El Sr. Émile Deschanel, cuyo nombre no nos era aún conocido, ha tenido a bien dedicarnos veinticuatro columnas del folletín del
Journal des Débats, en los números del 15 y del 29 de noviembre último; nosotros le agradecemos el hecho, pero no la intención. En efecto, después del artículo de la
Bibliographie Catholique y el de la
Gazette de Lyon, que vomitaron abiertamente anatemas e injurias, de modo que hacen creer en un regreso al siglo XV, no conocemos nada de más malevolente, de menos científico y sobre todo de más extenso que el artículo del Sr. Deschanel. Una invectiva tan vigorosa debe haberle hecho pensar que el Espiritismo, herido por él de punta y de filo, debería estar para siempre muerto y debidamente enterrado. Como nosotros no le respondimos, no le hicimos ninguna intimación, ni entablamos con él ninguna polémica a ultranza, puede haberse equivocado sobre las causas de nuestro silencio, cuyos motivos debemos exponer. El primero es que, en nuestra opinión, nada había de urgente y estábamos esperando muy tranquilos, a fin de evaluar el efecto de ese ataque para regular nuestra respuesta; hoy, que estamos completamente informados al respecto, le diremos algunas palabras.
El segundo motivo es la consecuencia del primero. Para refutar en detalle ese artículo, habría sido necesario reproducirlo por completo, a fin de cotejar el ataque y la defensa, lo que hubiera ocupado un número entero de nuestra
Revista; la refutación habría ocupado por lo menos dos números; por lo tanto, serían usados tres números, ¿para refutar qué cosas? ¿Razones? No, apenas bromas del Sr. Deschanel: francamente esto no valdría la pena, y nuestros lectores prefieren otra cosa. Aquellos que desearen conocer su lógica podrán contentarse con leer los números citados. Además, en definitiva, nuestra respuesta no habría sido más que la repetición de lo que ya hemos escrito y respondido a
L’Univers, al Sr.
Oscar Comettant, a la
Gazette de Lyon, al Sr.
Louis Figuier y a la
Bibliographie Catholique,
[1] porque todos estos ataques son apenas variantes de un mismo tema. Entonces habría sido preciso repetir las mismas cosas en otros términos para no ser monótono, y nosotros no tenemos tiempo para eso. Lo que podríamos decir sería inútil para los adeptos y no sería lo bastante completo como para convencer a los incrédulos; por lo tanto, sería un trabajo perdido; preferimos remitir a nuestras obras a los que seriamente quieran esclarecerse; ellos podrán hacer un paralelo entre los argumentos a favor y en contra: su propio discernimiento hará el resto.
Además, ¿por qué responderíamos al Sr. Deschanel? ¿Para convencerlo? Pero esto no nos interesa en absoluto. Dicen que sería un adepto a más. Pero ¿qué importancia tiene, a más o a menos, la persona del Sr. Deschanel? ¿Qué peso puede tener en la balanza, cuando las adhesiones llegan a los millares, desde lo más alto de la escala social? –Pero él es un publicista, y si en lugar de hacer una diatriba hubiese hecho un elogio, ¿esto no habría sido mucho mejor para la Doctrina? Esta es una cuestión más grave: examinémosla.
Para comenzar, ¿quién asegura que el recién convertido Sr. Deschanel habría de publicar 24 columnas a favor del Espiritismo, como las ha publicado en contra? No lo creemos, por dos razones: la primera, porque hubiera temido ser ridiculizado por sus colegas; la segunda, porque el director del periódico no hubiese probablemente aceptado, con miedo de asustar a ciertos lectores menos impresionados con el diablo que con los Espíritus. Conocemos a un buen número de literatos y de publicistas que están en este caso, y no por eso son buenos y sinceros espíritas. Se sabe que Madame de Émile de Girardin, que generalmente es considerada por haber tenido inteligencia en vida, no solamente era muy creyente, sino además muy buena médium, y obtuvo innumerables comunicaciones; pero ella las reservaba para el círculo íntimo de sus amigos, que compartían sus convicciones; a los otros, no hablaba de esto. Por lo tanto, para nosotros, un publicista que se atreve a hablar en contra, pero que no se atrevería a hablar a favor, si estuviese convencido, sería para nosotros un simple individuo; cuando vemos que una madre, desolada con la desencarnación de un hijo querido, encuentra inefables consuelos en la Doctrina, su adhesión a nuestros principios tiene para nosotros cien veces más valor que la conversión de un ilustre cualquiera, si esta persona ilustre no se atreve a decir nada. Además, los hombres de buena voluntad no faltan; son abundantes, y tantos vienen a nosotros que apenas podemos responderles. Por lo tanto, no vemos por qué perder nuestro tiempo con los indiferentes y correr atrás de los que no nos buscan.
