Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Necrología
Muerte del Sr. Jobard, de Bruselas


El Espiritismo acaba de perder a uno de sus adeptos más fervorosos y más esclarecidos. El Sr. Jobard, director del Museo Real de la Industria de Bruselas, oficial de la Legión de Honor, miembro de la Academia de Dijón y de la Sociedad Promotora de París, murió en Bruselas, de un ataque de apoplejía, el 27 de octubre de 1861, a la edad de 69 años. Nació en Baissey (Alto Marne), el 14 de mayo de 1792. Había sido sucesivamente ingeniero del catastro, fundador del primer establecimiento de litografía en Bélgica, director del Industriel (Industrial) y del Courrier belge (Correo Belga), redactor del Bulletin de l’Industrie belge (Boletín de la Industria Belga), de la La Presse (La Prensa) y, más recientemente, del Progrès international (Progreso Internacional). La Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas le había conferido el título de presidente honorario. He aquí la apreciación que le ha hecho el diario Le Siècle (El Siglo):

“Espíritu original, fecundo, habilidoso en la paradoja y en el sistema, el Sr. Jobard ha prestado verdaderos servicios a la tecnología industrial, y a la causa –tanto tiempo relegada al olvido– de la propiedad intelectual, de la cual fue un defensor tenaz y quizá excesivo; sus teorías acerca de este asunto han sido formuladas en 1844 en su Maunotopole. Se debe a este polígrafo infatigable una multitud de escritos y de opúsculos sobre todos los temas posibles, desde el psiquismo oriental hasta la utilidad de los tontos en el orden social. Deja también cuentos y fábulas espirituosas. Entre sus numerosos inventos, figura la ingeniosa y económica lámpara para uno, que ha sido presentada en 1855 en la Exposición Universal de París.”

Ningún periódico –por lo menos de nuestro conocimiento– habló de lo que ha sido uno de los caracteres más salientes de los últimos años de su vida: su adhesión completa a la Doctrina Espírita, cuya causa abrazó con fervor. A los adversarios del Espiritismo les cuesta confesar que hombres de genio, que no pueden ser tachados de locos sin que se dude de su propia razón, adopten esas ideas nuevas. En efecto, para ellos es uno de los puntos más embarazosos, cuya explicación satisfactoria nunca han podido dar: que la propagación de estas ideas se haya realizado –primero y de preferencia– en la clase más esclarecida de la sociedad. Así, se excusan atrás de este axioma banal: que el genio es primo hermano de la locura. Algunos hasta llegan a afirmar, de buena fe y sin reírse, que Sócrates, Platón y todos los filósofos y sabios que han profesado algunas ideas semejantes no eran sino locos, sobre todo Sócrates, con su demonio familiar. En efecto, ¿se puede tener sentido común y creer que se tenga a sus órdenes a un Espíritu? Así, el Sr. Jobard no podía encontrar gracia delante de ese aréopago que se erige en juez supremo de la razón humana, de la cual pretende ser el prototipo y el patrón de referencia. Nos han dicho que fue para cuidar la reputación del Sr. Jobard y que, en respeto a su memoria, han pasado por alto ese capricho.

La terquedad en las ideas falsas jamás ha sido considerada una prueba de buen sentido; además, es pequeñez cuando proviene del orgullo, que es el caso más común. El Sr. Jobard ha probado que era, a la vez, un hombre sensato y de espíritu, al retractarse sin vacilar de sus primeras teorías sobre el Espiritismo, cuando le fue demostrado que no estaba con la verdad.

Se sabe que en los primeros tiempos, antes que la experiencia hubiese esclarecido la cuestión, surgieron diversos sistemas, y que cada uno explicaba a su manera esos nuevos fenómenos. El Sr. Jobard era partidario del sistema del alma colectiva. Según este sistema, «sólo el alma del médium se manifiesta, pero ésta se identifica con las almas de varios otros seres vivos, presentes o ausentes, con el objetivo de formar un todo colectivo que reúna las aptitudes, la inteligencia y los conocimientos de cada uno.» De todos los sistemas creados en esa época, ¿cuántos están de pie hasta hoy? No sabemos si este sistema aún tiene algunos partidarios, pero lo que es positivo es que el Sr. Jobard, que lo había preconizado y ampliado, fue uno de los primeros en abandonarlo cuando apareció El Libro de los Espíritus, a cuya doctrina adhirió francamente, como lo atestiguan las diversas cartas que hemos publicado de él.

Sobre todo, la doctrina de la reencarnación lo impactó como un rayo de luz. Nos decía un día: «Si me he perdido tanto en el laberinto de los sistemas filosóficos, es porque me faltaba una brújula; yo solamente encontraba caminos sin salida, que no me llevaban a nada. Nadie me daba una solución concluyente de los problemas más importantes; por más que me devanase los sesos, sentía que me faltaba una llave para llegar a la verdad. ¡Pues bien! Esta llave está en la reencarnación, que explica todo de una manera tan lógica y tan acorde con la justicia de Dios, que uno se dice naturalmente: Sí, es necesario que sea así.»

Después de su muerte, el Sr. Jobard también desechó ciertas teorías científicas que defendía cuando estaba encarnado. Hablaremos de esto en nuestro próximo número, en el cual publicaremos las conversaciones que hemos tenido con él. Mientras tanto, digamos que él se mostró rápidamente desprendido y que la turbación duró muy poco tiempo. Como todos los espíritas que lo han precedido, confirma en todos los puntos lo que se nos ha dicho sobre el mundo de los Espíritus, en el cual él se encuentra mucho mejor que en la Tierra, donde no obstante deja añoranzas sinceras entre todos los que han podido apreciar su eminente saber, su benevolencia y su afabilidad. No era, de forma alguna, uno de esos celosos eruditos que bloquean el camino a los recién llegados, cuyo mérito les hacen sombra; al contrario, todos aquellos a los cuales tendió la mano y abrió camino bastarían para formarle un bello cortejo. En resumen, el Sr. Jobard era un hombre de progreso, trabajador incansable y partidario de todas las ideas grandes, generosas y adecuadas para hacer avanzar a la humanidad. Si su pérdida es lamentable para el Espiritismo, no lo es menos para las artes y para la industria, que han de inscribir su nombre en sus anales.