Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Cuestiones y problemas diversos

El Sr. Jobard, de Bruselas, nos dirige la siguiente carta, así como las respuestas que él ha obtenido a diversas preguntas.

«Mi querido Presidente:

«Al estar Bruselas tan lejos de París, como la Luna del Sol, los rayos del Espiritismo aún no la han calentado; entretanto, Nicolás B..., habiéndome dedicado dos días, nos indicó un médium intuitivo escribiente de primera calidad, que a cada día nos sorprende, tanto que él mismo se ha admirado con los magníficos dictados que le han sido dados por el Espíritu Tertuliano, el cual desea que él escriba un libro explicativo del cuadro de la creación de los mundos, desde el caos hasta Dios. Yo se lo he leído ayer al gran pintor Wiertz, que lo ha comprendido y que quiere dedicarle una pintura de 100 pies. No me atrevo a enviaros esos sublimes dictados antes que os hayáis asegurado de la identidad del personaje. Solamente adjunto dos o tres fragmentos que acabo de extraer de los borradores medianímicos que conservo cuidadosamente.

«Nosotros llamamos Cabanis al materialista, que es tan infeliz como vuestro ateo y como todos los otros quebradores de lápices. Llamad, pues, a Henri Mondeux, para saber las varias existencias como matemático que él debe haber vivido. Todo el mundo quiere que sea descubierto Jud, el asesino del Sr. Poinsot. La rendición de Gaeta nos ha sido anunciada con ocho días de antelación. Yo también tengo la orden de escribir un libro, pero no sé por dónde comenzar, no siendo y ni pudiendo volverme un médium psicógrafo, bajo el pretexto de que esto no es más necesario. Vuestro discurso de Lyon es admirable; se lo he leído a los humanimales más avanzados de nuestra Luna; ¡ay!, casi no los hay por aquí. ¿Cuándo podré ir a vivificarme con vuestro Sol? Adiós, querido maestro.»
JOBARD


«Preg. Los magos, los sabios, los grandes filósofos y los profetas antiguos, ¿no eran médiums? –Resp. Evidentemente, sí; el lazo que los unía a las inteligencias superiores actuaba sobre ellos y les inspiraba pensamientos nobles, sin hablar de su propia superioridad, que les permitía emitir apreciaciones más exactas. Ellos transmitían a los Espíritus encarnados ideas que parecían profecías, porque las profecías no son más que comunicaciones que provienen de grandes Espíritus; y como éstos poseen una parte de los atributos divinos, las ideas enunciadas tenían un carácter de adivinación, y forzosamente se han realizado en los tiempos y en las épocas indicadas.

«Preg. La mediumnidad ¿es, pues, un favor para aquellos que la poseen? –Resp. El verdadero médium, que no hace de ese don sublime una profesión, debe evidentemente volverse mejor. ¿Cómo no podría serlo, cuando a cada instante puede recibir impresiones tan favorables a su progreso en la senda del bien? Las ideas filosóficas que emite, no sólo por su propio Espíritu, sino también y sobre todo por nosotros, son rectificadas en aquello en que su inteligencia, demasiado débil, podría comprender mal y enunciar mal.

«Nota del Sr. Jobard – De estas respuestas, llenas de lógica, se deduce que al multiplicarse los buenos médiums, la raza humana ha de mejorarse a través de ellos, lo que terminará por traer, en un dado momento, el reino de Dios a la Tierra.

«Preg. En las estadísticas del crimen, se observa que los obreros que trabajan con el hierro, allí raramente figuran; ¿tendría el hierro alguna influencia sobre ellos? –Resp. Sí, porque en ese trabajo manual de transformación de la materia, hay algo que debe elevar al Espíritu, aún menos dotado; una influencia magnética actúa sobre él. El hierro es el padre de todos los minerales: es el más útil al hombre y representa para él la vida de todos los días, mientras que los metales que llamáis ricos representan para los Espíritus de bajo nivel la fuente de la satisfacción de todas las pasiones humanas; son los instrumentos del Espíritu del mal.

