Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

Volver al menú
Escasez de médiums

Aunque haya sido publicado hace poco tiempo, El Libro de los Médiums ya ha suscitado, en varias localidades, el deseo de formar reuniones espíritas íntimas, según los consejos que hemos dado. Nos escriben, entretanto, diciéndonos que paran ante la escasez de médiums; es por eso que nosotros creemos un deber dar algunos consejos sobre los medios de suplir esto.

Un médium, y sobre todo un buen médium, es indiscutiblemente uno de los elementos esenciales en toda sesión que se ocupa de Espiritismo; pero sería un error si se creyera que, en su ausencia, no hay nada que hacer sino cruzar los brazos o suspender la sesión. De ninguna manera compartimos la opinión de una persona que comparaba una sesión espírita sin médiums a un concierto sin músicos. En nuestra opinión, existe una comparación mucho más justa: la del Instituto y de todas las sociedades científicas que saben usar su tiempo sin tener constantemente delante de ellos los medios de experimentación. Uno va a un concierto para escuchar música; por lo tanto, es evidente que si los músicos estuvieren ausentes, el objetivo no es alcanzado. Pero a una reunión espírita uno va, o al menos debería ir, para instruirse; la cuestión es saber si se puede hacer la reunión sin el médium. Seguramente, para aquellos que van a esas especies de reuniones con el único objetivo de ver efectos, el médium será tan indispensable como el músico en un concierto; pero para los que buscan ante todo la instrucción, para aquellos que quieren profundizar las diversas partes de la ciencia espírita, en ausencia del instrumento de experimentación, ellos tienen más de un medio para suplirlo: es lo que nosotros vamos a tratar de explicar.

Inicialmente diremos que si los médiums son comunes, los buenos médiums –en la verdadera acepción de la palabra– son raros. La experiencia prueba a cada día que no es suficiente poseer la facultad medianímica para obtener buenas comunicaciones; por lo tanto, es preferible prescindir de un instrumento que tener uno defectuoso. Por cierto que para aquellos que en las comunicaciones buscan más el hecho que la calidad, que asisten a las mismas más por distracción que por esclarecimiento, la selección del médium es completamente indiferente, siendo que el que produzca mayor efecto será el más interesante para ellos. Pero nosotros hablamos de los que tienen un objetivo más serio y que ven más lejos: es a éstos a quienes nos dirigimos, porque estamos seguros de que nos comprenden.

Por otro lado, los mejores médiums están sujetos a intermitencias más o menos largas, durante las cuales hay suspensión total o parcial de la facultad medianímica, sin hablar de las numerosas causas accidentales que pueden privarnos momentáneamente de su concurso. También agreguemos que los médiums completamente flexibles –aquellos que se prestan a todos los géneros de comunicaciones– son aún más raros; ellos tienen generalmente aptitudes especiales, de las cuales es importante no desviarlos. Por lo tanto, se ve que si no hubieren reemplazantes, uno puede quedar desprevenido cuando menos se lo espera, y sería penoso que en semejante caso uno fuese obligado a interrumpir sus trabajos.

La enseñanza fundamental que se viene a buscar en las reuniones espíritas serias es indudablemente dada por los Espíritus; pero ¿qué frutos sacaría un alumno de las lecciones dadas por el más hábil profesor si, por su parte, no trabajara ni meditase sobre aquello que ha escuchado? ¿Qué progreso haría su inteligencia si constantemente tuviera a su lado al maestro para hacerle la tarea y ahorrarle el esfuerzo de pensar? En las asambleas espiritistas, los Espíritus desempeñan dos papeles: unos son profesores que desarrollan los principios de la ciencia espírita, esclarecen los puntos dudosos y enseñan principalmente las leyes de la verdadera moral; otros son objeto de observación y de estudio, que sirven de aplicación. Después que ha sido dada la lección, su tarea está terminada y la nuestra comienza: la de trabajar en aquello que nos ha sido enseñado, a fin de comprender y aprender mejor su sentido y su alcance. Es para darnos la oportunidad de hacer nuestro deber –permítasenos esta expresión clásica– que los Espíritus suspenden algunas veces sus comunicaciones. Ellos consienten en instruirnos, pero con una condición: la de que nosotros los secundemos a través de nuestros esfuerzos. Se cansan de repetir incesante e inútilmente lo mismo. Ellos nos advierten; si no se los escucha, se retiran, a fin de dar tiempo para reflexionar.

Ante la ausencia de médiums, una reunión que se propone algo más que ver el movimiento de un lápiz, tiene mil y un medios de usar el tiempo de una manera provechosa. Sumariamente, nos limitamos a indicar algunos de los mismos:

1º) Releer y comentar las antiguas comunicaciones, cuyo estudio cada vez más minucioso hará apreciar mejor su valor.

Si se objeta que esto sería una ocupación fastidiosa y monótona, diríamos que uno nunca se cansa de escuchar un lindo fragmento de música o una bella poesía; que después de haber escuchado un elocuente sermón, gustaríamos de poder leerlo con toda tranquilidad; que ciertas obras son leídas veinte veces, porque cada vez descubrimos en las mismas algo nuevo. Aquel que solamente es tocado por las palabras, se fastidia al oír lo mismo dos veces, aunque eso sea sublime; siempre siente necesidad de cosas nuevas para despertar su interés o, más bien, para divertirse. Aquel que comprende, tiene un sentido más: es tocado por las ideas más que por las palabras; es por eso que gusta escuchar más lo que se dirige a su Espíritu, sin detenerse en lo que le llega al oído.