Una sola palabra dará a conocer si el Sr. Deschanel es un hombre serio; he aquí el comienzo de su segundo artículo del 29 de noviembre:
«La Doctrina Espírita se refuta a sí misma: basta exponerla. Después de todo, ella no está equivocada por llamarse simplemente espírita, porque no es ni espiritual ni espiritualista. Al contrario, está fundada sobre el más grosero materialismo, y no es divertida porque es ridícula.»
Decir que el Espiritismo está fundado sobre el más grosero materialismo, cuando Aquél lo combate a ultranza, porque Él nada sería sin el alma, su inmortalidad, las penas y las recompensas futuras –de las cuales es su demostración patente–, es el colmo de la ignorancia de la cuestión abordada; si no es ignorancia, es mala fe y calumnia. Al ver esta acusación y al pretender citar los textos bíblicos, los profetas, la ley de Moisés que prohíbe interrogar a los muertos –prueba de que se puede interrogarlos, porque no se prohíbe una cosa imposible–, uno pensaría que él pertenece a una ortodoxia furibunda; pero al leer el siguiente pasaje burlesco de su artículo, los lectores quedarán perplejos con las opiniones del Sr. Deschanel:
«¿Cómo pueden los Espíritus manifestarse a los sentidos? ¿Cómo pueden ser vistos, escuchados y tocados? ¿Y cómo ellos mismos pueden escribir y dejarnos autógrafos del otro mundo?
«–¡Oh! Pero es que esos Espíritus no son Espíritus, como podríais creer: Espíritus puramente Espíritus». Entended bien esto: “El Espíritu no es de modo alguno un ser abstracto, indefinido, que sólo el pensamiento puede concebir; es un ser real, circunscripto, que en ciertos casos es perceptible a través de los sentidos de la visión, de la audición y del tacto”.
«–Pero, entonces, ¿esos Espíritus tienen cuerpos?
«–No precisamente.
«–En fin, ¿pero entonces?...
“–Hay en el hombre tres cosas:
“1º) El cuerpo, o ser material, análogo al de los animales y animado por el mismo principio vital;
“2º) El alma, o ser inmaterial, Espíritu encarnado;
“3º) El lazo que une el alma al cuerpo, principio intermediario entre la materia y el Espíritu.”
«–¿Intermediario? ¿Qué diablos queréis decir? O es materia o no es.
«–Depende.
«–¿Cómo depende?»
“–He aquí la cuestión: El lazo, o
periespíritu, que une el cuerpo y el Espíritu, es una especie de envoltura semimaterial...”
«–¡Semi, semi!»
“–La muerte es la destrucción de la envoltura más grosera; el Espíritu conserva la segunda, que constituye para él un cuerpo etéreo, invisible para nosotros en el estado normal, pero que accidentalmente puede volverlo visible e incluso tangible, como sucede en el fenómeno de las apariciones.”
«–
Etéreo, como lo quisiereis; un cuerpo es un cuerpo. Esto significa dos. Y la materia es la materia. Volvedla sutil tanto como os plazca, pero ahí dentro no hay nada de
semi. La propia electricidad no es más que materia, y no semimateria. ¿Y en cuanto a vuestro...? ¿Cómo es que lo llamáis?
«–¿El periespíritu?
«–Sí, vuestro periespíritu... yo creo que él no explica nada y que el mismo necesita de bastante explicación.»
“–El periespíritu sirve de primera envoltura al Espíritu y une el alma al cuerpo. Tales son, en un fruto, el germen, el perispermo y la cáscara... El periespíritu es extraído del medio circundante, del fluido universal; participa a la vez de la electricidad, del fluido magnético y, hasta un cierto punto, de la materia inerte...” «¿Comprendéis?
