Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Disertaciones y enseñanzas espíritas
Un Espíritu israelita a sus correligionarios


Nuestros lectores han de recordar la bella comunicación que hemos publicado en el número de marzo último, sobre La ley de Moisés y la ley del Cristo, firmada por Mardoqueo y recibida por el Sr. R..., de Mulhouse. Este señor también ha obtenido otras comunicaciones igualmente notables del mismo Espíritu, y que nosotros publicaremos. La disertación que damos a continuación es de otro pariente, fallecido hace algunos meses. La misma ha sido dictada en tres ocasiones diferentes.

A todos aquellos que he conocido

I

Amigos míos:

Sed espíritas, os lo ruego encarecidamente a todos. El Espiritismo es la ley de Dios; es la ley de Moisés aplicada a la época actual. Cuando Moisés dio la ley a los hijos de Israel, la ofreció tal como Dios se la había dado, y Dios la adecuó a los hombres de aquel tiempo. Pero después los hombres hicieron progresos; mejoraron en todos los sentidos; progresaron en ciencia y en moralidad. Hoy cada uno sabe conducirse; cada uno sabe lo que debe al Creador, al prójimo y a sí mismo. Por lo tanto, hoy es necesario ampliar las bases de la enseñanza; lo que la ley de Moisés os ha enseñado no es más suficiente para hacer avanzar a la humanidad, y Dios no quiere que permanezcáis siempre en el mismo punto, porque lo que era bueno hace 5000 años no lo es más hoy. Cuando queréis que vuestros hijos se adelanten, proporcionándoles una educación más fuerte, ¿los enviáis siempre a la misma escuela, donde solamente aprenderían las mismas cosas? No; los enviáis a una escuela superior. ¡Pues bien!, amigos míos, han llegado los tiempos en que Dios quiere que ampliéis el cuadro de vuestros conocimientos. El propio Cristo –aunque hizo dar a la ley mosaica un paso hacia delante– no lo ha dicho todo, porque no habría sido comprendido, pero ha lanzado semillas que deberían ser recogidas y aprovechadas por las generaciones futuras. Dios, en su infinita bondad, os envía hoy el Espiritismo, cuyas bases están todas en la ley bíblica y en la ley evangélica, para os elevar y enseñar a amaos los unos a los otros. Sí, amigos míos: la misión del Espiritismo es extinguir todos los odios, de hombre para hombre, de nación para nación; es la aurora de la fraternidad universal que se levanta. Sólo con el Espiritismo podéis llegar a una paz general y duradera.

Por lo tanto, pueblos: ¡levantaos!, permaneced de pie, porque he aquí que Dios, el Creador de todas las cosas, os envía a los Espíritus de vuestros parientes para abriros un nuevo camino, mayor y más amplio que aquel que aún seguís. ¡Oh, amigos míos!, no seáis los últimos a rendiros ante la evidencia, porque la mano de Dios se volverá más pesada sobre los incrédulos y los endurecidos, que deberán desaparecer de la Tierra para que no perturben el reino del bien que se prepara. Creed en las advertencias de aquel que fue y que será siempre vuestro pariente y vuestro amigo.

¡Que los israelitas tomen la delantera! Que enarbolen vivamente y sin tardanza la bandera que Dios envía a los hombres para unirlos en una sola familia. Armaos de coraje y de resolución; no dudéis; no os dejéis detener por los rezagados que, al hablaros de sacrilegios, desearían reteneros. No, amigos míos, no hay sacrilegio, y compadeceos de los que intenten retardar vuestra marcha con semejantes pretextos. ¿No os dice la razón que, en este mundo, no hay nada inmutable? Sólo Dios es inmutable; pero todo lo que Él ha creado debe seguir –y sigue– una marcha progresiva que nada puede detener, porque está en los designios del Creador. Por lo tanto, ¡no tratéis de impedir que la Tierra gire!