2º) Narrar hechos de los que se tiene conocimiento, debatirlos, comentarlos y explicarlos a través de las leyes de la ciencia espírita; examinar la posibilidad o la imposibilidad de los mismos; ver lo que ellos tienen de probable o de exagerado; poner a un lado lo que sea imaginación, superstición, etc.

3º) Leer, comentar y desarrollar cada artículo de El Libro de los Espíritus, de El Libro de los Médiums, así como de todas las otras obras sobre el Espiritismo.

Esperamos que nos disculpen por citar aquí nuestras propias obras, lo que es muy natural, ya que han sido escritas para eso; además, es sólo una indicación de nuestra parte y no una recomendación expresa; aquellos a los que las mismas no les convengan, están perfectamente libres para dejarlas a un lado. Lejos de nosotros la pretensión de creer que otros no las puedan hacer tan buenas o mejores; apenas creemos que, hasta el momento, la ciencia espírita está allí encarada de un modo más completo que en muchas otras, y que nuestras obras responden a un mayor número de cuestiones y de objeciones. Es por esta razón que las recomendamos; en cuanto a su mérito intrínseco, solamente el futuro será su gran juez.

Daremos un día un Catálogo Razonado de obras que, directa o indirectamente, han tratado de la ciencia espírita en la Antigüedad y en los tiempos modernos –en Francia o en el extranjero– entre los autores sagrados y los profanos, cuando hayamos podido reunir los elementos necesarios. Este trabajo es naturalmente de largo curso, y quedaremos muy reconocidos a las personas que tengan a bien facilitárnoslo al suministrarnos documentos e indicaciones.

4º) Discutir los diferentes sistemas de interpretación de los fenómenos espíritas.

Al respecto, recomendamos la obra del Sr. de Mirville y la del Sr. Louis Figuier, que son las más importantes. La primera es rica en hechos del más alto interés, obtenidos en fuentes auténticas. Sin embargo, la conclusión del autor es cuestionable, porque en todas partes solamente ve demonios. Es verdad que las circunstancias se le presentaron de acuerdo con sus gustos, al ponerle ante los ojos lo que mejor podía ayudarlo, mientras que le ocultaba los innumerables hechos que la propia religión considera como obra de los ángeles y de los santos.

La Historia de lo Maravilloso en los tiempos modernos, por el Sr. Figuier, es interesante desde otro punto de vista. Allí también se encuentran hechos narrados de forma extensa y minuciosa –no se sabe muy bien por qué–, pero que valen la pena conocerlos. En cuanto a los fenómenos espíritas propiamente dichos, éstos ocupan la parte menos considerable de los cuatro volúmenes. Mientras que el Sr. de Mirville explica todo a través del diablo –así como otros lo explican todo a través de los ángeles–, el Sr. Figuier, que no cree en diablos ni en ángeles, ni en Espíritus buenos o malos, supone explicarlo todo a través del organismo humano. El Sr. Figuier es un erudito: escribe seriamente y se apoya en el testimonio de algunos eruditos; su libro puede ser considerado como la última palabra de la Ciencia oficial sobre el Espiritismo, y esta palabra es: La negación de todo principio inteligente fuera de la materia. Lamentamos que la Ciencia sea puesta al servicio de una causa tan triste, aunque ella no sea responsable por eso, ya que la misma nos devela sin cesar las maravillas de la Creación y escribe el nombre de Dios en cada hoja y en el ala de cada insecto; los culpables son aquellos que, en su nombre, se esfuerzan en persuadir que después de la muerte no hay más esperanza.

Por este libro, los espíritas verán entonces a qué se reducen esos rayos terribles que deberían aniquilar sus creencias; aquellos que podrían haberse estremecido por el temor a un revés, se fortalecerán ante la pobreza de argumentos que son presentados y ante las innumerables contradicciones que resultan de la ignorancia y de la falta de observación de los hechos. Bajo este aspecto, esta lectura les puede ser útil, aunque sólo fuese para poder hablar con más conocimiento de causa, de lo que lo hace el autor en lo que atañe al Espiritismo, que niega sin haberlo estudiado, por el solo motivo de negar todo poder extrahumano. El contagio de semejantes ideas no es de temer, porque ellas llevan en sí mismas su antídoto: el rechazo instintivo del hombre por la nada. Prohibir un libro es probar que lo tememos. Sugerimos que se lea el del Sr. Figuier.

Si la pobreza de argumentos contra el Espiritismo es evidente en los trabajos serios, su nulidad es absoluta en las diatribas y en los artículos difamatorios, donde la rabia impotente se pone al descubierto a través de la grosería, de la injuria y de la calumnia. Leer en las reuniones serias semejantes escritos sería darles demasiada importancia; no hay nada que refutar ni discutir en los mismos, por consecuencia, nada que aprender; hay que dejarlos a un lado.

Por lo tanto, se observa que independientemente de las instrucciones dadas por los Espíritus, existe una amplia materia para un trabajo útil; agregamos incluso que extraeremos de ese trabajo numerosos elementos de estudio, a fin de indagar a los Espíritus las cuestiones que inevitablemente habrán de suscitarse. Pero si, en caso de necesidad, se puede suplir la ausencia momentánea de médiums, no se debe cometer el error de inferir que se pueda prescindir indefinidamente de ellos; es preciso, pues, no descuidar nada, a fin de conseguirlos. Lo mejor, para una reunión, es ir a buscarlos en su propio medio; y si se consiente en remitirse a lo que hemos dicho sobre el tema en nuestra reciente obra publicada, páginas 306 y 307, se verá que el medio es más fácil de lo que se piensa.