«–No mucho.»
“–Se podría decir que es la quintaesencia de la materia.”
«–Por más quintaesencia que hagáis, de ahí no sacaréis espíritu ni semiespíritu, y es pura materia como vuestro periespíritu.»
“–Es el principio de la vida orgánica, pero no el de la vida intelectual.”
«–En fin, es lo que quisiereis; pero vuestro periespíritu es tanta cosa, que yo no sé bien lo que él es, y bien podría no ser nada.»
Al parecer, la palabra
periespíritu os ofusca. Si hubieseis vivido en la época en que fue inventada la palabra
perispermo, probablemente también la hubierais encontrado ridícula; ¿por qué no criticáis las que son inventadas a cada día para expresar ideas nuevas? No es el vocablo que critico –diréis–, es el asunto en cuestión. Tal vez, porque nunca lo habéis visto; pero negáis el alma, que tampoco habéis visto. ¿Negáis a Dios por el mismo motivo? ¡Pues bien! Si no se puede ver el alma o el Espíritu, que es lo mismo, se puede ver su envoltura fluídica o
periespíritu cuando está libre, como se ve su envoltura carnal cuando está encarnado.
El Sr. Deschanel se esfuerza en probar que el periespíritu debe ser materia; pero es lo que nosotros decimos con todas las letras. Por ventura, ¿sería esto que le hace decir que el Espiritismo es una doctrina materialista? Pero lo condena la citación que él mismo hace, puesto que decimos en términos propios –sin sus burlas espirituosas– que es apenas una envoltura independiente del Espíritu. ¿Dónde él nos oyó decir que es el periespíritu que piensa? Puede ser que él no quiera al periespíritu; pero entonces que nos diga cómo explica la acción del Espíritu sobre la materia sin intermediario. No hablaremos de las apariciones contemporáneas, en las cuales ciertamente no cree; pero ya que es tan aferrado a la Biblia, cuya defensa hace tan encarnizadamente, es que cree en la Biblia y en lo que ella dice; por lo tanto, que nos explique las apariciones de ángeles, de los que ella hace mención a cada instante. Según la doctrina teológica, los ángeles son Espíritus puros; pero cuando ellos se vuelven visibles, ¿dirá él que es el Espíritu que se hace ver? Esta vez, sería entonces materializar el propio Espíritu, porque no es sino la materia que puede impresionar los sentidos. Decimos que el Espíritu es revestido por una envoltura que puede volverse visible e incluso tangible a voluntad; sólo la envoltura es material, aunque muy etérea, lo que no quita nada a las cualidades propias del Espíritu. Así explicamos un hecho hasta entonces inexplicado, y por cierto somos menos materialistas que aquellos que pretenden afirmar que es el propio Espíritu que se transforma en materia para hacerse ver y actuar. Los que no creían en la aparición de los ángeles de la Biblia, pueden entonces creerlo ahora, si creen en la existencia de los ángeles, sin que eso repugne a la razón; por esto mismo, ellos pueden comprender la posibilidad de las manifestaciones actuales, visibles, tangibles u otras, ya que el alma o Espíritu posee una envoltura fluídica, si es que creen en la existencia del alma.
