Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Disertaciones y enseñanzas espíritas

Influencia moral de los médiums en las comunicaciones
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)

Ya lo hemos dicho: los médiums, en calidad de tales, no tienen más que una influencia secundaria en las comunicaciones de los Espíritus; su tarea es la de una máquina eléctrica que transmite los despachos telegráficos entre dos puntos distantes de la Tierra. De este modo, cuando queremos dictar una comunicación, nosotros obramos sobre el médium como el telegrafista lo hace sobre el aparato telegráfico; es decir, así como el tac tac del telégrafo traza a millares de leguas, sobre una tira de papel, las señales que reproducen el despacho, nosotros también transmitimos lo que os queremos enseñar por medio del aparato medianímico, a través de distancias inconmensurables que separan el mundo visible del mundo invisible, el mundo inmaterial del mundo encarnado. Pero, de la misma manera que las influencias atmosféricas a menudo actúan y perturban las transmisiones del telégrafo eléctrico, la influencia moral del médium, algunas veces actúa y perturba la transmisión de nuestros mensajes del Más Allá, porque nos vemos obligados a hacerlos pasar por un ambiente que les es contrario. Sin embargo, esta influencia es frecuentemente anulada por nuestra energía y por nuestra voluntad, y ningún acto perturbador se manifiesta. En efecto, dictados de un alto alcance filosófico y comunicaciones de una perfecta moralidad son a veces transmitidas por médiums poco apropiados para estas enseñanzas superiores, mientras que, por otro lado, comunicaciones poco edificantes también llegan algunas veces a través de médiums que se avergüenzan completamente de haberles servido de intermediarios.

En tesis general, podemos afirmar que los Espíritus se atraen por sus semejanzas, y que raramente los Espíritus de las pléyades elevadas se comunican por malos aparatos intermediarios, cuando tienen a disposición buenos instrumentos medianímicos, en una palabra, buenos médiums.

Los médiums ligeros y poco serios atraen, por lo tanto, a Espíritus de la misma naturaleza; es por esto que sus comunicaciones están impregnadas de banalidades, de frivolidades, de ideas sin sentido y a menudo extremamente heterodoxas, espiríticamente hablando. Ciertamente, a veces ellos pueden decir y dicen cosas buenas; pero, sobre todo en este caso, es necesario hacer un examen severo y escrupuloso, porque –en medio de esas cosas buenas– ciertos Espíritus hipócritas insinúan con habilidad y con calculada perfidia hechos controvertidos y aserciones mentirosas, a fin de engañar la buena fe de sus oyentes. Entonces uno debe quitar, sin consideración, toda palabra o frase equívoca, y no conservar del dictado sino lo que la lógica acepte o lo que la Doctrina haya enseñado ya. Las comunicaciones de esta naturaleza sólo deben temerlas los espíritas aislados, los Grupos recientes o poco esclarecidos, porque en las reuniones donde los adeptos están más adelantados y han adquirido experiencia, por más que el grajo se vista con las plumas del pavo real, será siempre rechazado implacablemente.

No hablaré de los médiums que se complacen en solicitar y en recibir comunicaciones obscenas; dejémoslos que se complazcan en compañía de Espíritus cínicos. Además, las comunicaciones de este orden buscan, de por sí, la soledad y el aislamiento; en todo caso, no despertarán más que el desdén y el disgusto entre los miembros de los Grupos filosóficos y serios. No obstante, la influencia moral del médium se hace realmente sentir cuando éste sustituye con sus ideas personales a las que los Espíritus se esfuerzan por sugerirle; es entonces cuando él saca de su imaginación teorías fantasiosas que, de buena fe, cree que son el resultado de una comunicación intuitiva. En tal caso, entonces, habrá mil posibilidades contra una de que esto sólo sea el reflejo del propio Espíritu del médium; sucede también el hecho curioso de que la mano del médium se mueve a veces casi mecánicamente, impulsada por un Espíritu secundario y burlón. Contra esta piedra de toque se quiebran las pequeñas y ardientes imaginaciones, porque, arrastrados por el ímpetu de sus propias ideas y por los oropeles de sus conocimientos literarios, estos médiums menosprecian la modestia del dictado de un Espíritu sabio y, al dejar escapar la presa para perseguir su sombra, sustituyen eso por una paráfrasis ampulosa. Contra este temible escollo chocan igualmente las personalidades ambiciosas que, a falta de las comunicaciones que los Espíritus buenos les rehúsan, presentan sus propias obras como si fuese la obra de esos mismos Espíritus. He aquí por qué es necesario que los dirigentes de los Grupos Espíritas estén dotados de mucho tacto y de una rara sagacidad para discernir entre las comunicaciones auténticas y las que no lo son, y para no herir a quienes se engañan a sí mismos.

En la duda, abstente, dice uno de vuestros antiguos proverbios; por lo tanto, no admitáis sino aquello que para vosotros sea una evidencia cierta. Cuando surja una opinión nueva, por poco dudosa que os parezca, pasadla por el tamiz de la razón y de la lógica, desechando terminantemente lo que la razón y el buen sentido reprueben; más vale rechazar diez verdades que admitir una sola mentira, una sola teoría falsa. En efecto, porque sobre esta teoría podríais edificar todo un sistema que habría de derrumbarse al primer soplo de la verdad, como un monumento construido sobre arena movediza; mientras que si hoy rechazáis ciertas verdades porque no os son demostradas lógica y claramente, posteriormente un hecho decisivo o una demostración irrefutable vendrá afirmaros su autenticidad.

