El Sr. Louis Jourdan y El Libro de los Espíritus
Ya que estamos hablando de publicistas, con referencia al Espiritismo, no nos detengamos en el camino; en general, estos Sres. no nos alaban, y como nosotros no ocultamos sus críticas, se nos permitirá presentar la contrapartida y oponer a la opinión del Sr. Deschanel y de otros la de un escritor de cuyo valor e influencia nadie duda, sin que nos puedan tildar de tener amor propio. Además, los elogios no se dirigen a nuestra persona, o al menos no los tomamos para nosotros, y transferimos el honor a los guías espirituales que consienten en orientarnos. Por lo tanto, no podríamos hacer prevalecer el mérito que se pueda encontrar en nuestros trabajos; aceptamos los elogios, no como una muestra de nuestro valor personal, sino como la consagración de la obra que hemos emprendido, obra que esperamos llevar a buen término con la ayuda de Dios, porque no estamos en el final, y lo más difícil aún no está hecho. Al respecto, la opinión del Sr. Louis Jourdan tiene un cierto peso, porque se sabe que él no habla a la ligera o para llenar columnas con palabras; ciertamente puede engañarse como cualquier otro, pero en todo caso su opinión es siempre concienzuda.
Sería prematuro decir que el Sr. Jourdan es un adepto declarado del Espiritismo; él mismo dice que no ha visto nada y que no ha estado en contacto con ningún médium; evalúa la cuestión según su sentimiento íntimo, y al no tomar como punto de partida la negación del alma o cualquier fuerza extrahumana, ve en la Doctrina Espírita una nueva fase del mundo moral y un medio de explicar lo que hasta entonces era inexplicable. Ahora bien, al admitir la base, su razón no se rehúsa de manera alguna a admitir las consecuencias, mientras que el Sr. Figuier no puede admitir tales consecuencias, porque rechaza el principio fundamental. Al no haber estudiado ni profundizado todo en esta vasta ciencia, no es de extrañar que sus ideas no estén establecidas en todos los puntos, y por esto mismo ciertas cuestiones deben parecerle aún hipotéticas; pero un hombre de buen sentido no dice: No comprendo, luego, no existe; al contrario, dice: No sé, porque no aprendí, pero no niego. Un hombre serio no se burla de una cuestión que toca los más serios intereses de la Humanidad, y un hombre prudente se calla sobre lo que ignora, temiendo que los hechos no vengan a desmentir –como tantos otros– sus negaciones, ni le opongan el siguiente argumento irresistible: Habláis de lo que no sabéis. Por lo tanto, al pasar a las cuestiones de detalle para las cuales confiesa su incompetencia, se limita a la apreciación del principio, y el solo razonamiento de ese principio le hace admitir la posibilidad del mismo, como sucede diariamente.
El Sr. Jourdan publicó primero un artículo sobre El Libro de los Espíritus en Le Causeur (Nº 8, de abril de 1860); ha transcurrido un año de esto y nosotros aún no hemos hablado del mismo en la Revista, lo que prueba que no tenemos ningún interés de aprovecharnos de los elogios, mientras que hemos citado textualmente –o indicado– las críticas más amargas, lo que también demuestra que no tememos su influencia. Este artículo ha sido reproducido en su nueva obra: Un filósofo alrededor del brasero,[1] de la cual forma un capítulo. Del mismo hemos extraído los siguientes pasajes:
«(...) Prometí formalmente volver a un asunto sobre el cual sólo dije algunas palabras y que merece una atención muy particular: es El Libro de los Espíritus, que contiene los principios de la doctrina y de la filosofía espíritas. La palabra puede pareceros un barbarismo, pero ¿qué podemos hacer al respecto? Para las cosas nuevas se necesitan palabras nuevas. Las mesas giratorias han llevado al Espiritismo, y hoy estamos delante de una doctrina completa, enteramente revelada por los Espíritus, porque El Libro de los Espíritus no fue hecho por la mano del hombre; el Sr. Allan Kardec se limitó a recopilar y a poner en orden las respuestas dadas por los Espíritus a las innumerables preguntas que le han sido dirigidas, respuestas breves que no siempre satisfacen completamente la curiosidad del interrogador, pero que consideradas en su conjunto, constituyen en efecto una doctrina, una moral y –¿quién sabe?– quizá una religión.
«Juzgadlo vosotros mismos. Los Espíritus se han explicado claramente sobre las causas primeras, acerca de Dios y del infinito, sobre los atributos de la Divinidad. Ellos nos han dado los elementos generales del Universo, el conocimiento del principio de las cosas, las propiedades de la materia. Nos han hablado de los misterios de la Creación, de la formación de los mundos y de los seres vivos, de las causas de la diversidad de las razas humanas. De ahí al principio vital no hay más que un paso, y ellos nos han dicho lo que era el principio vital, lo que eran la vida y la muerte, la inteligencia y el instinto.