«Preg. Entonces, ¿todos los metales pueden transformarse unos en los otros, como pretenden ciertos sabios? –Resp. Sí, pero esta transformación sólo se hará con el tiempo.

«Preg. ¿Y el diamante? –Resp. Es el carbono desprendido de la fuente que lo produjo en estado gaseoso, y que se cristalizó bajo presiones que no podéis apreciar. Pero no me hagáis más preguntas como éstas; no puedo responderlas.»
TERTULIANO


«Nota del Sr. Jobard – Generalmente los Espíritus se rehúsan a responder a las preguntas que podrían hacer la fortuna de un hombre sin trabajo; cabe a éste buscar, porque esas investigaciones hacen parte de las pruebas que debe sufrir en la penitenciaría que debemos atravesar. Es probable que los Espíritus no sepan más que nosotros sobre los descubrimientos que hay que hacer; como nosotros, ellos pueden presentirlos; pueden guiarnos en nuestras investigaciones, pero no nos pueden evitar el placer o el trabajo de investigar. Cuando creemos tener una solución, no por eso es menos agradable obtener su aprobación, que podemos considerar una confirmación.»

Nota – Sobre el asunto de la observación anterior, véanse El Libro de los Espíritus, cuestión Nº 532 y siguientes; El Libro de los Médiums, capítulo: De las evocacionesPreguntas que se pueden dirigir a los Espíritus, Nº 78 y siguientes.

Nota del Sr. Allan Kardec – La carta de nuestro honorable compañero es anterior a la publicación del número del mes de marzo de la Revista, en el cual hemos insertado un artículo sobre el Sr. Poinsot. En cuanto a Henri Mondeux, se han dado diversas explicaciones en la Sociedad, pero las circunstancias todavía no han permitido completar su evocación, motivo por el cual aún no hemos conversado con él. Sobre el pedido que nos hace el Sr. Jobard para asegurarnos de la identidad del Espíritu que se ha comunicado con el nombre de Tertuliano, le respondemos en tiempo lo que al respecto hemos dicho en El Libro de los Médiums. No podría haber allí pruebas materiales de la identidad del Espíritu de personajes antiguos; sobre todo, cuando se trata de una enseñanza superior, generalmente el nombre no es más que un medio de fijar las ideas, ya que entre los Espíritus que vienen a instruirnos, el número de aquellos que son desconocidos en la Tierra es indiscutiblemente mayor. El nombre es más bien una señal de analogía que una señal de identidad, debiéndosele dar solamente una importancia secundaria. Lo que es necesario considerar, ante todo, es la bondad y la racionalidad de la enseñanza; si no desmiente en nada el carácter del Espíritu cuyo nombre lleva, si está a su altura, es lo esencial. Si es inferior, debe sospecharse de su origen, porque un Espíritu puede hacer mejor, pero no peor que cuando estaba encarnado, teniendo en cuenta de que puede ganar, pero no perder lo que había adquirido. Las respuestas anteriores, consideradas desde este punto de vista, nos parecen que pueden ser atribuidas a Tertuliano, de donde sacamos en conclusión de que puede ser él, sin poder afirmarlo, o un Espíritu de su categoría, que tomó ese nombre para indicar el nivel que ocupa.

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Las preguntas y las respuestas siguientes nos han sido dirigidas por uno de nuestros corresponsales en San Petersburgo.

«1. Yo quisiera comprender cuál puede ser el destino de la belleza en el Universo; ¿no será un escollo que sirve de prueba? –Resp. Se cree en todo lo que se espera; se espera todo lo que se ama; se ama todo lo que es bello. Por consiguiente, la belleza contribuye para fortalecer la fe. Si suele volverse una tentación, de modo alguno es por causa de la belleza en sí, que es un atributo de las obras de Dios, sino por causa de las pasiones que, semejantes a las Arpías, mancillan todo lo que tocan.