Las instituciones que eran magníficas hace 5000 años, hoy son obsoletas; el objetivo al cual se destinaban está superado; ya no son más suficientes para la sociedad actual, así como el Antiguo Régimen francés no podría servir hoy a Francia. Un nuevo progreso se prepara, sin el cual todas las otras mejoras sociales quedan sin bases sólidas; este progreso es la fraternidad universal, cuyas semillas han sido lanzadas por el Cristo y que germinan en el Espiritismo. ¿Seríais, entonces, los últimos a entrar en este camino? ¿No veis que el mundo viejo está en trabajo de parto para renovarse? Echad una mirada sobre el mapa –no digo de Europa, sino del mundo– y observad cómo caen, una a una, todas las instituciones arcaicas, para nunca más levantarse. ¿Por qué esto? Es la aurora de la libertad que se eleva y expulsa a los despotismos de todas las especies, como los primeros rayos del sol que disipan las tinieblas de la noche. Los pueblos están cansados de ser enemigos; ellos comprenden que su felicidad está en la fraternidad y quieren ser libres, porque no pueden mejorarse y volverse hermanos mientras no sean libres. ¿No reconocéis, en la dirección de un gran pueblo, a un hombre eminente que cumple una misión asignada por Dios y que prepara los caminos? ¿No escucháis los sombríos estallidos del mundo viejo, que se desmorona para dar lugar a la Nueva Era? Ya veréis surgir en la cátedra de san Pedro a un pontífice que proclamará los nuevos principios, y esta creencia –que llegará a ser la de todos los pueblos– reunirá a todas las sectas disidentes en una única y misma familia. Entonces, estad preparados; enarbolad –como os dije– la bandera de esta enseñanza tan grande y tan santa, para que no seáis los últimos.

Israelitas de Burdeos y de Bayonne: vosotros que habéis marchado al frente del progreso, levantaos; aclamad al Espiritismo, porque es la ley del Señor, y bendecidlo, porque os proporciona los medios de llegar más rápidamente a la felicidad eterna, que está destinada a sus elegidos.


II

Amigos míos:

No os sorprendáis al leer esta comunicación. La misma proviene de mí, Édouard Pereyre, vuestro pariente, vuestro amigo y vuestro compatriota. He sido realmente yo el que la ha dictado a mi sobrino Rodolphe, cuya mano guío para hacerlo escribir con mi letra. Para os convencer mejor me tomo este trabajo, lo que es una fatiga para el médium y para mí, ya que el médium debe seguir un movimiento contrario al que le es habitual.

Sí, amigos míos, el Espiritismo es una nueva revelación; comprended el alcance de esta palabra en toda su acepción. Es una revelación, porque os devela una nueva fuerza de la Naturaleza, de la cual no sospechabais y, entretanto, es tan antigua como el mundo. En la época de Moisés era conocida por los hombres de élite de nuestra historia religiosa, y fue a través de ella que recibisteis las primeras enseñanzas sobre los deberes del hombre para con su Creador; pero ella no dio sino lo que era compatible con los hombres de aquella época.

Hoy, que el progreso está realizado; que la luz se expande en las masas; que la estupidez y la ignorancia de las primeras edades comienzan a dar lugar a la razón y al sentido moral; hoy, que la idea de Dios es comprendida por todos o, al menos, por la inmensa mayoría, surge una nueva revelación, que se produce simultáneamente en todos los pueblos instruidos, modificándose entretanto según el grado de adelanto de esos pueblos. Esta revelación os dice que el hombre no muere, que el alma sobrevive al cuerpo y que habita el espacio, entre vosotros y a vuestro lado.

Sí, amigos míos; consolaos cuando perdáis a un ser querido, porque no perdéis sino su cuerpo material; su Espíritu vive entre vosotros, para os guiar, os instruir y os inspirar. Secad vuestras lágrimas, sobre todo si él fue bueno, caritativo y sin orgullo, porque entonces es feliz en ese nuevo mundo donde todas las religiones se confunden en una única y misma adoración, extirpando todos los odios y todos los celos de sectas. También nosotros somos felices cuando podemos inspirar esos mismos sentimientos a los hombres que estamos encargados de instruir, y nuestra mayor felicidad es la de veros entrar en la buena senda, porque entonces abrís la puerta por la cual os reencontraréis con nosotros. Preguntad al médium cuáles son las sublimes enseñanzas que él recibe de su abuelo Mardoqueo; si sigue el camino que le es trazado, prepara para sí mismo un futuro de felicidad; pero si falta a sus deberes después de semejante enseñanza, asumirá toda la responsabilidad de ello y tendrá que recomenzar hasta que haya cumplido apropiadamente con su tarea.

