otras existencias él ha abusado de su inteligencia, que no era dirigida hacia un objetivo moral, sino al contrario, hacia propósitos ambiciosos; él se encuentra ahora en punición en un cuerpo que no le permite dar curso libre a su inteligencia, y el Espíritu malo aprovecha su debilidad; éste se deja ordenar en cosas sin importancia, porque sabe que el muchacho es incapaz de ordenarle cosas serias: aquél se divierte. La Tierra está llena de Espíritus que se encuentran en punición en cuerpos humanos; he aquí por qué hay en ella tantos males de todos los géneros.
Nota – La observación viene en apoyo de esta explicación. Durante el sueño, el muchacho muestra una inteligencia indiscutiblemente superior al de su estado normal, lo que prueba un desarrollo anterior, pero reducido al estado latente bajo esa envoltura grosera. No es más que en los momentos de emancipación del alma, en los cuales no sufre tanto la influencia de la materia, que su inteligencia se expande, ocasión en que también ejerce una especie de autoridad sobre el ser que lo subyuga; pero cuando vuelve al estado de vigilia, sus facultades se aniquilan bajo la envoltura material que la comprime. ¿No es ésta una enseñanza moral práctica?
Se expresó el deseo de evocar a este Espíritu, pero ninguno de los médiums presentes se dispuso a servirle de intérprete. La Srta. Eugénie, que también había mostrado repugnancia, tomó de repente el lápiz en un movimiento involuntario y escribió:
1. ¿No quieres? ¡Pues bien: escribirás! ¡Oh! Ciertamente piensas que no te dominaré. Heme aquí; pero no te asustes tanto; haré conque veas mi fuerza.
Nota – En ese momento el Espíritu hace que la médium dé un puñetazo sobre la mesa, quebrando varios lápices.
2. Puesto que estáis aquí, decidnos por qué razón estáis vinculado al hijo del Sr. R... –Resp. ¡Creo que sería preciso haceros algunas confidencias! Primero, sabed que yo tengo una gran necesidad de atormentar a alguien. Un médium que fuese sensato me rechazaría; me vinculo a un deficiente porque no me opone ninguna resistencia.
3. Nota – Alguien reflexiona que, a pesar de ese acto de cobardía, a este Espíritu no le falta inteligencia. Él responde sin que le hayan preguntado directamente:
–Resp. Un poco; no soy tan tonto como vosotros creéis.
4. ¿Qué erais cuando encarnado? –Resp. No era gran cosa; un hombre que ha hecho más mal que bien, y que es cada vez más punido por eso.
5. Ya que sois punido por haber hecho el mal, deberíais comprender la necesidad de hacer el bien. ¿No deseáis buscar vuestro mejoramiento? –Resp. Si quisieseis ayudarme, yo perdería menos tiempo.
6. No deseamos más que eso, pero es necesario que tengáis voluntad al respecto; orad con nosotros: esto os ayudará. –Resp. (En este momento el Espíritu da una respuesta blasfema.)
7. ¡Basta! No queremos más escuchar esto; esperábamos despertar en vos algunos buenos sentimientos: ha sido con este objetivo que os hemos llamado. Pero ya que respondéis a nuestra benevolencia con palabras desagradables, podéis retiraros. –Resp. ¡Ah! ¡Aquí se detiene vuestra caridad! Porque pude resistir un poco, veo que esa caridad se termina rápido: por esto no valéis más que yo. Sí, podríais moralizarme más de lo que pensáis si supieseis cómo hacerlo, primeramente en interés del deficiente que sufre, después en beneficio del padre que se asusta demasiado y finalmente en el mío, si así os agrada.
8. Decidnos vuestro nombre, a fin de que podamos identificaros. –Resp. ¡Oh! Mi nombre poco importa; llamadme, si queréis, el Espíritu del joven deficiente.
9. Si hemos querido haceros parar, ha sido porque habéis dicho una palabra sacrílega. –Resp. ¡Ah, ah! ¡Ha sido chocante para vos! Para saber lo que hay en el lodo es necesario revolverlo.
10. Alguien dice: Esta figura innoble es digna del Espíritu. –Resp. Joven, ¿queréis poesía? Hela aquí: Para conocer el aroma de una rosa es necesario olerla.
11. Puesto que habéis dicho que podíamos ayudaros a mejorar, uno de los señores presentes se ofrece para instruiros; ¿irás responderle cuando él os evoque? –Resp. Primeramente es necesario que yo vea si él me conviene. (Después de algunos momentos de reflexión agrega:) Sí, yo iré.
12. ¿Por qué el hijo del Sr. R... se enfurecía cuando el Sr. L... quería magnetizarlo? –Resp. No era él que se encolerizaba: era yo.
13. ¿Por qué? –Resp. No tengo ningún poder sobre este hombre, que es superior a mí; por eso lo detesto: quiere arrancarme lo que tengo bajo mi dependencia, y esto no lo admito.
14. Debéis ver a vuestro alrededor a Espíritus que son más felices que vos; ¿sabéis por qué? –Resp. Sí, lo sé: son mejores que yo.
15. ¿Comprendéis entonces que si, en lugar de hacer el mal, hicieseis el bien, vos seríais feliz como ellos? –Resp. No deseaba más que esto; pero es difícil hacer el bien.
16. Tal vez sea difícil para vos, pero no es imposible. ¿Sabéis que la oración puede tener una gran influencia en vuestro mejoramiento? –Resp. No digo que no; pensaré en eso. Llamadme algunas veces.
Nota – Como se ve, este Espíritu no desmintió su carácter; entretanto, se ha mostrado menos recalcitrante hacia el final, lo que prueba que él no es completamente inaccesible al razonamiento. Por lo tanto, él dispone en sí mismo de elementos para esto, pero para dominarlo enteramente sería necesario un concurso de voluntades que por ahora no existe. Esto debe ser una enseñanza para las personas que podrían encontrarse en un caso análogo.
Este Espíritu es indudablemente muy malo y pertenece a la escala inferior del mundo espírita; pero se puede decir que es brutalmente malo, y en semejantes seres hay más recursos que en los que son hipócritas. Con toda seguridad, aquellos son mucho menos peligrosos que los Espíritus fascinadores que, con la ayuda de una cierta dosis de inteligencia y de una falsa apariencia de virtud, saben inspirar a ciertas personas una confianza ciega en sus palabras, confianza de la que tarde o temprano serán víctimas, porque estos Espíritus nunca actúan con miras al bien: tienen siempre segundas intenciones. El Libro de los Médiums tendrá como resultado –así lo esperamos– ponernos en guardia contra esas sugestiones, lo que seguramente no les agradará; pero, como bien se ve, nos inquietamos muy poco con su mala voluntad, como con la de los Espíritus encarnados que ellos pueden incitar contra nosotros. Los Espíritus malos, al igual que los hombres, no ven con mucho gusto a aquellos que, al desenmascarar sus torpezas, les sacan los medios de hacer el mal.