«2. ¿Y qué diréis del amor? –Resp. Es un beneficio de Dios, cuando germina y se desarrolla en un corazón no corrompido, casto y puro; es una calamidad cuando las pasiones se mezclan con él. Tanto eleva y depura en el primer caso, como perturba y agita en el segundo. Es siempre la misma ley admirable del Eterno: belleza, amor, memoria de otra existencia, talentos que traéis al nacer; todos los dones del Creador pueden volverse venenos con el soplo envenenado de las pasiones que el libre albedrío puede contener o desarrollar.

«3. Solicito a un Espíritu bueno que consienta en esclarecerme sobre las preguntas que voy a dirigirle con respecto a los hechos relatados en la página 223 y siguientes de El Libro de los Médiums, acerca de la transfiguración. –Resp. Preguntad.

«4. Si en el aumento del volumen y del peso de la jovencita de los alrededores de Saint-Étienne, el fenómeno se producía por el espesamiento de su periespíritu, combinado con el periespíritu de su hermano, ¿cómo es que los ojos de ella, que debían haber quedado en el mismo lugar, podían ver a través de la espesa capa de un nuevo cuerpo que se formaba delante de ellos? –Resp. Como ven los sonámbulos que tienen los párpados cerrados: a través de los ojos del alma.

«5. En el fenómeno citado, el cuerpo aumentó; al final del capítulo VIII dice que es probable que si la transfiguración hubiese tomado el aspecto de un niño, el peso habría disminuido proporcionalmente. Yo no puedo darme cuenta, según la teoría de la irradiación y de la transfiguración del periespíritu, de que éste pueda volverse menor que un cuerpo sólido; me parece que este último debería sobrepasar los dos periespíritus combinados. –Resp. Así como el cuerpo puede volverse invisible por la voluntad de un Espíritu superior, el de la jovencita se vuelve invisible por una fuerza independiente a su voluntad; al mismo tiempo, al combinarse su periespíritu con el periespíritu del niño, puede formar –y, en efecto, forma– la imagen de ese niño. La teoría del cambio del peso específico os es conocida.

«6. El Espiritismo, después de haber disipado una a una mis dudas y después de haber fortalecido mi fe en su base, me deja una cuestión no resuelta; he aquí cuál es: ¿cómo los Espíritus nuevos que Dios crea, y que un día están destinados a volverse Espíritus puros, después de haber pasado por el tamiz de una multitud de existencias y de pruebas, salen tan imperfectos de las manos del Creador –que es la fuente de toda perfección– y no se mejoran gradualmente sino al alejarse de su origen? –Resp. Este misterio es uno de aquellos que el Eterno no nos permite penetrar, antes que nosotros –Espíritus errantes o encarnados– hayamos alcanzado la perfección que nos está reservada, gracias a la bondad divina, perfección que nuevamente nos aproximará de nuestro origen y cerrará el círculo de la eternidad.»