Sí, amigos míos, ya vivimos corporalmente y viviremos aún; la felicidad que disfrutamos no es más que relativa; hay estados muy superiores al que nos encontramos y a los cuales no se llega sino a través de encarnaciones sucesivas y progresivas en otros mundos. Por lo tanto, no creáis que, de todos los globos del Universo, la Tierra sea el único habitado. ¡Pobre orgullo del hombre, que piensa que Dios solamente creó todos los astros para regocijar la vista de los humanos! Sabed, entonces, que todos los mundos son habitados y, entre esos mundos, ¡si supieseis la posición que ocupa la Tierra, no tendríais razones para os vanagloriar! Si no fuese por el cumplimiento de la misión que nos es dada –la de inspiraros e instruiros–, ¡cómo preferiríamos ir a visitar a esos mundos e instruirnos a nosotros mismos! Pero nuestro deber y nuestros afectos aún nos vinculan a la Tierra; más tarde, cuando cedamos nuestro lugar a los que lleguen por último, emprenderemos otras existencias en mundos mejores, purificándonos así por peldaños, hasta que nos aproximemos a Dios, nuestro Creador.

He aquí el Espiritismo; he aquí lo que Él enseña, y esto es la verdad que hoy podéis comprender y que os debe ayudar a regeneraros.

Comprended bien que todos los hombres son hermanos, sean ellos negros o blancos, ricos o pobres, musulmanes, judíos o cristianos. Como deben renacer varias veces para progresar, según la revelación que al respecto hizo el Cristo, Dios permite que aquellos que fueron unidos en existencias anteriores por los lazos de sangre o de amistad, se encuentren nuevamente en la Tierra sin reconocerse, pero en situaciones relacionadas a las expiaciones que deben sufrir por sus faltas pasadas, de manera que aquel que es vuestro criado puede haber sido vuestro señor en otra existencia; el desgraciado a quien negáis asistencia, tal vez sea uno de vuestros antepasados del cual os enorgullecéis, o un amigo que ha sido estimado por vosotros. ¿Comprendéis ahora el alcance de este mandamiento del Decálogo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»? He aquí, amigos míos, la revelación que debe llevaros a la fraternidad universal, cuando fuere comprendida por todos. He aquí por qué no debéis permanecer inmutables en vuestros principios, mas seguir la marcha del progreso trazado por Dios, sin deteneros jamás; he aquí por qué os he exhortado a enarbolar la bandera del Espiritismo. Sí, sed espíritas, porque es la ley de Dios, y recordad que en este camino está la felicidad que conduce a la perfección. Habré de ampararos, yo y todos aquellos que habéis conocido, los cuales –como yo– actúan en el mismo sentido.

Que en cada familia se estudie el Espiritismo; que en cada familia se formen médiums, para multiplicar los intérpretes de la voluntad de Dios. No os dejéis desanimar por los obstáculos de las primeras pruebas: éstas son frecuentemente cercadas de dificultades y no siempre exentas de peligro, porque no hay recompensa donde no haya un poco de esfuerzo. Todos vosotros podéis adquirir esta facultad, pero estudiad antes de tratar de obtenerla, a fin de precaveros contra los obstáculos. Purificaos de vuestras manchas; enmendad vuestro corazón y vuestros pensamientos para alejar de vosotros a los Espíritus malos; sobre todo, orad por aquellos que intentan obsesaros, porque es la oración que los convierte y que os liberta de ellos. ¡Que la experiencia de vuestros predecesores os sea provechosa y os impida caer en las mismas faltas!

Continuaré con mis instrucciones.

III

La religión israelita fue la primera que expresó la idea de un Dios espiritual a los ojos de los hombres. Hasta entonces los hombres adoraban: unos el sol, otros la luna; aquí, el fuego; allí, los animales; pero la idea de Dios no era representada en ninguna parte en su esencia espiritual e inmaterial.

Moisés llegó; traía una nueva ley que echaba por tierra todas las ideas recibidas antes de esa época. Él tenía que luchar contra los sacerdotes egipcios, que mantenían a los pueblos en la más absoluta ignorancia, en la más abyecta esclavitud; y esos sacerdotes, que obtenían un poder ilimitado con ese estado de cosas, no podían ver sin temor la propagación de una fe nueva, que venía a destruir la base de su poder y que amenazaba derribarlos. Esa fe traía consigo la luz, la inteligencia y la libertad de pensar: era una revolución social y moral. Así, los adeptos de esta fe, que eran encontrados en Egipto entre todas las clases y no solamente entre los descendientes de Jacob –como se ha dicho por error–, eran perseguidos, atacados, sometidos a los más duros maltratos y, en fin, expulsados del país, como habiendo infestado a la población de ideas subversivas y antisociales. Todas las veces que un progreso surge en el horizonte y se manifiesta en la Humanidad, siempre es así: las mismas persecuciones y los mismos tratamientos acompañan a los innovadores, que arrojan en la tierra de la nueva generación las semillas fecundas del progreso y de la moral; porque toda innovación progresiva que lleva a la destrucción de ciertos abusos, tiene necesariamente como enemigos a todos aquellos que están interesados en mantener esos abusos.