Además, el Sr. Deschanel se ha olvidado una cosa: de dar su teoría acerca del alma o Espíritu; un hombre juicioso hubiera dicho: Estáis equivocado por tal o cual razón; las cosas no son así como decís:
he aquí cómo son. Solamente entonces tendríamos algo sobre qué discutir. Pero es de notar que esto es lo que aún no hizo ninguno de los contradictores del Espiritismo; ellos niegan, se burlan o dicen injurias: no les conocemos otra lógica, lo que es muy poco inquietante. Así, no nos preocupamos en absoluto, porque si nada proponen, es que por lo visto no tienen nada mejor que proponer. Sólo los francamente materialistas tienen un sistema determinado: la nada después de la muerte; les deseamos que se diviertan mucho, si esto los satisface. Los que admiten el alma están infelizmente en la imposibilidad de resolver las cuestiones más vitales según su propia teoría, porque no tienen otro recurso que la fe ciega, razón poco concluyente para los que gustan de razones, y el número es grande en este tiempo de luces. Ahora bien, como los espiritualistas no explican nada de una manera satisfactoria para los pensadores, éstos sacan en conclusión de que no existe nada, y que los materialistas tal vez tengan razón: es eso que lleva a tanta gente a la incredulidad, mientras que esas mismas dificultades encuentran una solución bien simple y muy natural a través de la teoría espírita. El materialismo dice:
No existe nada fuera de la materia. El Espiritualismo dice:
Existe algo, pero no lo prueba. El Espiritismo dice:
Existe algo, y lo prueba; y con la ayuda de su palanca, Él explica lo que hasta entonces era inexplicable; es lo que hace que el Espiritismo reconduzca a tantos incrédulos al Espiritualismo. Sólo pedimos al Sr. Deschanel una cosa: que dé claramente su teoría y que responda no menos claramente a las diversas preguntas que le hemos dirigido al Sr. Figuier.
En suma, las objeciones del Sr. Deschanel son pueriles; si fuese un hombre serio, si hubiera criticado con conocimiento de causa y si no hubiese cometido el pesado error de acusar al Espiritismo de doctrina materialista, habría buscado ahondarse en el asunto. Habría venido a procurarnos –como tantos otros– para pedir esclarecimientos, que le daríamos con placer; pero él prefirió hablar según sus propias ideas, que indudablemente él considera como el regulador supremo, como la unidad métrica de la razón humana; ahora bien, como su opinión personal nos es indiferente, no tenemos ningún interés en cambiarla, por lo que no hemos dado ningún paso para esto, ni lo hemos invitado a ninguna reunión o demostración. Si él quisiese saber, hubiera venido; como no vino, es porque no quiso, y no seremos nosotros a querer más que él.
Otro punto a examinar es el siguiente: Una crítica tan virulenta y tan larga, con o sin fundamento, en un periódico tan importante como el
Journal des Débats, ¿puede perjudicar a la propagación de las ideas nuevas? Veamos.
Primeramente es necesario señalar que no se cuida de una doctrina filosófica como de una mercadería. Si un periódico afirmara, con pruebas en apoyo, que tal comerciante vende mercancías falsificadas o adulteradas, nadie sería tentado a experimentar si eso es verdad; pero toda teoría metafísica es una opinión que, aunque ella fuese del propio Dios, encontraría contradictores. ¿No hemos visto las mejores cosas, las más indiscutibles verdades de hoy ser puestas en ridículo, en el momento en que aparecieron, por los hombres más capaces? ¿Esto ha impedido que las verdades se propagasen? Todo el mundo lo sabe; es por eso que la opinión de un periodista sobre cuestiones de ese género no es más que una opinión personal; y si tantos eruditos se han equivocado acerca de cosas positivas, el Sr. Deschanel puede realmente equivocarse sobre una cosa abstracta. Aunque él tenga una idea, incluso vaga, del Espiritismo, su acusación de materialismo es su propia condenación. Por consiguiente, las personas prefieren ver y juzgar por sí mismas: es todo lo que queremos. En este aspecto, el Sr. Deschanel ha prestado –inclusive sin quererlo– un verdadero servicio a nuestra causa, y nosotros le agradecemos, porque él nos ahorra gastos con publicidad, ya que no somos lo suficientemente ricos como para pagar un folletín de 24 columnas. Por más difundido que esté, el Espiritismo aún no ha llegado a todas partes: hay mucha gente que nunca ha escuchado hablar de Él; un artículo de esa importancia atrae la atención, incluso entra en campo enemigo donde causa deserciones, porque se dice naturalmente que no se ataca así a una cosa sin valor. En efecto, no se dedican a apuntar formidables baterías contra un local que se puede tomar con fusiles. Se juzga la resistencia por el despliegue de las fuerzas de ataque, y es esto lo que despierta la atención sobre cosas que quizá hubiesen pasado inadvertidas.
