Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Una aparición providencial

Leemos en el Oxford Chronicle del 1º de junio de 1861:

«En 1828 un navío que hacía viajes de Liverpool a New Brunswick tenía como segundo capitán al Sr. Robert Bruce. Al estar cerca de los bancos de Terranova, el capitán y su segundo hacían los cálculos diarios de su ruta, el primero en su cabina y el otro en la sala que se encontraba al lado; las dos piezas estaban dispuestas de manera que ellos podían verse y conversar. Bruce, muy ocupado en su trabajo, no percibió que el capitán había subido a cubierta; sin mirarlo, le dijo: “Encuentro tal longitud; ¿cuál es la vuestra?” Al no recibir respuesta, repitió la pregunta, pero inútilmente. Entonces se dirigió a la puerta de la cabina y vio a un hombre que estaba sentado en el lugar del capitán, escribiendo en su pizarra. El individuo se dio vuelta, miró fijamente a Bruce, y éste, espantado, corrió a cubierta. –Capitán, dijo él tan pronto como lo encontró: ¿quién está en este momento en la mesa de trabajo de vuestra cabina? –Nadie, presumo. –Os aseguro que hay un extraño. –¡Un extraño! Soñáis, Sr. Bruce; ¿quién se atrevería a estar en mi escritorio sin mis órdenes? Quizá visteis al suboficial o al camarero. –Señor, es un hombre que está sentado en vuestro sillón y que escribe en vuestra pizarra. Él me ha mirado a la cara y yo lo he visto claramente, como jamás vi a nadie en este mundo. –¡Él! ¿Quién? –¡Sólo Dios lo sabe, capitán! Nunca antes había visto a ese extraño en mi vida, en ninguna parte. –Habéis enloquecido, Sr. Bruce; ¡un extraño! Hace seis semanas que estamos en el mar. –Lo sé, y sin embargo lo vi. –¡Pues bien! Id a ver quién es. –Capitán, vos sabéis que no me amedrento; no creo en aparecidos; entretanto, confieso que prefiero no verlo solo y de frente. Me gustaría que fuéramos los dos. El capitán bajó primero, pero no encontró a nadie. –Ya veis que soñasteis, le dijo. –No sé cómo esto sucedió, pero os juro que él estaba aquí hace poco y que escribía en vuestra pizarra. –En este caso debe haber algo escrito en la misma. Tomó la pizarra y leyó estas palabras: Dirigid el navío al noroeste. Después de hacer escribir las mismas palabras a Bruce y a los hombres alfabetizados de la tripulación, el capitán constató que la escritura no se parecía con la de ninguno de ellos. Buscaron en todos los rincones del navío y no descubrieron a ningún extraño. Al ser consultado si debía seguir ese aviso misterioso, el capitán decidió cambiar de rumbo y navegó hacia el noroeste, después de haber puesto como vigía a un hombre de confianza. Tres horas después el vigía señaló un témpano y luego una embarcación desarbolada, sobre la cual se veían a varios hombres. Al aproximarse más se supo que la misma estaba quebrada, las provisiones agotadas y la tripulación y los pasajeros hambrientos. Enviaron botes para recogerlos; pero en el momento en que subieron a bordo, el Sr. Bruce, con gran estupefacción, reconoció entre los náufragos al hombre que había visto en la cabina del capitán. Así que el estremecimiento pasó y que el navío retomó su ruta, el Sr. Bruce le dijo al capitán: –Parece que no fue a un Espíritu que yo vi hoy; él está vivo; el hombre que escribía en vuestra pizarra es uno de los pasajeros que acabamos de salvar: helo aquí. Yo lo juraría ante la justicia.

«El capitán se dirigió a ese hombre, lo invitó a bajar a su cabina y le pidió que escribiera en la pizarra, del lado opuesto al que se encontraba la escritura misteriosa: Dirigid el navío al noroeste. Intrigado con este pedido, entretanto, el pasajero concordó en escribir. Al tomar la pizarra, el capitán la dio vuelta disimuladamente y, mostrando al pasajero las palabras escritas antes, le preguntó: –¿Esta es realmente vuestra letra? –Sin duda, ya que acabo de escribir delante vuestro. –¿Y ésta aquí? –agregó, al mostrarle el otro lado. –También es mi letra; pero no sé cómo esto ocurrió, porque solamente escribí de un lado. –Mi segundo capitán, que está aquí, afirma que os ha visto hoy al mediodía, sentado en este escritorio y escribiendo estas palabras. –Es imposible, puesto que hace instantes me han traído a este navío.

