Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

Volver al menú
Los “animales médiums”
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)

Abordaré hoy la cuestión de la mediumnidad en los animales, planteada y defendida por uno de vuestros más fervorosos adeptos. Él supone, en virtud del axioma: Quien puede lo más, puede lo menos, que nosotros podemos mediumnizar a los pájaros y a otros animales, y servirnos de los mismos en nuestras comunicaciones con la especie humana. Esto es lo que en filosofía –o más bien en lógica– llamáis pura y simplemente un sofisma. «Si vosotros podéis animar –dice él– la materia inerte, es decir, una mesa, una silla, un piano, a fortiori podréis animar la materia ya animada, y particularmente los pájaros». ¡Pues bien! Dentro de las leyes del Espiritismo, esto no es así, ni puede serlo.

Primeramente, entendámonos bien sobre los hechos. ¿Qué es un médium? Es el ser, es el individuo que sirve de lazo de unión a los Espíritus, para que éstos puedan comunicarse con facilidad con los hombres, que son Espíritus encarnados. Por lo tanto, sin un médium no hay comunicaciones tangibles, mentales, escritas, físicas, ni de ninguna otra clase.

Existe un principio que –estoy seguro de ello– es admitido por todos los espíritas: los semejantes actúan con sus semejantes y como sus semejantes. Ahora bien, ¿cuáles son los semejantes de los Espíritus, sino los Espíritus, encarnados o no? ¿Será preciso que os repitamos esto sin cesar? ¡Pues bien! Lo repetiré una vez más: Vuestro periespíritu y el nuestro son extraídos del mismo medio, son de una naturaleza idéntica; en una palabra, son semejantes. Poseen una propiedad de asimilación más o menos desarrollada, de imantación más o menos vigorosa que nos permite –a los Espíritus desencarnados y a los encarnados– ponernos en relación con mucha prontitud y facilidad. En fin, lo que es propio de los médiums, lo que es de la propia esencia de su individualidad, es una afinidad especial y, al mismo tiempo, una fuerza de expansión particular que anulan en ellos toda cualidad refractaria, y establecen –entre ellos y nosotros– una especie de corriente, una especie de fusión que facilita nuestras comunicaciones. Además, es esta cualidad refractaria de la materia que se opone al desarrollo de la mediumnidad en la mayoría de aquellos que no son médiums. He de agregar que es a esta cualidad refractaria que se debe atribuir la particularidad que hace conque ciertos individuos que no son médiums propicien el desarrollo de la medianimidad –por su simple contacto– en médiums principiantes o en médiums casi pasivos, es decir, desprovistos de ciertas cualidades medianímicas.

Los hombres son siempre propensos a exagerarlo todo; unos –no hablo aquí de los materialistas– niegan que los animales tengan alma, y otros quieren darles una, por así decirlo, semejante a la nuestra. ¿Por qué desean confundir así lo perfectible con lo imperfectible? No, no, estad bien convencidos de que el fuego que anima a los irracionales, el soplo que los impulsa a obrar, a moverse y a comunicarse en su propio lenguaje, no tiene en cuanto al presente ninguna aptitud para mezclarse, unirse o fusionarse con el soplo divino, con el alma etérea, en una palabra, con el Espíritu que anima al ser esencialmente perfectible: el hombre, el rey de la Creación. Ahora bien, ¿no es esta condición esencial de perfectibilidad la que constituye la superioridad de la especie humana sobre las otras especies terrestres? ¡Pues bien! Reconoced, por lo tanto, que no se puede asemejar al hombre –único ser perfectible en sí mismo y en sus obras– a ningún ejemplar de las otras especies que viven en la Tierra.

