Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Progreso de un Espíritu perverso
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)

Con el título Castigo de una egoísta, hemos publicado, en el número de diciembre de 1860, varias comunicaciones firmadas por Claire, donde este Espíritu revela sus malas inclinaciones y la deplorable situación en que se encuentra. Nuestra compañera, la Sra. de Costel, que ha conocido a esta persona cuando encarnada y que le sirve de médium, ha emprendido su educación moral. Sus esfuerzos han sido coronados con éxito; esto se puede apreciar por el siguiente dictado espontáneo que ha dado a la Sociedad el pasado 1º de marzo. «Os hablaré de la importante diferencia que existe entre la moral divina y la moral humana. La primera asiste a la mujer adúltera en su abandono, y dice a los pecadores: “Arrepentíos, y el reino de los cielos se os abrirá”. La moral divina, en fin, acepta todo arrepentimiento y todas las faltas admitidas, mientras que la moral humana las rechaza y, sonriente, acepta los pecados ocultos que –según dice– son parcialmente perdonados. Una ofrece la gracia del perdón; la otra, la hipocresía. ¡Elegid, Espíritus ávidos de la verdad! Elegid entre el cielo abierto al arrepentimiento y la tolerancia que acepta el mal, pero que rechaza la pasión y los sollozos de las faltas admitidas abiertamente, sólo para no molestar a su egoísmo y a sus falsos intereses. Arrepentíos, todos vosotros que pecáis; renunciad al mal, pero sobre todo renunciad a la hipocresía, que oculta la fealdad del mal bajo la máscara risueña y engañosa de las mutuas conveniencias.»
Claire

He aquí otro ejemplo de conversión, obtenido en un caso más o menos semejante. En la misma sesión se encontraba una dama del extranjero, médium, que escribía en la Sociedad por primera vez. Ella había conocido a una mujer, fallecida hace nueve años y que, cuando encarnada, había merecido poca estima. Desde su muerte, su Espíritu se mostraba a la vez perverso y malo, solamente buscando hacer el mal. Entretanto, buenos consejos terminaron por llevarla a mejores sentimientos. En esa sesión ella dictó espontáneamente lo siguiente:

«Ruego que oren por mí; necesito ser buena. He perseguido y obsesado por mucho tiempo a un ser llamado a hacer el bien, y Dios no quiere que lo persiga más; pero tengo miedo que me falte coraje: ayudadme. ¡Hice tanto mal! ¡Oh, cuánto sufro, cuánto sufro! Yo me regocijaba con el mal practicado y contribuí para el mismo con todas mis fuerzas; pero no quiero más hacer el mal. ¡Oh, orad por mí!»
Adèle