Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Réplica de Buffon
(Médium: Sr. d’Ambel)

Se ha dicho que yo era un gentilhombre de las letras, y que mi estilo repulido olía a pólvora y a tabaco de España; ¿no es la consagración más cierta de esta verdad: El estilo es el hombre? Aunque se haya exagerado un poco al representarme con la espada al lado y con la pluma en la mano, confieso que me gustaban las cosas bellas, las vestimentas adornadas con lentejuelas, los tejidos finos y las ropas vistosas, en una palabra, todo lo que era elegante y delicado. Por consiguiente, era muy natural que siempre me vistiese con elegancia; es por eso que mi estilo lleva el sello del buen tono, ese perfume de buenos modales que se encuentra igualmente en nuestra gran Sévigné. ¡Qué queréis! Siempre he preferido las tertulias y los pequeños salones literarios a los cabarés y a las turbas de bajo nivel. Permitidme, pues, a pesar de la opinión emitida por vuestro contemporáneo Lamennais, mantener mi juicioso aforismo, apoyándolo en algunos ejemplos tomados entre vuestros autores y filósofos modernos.

Uno de los infortunios de vuestro tiempo es que muchos han hecho oficio de su pluma; pero dejemos a esos artesanos de la pluma que, semejantes a los artesanos de la palabra, escriben indiferentemente en pro o en contra de una idea según quien les paga, y gritan conforme a la época: ¡Viva el rey! ¡Viva la Liga! Dejémoslos; para mí, éstos no son autores serios.

Veamos, abate: no os ofendáis si os tomo como ejemplo; vuestra vida, mal valorada, ¿no está siempre reflejada en vuestras obras? Y De l’indifférence en matière de religion a vuestras Paroles d’un croyant, ¡qué contraste, como decís! No obstante, vuestro tono doctoral es tan categórico, tan absoluto, sea en una como en otra de dichas obras. Abate, convengamos que sois bilioso y que destiláis vuestra bilis en amargas lamentaciones en todas las bellas páginas que habéis dejado. Ya sea de redingote abotonado o de sotana, habéis quedado desclasificado, mi pobre Lamennais. Vamos, no os enfadéis, mas concordad conmigo que el estilo es el hombre.

Si paso de Lamennais a Scribe, el hombre feliz se refleja en las tranquilas y apacibles comedias de costumbres. Él es alegre, feliz y sensible: siembra la sensibilidad, la alegría y la felicidad en sus obras. En él nunca hay drama ni sangre; sólo algunos duelos sin peligro, a fin de punir al traidor y al culpable.

Ved luego a Eugène Sue, el autor de Les Mystères de Paris. Él es fuerte como su príncipe Rodolphe y, como éste, aprieta con su guante amarillo la mano callosa del obrero; como él, también es el abogado de las causas populares.

Ved a vuestro errabundo Dumas, desperdiciando su vida como su inteligencia, yendo tan fácilmente del polo sur al polo norte como sus famosos mosqueteros; actuando de conquistador con Garibaldi y yendo de la intimidad del duque de Orleáns a la de los mendigos napolitanos, haciendo novelas con la Historia y poniendo la Historia en novelas.

Ved las orgullosas obras de Víctor Hugo, el prototipo del orgullo encarnado. Yo, yo, dice el poeta Hugo; yo, yo, dice Hugo en su isla rocosa de Jersey.

Ved a Murger, el poeta de las costumbres sencillas, representando minuciosamente su papel en esa bohemia que él ha declamado. Ved a Nerval, con colores extraños, con un estilo adornado y deshilvanado, haciendo fantasía con su vida, como lo hizo con su pluma. ¡Cuántos dejo –y de los mejores–, como Soulié y Balzac, cuyas vidas y obras siguen caminos paralelos! Pero creo que estos ejemplos os bastarán para que no rechacéis de manera tan absoluta mi aforismo: El estilo es el hombre.

Estimado abate, ¿no habréis confundido la forma y el fondo, el estilo y el pensamiento? Pero aún así, todo está relacionado.

BUFFON