Pero Dios Todopoderoso, que conduce con infinita sabiduría los acontecimientos de donde debe surgir el progreso, inspiró a Moisés; le dio un poder que ningún hombre había tenido y, a través de la irradiación de ese poder, cuyos efectos impresionaban a los más incrédulos, Moisés adquirió una inmensa influencia sobre una población que, al confiar ciegamente en su destino, llevó a cabo uno de los milagros cuya impresión debería perpetuarse de generación en generación, como un recuerdo imperecedero del poder de Dios y de su profeta.

El pasaje del Mar Rojo fue el primer acto de la liberación de ese pueblo; pero faltaba promover su educación. Era preciso domarlo por la fuerza del razonamiento y por los milagros frecuentemente repetidos; era necesario inculcarle la fe y la moral; era menester enseñarle a poner su fuerza y su confianza en un Dios creador, infinito, inmaterial e infinitamente bueno y justo. Los cuarenta años de pruebas que ese pueblo pasó en el desierto, en medio de privaciones, sufrimientos, vicisitudes de todas las especies; los ejemplos de insubordinación, que fueron tan severamente reprimidos por una justicia providencial, todo eso contribuyó para desarrollar en él la fe en ese Ser Todopoderoso, cuya mano benefactora experimentaba a cada día, como también la mano severa que punía a quien lo desafiase.

En el monte Sinaí tuvo lugar esta primera revelación, ese notable misterio que causó la admiración del mundo, que lo conquistó y que expandió en la Tierra los primeros beneficios de una moral que habría de libertar al Espíritu de los lazos opresivos de la carne y de un despotismo embrutecedor; que ubicaba al hombre por encima de la esfera de los animales, haciendo de él un ser superior, capaz de elevarse por el progreso a la suprema inteligencia.

Los primeros pasos de ese pueblo, que había confiado su destino al hombre de Dios, fueron obstaculizados por las guerras, cuyo efecto debía ser el germen fecundo de una renovación social entre los pueblos que combatía. El Judaísmo se volvía el foco de la luz, de la inteligencia y de la libertad, e irradiaba un brillo notable sobre todas las naciones vecinas, provocando la hostilidad y el odio. Este resultado inmediato estaba en los designios de Dios, sin lo que el progreso hubiera sido demasiado lento; y al mismo tiempo que esas guerras fecundaban los gérmenes del progreso, eran una enseñanza para los judíos, cuya fe reavivaban.

Ese pueblo –libertado de otro pueblo, que se había confiado sin reflexión a la conducta de un hombre que se espantó con un poder milagroso–, ese pueblo tenía, pues, una misión; era un pueblo predestinado.

No fue sin razón que se ha dicho que el mismo cumplía una misión de la que no se daba cuenta, ni él, ni los otros pueblos; iba a ciegas, ejecutando sin comprender los designios de la Providencia. Esta árida misión estuvo repleta de hiel y de amargura; sus apóstoles sufrieron todas las afrentas posibles: fueron perseguidos, hostigados, apedreados, dispersados, pero en todas partes llevaban consigo esa fe viva e inteligente, esa confianza en su Dios, cuyo poder habían medido, cuya bondad habían experimentado y cuyas pruebas aceptaban, principalmente las que debían traer a la Humanidad los beneficios de la civilización.

He aquí esos apóstoles anónimos, escarnecidos y despreciados; he aquí los primeros pioneros de la libertad; ¿han sufrido bastante desde su salida de Egipto hasta nuestros días?

La hora de la rehabilitación no tardará en sonar para ellos, y no está distante el día en que esos primeros soldados de la civilización moderna serán saludados con reconocimiento y veneración; se hará justicia a los descendientes de esas antiguas familias que, inquebrantables en su fe, la han llevado como dote a todas las naciones donde Dios permitió que fuesen dispersados.