¡Oh, espíritas!, recordad entretanto que nada es imposible para Dios y para los Espíritus buenos, a no ser la injusticia y la iniquidad.

El Espiritismo se encuentra actualmente bastante difundido entre los hombres, y ha moralizado suficientemente a los adeptos sinceros de su santa Doctrina, de modo que los Espíritus ya no se ven obligados a emplear malas herramientas, es decir, médiums imperfectos. Por lo tanto, si ahora un médium –sea cual fuere– ofrece un motivo legítimo de sospecha, ya sea por su conducta o por sus costumbres, por su orgullo o por su falta de amor y de caridad, rechazad, rechazad sus comunicaciones, porque en ellas hay una serpiente oculta entre la hierba. He aquí mi conclusión sobre la influencia moral de los médiums.

ERASTO

Fenómenos de aportes y otros fenómenos tangibles
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)

Para obtener fenómenos de este orden hace falta, necesariamente, que se disponga de médiums a los que llamaré sensitivos, es decir, dotados en el más alto grado de facultades medianímicas de expansión y de penetrabilidad, porque el sistema nervioso de estos médiums, fácilmente excitable, les permite –a través de ciertas vibraciones– proyectar alrededor de ellos su fluido animalizado con profusión.

Las naturalezas impresionables, las personas cuyos nervios vibran ante el menor sentimiento, ante la más pequeña sensación, y a quienes la influencia moral o física –interna o externa– sensibiliza, son sujetos muy aptos para ser excelentes médiums de efectos físicos de tangibilidad y de aportes. En efecto, el sistema nervioso de dichas personas, casi enteramente desprovisto de la envoltura refractaria que aísla ese sistema en la mayoría de los demás encarnados, las hace aptas para el desarrollo de esos diversos fenómenos. En consecuencia, con un sujeto de esta naturaleza, y cuyas otras facultades no sean hostiles a la mediumnización, se obtendrán más fácilmente los fenómenos de tangibilidad, los golpes en las paredes y en los muebles, los movimientos inteligentes e inclusive la suspensión en el espacio, de la más pesada materia inerte; a fortiori se conseguirán esos resultados si, en lugar de un médium, pudiésemos contar con varios otros, igualmente bien dotados.

Sin embargo, de la producción de estos fenómenos a la obtención del fenómeno de aportes hay una gran distancia, porque en este caso no sólo el trabajo del Espíritu es más complejo, más difícil, sino que además el Espíritu puede únicamente operar por intermedio de un solo aparato mediúmnico, es decir, que varios médiums no pueden contribuir simultáneamente para la producción del mismo fenómeno. Por el contrario, incluso sucede que la presencia de ciertas personas antipáticas al Espíritu que opera, obstaculiza radicalmente su acción. A estos motivos que –como lo veis– no carecen de importancia, agregad que los aportes requieren siempre una mayor concentración y, al mismo tiempo, una mayor difusión de ciertos fluidos, que sólo pueden ser obtenidos con los médiums mejor dotados, con aquellos –en una palabra– cuyo aparato electromedianímico esté en mejores condiciones.

En general, los hechos de aportes son y continuarán siendo excesivamente raros. No preciso demostraros por qué son y serán menos frecuentes que los otros hechos de tangibilidad; vosotros mismos lo deduciréis a partir de lo que os digo. Además, estos fenómenos son de tal naturaleza que no sólo todos los médiums no son aptos para realizarlos, sino que tampoco todos los Espíritus pueden producirlos. En efecto, es necesario que entre el Espíritu y el médium influido exista cierta afinidad, cierta analogía, en una palabra, cierta semejanza que permita que la parte expansible del fluido periespirítico [1] del encarnado se mezcle, se una y se combine con el fluido del Espíritu que quiere producir un aporte. Esta fusión debe ser tal que la fuerza resultante de ella se convierta –por así decirlo– en una, del mismo modo que una corriente eléctrica, al actuar sobre el carbón, produce un solo foco, una única claridad.

¿Por qué esa unión? ¿Por qué esa fusión? –preguntaréis. Es que para la producción de estos fenómenos es necesario que las propiedades esenciales del Espíritu agente sean aumentadas con algunas de las propiedades del sujeto mediumnizado, porque el fluido vital, indispensable para la producción de todos los fenómenos medianímicos, es un atributo exclusivo del encarnado y, por consiguiente, el Espíritu que opera se encuentra obligado a impregnarse del mismo. Sólo entonces puede, por intermedio de ciertas propiedades de vuestro medio circundante –desconocidas para vosotros–, aislar, volver invisibles y hacer que se muevan ciertos objetos materiales, e incluso los propios encarnados.