«Después ellos han levantado el velo que nos oculta el mundo espírita, es decir, el mundo de los Espíritus, diciéndonos cuál era su origen y su naturaleza; cómo se encarnaban, cuál era el objetivo de esa encarnación y cómo se efectuaba el regreso de la vida corporal a la vida espiritual. Nada nos ha sido ocultado: Espíritus errantes, mundos transitorios, percepciones, sensaciones y sufrimientos de los Espíritus, contactos con el Más Allá, relaciones simpáticas y antipáticas entre los Espíritus, regreso a la vida corporal, emancipación del alma, intervención de los Espíritus en el mundo corporal, ocupaciones y misiones de los Espíritus.
«He dicho que los Espíritus estaban fundando no solamente una doctrina y una filosofía, sino también una religión. En efecto, ellos han elaborado un código de moral, en el cual se encuentran formuladas las leyes cuya sabiduría me parece muy grande y, para que nada le falte, dijeron cuáles serían las penas y los gozos futuros y qué se debería entender por estas palabras: Paraíso, purgatorio e infierno. Como se ve, es un sistema completo y no tengo ninguna dificultad en reconocer que, si bien el sistema no tiene la cohesión poderosa de una obra filosófica, si aparecen algunas contradicciones aquí y allá, es por lo menos muy notable por su originalidad, por su elevado alcance moral y por las soluciones inesperadas que da a las delicadas cuestiones que han inquietado o preocupado al Espíritu humano en todos los tiempos.
«Yo soy completamente ajeno a la escuela espírita; no conozco sus jefes, ni sus adeptos; nunca vi moverse la menor mesa giratoria; no tuve contacto con ningún médium; no fui testigo de ninguno de esos hechos sobrenaturales o milagrosos de los cuales encuentro relatos increíbles en las publicaciones espíritas que me envían. No afirmo ni rechazo en absoluto las comunicaciones de los Espíritus; creo a priori que tales comunicaciones son posibles y mi razón no se alarma de manera alguna por esto. Para creer en las mismas, no tengo necesidad de la explicación que últimamente me daba un erudito amigo, el Sr. Louis Figuier, sobre estos hechos que él atribuye a la influencia magnética de los médiums. (...)
«No veo nada de imposible en que se establezcan relaciones entre el mundo invisible y nosotros. No me preguntéis cómo ni por qué; no sé nada al respecto. Es una cuestión de sentimiento y no de demostración matemática. Por lo tanto, es un sentimiento que expreso, pero un sentimiento que no tiene nada de incierto y que en mi mente y en mi corazón toma formas bastante precisas.
«(...) Si por el movimiento de nuestros pulmones podemos extraer del espacio infinito que nos envuelve, los fluidos, los principios vitales necesarios para nuestra existencia, es muy evidente que estamos en relación constante y necesaria con el mundo invisible. Dicho mundo ¿está poblado de Espíritus errantes, como almas en pena, siempre dispuestas a responder a nuestro llamado? He aquí lo que es más difícil de admitir, pero también lo que sería temerario de negar absolutamente.
«Sin duda no tenemos dificultad en creer que todas las criaturas de Dios no se asemejan a los tristes habitantes de nuestro planeta. Somos bastante imperfectos; estamos sometidos a necesidades muy groseras para que no sea difícil imaginar que existan seres superiores que no sufran ninguna pena corporal; seres radiantes y luminosos, Espíritu y materia como nosotros, pero Espíritu más sutil y más puro, materia menos densa y menos pesada; mensajeros fluídicos que unen entre sí a los universos, sostienen, promueven a las diversas razas que pueblan los astros a que cumplan su tarea.
«Por la aspiración y por la respiración estamos en relación con toda la jerarquía de esas criaturas, de esos seres cuya existencia no podemos comprender y cuya forma no podemos representar. Por lo tanto, no es absolutamente imposible que algunos de esos seres entren accidentalmente en contacto con los hombres; pero lo que nos parece pueril es que sea necesario el concurso material de una mesa, de una tablita o de un médium cualquiera para que dichos contactos se establezcan.
«Una de dos: o esas comunicaciones son útiles, o son inútiles. Si son útiles, los Espíritus no deben tener necesidad de ser llamados de una manera misteriosa, de ser evocados e interrogados para enseñar a los hombres lo que es importante saber; si son inútiles, ¿por qué recurrir a ellas?
«(...) No tengo ningún inconveniente en admitir esas influencias, esas inspiraciones, esas revelaciones, como queráis. Lo que absolutamente rechazo es que, bajo el pretexto de revelación, vengan a decirme: Dios habló, por lo tanto debéis someteros. Dios habló por boca de Moisés, del Cristo, de Mahoma, por lo tanto seréis judíos, cristianos o musulmanes, si no incurriréis en castigos eternos; mientras esperamos, iremos maldeciros o torturaros aquí.
