Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Los pobres y los ricos
(Sociedad Espírita de Lyon)

Nota – Aunque los espíritas de Lyon estén diseminados en varios Grupos, que se reúnen separadamente, nosotros los consideramos como formando una única Sociedad, que designamos con el nombre general de Sociedad Espírita de Lyon. Las dos comunicaciones siguientes han sido obtenidas en nuestra presencia.

Los celos son el compañero del orgullo y de la envidia; os llevan a desear todo lo que los otros poseen, sin daros cuenta que al envidiar su posición estaréis pedindo que os den de regalo una víbora, que alimentaríais en vuestro seno. Siempre tenéis envidia y celos de los ricos; vuestra ambición y vuestro egoísmo os llevan a estar sedientos del oro de los otros. «Si yo fuese rico –decís– haría de mis bienes un uso muy diferente del que veo que hace tal o cual persona». Y si tuvierais ese oro, ¿sabéis si no haríais con él un uso aún peor? A esto respondéis: «Aquel que está al abrigo de las necesidades cotidianas de la vida tiene sufrimientos muy pequeños comparados a los míos». ¿Qué sabéis al respecto? Aprended que el rico no es más que un administrador de Dios; si hace un mal uso de su fortuna, se le pedirá cuentas severas. Esta fortuna que Dios le da y de la cual saca provecho en la Tierra, es su punición, su prueba, su expiación. ¡Cuántos tormentos se permite el rico para conservar ese oro, al que tanto se apega! Y cuando llega su hora final, cuando necesita rendir cuentas y comprende que esa hora suprema le revela casi siempre toda la conducta que debería haber tenido, ¡cómo tiembla, cómo tiene miedo! Es que comienza a entender que ha fallado en su misión, que ha sido un administrador infiel y que sus cuentas serán objetadas. Los pobres trabajadores, al contrario, que han sufrido toda la vida, sujetados al yunque o al arado, ven llegar la muerte –esa liberación de todos los males– con reconocimiento, sobre todo si han soportado sus miserias con resignación y sin murmurar. Creedme, amigos míos: si os fuese permitido ver la ruda picota a la cual la fortuna sujeta a los ricos, vosotros, que tenéis buen corazón, porque habéis pasado por todos los tamices del infortunio, diríais con el Cristo, cuando vuestro amor propio fuese herido por el lujo de los opulentos de la Tierra: «Dios mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen»; y dormiríais en vuestra dura almohada, agregando: «¡¡¡Bendíceme, Dios mío, y que se haga vuestra voluntad!!!»

EL ESPÍRITU PROTECTOR DEL MÉDIUM