Cuando Jesucristo apareció, era también un enviado de Dios; era un nuevo astro que aparecía en la Tierra, como Moisés, cuya misión retomaba para darle continuidad, a fin de desarrollarla y adecuarla al progreso realizado. El propio Cristo estaba destinado a sufrir esa muerte ignominiosa, cuyas vías los judíos habían preparado –llevando a las circunstancias– y cuyo crimen fue cometido por los romanos. Pero dejad, pues, de considerar la historia de los pueblos y de los hombres como os lo habéis considerado hasta este día. En vuestro orgullo, vosotros imagináis que fueron ellos los que prepararon los acontecimientos que cambiaron la faz del mundo, y olvidáis que hay un Dios en el Universo que rige esa armonía admirable, a cuyas leyes os sometéis, creyendo que vosotros mismos las imponéis. Por lo tanto, observad la Historia de la Humanidad desde un punto más elevado; abarcad un horizonte más vasto y notad que todo sigue un sistema único; la ley del progreso en cada siglo, y no a cada día, os hace dar un paso.

Jesucristo fue, entonces, la segunda fase, la segunda revelación, y sus enseñanzas llevaron dieciocho siglos para difundirse, para popularizarse; evaluad por esto cómo es lento el progreso, y lo que deberían ser los hombres cuando Moisés trajo a un mundo atónito la idea de un Dios Todopoderoso, infinito e inmaterial, cuyo poder se volvía visible para ese pueblo, para el cual su misión proporcionó tantas espinas y escollos. El progreso, pues, no se efectúa sin dificultades; es a sus expensas y a través de sus sufrimientos y vicisitudes crueles que la humanidad aprende el objetivo de su destino y el poder de Aquel al que debe su existencia.

El Cristianismo fue, por lo tanto, el resultado de la segunda revelación. Pero esta doctrina, cuya sublime moral el Cristo había traído y desarrollado, ¿ha sido comprendida en su admirable simplicidad? ¿Y cómo es practicada por la mayoría de los que la profesan? ¿Nunca la han desviado de su objetivo? ¿Jamás han abusado de la misma para que sirviera de instrumento al despotismo, a la ambición y a la avaricia? En una palabra, todos los que se dicen cristianos, ¿viven las enseñanzas de su fundador? No; he aquí por qué ellos también debían pasar por el crisol del infortunio, que todo purifica. La historia del Cristianismo es demasiado moderna como para contar todas sus peripecias; pero, en fin, el objetivo está cerca de ser alcanzado y la nueva aurora va a despuntar, la cual, por medios diferentes os hará marchar con paso más rápido en este camino, donde habéis llevado seis mil años para llegar.

El Espiritismo es el advenimiento de una era en que se verá la realización de esta revolución en las ideas de los pueblos, porque el Espiritismo destruirá esas prevenciones incomprensibles, esos prejuicios irrazonables, que han acompañado y seguido a los judíos en su larga y penosa peregrinación. Se comprenderá que ellos pasaron por un destino providencial, del cual eran los instrumentos, así como aquellos que los perseguían con su odio lo hacían impelidos por el mismo poder, cuyos secretos designios debían cumplirse por caminos misteriosos e ignorados.

Sí, el Espiritismo es la tercera revelación; Él se revela a una generación de hombres más adelantados, que tienen aspiraciones más nobles, generosas y humanitarias, lo que debe contribuir para la fraternidad universal. He aquí el nuevo objetivo asignado por Dios a vuestros esfuerzos; pero ese resultado –como los que ya han sido alcanzados hasta este día– no será obtenido sin dolores y sin sufrimientos. Que aquellos que tienen el coraje de ser sus apóstoles se levanten, que alcen sus voces, que hablen clara y abiertamente, que expongan sus doctrinas, que ataquen los abusos y que muestren su objetivo. De ninguna manera este objetivo es un espejismo brillante que buscáis en vano; ese objetivo es real y lo alcanzaréis en la época asignada por Dios. La misma tal vez esté distante, pero ya se encuentra asignada. No temáis; id, apóstoles del progreso, marchad con audacia, con la frente alta y el corazón resignado. Tenéis por sostén una doctrina pura, exenta de todo misterio, que hace un llamado a las más bellas virtudes del alma y que ofrece esa certeza consoladora de que el alma nunca muere, sobreviviendo a la muerte y a los suplicios.

He aquí, amigos míos, el objetivo develado. Preguntaréis: ¿quiénes serán los apóstoles y cómo los reconoceremos? Dios se encarga de darlos a conocer a través de misiones que les serán confiadas y que ellos realizarán. Vosotros los reconoceréis por sus obras, pero no por las cualidades que se atribuyan. Los que reciben misiones de lo Alto las cumplen, pero no se vanaglorian por ello, porque Dios elige a los humildes para divulgar sus enseñanzas, y no a los ambiciosos y orgullosos. Por estas señales reconoceréis a los falsos profetas.

ÉDOUARD PEREYRE