El perro, cuya inteligencia superior entre los animales lo ha convertido en el amigo y comensal del hombre, ¿es perfectible de por sí, por iniciativa propia? Nadie se atrevería a sostener esto, porque el perro no hace progresar al perro; y el mejor adiestrado entre ellos lo ha sido siempre por su dueño. Desde que el mundo es mundo, la nutria construye su madriguera por encima del agua, con las mismas proporciones y siguiendo una regla invariable. Los ruiseñores y las golondrinas jamás construyeron sus nidos de un modo diferente a como lo hicieron sus ascendientes. Un nido de gorriones anterior al diluvio, así como un nido de gorriones de la época moderna, es siempre un nido de gorriones, construido en las mismas condiciones y con el mismo sistema de entrelazamiento de ramitas y de restos recogidos durante la primavera, en la época de reproducción. Las abejas y las hormigas, en sus pequeñas colonias organizadas, nunca variaron en sus hábitos de provisión, en sus procedimientos, en sus costumbres, en sus producciones. En fin, la araña siempre teje su tela de la misma manera.

Por otro lado, si buscáis las chozas y las tiendas de las primeras edades de la Tierra, hallaréis en su lugar los palacios y los castillos de la civilización moderna; los tejidos de oro y de seda reemplazaron a las vestimentas hechas de pieles sin curtir; en fin, a cada paso encontraréis la prueba de esta marcha incesante de la humanidad hacia el progreso.

De este progreso constante, invencible e irrecusable de la especie humana, y de ese estancamiento indefinido de las otras especies animadas, habréis de concluir conmigo que si existen principios que son comunes a todo lo que vive y se mueve en la Tierra –el soplo y la materia–, no es menos cierto que sólo vosotros, Espíritus encarnados, estáis sometidos a esa inevitable ley del progreso que os impulsa fatalmente hacia delante, siempre hacia delante. Dios ha puesto a los animales a vuestro lado como auxiliares, para alimentaros, vestiros y secundaros. Les ha dado una cierta dosis de inteligencia porque, para ayudaros, necesitaban comprender, y les ha otorgado una inteligencia proporcional a los servicios que están llamados a prestar; pero en su sabiduría no ha querido que estuviesen sometidos a la misma ley del progreso. Tal como fueron creados, así se han conservado y se conservarán hasta la extinción de sus especies.

Han dicho que los Espíritus mediumnizan la materia inerte y hacen que se muevan las sillas, las mesas, los pianos; hacen que se muevan, sí, pero mediumnizan, ¡no! Porque –lo decimos una vez más– sin un médium, ninguno de esos fenómenos puede producirse. ¿Qué tiene de extraordinario que, con la ayuda de uno o varios médiums, los Espíritus hagamos mover la materia inerte, pasiva, que justamente en razón de su pasividad y de su inercia es apropiada para recibir los movimientos y los impulsos que deseamos imprimirle? Es indudable que para esto precisamos de médiums, pero no es necesario que el médium esté presente o consciente del hecho, porque nosotros podemos obrar con los elementos que él nos provee, sin saberlo y aunque esté ausente, sobre todo en los fenómenos de tangibilidad y de aportes. Nuestra envoltura fluídica, más imponderable y sutil que el más sutil e imponderable de vuestros gases, uniéndose, ligándose y combinándose con la envoltura fluídica animalizada del médium –cuyas propiedades de expansión y de penetrabilidad escapan a vuestros sentidos groseros, lo que es casi inexplicable para vosotros–, nos permite mover muebles e incluso romperlos dentro de habitaciones donde no haya personas.

Ciertamente los Espíritus pueden hacerse visibles y tangibles para los animales, y a menudo ese súbito pavor que se apodera de éstos –y que os parece sin motivo– es causado por la vista de uno o de varios Espíritus mal intencionados para con los individuos presentes o para con los dueños de dichos animales. Muy frecuentemente os encontráis con caballos que no quieren avanzar ni retroceder, o que se encabritan ante un obstáculo imaginario. ¡Pues bien!, tened por cierto que el obstáculo imaginario es a menudo un Espíritu o un grupo de Espíritus que se complacen en impedir que los animales avancen. Recordad la burra de Balaam que, al ver delante de ella a un ángel y temerosa de su espada flamígera, se obstinaba en no moverse; es que antes de manifestarse visiblemente a Balaam, el ángel había querido hacerse visible solamente para el animal. Pero, lo repito: nosotros no mediumnizamos directamente ni a los animales ni a la materia inerte; necesitamos siempre del concurso consciente o inconsciente de un médium humano, porque nos hace falta la unión de fluidos similares, lo que no encontramos ni en los animales, ni en la materia bruta.