Esto no es sino razonamiento; veamos si los hechos vienen a contradecirlo. Se evalúa el crédito de un periódico por las simpatías que encuentra en la opinión pública y por el número de sus lectores. Sucede lo mismo con el Espiritismo, representado por algunas obras específicas; sólo hablaremos de las nuestras, porque sabemos las cifras exactas; ¡Pues bien!
El Libro de los Espíritus, que contiene la exposición más completa de la Doctrina, ha sido publicado en 1857; la 2ª edición, en abril de 1860; la 3ª, en agosto de 1860, es decir, cuatro meses más tarde; y en febrero de 1861 la 4ª edición estaba en venta. Así, tres ediciones en menos de un año prueban que no todos son de la opinión del Sr. Deschanel. Nuestra nueva obra,
El Libro de los Médiums, ha sido publicada el 15 de enero de 1861, y ya es necesario pensar en preparar una nueva edición; esta obra ha sido solicitada en Rusia, en Alemania, en Italia, en Inglaterra, en España, en los Estados Unidos, en México, en Brasil, etc.
Los artículos del
Journal des Débats aparecieron en noviembre último; si ellos hubiesen ejercido alguna influencia en la opinión pública, habría sido seguramente sobre nuestra publicación de la
Revista Espírita que tal influencia se hubiera hecho sentir; ahora bien, el 1º de enero de 1861, fecha de renovación de las suscripciones anuales, había un tercio más de suscriptores inscriptos en relación a la misma época del año precedente, y a cada día la
Revue recibe nuevos abonados que –lo que es digno de señalar– solicitan todas las Colecciones de los años anteriores, de manera que ha sido necesario reimprimirlas. Por lo tanto, esto prueba que la
Revista no les parece ridícula. En todas partes –en París, en el interior del país, en el exterior– se forman reuniones espíritas; conocemos más de cien en los Departamentos, y estamos lejos de conocerlas a todas, sin contar a todos aquellos que se ocupan de las mismas de forma individual o en la intimidad de sus familias. ¿Qué dirán a esto los Sres. Deschanel, Figuier y sus colegas? Que el número de locos aumenta. Sí, aumenta de tal modo que en poco tiempo los locos serán más numerosos que las personas sensatas; pero lo que esos señores, tan llenos de solicitud por el buen sentido humano, deben deplorar, es ver que todo lo que ellos han hecho para detener el movimiento ha producido un resultado completamente contrario. ¿Quieren saber la causa? Es muy sencilla; ellos pretenden hablar en nombre de la razón y no ofrecen nada mejor: unos dan como perspectiva la nada; otros, las llamas eternas. Son dos alternativas que agradan a muy poca gente; entre las dos, se elige a la más tranquilizadora. Por lo tanto, después de esto ¿os admiráis por ver a los hombres arrojarse a los brazos del Espiritismo? Esos señores
han creído matarlo, pero nosotros les hemos probado que el Espiritismo continúa vivo y que vivirá por mucho tiempo.
Entonces, al mostrarnos la experiencia que los artículos del Sr. Deschanel, lejos de perjudicar a la causa de la Doctrina Espírita, han servido a la misma estimulando el deseo de conocerla a los que aún no habían escuchado hablar de Ella, juzgamos superfluo discutir una a una las aserciones de dichos artículos. Todas las armas han sido usadas contra el Espiritismo: lo han atacado en nombre de la religión, a la cual Él sirve en vez de perjudicar; en nombre de la Ciencia, en nombre del materialismo. Continuamente lo han cubierto de injurias, de amenazas, de calumnias, y a todas resistió, inclusive al ridículo. Bajo la nube de dardos que le lanzan, Él da pacíficamente la vuelta al mundo y se implanta en todas partes, en las barbas de sus enemigos más encarnizados; ¿no es esto un motivo para hacer una seria reflexión, y no es la prueba de que Él encuentra eco en el corazón del hombre, al mismo tiempo que es la salvaguardia de un poder contra el cual se quiebran los esfuerzos humanos?