«El capitán de la embarcación naufragada, al ser interrogado sobre ese hombre y acerca de lo que podría haber pasado de extraordinario con él por la mañana, respondió: –Sólo lo conozco como siendo uno de mis pasajeros; pero un poco antes del mediodía él cayó en un sueño profundo, del cual solamente salió una hora después. Durante el sueño expresó la confianza de que pronto seríamos rescatados, diciendo que él se veía a bordo de un navío, cuyas características y tipo de aparejo describió de total conformidad con éste, que vimos después. El pasajero añadió que él no se acordaba de haber soñado, ni de haber escrito nada, mas que solamente había conservado al despertar un presentimiento –que él no sabía explicar– de que un navío venía a socorrerlos. Una cosa extraña –dijo él– es que todo lo que hay en este navío me resulta familiar y, entretanto, estoy muy seguro de que nunca he estado aquí. Ante eso, el Sr. Bruce le contó las circunstancias de la aparición que había tenido, y ellos sacaron en conclusión de que ese hecho había sido providencial.»

Esta historia es perfectamente auténtica; el Sr. Robert Dale Owen, antiguo ministro de los Estados Unidos en Nápoles, que igualmente la relata en su obra, ha obtenido todos los documentos que constatan su veracidad. Preguntamos si este hecho tiene alguno de los caracteres de la alucinación. Que la esperanza –que nunca abandona a los desdichados– haya seguido al pasajero en su sueño y le haya hecho soñar que venían a socorrerlos, es comprensible; la coincidencia del sueño con el socorro aún podría ser un efecto fortuito; ¿pero cómo explicar la descripción del navío? En cuanto al Sr. Bruce, no hay duda que él no soñaba; si la aparición era una ilusión, ¿cómo explicar esa semejanza con el pasajero? Si fue un efecto fortuito, la escritura en la pizarra es un hecho material. ¿De dónde provenía el consejo, dado por ese medio, de navegar en dirección a los naúfragos, contrariando la ruta seguida por el navío? Que los Sres. partidarios de la alucinación consientan en decirnos cómo podrán explicar, con su sistema exclusivo, todas esas circunstancias. En los fenómenos espíritas provocados, ellos tienen el recurso de decir que hay superchería; pero aquí no es nada probable que el pasajero haya hecho una comedia. Es en esto que los fenómenos espontáneos, cuando avalados por testimonios irrecusables, son de una gran importancia, porque no se puede sospechar de ninguna connivencia.

Para los espíritas, este hecho no tiene nada de extraordinario, porque pueden explicarlo. A los ojos de los ignorantes parecerá sobrenatural, maravilloso. Para quien conozca la teoría del periespíritu, de la emancipación del alma en los encarnados, el hecho no sale de las leyes de la Naturaleza. Un crítico se divirtió mucho con la historia del hombre de la tabaquera, que hemos relatado en la Revista del mes de marzo de 1859, diciendo aquél que era un efecto de la imaginación de la Sra. que estaba enferma; ¿qué tiene aquella historia de más imposible que ésta? Los dos hechos se explican exactamente por la misma ley que rige las relaciones que existen entre el Espíritu y la materia. Además, preguntamos a todos los espíritas que han estudiado la teoría de los fenómenos si, al leer el hecho que acabamos de citar, su atención no se ha dirigido inmediatamente hacia la manera por la que debió haberse producido; si no ha sido explicado; si de esta explicación no resulta su posibilidad y si, como consecuencia de esta posibilidad, no se han interesado más que si lo hubiesen tenido que aceptar únicamente a través de los ojos de la fe, sin unirlo al consentimiento de su inteligencia. Los que nos critican por haber dado esta teoría se olvidan que la misma es el resultado de largos y pacientes estudios, que ellos podrían haber hecho como nosotros, trabajando tanto como lo hicimos y lo hacemos todos los días; que, al dar los medios para explicar los fenómenos, nosotros les hemos dado una base y una razón de ser que han hecho callar a más de un crítico y que, en gran parte, han contribuido para la propagación del Espiritismo, ya que se acepta más de buen grado lo que se comprende que lo que no se comprende.