El Sr. Thiry dice que ha magnetizado a su perro; ¿qué resultado ha obtenido? Lo ha matado, porque el pobre animal murió tras haber caído en una especie de atonía, de languidez, consecuencia de la magnetización. En efecto, al saturarlo de un fluido tomado de una esencia superior a la esencia especial de su naturaleza, lo aniquiló, porque actuó sobre el animal a semejanza de un rayo, aunque más lentamente. Por lo tanto, como no es posible ninguna asimilación entre nuestro periespíritu y la envoltura fluídica de los animales propiamente dichos, los aniquilaríamos instantáneamente al mediumnizarlos.

Dicho esto, reconozco perfectamente que en los animales existen aptitudes diversas; que en ellos se desarrollan ciertos sentimientos y ciertas pasiones, idénticos a las pasiones y a los sentimientos humanos; que son sensibles y agradecidos, o vengativos y agresivos, conforme se los trate bien o mal. Es que Dios –que no hace nada incompleto– ha dado a los animales, que son compañeros o servidores del hombre, las cualidades de sociabilidad que faltan completamente en los animales salvajes que habitan en lugares despoblados.

En resumen, los hechos mediúmnicos no pueden manifestarse sin el concurso consciente o inconsciente del médium, y sólo entre los encarnados –que son Espíritus como nosotros– podemos encontrar a los que pueden servirnos de médiums. En cuanto a adiestrar perros, pájaros u otros animales, para que hagan tales o cuales ejercicios, es un asunto vuestro y no nuestro.

ERASTO


Nota – A propósito de la discusión que tuvo lugar en la Sociedad acerca de la mediumnidad en los animales, el Sr. Allan Kardec dijo que él observó muy atentamente las experiencias que fueron realizadas en estos últimos tiempos en pájaros, a los cuales se atribuía la facultad mediúmnica, y agregó que él reconoció ahí –de la manera más incontestable– los procedimientos de la prestidigitación, es decir, de cartas marcadas, usadas con mucha destreza para engañar a los espectadores que, sin examinar el fondo, se contentan con la apariencia. En efecto, esos pájaros hacen cosas que ni el hombre más inteligente, ni el sonámbulo más lúcido podrían hacer, de donde se deduciría que los mismos poseen facultades intelectuales superiores al hombre, lo que es contrario a las leyes de la Naturaleza. Lo que es más sorprendente en esas experiencias es el arte, la paciencia que fue necesario tener para adiestrar a esos animales, a fin de volverlos dóciles y atentos. Para obtener tales resultados, ciertamente fue preciso estar en contacto con naturalezas flexibles, pero esto, en definitiva, sólo puede suceder con animales adiestrados, en los cuales hay más hábito que combinaciones; y la prueba de eso es que si dejan de adiestrarlos por algún tiempo, pierden rápidamente lo que aprendieron. El atractivo de esas experiencias, como el de todas las prestidigitaciones, está en el secreto de los procedimientos; una vez conocido el proceder, ellas pierden toda su atracción. Fue lo que ocurrió cuando los saltimbanquis quisieron imitar la lucidez sonambúlica por el pretenso fenómeno al que llamaban doble vista; allí no podía haber ilusión para quien conociese las condiciones normales del sonambulismo. Sucede lo mismo con la pretensa mediumnidad en los pájaros, de la cual todo observador experimentado se da cuenta fácilmente.