Ocupaciones de los Espíritus (Médium: Sra. de Costel)
Las ocupaciones de los Espíritus del segundo orden consisten en prepararse para las pruebas que tendrán que enfrentar, a través de meditaciones sobre sus existencias pasadas y de observaciones acerca de los destinos humanos, de sus vicios, de sus virtudes y de lo que puede perfeccionarlos o hacerlos fallar. Aquellos que tienen –como yo– la felicidad de tener una misión, se ocupan de la misma con tanto más esmero y amor, que el progreso de las almas que les son confiadas les es contado como un mérito; por lo tanto, ellos se esfuerzan en sugerirles buenos pensamientos, en ayudar sus buenas iniciativas y en alejar a los Espíritus malos, al oponer su influencia serena a las influencias nocivas. Esa interesante ocupación, sobre todo cuando uno es lo bastante feliz como para dirigir a un médium y tener comunicaciones directas, no altera el cuidado y el deber de perfeccionarse.
No creáis que el tedio pueda alcanzar a un ser que sólo vive por el espíritu y cuyas facultades tienden totalmente hacia un objetivo, que él sabe que se encuentra distante pero que es seguro. El tedio resulta del vacío del alma y de la esterilidad del pensamiento; el tiempo, tan pesado para vosotros que lo medís a través de vuestros miedos pueriles o de vuestras frívolas expectativas, no hace sentir su paso a los que no están sujetos a las agitaciones del alma ni a las necesidades del cuerpo. Pasa aún más rápido para los Espíritus puros y superiores, que Dios encarga de la ejecución de sus órdenes y que recorren las esferas en un rápido vuelo.
En cuanto a los Espíritus inferiores, especialmente aquellos que tienen pesadas faltas para expiar, el tiempo se mide por sus pesares, sus remordimientos y sus sufrimientos. De entre ellos, los más perversos buscan escapar haciendo el mal, es decir, sugiriéndolo. Entonces sienten esa amarga y fugaz satisfacción del enfermo que hurga en su herida y que no hace más que aumentar su dolor. Así, sus sufrimientos aumentan de tal manera que fatalmente terminan buscando el remedio, que no es otro sino volver al bien.
Los pobres Espíritus, que han sido culpables por su debilidad o por su ignorancia, sufren su inutilidad y su aislamiento. Se lamentan por su envoltura terrena, sea cual fuere el dolor que les haya causado; se rebelan y se desesperan hasta el momento en que perciben que solamente la resignación y una firme voluntad de volver al bien pueden aliviarlos; se calman y comprenden que Dios no abandona a ninguna de sus criaturas.
MARCILLAC (Espíritu familiar)