No me es permitido, por el momento, revelaros esas leyes particulares que rigen a los gases y a los fluidos que os circundan; entretanto, antes de que hayan transcurrido algunos años, antes de que una existencia humana se haya cumplido, la explicación de estas leyes y de estos fenómenos os será revelada, y veréis surgir y producirse una nueva variedad de médiums, que caerán en un estado cataléptico particular cuando sean mediumnizados.

Ya veis de cuántas dificultades se encuentra rodeada la producción de aportes; muy lógicamente podéis deducir que los fenómenos de esta naturaleza son excesivamente raros, sobre todo porque los Espíritus se prestan muy poco a producirlos, pues esto exige por parte de ellos un trabajo casi material, que les causa disgusto y fatiga. Por otro lado –y esto es muy frecuente–, sucede también lo siguiente: a pesar de su energía y de su voluntad, el estado del propio médium opone a los Espíritus una barrera infranqueable.

Por lo tanto, es evidente –y no me cabe duda de que vuestro razonamiento lo confirma– que los hechos tangibles, tales como los golpes, como el movimiento y la suspensión de objetos, son fenómenos simples que se operan mediante la concentración y la dilatación de ciertos fluidos, y que pueden ser provocados y obtenidos por la voluntad y por el trabajo de los médiums que son aptos para ello, cuando éstos son secundados por Espíritus amigos y benévolos; en tanto que los hechos de aportes son múltiples, complejos, exigen el concurso de circunstancias especiales, no pueden operarse sino por un solo Espíritu y un solo médium, y requieren –más allá de lo necesario para la tangibilidad– una combinación muy particular para aislar y volver invisibles al objeto o a los objetos que han de ser aportados.

Espíritas, todos vosotros comprendéis mis explicaciones y os dais perfectamente cuenta de esta concentración de fluidos especiales, para la locomoción y la tactilidad de la materia inerte; creéis en ello, así como creéis en los fenómenos de la electricidad y del magnetismo, con los cuales los hechos medianímicos tienen gran analogía y son –por así decirlo– su consagración y desarrollo. En cuanto a los incrédulos, no tengo que convencerlos, pues no me ocupo de ellos; un día se convencerán por la fuerza de la evidencia, porque será realmente preciso que se inclinen ante el testimonio unánime de los hechos espíritas, como ya se han visto forzados a hacerlo ante tantos otros hechos que al principio habían rechazado.

En resumen: si los hechos de tangibilidad son frecuentes, los hechos de aportes son muy raros, porque las condiciones requeridas para la producción de estos últimos son muy difíciles; por lo tanto, ningún médium puede decir que a tal hora o en tal momento obtendrá un aporte, porque a menudo el propio Espíritu se encuentra impedido en su obra. Debo agregar que estos fenómenos son doblemente difíciles en público, puesto que casi siempre ahí se encuentran elementos enérgicamente refractarios, que paralizan los esfuerzos del Espíritu, y con mayor razón la acción del médium. Al contrario, tened por cierto que estos fenómenos se producen de forma espontánea, lo más frecuentemente con desconocimiento de los médiums, sin premeditación, casi siempre en particular y, en fin, muy raramente cuando éstos se hallan prevenidos. De ahí debéis deducir que hay un motivo legítimo de sospecha todas las veces que un médium se jacta de obtenerlos a voluntad o, dicho de otro modo, de dar órdenes a los Espíritus como si fuesen sus sirvientes, lo que es totalmente absurdo. También tened como regla general que de ninguna manera los fenómenos espíritas se producen para que sean exhibidos como un espectáculo, ni para divertir a los curiosos. Si algunos Espíritus se prestan a este tipo de cosas, esto solamente puede ocurrir con los fenómenos simples y no con los que exigen condiciones excepcionales, como los aportes y otros semejantes.

Espíritas, recordad que si es absurdo rechazar sistemáticamente todos los fenómenos del Más Allá, tampoco es prudente aceptarlos ciegamente. Cuando un fenómeno de tangibilidad, de aparición, de visibilidad o de aporte se manifiesta espontáneamente y de modo instantáneo, aceptadlo; entretanto, no estaría de más repetiros que no aceptéis nada ciegamente. Que cada hecho sea sometido a un examen minucioso, profundo y severo; pues –creedlo– el Espiritismo, tan rico en fenómenos sublimes y grandiosos, no tiene nada que ganar con esas pequeñas manifestaciones, que pueden ser imitadas por hábiles prestidigitadores.

Sé muy bien lo que vosotros me vais a decir: que estos fenómenos son útiles para convencer a los incrédulos; pero sabed que si no hubierais tenido otros medios de convicción, hoy no contaríais ni con la centésima parte de los espíritas que existen. Hablad al corazón: es así que haréis las más serias conversiones. Si para ciertas personas creéis que es útil valerse de hechos materiales, presentadlos al menos en circunstancias tales que no puedan dar lugar a ninguna interpretación falsa y, sobre todo, no salgáis de las condiciones normales de estos hechos, porque si se los presenta en malas condiciones, ofrecen argumentos a los incrédulos en lugar de convencerlos.