Observación – Nuestro corresponsal no nos ha dicho qué Espíritu le ha respondido, pero la sabiduría de sus respuestas prueba que no es un Espíritu vulgar: he aquí lo esencial, porque –como se sabe– el nombre importa poco. No tenemos nada que decir sobre las primeras respuestas, que concuerdan en todos los puntos con lo que nos ha sido enseñado, lo que prueba que la teoría que hemos dado acerca de los fenómenos espíritas no es producto de nuestra imaginación, puesto que ha sido dada por otros Espíritus, en tiempos y en lugares diferentes, y fuera de nuestra influencia personal. Solamente la última respuesta no resuelve la cuestión propuesta; vamos a intentar completarla. Digamos primeramente que la solución puede deducirse fácilmente de lo que está dicho, con algunos desarrollos, en El Libro de los Espíritus, sobre la Progresión de los Espíritus, cuestión Nº 114 y siguientes. Tendremos pocas cosas que agregar. Los Espíritus salen simples e ignorantes de las manos del Creador, pero no son buenos ni malos; de lo contrario, desde su origen, Dios tendría destinado a unos al bien y a la felicidad, y a otros al mal y a la desdicha, lo que no estaría de acuerdo con Su bondad ni con Su justicia. Los Espíritus, en el momento de su creación, son imperfectos desde el punto de vista del desarrollo intelectual y moral, como el niño al nacer, como el germen que está contenido en la semilla del árbol; pero no son malos por naturaleza. Al mismo tiempo, en ellos se desarrolla la razón, el libre albedrío, en virtud del cual unos eligen el buen camino y otros el malo, haciendo que unos lleguen al objetivo antes que otros; pero todos, sin excepción, deben pasar por las vicisitudes de la vida corporal, para adquirir experiencia y tener el mérito de la lucha. Ahora bien, en esta lucha unos triunfan y otros sucumben, pero los vencidos pueden siempre levantarse y reparar sus faltas.

Esta cuestión suscita otra más grave, que a menudo nos ha sido planteada: Dios, que sabe todo, el pasado, el presente y el futuro, debe saber que tal Espíritu seguirá el mal camino, que sucumbirá y que será infeliz; en este caso, ¿por qué lo creó?

Sí, por cierto, Dios sabe perfectamente la línea que seguirá un Espíritu, pues de otro modo no tendría el soberano conocimiento. Si el mal camino en el cual entra el Espíritu debiese fatalmente conducirlo a una eternidad absoluta de las penas y de los sufrimientos; si, porque hubiese fallado, le fuera negado para siempre rehabilitarse, la objeción anterior tendría una fuerza de lógica indiscutible, y tal vez ahí esté el más poderoso argumento contra el dogma de los suplicios eternos; porque, en este caso, es imposible salir del dilema: o Dios no conoce el destino reservado a su criatura y entonces no tiene el soberano conocimiento o, si lo conoce, la creó para ser eternamente infeliz y, entonces, no tiene la bondad soberana. Con la Doctrina Espírita, todo está en perfecta concordancia y no hay más contradicción: Dios sabe que un Espíritu ha de entrar en el mal camino; Él conoce todos los peligros de los cuales el camino está repleto, pero también sabe que salirá de los mismos y que apenas tendrá un atraso. Y en su bondad, para facilitarlo, multiplica en su camino las advertencias saludables, de las cuales no siempre infelizmente él las aprovecha. Es la historia de dos viajeros que quieren llegar a un bello país, donde vivirán felices; uno sabe evitar los obstáculos, las tentaciones que lo harían parar en el camino; el otro, por su imprudencia, se choca contra esos mismos obstáculos, tiene caídas que lo atrasan, pero a su turno llegará. Si, por el camino, personas caritativas lo advierten de los peligros que corre y si, por presunción, no las escucha, será más reprensible por esto.

El dogma de la eternidad absoluta de las penas es refutado severamente de todos los lados, no sólo por la enseñanza de los Espíritus, sino por la simple lógica del buen sentido. Sostenerlo es ignorar los atributos más esenciales de la Divinidad; es contradecirse a sí mismo, afirmando de un lado lo que se niega del otro; él cae, y las filas de sus partidarios se esclarecen a cada día, de tal manera que, si es absolutamente necesario creer en ese dogma para ser católico, en poco tiempo no habrá más verdaderos católicos, así como hoy no los habría si la Iglesia hubiese persistido en hacer del movimiento del Sol y de los seis días de la Creación un artículo de fe. Persistir en una tesis que la razón rechaza, es asestar un golpe fatal en la religión y dar armas al materialismo. Al contrario, el Espiritismo viene a reavivar el sentimiento religioso que se doblega ante los golpes ejecutados por la incredulidad, dando sobre las cuestiones del futuro una solución, que la razón más severa puede admitir; dejarlo a un lado, es rechazar el ancla de salvación.