Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Explotación del Espiritismo

Norteamérica reivindica, a justo título, el honor de haber sido la primera –en estos últimos tiempos– que ha revelado las manifestaciones del Más Allá; ¿por qué no debería ser ella también la primera a dar el ejemplo de no comerciar con las mismas, y por qué, en ese pueblo tan adelantado en tantos aspectos y tan digno de nuestras simpatías, el instinto mercantil no se ha detenido en el portal de la vida eterna? Cuando leemos sus periódicos, en cada página vemos anuncios como éstos:

«Señora S. E. Royers, sonámbula, médium-médica, cura psicológicamente por simpatía. Tratamiento común si fuere necesario. – Descripción de la fisonomía, de la moralidad y del Espíritu de las personas. Atiende de las diez horas al mediodía; de las dos a las cinco de la tarde; de las siete a las diez de la noche, con excepción de los viernes, sábados y domingos, a no ser por pago adelantado. Precio: 1 dólar la hora (5 francos y 42 centavos).»

Pensamos que la simpatía de esa médium por sus enfermos está en razón directa de la cantidad de dólares que le pagan. Creemos superfluo dar las direcciones.

«Sra. E. C. Morris, médium escribiente; atiende de las diez al mediodía; de las dos a las cuatro de la tarde y de las siete a las nueve de la noche.»

«J. B. Conklin, médium; recibe a los visitantes todos los días y todas las noches en sus salones. Atiende a domicilio.»

«A. C. Styles, médium lúcido; garantiza el diagnóstico exacto de la enfermedad de la persona presente, bajo pena de perder los honorarios. Reglas estrictamente observadas: 2 dólares para un examen lúcido con prescripciones, cuando la persona está presente; 3 dólares para descripciones psicométricas de los caracteres. No olvidar que las consultas se pagan por adelantado.»

«A los aficionados del Espiritualismo. Sra. Beck, médium crisíaca, parlante, deletreadora, a través de golpes y raspaduras. Los verdaderos observadores pueden consultarla desde las 9 de la mañana hasta las 10 de la noche, en su casa. Un médium golpeador muy poderoso está asociado a la Sra. Beck.»

¿Piensan que este comercio es hecho solamente por especuladores desconocidos e ignorantes? He aquí lo que prueba lo contrario:

«Doctor G. A. Redman, médium experimentado, está de regreso a la ciudad de Nueva York; atiende a domicilio, donde recibe como antes.»

El tráfico del Espiritualismo se ha extendido hasta los objetos usuales; así, leemos en The Spiritual Telegraph, de Nueva York, el anuncio de “Fósforos Espirituales, nuevo invento sin fricciones ni olor.”

Para ese país, lo que es más honorable que estos anuncios, es el siguiente artículo que encontramos en The Weekly American, de Baltimore, del 5 de febrero de 1859.

«Estadística del EspiritualismoThe Spiritual Register, de 1859, calcula el número de espiritualistas en los Estados Unidos en 1.284.000. En Maryland hay 8.000. El número total en el mundo es estimado en 1.900.000. El Register cuenta 1.000 oradores espiritualistas; 40.000 médiums, tanto públicos como privados; 500 libros y opúsculos; 6 periódicos semanales, 4 mensuales y 3 quincenales, dedicados a esa causa.»

Los médiums especuladores han tomado Inglaterra; en Londres se cuentan varios que no cobran menos que una guinea por sesión. Esperemos que si ellos intentaren infiltrarse en Francia, el buen sentido de los verdaderos espíritas les haga justicia.

La producción de efectos materiales provoca más la curiosidad de lo que toca el corazón; de ahí, en los médiums que tienen una aptitud especial para obtener esos efectos, hay una propensión para explotar esta curiosidad. Aquellos que reciben comunicaciones morales de un orden elevado tienen una instintiva repugnancia por todo lo que denote especulación de ese género. Es por eso que, en los primeros, hay un doble motivo: inicialmente, es que la explotación de la curiosidad es más lucrativa, porque los curiosos abundan en todos los países; después, porque los fenómenos físicos actúan menos sobre lo moral, habiendo en ellos menos escrúpulos. A sus ojos, su facultad es un don que debe darles de vivir, como una bella voz para el cantante; la cuestión moral es secundaria o nula. Así, una vez que han entrado en este camino, el afán de lucro desenvuelve el genio de la artimaña; como ellos precisan ganar dinero, no quieren perder su reputación de destreza al fallar. Además, ¿quién sabe si el cliente que viene hoy volverá mañana? Por lo tanto, es necesario satisfacerlo a toda costa, y si el Espíritu no colabora, hay que venir en su ayuda, lo que es mucho más fácil para los hechos materiales que para las comunicaciones inteligentes de un alto alcance moral y filosófico. Para los primeros, la prestidigitación tiene recursos que faltan absolutamente a los últimos. Es por eso que nosotros decimos que es necesario considerar, ante todo, la moralidad del médium; que la mejor garantía contra la superchería está en su carácter, en su honorabilidad, en su desinterés absoluto; en todas partes donde se infiltra la sombra del interés, por más mínimo que sea, uno tiene el derecho de sospechar. El fraude es siempre culpable, pero cuando él se vincula a las cosas de orden moral, es un sacrilegio. Aquel que sólo conoce el Espiritismo de nombre y que busca imitar sus efectos, no es más reprensible que el escamoteador que imita las experiencias del físico erudito. Indudablemente sería mejor que esto no tuviese lugar; pero, en realidad, él no engaña a nadie, porque no hace misterio de su cualidad: apenas esconde los medios. Lo mismo no sucede con aquel que conoce la santidad de lo que imita, con el objetivo indigno de especular; eso es más que fraude, es hipocresía, porque se hace pasar por aquello que no es; y aún es más culpable si, al tener realmente algunas facultades, se sirve de las mismas para abusar de la confianza que le dan. Pero Dios sabe lo que le está reservado, tal vez aún en este mundo. Si los falsos médiums solamente hicieran mal a sí mismos, el mal sería menor; lo que es más lamentable son las armas que ellos dan a los incrédulos, siendo que causan el descrédito sobre la cuestión en la mente de los indecisos, desde que el fraude sea constatado. No discutimos las facultades, hasta incluso poderosas, de ciertos médiums mercenarios, pero decimos que el afán de lucro es una tentación de fraude que debe inspirar desconfianza, tanto más legítima como no se puede ver en esta explotación el efecto de un exceso de celo apenas por el bien de algo. Y aunque no hubiera fraude, ni por eso la crítica debería ser menor para con aquel que especula con una cosa tan sagrada como las almas de los muertos.