ERASTO

[1] Vemos que cuando se trata de expresar una idea nueva, para la cual no hay un vocablo específico en el idioma, los Espíritus saben perfectamente crear neologismos. Esas palabras: electromedianímico, periespirítico, no son nuestras. Los que nos han criticado por haber creado las palabras: espírita, Espiritismo, periespíritu –que no tenían análogas–, podrán también hacer la misma crítica a los Espíritus. [Nota de Allan Kardec.]




Los “animales médiums”
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)

Abordaré hoy la cuestión de la mediumnidad en los animales, planteada y defendida por uno de vuestros más fervorosos adeptos. Él supone, en virtud del axioma: Quien puede lo más, puede lo menos, que nosotros podemos mediumnizar a los pájaros y a otros animales, y servirnos de los mismos en nuestras comunicaciones con la especie humana. Esto es lo que en filosofía –o más bien en lógica– llamáis pura y simplemente un sofisma. «Si vosotros podéis animar –dice él– la materia inerte, es decir, una mesa, una silla, un piano, a fortiori podréis animar la materia ya animada, y particularmente los pájaros». ¡Pues bien! Dentro de las leyes del Espiritismo, esto no es así, ni puede serlo.

Primeramente, entendámonos bien sobre los hechos. ¿Qué es un médium? Es el ser, es el individuo que sirve de lazo de unión a los Espíritus, para que éstos puedan comunicarse con facilidad con los hombres, que son Espíritus encarnados. Por lo tanto, sin un médium no hay comunicaciones tangibles, mentales, escritas, físicas, ni de ninguna otra clase.

Existe un principio que –estoy seguro de ello– es admitido por todos los espíritas: los semejantes actúan con sus semejantes y como sus semejantes. Ahora bien, ¿cuáles son los semejantes de los Espíritus, sino los Espíritus, encarnados o no? ¿Será preciso que os repitamos esto sin cesar? ¡Pues bien! Lo repetiré una vez más: Vuestro periespíritu y el nuestro son extraídos del mismo medio, son de una naturaleza idéntica; en una palabra, son semejantes. Poseen una propiedad de asimilación más o menos desarrollada, de imantación más o menos vigorosa que nos permite –a los Espíritus desencarnados y a los encarnados– ponernos en relación con mucha prontitud y facilidad. En fin, lo que es propio de los médiums, lo que es de la propia esencia de su individualidad, es una afinidad especial y, al mismo tiempo, una fuerza de expansión particular que anulan en ellos toda cualidad refractaria, y establecen –entre ellos y nosotros– una especie de corriente, una especie de fusión que facilita nuestras comunicaciones. Además, es esta cualidad refractaria de la materia que se opone al desarrollo de la mediumnidad en la mayoría de aquellos que no son médiums. He de agregar que es a esta cualidad refractaria que se debe atribuir la particularidad que hace conque ciertos individuos que no son médiums propicien el desarrollo de la medianimidad –por su simple contacto– en médiums principiantes o en médiums casi pasivos, es decir, desprovistos de ciertas cualidades medianímicas.

Los hombres son siempre propensos a exagerarlo todo; unos –no hablo aquí de los materialistas– niegan que los animales tengan alma, y otros quieren darles una, por así decirlo, semejante a la nuestra. ¿Por qué desean confundir así lo perfectible con lo imperfectible? No, no, estad bien convencidos de que el fuego que anima a los irracionales, el soplo que los impulsa a obrar, a moverse y a comunicarse en su propio lenguaje, no tiene en cuanto al presente ninguna aptitud para mezclarse, unirse o fusionarse con el soplo divino, con el alma etérea, en una palabra, con el Espíritu que anima al ser esencialmente perfectible: el hombre, el rey de la Creación. Ahora bien, ¿no es esta condición esencial de perfectibilidad la que constituye la superioridad de la especie humana sobre las otras especies terrestres? ¡Pues bien! Reconoced, por lo tanto, que no se puede asemejar al hombre –único ser perfectible en sí mismo y en sus obras– a ningún ejemplar de las otras especies que viven en la Tierra.

El perro, cuya inteligencia superior entre los animales lo ha convertido en el amigo y comensal del hombre, ¿es perfectible de por sí, por iniciativa propia? Nadie se atrevería a sostener esto, porque el perro no hace progresar al perro; y el mejor adiestrado entre ellos lo ha sido siempre por su dueño. Desde que el mundo es mundo, la nutria construye su madriguera por encima del agua, con las mismas proporciones y siguiendo una regla invariable. Los ruiseñores y las golondrinas jamás construyeron sus nidos de un modo diferente a como lo hicieron sus ascendientes. Un nido de gorriones anterior al diluvio, así como un nido de gorriones de la época moderna, es siempre un nido de gorriones, construido en las mismas condiciones y con el mismo sistema de entrelazamiento de ramitas y de restos recogidos durante la primavera, en la época de reproducción. Las abejas y las hormigas, en sus pequeñas colonias organizadas, nunca variaron en sus hábitos de provisión, en sus procedimientos, en sus costumbres, en sus producciones. En fin, la araña siempre teje su tela de la misma manera.

Por otro lado, si buscáis las chozas y las tiendas de las primeras edades de la Tierra, hallaréis en su lugar los palacios y los castillos de la civilización moderna; los tejidos de oro y de seda reemplazaron a las vestimentas hechas de pieles sin curtir; en fin, a cada paso encontraréis la prueba de esta marcha incesante de la humanidad hacia el progreso.