«¡No, no! Semejantes revelaciones no quiero a ningún precio; por encima de todas las revelaciones, de todas las inspiraciones, de todos los profetas presentes, pasados y futuros hay una ley suprema: la ley de libertad. Teniendo esta ley como base admitiré, sin perjuicio de la discusión, todo lo que deseéis. Suprimid esta ley y sólo habrá tinieblas y violencia. Quiero tener la libertad de creer o de no creer, y de decirlo abiertamente: es mi derecho y quiero usarlo; es mi libertad y quiero conservarla. Me decís que si no creo en lo que me enseñáis, pierdo mi alma; es posible. Quiero mi libertad hasta ese límite; quiero perder mi alma si ése fuere mi deseo. Por lo tanto, ¿quién será aquí el juez de mi salvación o de mi perdición? ¿Quién, pues, puede decir: Aquél ha sido salvo, y éste está perdido sin remisión? ¿Entonces la misericordia de Dios no es infinita? ¿Hay algo en el mundo que pueda sondear el abismo de una conciencia?
«(...) Y es porque esta doctrina también se encuentra en el curioso libro del Sr. Allan Kardec, que yo me reconcilio con los Espíritus que él ha interrogado. El laconismo de sus respuestas prueba que los Espíritus no tienen tiempo para perder, y si de alguna cosa me admiro es que aún tengan el tiempo suficiente para responder complacientemente al llamado de tantas personas que pierden el suyo para evocarlos. (...)
«Todo lo que dicen los Espíritus de manera más o menos clara y más o menos sumaria, cuyas respuestas el Sr. Allan Kardec recopiló, ha sido expuesto y desarrollado con notable claridad por Michel, que por cierto me parece que es el más adelantado y el más completo de todos los místicos contemporáneos. Su revelación es, a la vez, una doctrina y un poema, doctrina sana y edificante, y un poema brillante. La única ventaja que encuentro en las preguntas y en las respuestas que el Sr. Allan Kardec ha publicado es que presentan, bajo una forma más accesible, sobre todo a la gran masa de lectores y de lectoras, las principales ideas sobre las cuales es importante llamar su atención. Los libros de Michel no son de lectura fácil: exigen una tensión mental muy pronunciada. Al contrario, el libro del que hablamos, puede ser una especie de vademécum; si lo tomamos y lo dejamos abierto en cualquier página, se nos despierta de repente la curiosidad. Las preguntas dirigidas a los Espíritus son las que nos preocupan a todos; las respuestas son a veces muy breves; otras veces condensan en pocas palabras la solución de los problemas más difíciles, y siempre ofrecen un vivo interés o sanas indicaciones. No conozco un curso de moral más interesante, más consolador y más encantador que éste. Todos los grandes principios en los cuales se fundan las civilizaciones modernas están allí confirmados, especialmente el principio de los principios: ¡la libertad! El espíritu y el corazón salen de allí serenos y fortalecidos.
«Sobre todo son los capítulos relativos a la pluralidad de los sistemas y a la ley del progreso colectivo e individual que tienen un atractivo y un encanto poderosos. Al respecto, los Espíritus del Sr. Allan Kardec no me han enseñado nada que yo no sepa: hace mucho tiempo que creo firmemente en el desarrollo progresivo de la vida a través de los mundos; que la muerte es el portal de una nueva existencia, cuyas pruebas son proporcionales a los méritos de la existencia anterior. Además, es la antigua fe de la Galia, la doctrina druídica, y sobre esto los Espíritus nada inventaron, sino que agregaron una serie de deducciones y de excelentes reglas prácticas para la conducta de la vida. En este aspecto, como en muchos otros, la lectura de ese libro, independientemente del interés y de la curiosidad que su origen suscita, puede tener una gran utilidad para los caracteres indecisos, para las almas inseguras que fluctúan en los limbos de la duda. ¡La duda! ¡Es el peor de los males! Es la más horrible de las prisiones, de las que se debe salir a toda costa. Ese extraño libro ayudará a muchas personas a fortalecer sus vidas, a quebrar las rejas de la cárcel, precisamente porque es presentado bajo una forma simple y elemental, bajo la forma de un catecismo popular que todo el mundo puede leer y comprender.»
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El Sr. Jourdan, después de haber citado algunas cuestiones sobre el matrimonio y el celibato, que él encuentra un poco pueriles y que no son tratadas a su gusto, termina de la siguiente manera:
«(...) Sin embargo, me apresuro a decir que todas las respuestas de los Espíritus no son tan superficiales como las que acabo de mencionar. Es el conjunto de este libro que es notable, es la idea fundamental de la obra que está marcada por una cierta grandeza y por una viva originalidad. Ya sea que emane o no de una fuente extranatural, la obra es admirable a justo título, y por el solo hecho de que me ha interesado vivamente, tengo razones para creer que la misma pueda interesar a muchas personas.»
[1] 1 vol. in 12º; precio: 3 francos. Librería Dentu. [Nota de Allan Kardec.]