Es de notar que en el momento en que aparecieron los artículos del
Journal des Débats, comunicaciones espontáneas tuvieron lugar en diferentes partes, tanto en París como en los Departamentos; todas expresan el mismo pensamiento. La siguiente disertación ha sido dada en la
Sociedad, el 30 de noviembre último:
«No os inquietéis con lo que el mundo puede escribir contra el Espiritismo; no es a vos que los incrédulos atacan, sino al propio Dios; pero Dios es más poderoso que ellos. Escuchad bien: es una nueva era que se abre ante vosotros, y aquellos que buscan oponerse a los designios de la Providencia serán pronto derribados. Como ya perfectamente se os ha dicho, lejos de perjudicar al Espiritismo, el escepticismo se hiere con sus propias manos y él mismo se matará. Puesto que el mundo quiere volver omnipotente a la muerte a través de la nada, dejadlo hablar; a su amarga pedantería, no le opongáis sino la indiferencia. Para vosotros la muerte no será más esa diosa atroz que los poetas soñaron: la muerte se os presentará como la aurora de rosados dedos, conforme ha dicho Homero.»
ANDRÉ CHÉNIER
Sobre el mismo tema, san Luis había dicho antes:
«Semejantes artículos sólo hacen mal a aquellos que los escriben; ningún mal hacen al Espiritismo, e incluso contribuyen para divulgarlo entre sus enemigos.»
Otro Espíritu respondió a un médico espírita de Nimes, el cual le preguntó qué pensaba de esos artículos:
«Debéis quedaros satisfechos con esto; si vuestros enemigos se ocupan tanto de vosotros, es que ellos reconocen que tenéis algún valor, y por eso os temen. Por lo tanto, dejadlos que digan y que hagan lo que quieran; cuanto más hablen, más os volverán conocidos, y no está lejano el tiempo en que serán forzados a callarse. Su cólera prueba su debilidad. Solamente la verdadera fuerza sabe dominarse, porque tiene la calma de la confianza; la debilidad intenta perturbar haciendo mucho ruido.»
¿Queréis ahora una prueba del uso que ciertos científicos hacen de la Ciencia en provecho de la sociedad? Citemos un ejemplo.
Uno de nuestros compañeros de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, el Sr. Indermuhle, de Berna, nos ha escrito lo siguiente:
«El Sr. Schiff, profesor de Anatomía (no sé si es el mismo que tan ingeniosamente descubrió el músculo que cruje, del cual el Sr. Jobert, de Lamballe, se volvió su editor),[2] dio aquí un curso público sobre digestión, hace algunas semanas. Por cierto, el curso no dejaba de ser interesante; pero después de haber hablado un largo tiempo de cocina y de Química –a propósito de los alimentos–, y después de haber probado que ninguna materia se aniquila, que la misma puede dividirse y transformarse, mas que es encontrada en la composición del aire, del agua y de los tejidos orgánicos, llegó a la siguiente conclusión: “Por consiguiente –dijo él–, el alma, tal como el vulgo la entiende, es justamente en el sentido de que aquello que llamamos alma se disuelve después de la muerte del cuerpo, así como el cuerpo material; ella se descompone para juntarse nuevamente a las materias contenidas en la misma, ya sea en el aire o en otros cuerpos. Es solamente en este sentido que la palabra inmortalidad se justifica; de otro modo, no”.
«Es así que en 1861, los científicos encargados de instruir y de esclarecer a los hombres les ofrecen piedra en vez de pan. Es preciso que se diga, en loor a la Humanidad, que la mayoría de los oyentes estaba muy descontenta e insatisfecha con esta conclusión, presentada tan bruscamente, y que muchos se escandalizaron; por mi parte, sentí piedad de este hombre. Si él hubiera atacado al gobierno, lo habrían interrumpido e incluso punido; ¿cómo se puede tolerar la enseñanza pública del materialismo, que lleva a la disolución de la sociedad?»
A esas juiciosas reflexiones de nuestro compañero agregaremos que, en una sociedad materialista, tal como ciertos hombres se esfuerzan en transformar a la sociedad actual, al no tener ningún freno moral, dicha sociedad materialista es la más peligrosa para toda especie de gobierno; quizá el materialismo nunca haya sido profesado con tanto cinismo. Aquellos que se detienen por un poco de pudor se compensan arrastrando en el barro lo que puede destruirlo; pero, por más que hagan esto, son las convulsiones de su agonía. Y a pesar de lo que diga el Sr. Deschanel, es el Espiritismo que le dará el golpe de gracia.