De este progreso constante, invencible e irrecusable de la especie humana, y de ese estancamiento indefinido de las otras especies animadas, habréis de concluir conmigo que si existen principios que son comunes a todo lo que vive y se mueve en la Tierra –el soplo y la materia–, no es menos cierto que sólo vosotros, Espíritus encarnados, estáis sometidos a esa inevitable ley del progreso que os impulsa fatalmente hacia delante, siempre hacia delante. Dios ha puesto a los animales a vuestro lado como auxiliares, para alimentaros, vestiros y secundaros. Les ha dado una cierta dosis de inteligencia porque, para ayudaros, necesitaban comprender, y les ha otorgado una inteligencia proporcional a los servicios que están llamados a prestar; pero en su sabiduría no ha querido que estuviesen sometidos a la misma ley del progreso. Tal como fueron creados, así se han conservado y se conservarán hasta la extinción de sus especies.

Han dicho que los Espíritus mediumnizan la materia inerte y hacen que se muevan las sillas, las mesas, los pianos; hacen que se muevan, sí, pero mediumnizan, ¡no! Porque –lo decimos una vez más– sin un médium, ninguno de esos fenómenos puede producirse. ¿Qué tiene de extraordinario que, con la ayuda de uno o varios médiums, los Espíritus hagamos mover la materia inerte, pasiva, que justamente en razón de su pasividad y de su inercia es apropiada para recibir los movimientos y los impulsos que deseamos imprimirle? Es indudable que para esto precisamos de médiums, pero no es necesario que el médium esté presente o consciente del hecho, porque nosotros podemos obrar con los elementos que él nos provee, sin saberlo y aunque esté ausente, sobre todo en los fenómenos de tangibilidad y de aportes. Nuestra envoltura fluídica, más imponderable y sutil que el más sutil e imponderable de vuestros gases, uniéndose, ligándose y combinándose con la envoltura fluídica animalizada del médium –cuyas propiedades de expansión y de penetrabilidad escapan a vuestros sentidos groseros, lo que es casi inexplicable para vosotros–, nos permite mover muebles e incluso romperlos dentro de habitaciones donde no haya personas.

Ciertamente los Espíritus pueden hacerse visibles y tangibles para los animales, y a menudo ese súbito pavor que se apodera de éstos –y que os parece sin motivo– es causado por la vista de uno o de varios Espíritus mal intencionados para con los individuos presentes o para con los dueños de dichos animales. Muy frecuentemente os encontráis con caballos que no quieren avanzar ni retroceder, o que se encabritan ante un obstáculo imaginario. ¡Pues bien!, tened por cierto que el obstáculo imaginario es a menudo un Espíritu o un grupo de Espíritus que se complacen en impedir que los animales avancen. Recordad la burra de Balaam que, al ver delante de ella a un ángel y temerosa de su espada flamígera, se obstinaba en no moverse; es que antes de manifestarse visiblemente a Balaam, el ángel había querido hacerse visible solamente para el animal. Pero, lo repito: nosotros no mediumnizamos directamente ni a los animales ni a la materia inerte; necesitamos siempre del concurso consciente o inconsciente de un médium humano, porque nos hace falta la unión de fluidos similares, lo que no encontramos ni en los animales, ni en la materia bruta.

El Sr. Thiry dice que ha magnetizado a su perro; ¿qué resultado ha obtenido? Lo ha matado, porque el pobre animal murió tras haber caído en una especie de atonía, de languidez, consecuencia de la magnetización. En efecto, al saturarlo de un fluido tomado de una esencia superior a la esencia especial de su naturaleza, lo aniquiló, porque actuó sobre el animal a semejanza de un rayo, aunque más lentamente. Por lo tanto, como no es posible ninguna asimilación entre nuestro periespíritu y la envoltura fluídica de los animales propiamente dichos, los aniquilaríamos instantáneamente al mediumnizarlos.

Dicho esto, reconozco perfectamente que en los animales existen aptitudes diversas; que en ellos se desarrollan ciertos sentimientos y ciertas pasiones, idénticos a las pasiones y a los sentimientos humanos; que son sensibles y agradecidos, o vengativos y agresivos, conforme se los trate bien o mal. Es que Dios –que no hace nada incompleto– ha dado a los animales, que son compañeros o servidores del hombre, las cualidades de sociabilidad que faltan completamente en los animales salvajes que habitan en lugares despoblados.

En resumen, los hechos mediúmnicos no pueden manifestarse sin el concurso consciente o inconsciente del médium, y sólo entre los encarnados –que son Espíritus como nosotros– podemos encontrar a los que pueden servirnos de médiums. En cuanto a adiestrar perros, pájaros u otros animales, para que hagan tales o cuales ejercicios, es un asunto vuestro y no nuestro.

