Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Discurso del Sr. Desqueyroux, mecánico
En nombre del grupo de obreros

Sr. Allan Kardec, nuestro querido maestro:

En nombre de todos los obreros espíritas de Burdeos, amigos y hermanos míos, vengo a expresar nuestros deseos de prosperidad para vos. Aunque ya habéis logrado una alta perfección, que Dios os haga crecer aún más en los buenos sentimientos que os animaron hasta este día y, sobre todo, que Él os haga crecer a los ojos del Universo y en el corazón de aquellos que, al seguir vuestra Doctrina, se aproximan a Dios. Nosotros, que somos del número de los que la profesan, os bendecimos desde lo más profundo de nuestros corazones, y rogamos a nuestro Divino Creador que os deje aún por mucho tiempo entre nosotros, a fin de que, cuando haya concluido vuestra misión, estemos lo bastante fortalecidos en la fe como para conducirnos solos, sin apartarnos de la buena senda.

Para nosotros es una inefable felicidad haber nacido en una época en que podemos ser esclarecidos por el Espiritismo. Pero no basta conocer y disfrutar esa felicidad; con la Doctrina hemos contraído compromisos que consisten en cuatro deberes diferentes: el deber de sumisión, que nos haga escucharla con docilidad; el deber de afecto, que nos haga amarla con ternura; el deber de dedicación, para defender sus intereses con fervor, y el deber de práctica, que nos haga honrarla por nuestras obras.

Estamos en el seno del Espiritismo, y el Espiritismo es para nosotros un sólido consuelo en nuestras penas, porque –es preciso confesarlo– hay momentos en la vida en que la razón podría quizá sostenernos, pero hay otros en que uno tiene necesidad de toda la fe que da el Espiritismo para no sucumbir. En vano los filósofos vienen a predicarnos una firmeza estoica, a recitarnos sus máximas pomposas, a decirnos que el erudito no se perturba con nada, que el hombre fue hecho para poseerse a sí mismo y para dominar los acontecimientos de la vida; ¡consuelos insulsos! Lejos de aliviar mi dolor, vosotros lo volvéis más amargo; en todas vuestras palabras no encontramos más que el vacío y la estirilidad; pero el Espiritismo viene en nuestro socorro y nos prueba que nuestra propia aflicción puede contribuir para nuestra felicidad.

Sí, estimado maestro; continuad vuestra augusta misión; continuad mostrándonos esta ciencia que os ha sido dictada por la Bondad Divina, que nos trae consuelo durante esta vida y que será el pensamiento sólido que nos tranquilizará en el momento de la muerte.

Querido maestro, recibid estas pocas palabras que salen del corazón de vuestros hijos, porque sois el padre de todos nosotros, el padre de la clase obrera y de los afligidos. Vos lo sabéis: progreso y sufrimiento marchan juntos; pero cuando la desesperación agobiaba nuestros corazones, vinisteis a traernos fuerzas y coraje. Sí, al mostrarnos el Espiritismo, habéis dicho: “Hermanos, ¡coraje! Soportad sin murmurar las pruebas que os son enviadas, y Dios os bendecirá”. Sabed, pues, que nosotros somos apóstoles dedicados y que, en el presente siglo, como en los siglos venideros, vuestro nombre será bendecido por nuestros hijos y por nuestros amigos obreros.