Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Cazotte
(Médium: Sr. Alfred Didier)

Es curioso ver que surge, en medio del materialismo, una reunión de hombres de buena fe para propagar el Espiritismo. Sí, es en medio de las más profundas tinieblas que Dios derrama la luz, y es en el momento en que Él es más olvidado que revela lo mejor, semejante al ladrón sublime del cual habla el Evangelio, que vendrá a juzgar al mundo en el momento en que éste menos lo espera. Pero Dios no viene a vosotros para sorprenderos; al contrario, Él viene a preveniros de que esa gran sorpresa, que debe sobrecoger a los hombres en la muerte, debe ser para ellos funesta o feliz.

Dios me había enviado en medio de una sociedad corrupta. Gracias a la clarividencia, algunas de esas revelaciones que en mi tiempo parecían tan maravillosas, hoy se presentan muy naturales. Todos esos recuerdos no son sino sueños para mí, y –¡alabado sea Dios!– el despertar no ha sido penoso. El Espiritismo nació o, más bien, resucitó en vuestra época; el magnetismo era de mi tiempo. Creed que las grandes luces preceden a las grandes claridades.

El autor de Diable amoureux os recuerda que ya ha tenido el honor de conversar con vosotros, y que será feliz en continuar sus relaciones de amistad.

CAZOTTE

En la sesión siguiente, le fueron dirigidas al Espíritu Cazotte las próximas preguntas:

Al venir espontáneamente la última vez, habéis tenido la amabilidad de decirnos que volveríais de buen grado. Aprovechamos vuestro ofrecimiento para dirigiros algunas cuestiones, si así lo consentís.

1ª) La historia de la famosa cena, en la cual habéis predicho el destino que esperaba a cada invitado, ¿es enteramente verdadera? –Resp. Es verdadera en el sentido de que esta predicción no fue hecha en una sola noche, sino en varias cenas, al final de las cuales yo me divertía en asustar a mis amables invitados con siniestras revelaciones.

2ª) Conocemos los efectos de la doble vista y comprenderíamos que, dotado de esta facultad, hubieseis podido ver cosas distantes, pero que sucedían en ese momento; ¿cómo habéis podido ver cosas futuras que aún no existían, y verlas con precisión? ¿Quisierais decirnos, al mismo tiempo, cómo os fue dada esta previsión? ¿Habéis hablado simplemente como inspirado, sin ver nada, o el cuadro de los acontecimientos anunciados por vos se presentó como una imagen? Tened la bondad de describirnos esto lo mejor posible para nuestra instrucción. –Resp. Hay en la razón del hombre un instinto moral que lo lleva a predecir ciertos acontecimientos. Es verdad que yo era dotado de una gran clarividencia, pero siempre humana, para con los acontecimientos que por entonces se efectuaban; ¿pero creéis que el buen sentido o el sano juicio de las cosas terrenas pueda detallaros, con muchos años de antelación, tal o cual circunstancia? No; a mi sagacidad natural se sumaba una cualidad sobrenatural: la doble vista. Cuando yo revelaba a las personas que me rodeaban las terribles conmociones que tendrían lugar, hablaba evidentemente como un hombre de buen sentido y de lógica. Pero cuando yo veía pequeños detalles de esas circunstancias vagas y generales; cuando yo percibía visiblemente tal o cual víctima, entonces no hablaba más como un simple hombre dotado, sino como un hombre inspirado.

3ª) Independientemente de ese hecho, ¿habéis tenido, durante vuestra existencia, otros ejemplos de previsiones? –Resp. Sí; prácticamente eran todas sobre el mismo asunto; pero, como pasatiempo, yo estudiaba las ciencias ocultas y me ocupaba mucho con el magnetismo.

4ª) Esa facultad de previsión, ¿continuó en el mundo de los Espíritus? Es decir, después de vuestra muerte, ¿aún prevéis ciertos acontecimientos? –Resp. Sí, ese don me quedó mucho más puro.

Nota – Se podría ver aquí una contradicción con el principio que se opone a la revelación del futuro. En efecto, el futuro nos ha sido ocultado por una ley muy sabia de la Providencia, porque ese conocimiento perjudicaría nuestro libre albedrío, llevándonos a descuidar el presente por el futuro. Además, por nuestra oposición, podríamos interferir en ciertos acontecimientos necesarios al orden general; pero cuando esa comunicación puede impulsarnos a facilitar el cumplimiento de una cosa, Dios puede permitir la revelación de la misma en los límites asignados por su sabiduría.