Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Asesinato del Sr. Poinsot

El misterio que aún rodea este deplorable acontecimiento suscita en muchas personas la idea de que, al evocar el Espíritu de la víctima, se podría llegar a conocer la verdad. Numerosas cartas nos han sido enviadas al respecto; como la cuestión reposa en un principio de cierta gravedad, creemos que es útil dar a conocer la respuesta a todos nuestros lectores.

Al no hacer jamás del Espiritismo un objeto de curiosidad, nosotros no habíamos pensado en evocar, de manera alguna, al Sr. Poinsot; entretanto, ante el insistente pedido de uno de nuestros corresponsales, que había recibido una supuesta comunicación de él y que deseaba saber de nosotros si era auténtica, pensamos en intentarlo hace algunos días. Según nuestro hábito, preguntamos a nuestro Guía espiritual si esta evocación era posible y si realmente había sido aquel Espíritu quien se había manifestado a nuestro corresponsal. He aquí las respuestas que hemos obtenido:

«El Sr. Poinsot no puede responder a vuestro llamado; él aún no se ha comunicado con nadie: Dios lo prohíbe por el momento.

1. ¿Se puede saber el motivo de eso? –Resp. Sí: porque revelaciones de ese género influirían en la conciencia de los jueces, que deben actuar con total libertad.

2. Entretanto, al esclarecer a los jueces, esas revelaciones podrían algunas veces evitar que cometieran errores lamentables e incluso irreparables. –Resp. No es por ese medio que ellos deben ser esclarecidos; Dios quiere dejarles la entera responsabilidad de sus sentencias, así como Él deja a cada hombre la responsabilidad de sus actos; no quiere evitarles el trabajo de las investigaciones ni sacarles el mérito de haberlas hecho.

3. Pero a falta de informaciones suficientes, ¿puede un culpable escapar de la justicia? –Resp. ¿Creéis que él escape de la justicia de Dios? Si debe ser alcanzado por la justicia de los hombres, Dios sabrá hacerlo caer en las manos de ellos.

4. Esto para el culpable; pero si un inocente fuese condenado, ¿no sería un gran mal? –Resp. «Dios juzga en última instancia, y el inocente condenado injustamente por los hombres tendrá su rehabilitación. Además, esta condena puede ser para él una prueba útil para su adelanto; pero también, algunas veces, puede ser la justa punición de un crimen del cual haya escapado en otra existencia.

«Recordad que los Espíritus tienen como misión instruiros en la senda del bien, y no allanaros el camino terreno, que es dejado a la actividad de vuestra inteligencia; es porque os apartáis del objetivo providencial del Espiritismo que os exponéis a ser engañados por la turba de Espíritus mentirosos que incesantemente se agita alrededor de vosotros.»

Después de la primera respuesta, los asistentes discutían sobre los motivos de esta interdicción y, como para justificar el principio, un Espíritu hizo escribir a un médium: Voy a traerlo..., helo aquí. Un poco después escribió: «Cómo sois amables en consentir conversar conmigo; esto me es muy agradable, porque tengo muchas cosas para deciros». Este lenguaje pareció sospechoso por parte de un hombre como el Sr. Poinsot, y sobre todo en razón de la respuesta que habíamos recibido, por lo que se le pidió que confirmase su identidad en el nombre de Dios. Entonces, el Espíritu escribió: «Dios mío, no puedo mentir; sin embargo, yo hubiera deseado conversar con una Sociedad tan amable, pero no me queréis: adiós». Fue entonces que nuestro Guía espiritual agregó: «Os he dicho que ese Espíritu no puede responder esta noche; Dios prohíbe que se manifieste; si insistís, seréis engañados.

Observación – Es evidente que si los Espíritus pudiesen ahorrar las investigaciones a los hombres, éstos no se darían al trabajo de descubrir la verdad, porque ella les llegaría por sí sola. Por esta razón, el más perezoso podría conocerla tanto como el más laborioso, lo que no sería justo. Esto es un principio general. Aplicado al caso del Sr. Poinsot, no es menos evidente que si el Espíritu declarase que un individuo es culpable o inocente, y los jueces no encontrasen pruebas suficientes de una o de otra afirmación, su conciencia quedaría perturbada con eso, y la opinión pública podría perderse en prevenciones injustas. Al no ser perfecto el hombre, debemos sacar en conclusión de que Dios sabe mejor que el hombre lo que le debe revelar u ocultar. Si una revelación debe hacerse por medios extrahumanos, Dios sabe darle un sello de autenticidad, capaz de disipar todas las dudas, como lo atestigua el hecho siguiente:

En México, en los alrededores de las minas, una hacienda había sido incendiada. En una reunión en que se ocupaban de manifestaciones espíritas (hay varias en aquel país, donde probablemente no han llegado aún los artículos del Sr. Deschanel, por lo que allá se encuentran tan atrasados), un Espíritu se comunicó a través de golpes; él dijo que el culpable estaba entre los asistentes. Al principio dudaron, creyendo que era una mistificación; el Espíritu insistió y designó a uno de los individuos presentes: todos se admiraron; dicho individuo fingió estar sereno, pero el Espíritu pareció obstinarse contra él, y lo hizo tan bien que detuvieron al hombre que, acuciado con preguntas, terminó por confesar su crimen. Los culpables –como se ve– no deben confiarse demasiado en la discreción de los Espíritus que, a menudo, son los instrumentos de que Dios se sirve para castigarlos. ¿Cómo el Sr. Figuier explicaría este hecho? ¿Es intuición, hipnotismo, biología, sobreexcitación del cerebro, concentración del pensamiento, alucinación, que él admite sin creer en la independencia del Espíritu y de la materia? Por lo tanto, resolved todo esto si podéis; su propia solución es un problema, y él debería realmente dar la solución de su solución. Pero ¿por qué un Espíritu no daría a conocer al asesino del Sr. Poinsot, como lo hizo con aquel incendiario? Pedid cuentas a Dios de sus acciones; preguntad al Sr. Figuier, que cree saber más que Él.