Uno de nuestros corresponsales de Lyon nos dirige el siguiente fragmento de poesía; se encuadra mucho en el espíritu de la Doctrina Espírita, por lo que nos complacemos en darle un lugar en nuestra
No logro, ¡oh, mortales!, con mis débiles acentos,
¡Poner en vuestro corazón el más sublime incienso!
En este trayecto, con versos enseñar,
Qué es la plegaria y qué significa orar.
Es un impulso de amor, un fluido de luz
Que escapa del alma y se eleva hacia Dios.
¡Sublime expresión de la humilde criatura
Que regresa a su fuente y ennoblece su natura!
Orar en nada cambia la ley del Eterno,
Siempre inmutable, aunque su corazón paterno
Derrama su influjo divino en quien implora
Y redobla el ardor del fuego que lo devora.
Entonces él siente que se eleva y crepita,
Por el amor del prójimo su corazón palpita.
Cuanto más su amor expande, más la augusta sapiencia
Llena su corazón con los dones de la prudencia.
Así, un santo deseo de orar por los muertos,
Bajo el peso del dolor y de los remordimientos,
Nos muestra el amparo que su estado reclama
Para dirigir hacia ellos ese fluido del alma,
Cuya eficacia, bálsamo consolador,
Penetra en su ser cual gran salvador.
Todo en ellos se reanima, una chispa de esperanza
Secunda sus esfuerzos y su liberación afianza.
Tal como los muertos agobiados por el mal
A quienes un bálsamo supremo vuelve al estado normal,
Ellos se regeneran con la influencia oculta
Con el culto divino de la plegaria augusta.
Redoblemos el fervor; nada se pierde al orar;
Oremos, oremos por ellos, oremos sin cesar;
La plegaria siempre, en todo tiempo esa estrella divina,
Se vuelve foco de amor, que por último domina.
Sí, oremos por los muertos, y pronto en su candor,
Ellos nos brindarán un tierno destello de amor.
JOLY.
En estos versos, evidentemente inspirados por un Espíritu elevado, el objetivo y los efectos de la plegaria son definidos con perfecta exactitud. Por cierto que Dios no deroga, de forma alguna, sus leyes a nuestro pedido, pues de otro modo esto sería la negación de uno de sus atributos: la inmutabilidad; pero la oración actúa principalmente sobre aquel que es su objeto. En primer lugar, es un testimonio de simpatía y de conmiseración que se le da y que, por eso mismo, le hace parecer su pena menos pesada; en segundo lugar, tiene por efecto activo estimular en el Espíritu el arrepentimiento de sus faltas, inspirándole el deseo de repararlas a través de la práctica del bien. Dios ha dicho: «A cada uno según sus obras», ley eminentemente justa que pone nuestro destino en nuestras propias manos y que tiene como consecuencia subordinar la duración de la pena a la duración de la impenitencia; de donde se deduce que la pena sería eterna si la impenitencia fuera eterna; por lo tanto, si por la acción moral de la plegaria provocamos el arrepentimiento y la reparación voluntaria, por esto mismo abreviaremos el tiempo de la expiación. Todo eso está perfectamente expuesto en los versos anteriores. Esta doctrina puede no ser muy ortodoxa a los ojos de los que creen en un Dios despiadado, sordo a la voz que le implora y que condena a torturas sin fin a sus propias criaturas por las faltas de una vida pasajera; pero convengamos que esa doctrina es más lógica y la más acorde con la verdadera justicia y con la bondad de Dios. Todo nos dice –la religión como la razón– que Dios es infinitamente bueno; con el dogma del fuego eterno, sería preciso agregar que Él es, al mismo tiempo, infinitamente despiadado, dos atributos que se destruyen recíprocamente, porque uno es la negación del otro. Además, el número de los partidarios de la eternidad de las penas disminuye todos los días: esto es un hecho positivo e indiscutible; pronto será tan restricto que se podrá contarlos, e incluso si la Iglesia, desde hoy, acusase de herejía y, por consiguiente, expulsara de su seno a todos los que no creen en las penas eternas, habría entre los católicos más herejes que verdaderos creyentes y, al mismo tiempo, sería preciso condenar a todos los eclesiásticos y a todos los teólogos que –como nosotros– interpretan esas palabras en sentido relativo y no en sentido absoluto.