Nosotros nos hemos limitado a dirigir al Sr. Deschanel la siguiente carta:
Señor:
Habéis publicado dos artículos en el Journal des Débats del 15 y del 29 de noviembre último, en los cuales juzgáis al Espiritismo desde vuestro punto de vista. El ridículo que promovéis contra esta Doctrina y, por consecuencia, contra mí y contra todos aquellos que la profesan, me autorizaba a dirigiros una refutación que yo podría solicitar que fuese insertada en dicho periódico; no lo hice porque, por mayor extensión que le hubiese dado, siempre habría sido insuficiente para las personas ajenas a esta ciencia y hubiera sido inútil para aquellos que la conocen. La convicción sólo puede adquirirse a través de un estudio serio, realizado sin prevención, sin ideas preconcebidas y por medio de numerosas observaciones, hechas con la paciencia y la perseverancia de quien quiere realmente saber y comprender. Por lo tanto, precisaría dar a vuestros lectores un verdadero curso que
habría sobrepasado los límites de un artículo; mas como creo que sois un hombre de honor, que ataca pero que admite la defensa, me limitaré a decirles en esta sencilla carta –que solicito que consintáis publicar en el mismo periódico– que ellos encontrarán, tanto en El Libro de los Espíritus como en El Libro de los Médiums, que acabo de publicar a través de los Sres. Didier y Compañía, una respuesta suficiente, en mi opinión. Dejo al discernimiento de ellos el cuidado de hacer un paralelo entre vuestros argumentos y los míos. Aquellos que quieran tener previamente una idea sucinta de la Doctrina –y a un precio muy barato–, podrán leer nuestro pequeño opúsculo intitulado: ¿Qué es el Espiritismo?, que cuesta solamente 60 centavos, así como la Carta de un católico sobre el Espiritismo, de la autoría del Dr. Grand, ex vicecónsul de Francia. También encontrarán algunas reflexiones sobre vuestro artículo en el número del mes de marzo de la Revista Espírita, que yo publico.
Sin embargo, hay un punto que yo no podría dejar pasar en silencio: es el pasaje de vuestro artículo en que decís que el Espiritismo está fundado sobre el más grosero materialismo. Pongo de lado vuestras expresiones ofensivas y poco diplomáticas, a las que tengo el hábito de no prestar ninguna atención, y me limito a decir que ese pasaje contiene un error, no diré grosero –la palabra sería descortés–, sino capital, y que es conveniente refutar para la instrucción de vuestros lectores. En efecto, el Espiritismo tiene como base esencial –y sin la cual no tendría ninguna razón de ser– la existencia de Dios, la existencia y la inmortalidad del alma, las penas y las recompensas futuras; ahora bien, estos puntos son la más absoluta negación del materialismo, que no admite ninguno de ellos. La Doctrina Espírita no se limita a afirmarlos; no los admite a priori, pero los demuestra de forma patente; he aquí por qué Ella ya ha encaminado al sentimiento religioso a un número tan grande de incrédulos, los cuales habían abjurado del mismo.
Ella puede no ser espirituosa, pero con toda seguridad es esencialmente espiritualista, es decir, contraria al materialismo, porque no se concebiría una doctrina del alma inmortal que esté fundada en la no existencia del alma. Lo que lleva a tantas personas a la incredulidad absoluta es la manera con la cual se les presenta el alma y su futuro; todos los días veo que la gente me dice: «Si desde mi infancia me hubiesen enseñado esas cosas como vos lo hacéis, nunca habría sido incrédulo, porque ahora comprendo lo que antes no comprendía». Así, diariamente tengo la prueba que basta exponer esta Doctrina para que sean conquistados numerosos adeptos.
Atentamente.
[1] Refutación al artículo de L’Univers: en la Revista Espírita de mayo y de julio de 1859; al del Sr. Oscar Comettant: diciembre de 1859; al de la Gazette de Lyon: octubre de 1860; al del Sr. Louis Figuier: septiembre y diciembre de 1860; al de la Bibliographie Catholique: enero de 1861. [Nota de Allan Kardec.]
[2] Véase la Revista Espírita de junio de 1859. [Nota de Allan Kardec.]