Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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La curruca, la paloma torcaz y el pececito

FÁBULA
Dedicada a la Sra. de C... y a la Srta. C..., de Burdeos

Amor y Caridad
(Espiritismo)

En el rosal junto a la cerca perfumada,
La curruca canora tenía un bello nido;
Sus pequeños hijos, felices han nacido;
Pero, ¡oh! ¡Cuánto infortunio le aguardaba!

La tempestad con sus rayos bramó;
La lluvia a torrentes caía;
En el campo el agua crecía;
Hasta que la cerca se inundó.

Muy lejos del rosal el nido se estremece;
La curruca lo protege, lo abriga con unción;
Unido a la esperanza, su corazón no fenece;
Sonríe a lo lejos una estrella de salvación.

Entonces el agua comenzó a descender,
Y el nido en el llano flotó hacia un arroyo;
Y pese a los riesgos que debió correr,
Llegó sin problemas, superando escollos.

En medio del río un banco de arena,
Las aguas recibe expectante;
Y el viento que empuja una ola serena,
Allí deposita el nido navegante.

Tras breves instantes de alegría plena,
Que vivió la curruca a la orilla llegar,
Surgió de repente una profunda pena:
¿Cuál sería su destino en ese lugar?

Ya le piden comida sus pequeños hambrientos:
¿Deberá ella alejarse para obtener el sustento,
En esa arena dejándolos expuestos?
Fueron salvados por una ola amistosa
Pero pueden recibir otra peligrosa
O los efectos de vientos funestos.

En ese instante se posó una gran paloma torcaz;
«Ave poderosa –le dijo la curruca–, os pido disculpas
si oso hacer un llamamiento a vuestra bondad:
Pues de la salud de toda una familia se trata;
¡Oh! Conducid hasta el rosal y la cerca perfumada
A estas pequeñas víctimas de la tempestad.

Dignaos abrir para ellas vuestras alas generosas;
El trayecto no es largo, y esas garras poderosas
Una carga tan leve no han llevado jamás.»
No hizo oídos sordos la paloma torcaz:

«Mucho lamento vuestra triste situación,
Pero un asunto urgente requiere mi atención,
Me obliga a seguir raudo el curso de mi vuelo,
Y me quita la dicha de brindaros consuelo.

Mas no hagáis lugar a la inquietud,
Y seguid el consejo que mi solicitud
Está dispuesta siempre a daros:
Entregaos a las olas... El bienhechor genio
Que vuestras vidas ha cuidado con empeño
Jamás habrá de abandonaros.»

Satisfecha de sí misma, alzó su vuelo la torcaza.
Y una pequeña carpa que junto a la playa nadaba,
Que había visto todo, y todo lo había escuchado,
Dijo a la curruca: «¡Consolaos, pobre desdichada!

Comprendo vuestro dolor de madre abnegada,
Pero la esperanza no se ha perdido;
No me ha sido dada la fuerza suficiente,
Mas confío en llevaros a la orilla de enfrente.»

Sujetó con la boca un largo filamento
De los que el nido tenía en abundancia,
Tiró de él y el nido deslizó hacia el agua;
La curruca de pie lo ayudaba con prestancia,

Mientras abría firmes sus alas al viento.
La preciada carga se agita, y el pececito jala;
Flota el nido sin tumbos y conserva la marcha,
Rumbo tranquilo hacia la orilla mansa.

¡Estamos cerca...! ¡Ya hemos llegado!
La curruca aliviada en la costa ha encontrado
Tiernos pastos y un bosque frondoso;
El pececito le dice: «En el porvenir, mi querida,
Contad poco con los poderosos;
En sus duros corazones, los gritos de la miseria
No hallan eco ni reposo;
Son sus dones los consejos y la condolencia,
Pero la cordial asistencia,
En los pequeños se encuentra.»

C. DOMBRE (de Marmande)