ERASTO


Nota – A propósito de la discusión que tuvo lugar en la Sociedad acerca de la mediumnidad en los animales, el Sr. Allan Kardec dijo que él observó muy atentamente las experiencias que fueron realizadas en estos últimos tiempos en pájaros, a los cuales se atribuía la facultad mediúmnica, y agregó que él reconoció ahí –de la manera más incontestable– los procedimientos de la prestidigitación, es decir, de cartas marcadas, usadas con mucha destreza para engañar a los espectadores que, sin examinar el fondo, se contentan con la apariencia. En efecto, esos pájaros hacen cosas que ni el hombre más inteligente, ni el sonámbulo más lúcido podrían hacer, de donde se deduciría que los mismos poseen facultades intelectuales superiores al hombre, lo que es contrario a las leyes de la Naturaleza. Lo que es más sorprendente en esas experiencias es el arte, la paciencia que fue necesario tener para adiestrar a esos animales, a fin de volverlos dóciles y atentos. Para obtener tales resultados, ciertamente fue preciso estar en contacto con naturalezas flexibles, pero esto, en definitiva, sólo puede suceder con animales adiestrados, en los cuales hay más hábito que combinaciones; y la prueba de eso es que si dejan de adiestrarlos por algún tiempo, pierden rápidamente lo que aprendieron. El atractivo de esas experiencias, como el de todas las prestidigitaciones, está en el secreto de los procedimientos; una vez conocido el proceder, ellas pierden toda su atracción. Fue lo que ocurrió cuando los saltimbanquis quisieron imitar la lucidez sonambúlica por el pretenso fenómeno al que llamaban doble vista; allí no podía haber ilusión para quien conociese las condiciones normales del sonambulismo. Sucede lo mismo con la pretensa mediumnidad en los pájaros, de la cual todo observador experimentado se da cuenta fácilmente.


Pueblos: ¡haced silencio!
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos; médium: Sra. de Cazemajoux)

I

¿Hacia dónde corren esos niños vestidos de blanco? La alegría ilumina sus corazones. Ese grupo juguetón va a divertirse en las praderas verdes, donde recogerán muchas flores y perseguirán al brillante insecto que se nutre en sus cálices. Despreocupados y dichosos, ellos no ven más allá del horizonte azul que los rodea; su caída será terrible si no os apresuráis en preparar sus corazones para las enseñanzas espíritas.

Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!

II

Aquéllos se han vuelto grandes y fuertes; la belleza viril de unos, la gracia y el abandono de otras hacen revivir en el corazón de sus padres los dulces recuerdos de una época ya distante; pero la sonrisa que iba a florecer en sus labios marchitados desaparece, para dar lugar a sombrías preocupaciones. Es que también ellos bebieron a grandes tragos en la copa encantada de las ilusiones de la juventud, y el veneno sutil debilitó su sangre, les quitó las fuerzas, envejeció sus rostros, les arrugó la frente, y por eso querían impedir que sus hijos probasen esa copa envenenada. ¡Hermanos! El Espiritismo será el antídoto que debe preservar la nueva generación de sus devastaciones mortales.

Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!

III

Aquéllos han llegado a la edad de la virilidad; se han vuelto hombres. Son serios y graves, pero no son felices; sus corazones están hastiados y no tienen más que una fibra sensible: la de la ambición. Usan toda su fuerza y energía en adquirir bienes terrenales. Para ellos no hay felicidad sin los títulos, los honores y la fortuna. ¡Insensatos! De un instante a otro el ángel de la liberación viene a buscaros y seréis forzados a abandonar todas esas quimeras; sois exiliados a quienes Dios puede llamar a la madre patria a cualquier momento. No construyáis palacios ni monumentos; una tienda, ropa y pan: he aquí lo necesario. Contentaos con esto y ofreced lo superfluo a vuestros hermanos que carecen de abrigo, de ropa y de pan. El Espiritismo viene a deciros que los verdaderos tesoros que debéis adquirir son el amor a Dios y al prójimo; ellos os harán ricos para la eternidad.

Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!

IV

Aquéllos están con sus frentes inclinadas al borde del sepulcro; tienen miedo y gustarían levantar la cabeza, pero el tiempo arqueó sus hombros, dejó rígidos sus nervios y sus músculos y no pueden mirar hacia lo alto. ¡Ah, de cuántas angustias son acometidos! En lo más profundo del alma rememoran su vida inútil y a menudo criminal; el remordimiento los corroe como un buitre hambriento; es que, frecuentemente, en el curso de esta existencia transcurrida en la indiferencia, negaron a su Dios que, al borde de la tumba, les aparece como un vengador inexorable. No temáis, hermanos, y orad. Si Dios, en su justicia, os pune, tendrá en cuenta vuestro arrepentimiento, porque el Espiritismo viene a deciros que la eternidad de las penas no existe y que renacéis para purificaros y expiar. Así, vosotros que estáis cansados del exilio en la Tierra, haced todos los esfuerzos para mejoraros, a fin de no volver más a la misma.

Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!

BYRON

Jean-Jacques Rousseau
(Médium: Sra. de Costel)

Nota – La médium estaba ocupada con cosas ajenas al Espiritismo; se disponía a escribir acerca de asuntos personales, cuando una fuerza invisible la impulsó a escribir el siguiente texto, a pesar de su deseo de proseguir el trabajo comenzado. Es lo que explica el inicio de la comunicación: «Heme aquí, aunque no me llames. Vengo a hablarte de cosas ajenas a tus preocupaciones. Soy el Espíritu Jean-Jacques Rousseau. Desde hace tiempo que esperaba la ocasión de comunicarme contigo. Por lo tanto, escucha.

