La controversia (Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos) ¡Oh, Dios! Mi Señor, Padre mío y Creador, dignaos dar aún a vuestro siervo un poco de aquella elocuencia humana que llevaba la convicción al corazón de los Hermanos que venían a instruirse, alrededor de la cátedra sagrada, acerca de las verdades que les habíais enseñado.
Dios, al enviar a sus Espíritus para enseñaros vuestros verdaderos deberes para con Él y para con vuestros hermanos, quiere sobre todo que la caridad sea vuestro móvil en todas vuestras acciones, y vuestros hermanos que quieren hacer renacer esos días de luto están en la senda del orgullo. Ese tiempo está lejos de vosotros, y que Dios sea eternamente bendito por haber permitido que los hombres cesaran para siempre esas disputas religiosas, que nunca han producido ningún bien y han causado tanto mal. ¿Por qué querer discutir los textos evangélicos que ya habéis comentado de tantas maneras? Esos diversos comentarios han tenido lugar cuando no teníais al Espiritismo para esclareceros, y Él os dice: La moral evangélica es la mejor; seguidla. Pero si en el fondo de vuestra conciencia una voz os grita: Para mí hay tal o cual punto oscuro, y no puedo permitirme pensar diferentemente de mis otros hermanos –¡
Elohim, hermano mío!–, dejad a un lado lo que os perturba; amad a Dios y la caridad, y estaréis en la buena senda. ¿Para qué ha servido el fruto de mis largas vigilias cuando yo vivía en vuestro mundo? Para nada. Muchos no han leído mis escritos, que no eran dictados por la caridad y que han atraído persecuciones para mis hermanos. La controversia es siempre animada por un sentimiento de intolerancia, que puede degenerar en ofensa, y la terquedad que cada uno pone en sostener sus pretensiones hace conque se vuelva distante la época en la cual la gran familia humana, reconociendo sus errores pasados, respetará todas las creencias y no afilará el puñal que cortó esos lazos fraternos. Y para daros un ejemplo de lo que os digo, abrid el Evangelio y encontraréis estas palabras: «Yo soy la Verdad y la Vida; el que cree en mí, vivirá». Muchos de vosotros condenan a los que no siguen la religión que posee enseñanzas del Verbo encarnado; sin embargo, muchos están sentados a la derecha del Señor, porque, en la rectitud de sus corazones, lo adoraron y amaron; porque respetaron las creencias de sus hermanos y clamaron al Señor cuando vieron que los pueblos se despedazaban entre sí en las luchas de religión; porque no estaban aptos para encontrar el verdadero sentido de las palabras del Cristo y porque no eran más que instrumentos ciegos de sus sacerdotes o de sus ministros.
Dios mío, yo que vivía en esos tiempos en que los tempestuosos corazones se agitaban contra los hermanos de una creencia opuesta, si hubiese sido más tolerante; si en mis escritos no hubiera condenado su manera de interpretar el Evangelio, ellos serían hoy menos irritados contra sus hermanos católicos, y todos habrían dado un paso mayor hacia la fraternidad universal. Pero los protestantes, los judíos, todas las religiones más o menos importantes tienen sus sabios y sus doctores, y cuando el Espiritismo –más difundido– sea estudiado de buena fe por esos hombres instruidos, ellos vendrán, como lo han hecho los católicos, a esclarecer a sus hermanos y a calmar sus escrúpulos religiosos. Por lo tanto, dejad que Dios prosiga la obra de la reforma moral que debe elevaros hacia Él, todos en el mismo grado, y no os rebeléis contra las enseñanzas de los Espíritus que Él os envía.
BOSSUET