«Pienso que el Espiritismo es todo un estudio filosófico de las causas secretas de los movimientos interiores del alma, poco o nada definidos hasta aquí. Él explica, más aún de lo que descubre, nuevos horizontes. La reencarnación y las pruebas enfrentadas antes de llegar al fin supremo, no son revelaciones, sino una confirmación importante. Estoy conmovido con las verdades que ese medio saca a la luz. Digo intencionalmente medio, porque –a mi entender– el Espiritismo es una palanca que elimina las barreras de la ceguera. La preocupación con las cuestiones morales está enteramente por desarrollarse. Se discute la política que mueve los intereses generales; se discuten los intereses privados; se apasionan por el ataque o por la defensa de personalidades; los sistemas tienen sus partidarios y sus detractores, pero las verdades morales, que son el pan del alma, el pan de la vida, son olvidadas en el polvo acumulado de los siglos. Todos los perfeccionamientos son útiles a los ojos de la multitud, excepto los del alma; su educación, su elevación son quimeras, a lo sumo buenas para deleitar a los sacerdotes, a los poetas, a las mujeres, ya sea como moda o como enseñanza.

«Si el Espiritismo resucita al Espiritualismo, devolverá a la sociedad el impulso que a unos da la dignidad interior, a otros la resignación y a todos la necesidad de elevarse hacia el Ser supremo, olvidado y menospreciado por sus ingratas criaturas.»

J.-J. ROUSSEAU

La controversia
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)

¡Oh, Dios! Mi Señor, Padre mío y Creador, dignaos dar aún a vuestro siervo un poco de aquella elocuencia humana que llevaba la convicción al corazón de los Hermanos que venían a instruirse, alrededor de la cátedra sagrada, acerca de las verdades que les habíais enseñado. Dios, al enviar a sus Espíritus para enseñaros vuestros verdaderos deberes para con Él y para con vuestros hermanos, quiere sobre todo que la caridad sea vuestro móvil en todas vuestras acciones, y vuestros hermanos que quieren hacer renacer esos días de luto están en la senda del orgullo. Ese tiempo está lejos de vosotros, y que Dios sea eternamente bendito por haber permitido que los hombres cesaran para siempre esas disputas religiosas, que nunca han producido ningún bien y han causado tanto mal. ¿Por qué querer discutir los textos evangélicos que ya habéis comentado de tantas maneras? Esos diversos comentarios han tenido lugar cuando no teníais al Espiritismo para esclareceros, y Él os dice: La moral evangélica es la mejor; seguidla. Pero si en el fondo de vuestra conciencia una voz os grita: Para mí hay tal o cual punto oscuro, y no puedo permitirme pensar diferentemente de mis otros hermanos –¡ Elohim, hermano mío!–, dejad a un lado lo que os perturba; amad a Dios y la caridad, y estaréis en la buena senda. ¿Para qué ha servido el fruto de mis largas vigilias cuando yo vivía en vuestro mundo? Para nada. Muchos no han leído mis escritos, que no eran dictados por la caridad y que han atraído persecuciones para mis hermanos. La controversia es siempre animada por un sentimiento de intolerancia, que puede degenerar en ofensa, y la terquedad que cada uno pone en sostener sus pretensiones hace conque se vuelva distante la época en la cual la gran familia humana, reconociendo sus errores pasados, respetará todas las creencias y no afilará el puñal que cortó esos lazos fraternos. Y para daros un ejemplo de lo que os digo, abrid el Evangelio y encontraréis estas palabras: «Yo soy la Verdad y la Vida; el que cree en mí, vivirá». Muchos de vosotros condenan a los que no siguen la religión que posee enseñanzas del Verbo encarnado; sin embargo, muchos están sentados a la derecha del Señor, porque, en la rectitud de sus corazones, lo adoraron y amaron; porque respetaron las creencias de sus hermanos y clamaron al Señor cuando vieron que los pueblos se despedazaban entre sí en las luchas de religión; porque no estaban aptos para encontrar el verdadero sentido de las palabras del Cristo y porque no eran más que instrumentos ciegos de sus sacerdotes o de sus ministros.

Dios mío, yo que vivía en esos tiempos en que los tempestuosos corazones se agitaban contra los hermanos de una creencia opuesta, si hubiese sido más tolerante; si en mis escritos no hubiera condenado su manera de interpretar el Evangelio, ellos serían hoy menos irritados contra sus hermanos católicos, y todos habrían dado un paso mayor hacia la fraternidad universal. Pero los protestantes, los judíos, todas las religiones más o menos importantes tienen sus sabios y sus doctores, y cuando el Espiritismo –más difundido– sea estudiado de buena fe por esos hombres instruidos, ellos vendrán, como lo han hecho los católicos, a esclarecer a sus hermanos y a calmar sus escrúpulos religiosos. Por lo tanto, dejad que Dios prosiga la obra de la reforma moral que debe elevaros hacia Él, todos en el mismo grado, y no os rebeléis contra las enseñanzas de los Espíritus que Él os envía.

BOSSUET

El pauperismo
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)

Es en vano que los filántropos de vuestra Tierra sueñan con cosas que jamás verán realizarse. Recordad estas palabras del Cristo: «Porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros», y sabed que Sus palabras son palabras de verdad. Amigo mío, ahora que conocéis el Espiritismo, ¿no consideráis justa y equitativa esa desigualdad de condiciones que os causaba gran aversión, murmurando contra ese Dios que no había hecho a todos los hombres ricos y felices? ¡Pues bien! Ahora que pensáis que Dios hizo todo bien, y que sabéis que la pobreza es una punición o una prueba, buscad aliviarla, pero no recurráis a utopías para hacer que los infelices sueñen con una igualdad imposible. Por cierto que, a través de una sabia organización social, se pueden aliviar muchos sufrimientos, y es esto que se debe buscar; pero pretender que los mismos desaparezcan totalmente de la faz de la Tierra es una idea quimérica; siendo la Tierra un lugar de expiación, habrá siempre pobres que expíen en esa prueba el abuso que hicieron de los bienes, de los cuales Dios los había hecho dispensadores, y que nunca conocieron la dulzura de hacer el bien a sus hermanos. Atesoraron moneda por moneda para acumular riquezas inútiles, para sí mismos y para los otros, y se enriquecieron con lo que hubieron despojado de la viuda y del huérfano. ¡Oh, aquéllos son muy culpables, y su egoísmo tendrá terribles consecuencias!

Sin embargo, guardaos de ver a todos los pobres como culpables en punición; si la pobreza es para algunos una severa expiación, para otros es una prueba que debe abrirles más rápidamente el santuario de los elegidos. Sí, siempre habrá pobres y ricos, para que unos tengan el mérito de la resignación, y otros el de la caridad y de la devoción. Que seáis ricos o pobres, estáis en un terreno resbaladizo que os puede despeñar en el abismo, de cuyo borde únicamente vuestras virtudes pueden protegeros.

Cuando digo que siempre habrá pobres en la Tierra, quiero decir que, mientras haya vicios que originen las expiaciones de los Espíritus perversos, Dios los enviará para que se reencarnen en la misma, para su propio castigo y el de los encarnados. Mereced, por vuestras virtudes, que Dios solamente os envíe Espíritus buenos, y de un infierno haréis un paraíso terrestre.

ADOLFO, obispo de Argel.

La concordia
(Comunicación enviada por el Sr. Rodolphe, de Mulhouse)

Amigos míos, sed unidos: la unión hace la fuerza. Abolid de vuestras reuniones todo espíritu de discordia, todo espíritu de celos. No envidiéis las comunicaciones que recibe tal o cual médium; cada uno las recibe según la disposición de su Espíritu y la perfección de sus órganos. Nunca os olvidéis que sois hermanos y que esta fraternidad no es ilusoria: es una fraternidad real, porque aquel que ha sido vuestro hermano en otra existencia puede encontrarse entre vosotros, haciendo parte de otra familia.

Por lo tanto, sed unidos en espíritu y en corazón; tened la misma comunión de pensamientos. Sed dignos de vosotros mismos, de la Doctrina que profesáis y de las enseñanzas que fuisteis llamados a difundir.

Sed, pues, conciliadores en vuestras opiniones; que las mismas no sean absolutas. Buscad esclareceros unos a los otros. Estad a la altura de vuestro apostolado y dad al mundo el ejemplo de la buena armonía.

Sed el ejemplo vivo de la fraternidad humana y mostrad hasta dónde pueden llegar los hombres sinceramente consagrados a la propagación de la moral.

Al no tener sino un objetivo, debéis tener un solo y mismo pensamiento: el de poner en práctica lo que enseñáis. Por lo tanto, que vuestra divisa sea: ¡Unión, Concordia, Paz y Fraternidad!

MARDOQUEO

La aurora de los nuevos días
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)

Heme aquí, yo, que no evocáis, pero que estoy deseosa de ser útil –a mi turno– a una Sociedad cuyo objetivo es tan serio como el vuestro. Os hablaré de política. No os asustéis: sé a qué límites debo atenerme. La situación actual de Europa ofrece el más llamativo aspecto para el observador: en ninguna época –no exceptúo ni aun el fin del último siglo, que operó una ruptura tan grande en los prejuicios y en los abusos que oprimían al Espíritu humano– el movimiento intelectual se hizo sentir más audaz y más franco. Digo franco porque el espíritu europeo marcha hacia la verdad. La libertad no es más un fantasma sangriento, sino la bella y gran diosa de la prosperidad pública. En la propia Alemania, en esa Alemania que yo he descripto con tanto amor, el soplo ardiente de la época abate las últimas fortalezas de los prejuicios. Sed felices, vosotros que vivís en semejante momento; pero aún más felices serán vuestros descendientes, porque se acerca la hora anunciada por el Precursor; veis que el horizonte empieza a clarear, pero, como antiguamente los hebreos, permaneceréis en el umbral de la Tierra Prometida y no veréis despuntar el sol radiante de los nuevos días.

STAËL

ALLAN KARDEC