Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Channing
Discurso sobre la vida futura

Predicado por Channing en el domingo de Pascua de 1834, después de la muerte de un amigo

Varias veces hemos reproducido en esta Revista, los dictados espontáneos del Espíritu Channing, que no desmienten en nada la superioridad de su carácter y de su inteligencia. Ciertamente nuestros lectores han de apreciar que les demos una idea de las opiniones que él profesaba cuando estaba encarnado, por los siguientes fragmentos de uno de sus discursos, cuya traducción debemos a la cortesía de uno de nuestros suscriptores. Como ese nombre es poco conocido en Francia, nosotros precederemos su discurso con una corta noticia biográfica. William Ellery Channing nació en 1780, en Newport, Rhode Island, Estado de Nueva York. Su abuelo, William Ellery, firmó la famosa Declaración de la Independencia de los Estados Unidos. Channing estudió en la Universidad de Harvard y siguió la profesión de médico; pero sus gustos y aptitudes lo llevaron hacia la carrera religiosa, y en 1803 se convirtió en ministro de la Iglesia unitaria de Boston. Desde entonces, permaneció siempre en esta ciudad, profesando la doctrina de los Unitarios, secta protestante que cuenta con numerosos seguidores de la alta sociedad, en Inglaterra y en América. Se hizo notar por su visión amplia y liberal. Por su elocuencia notable, sus obras numerosas y por la profundidad de sus conceptos filosóficos, es contado entre los hombres más prominentes de los Estados Unidos. Adepto declarado de la paz y del progreso, predicó incansablemente contra la esclavitud y trabó contra ésta una guerra tan encarnizada que, para muchos liberales, este exceso de celo –que perjudicaba su popularidad– parecía a veces inoportuno. Su nombre fue autoridad entre los contrarios a la esclavitud. Falleció en Boston en 1842, a la edad de 62 años. Gannett lo sucedió como jefe de la secta de los Unitarios.
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«Para la masa de los hombres, el cielo es casi siempre un mundo de fantasía al que le falta sustancia; la idea de un mundo en el cual existan seres sin cuerpo grosero, Espíritus puros o revestidos de cuerpos espirituales o etéreos les parece pura ficción; aquello que no se puede ver ni tocar no les parece real. Esto es triste, pero no sorprendente, porque ¿cómo es posible que hombres inmersos en la materia y en sus intereses, que de ningún modo cultivan el conocimiento del alma y sus capacidades espirituales, puedan comprender una vida espiritual más elevada? La multitud considera como un soñador visionario al que habla claramente y con alegría de la vida futura y del triunfo del Espíritu sobre la descomposición corpórea. Ese escepticismo sobre las cosas espirituales y celestiales es tan irracional y poco filosófico como degradante. (...)

«¡Y qué poco racional es imaginar que no hay otros mundos más que éste, ningún otro modo de existencia más elevada que la nuestra! ¿Quién es aquel que, al recorrer con la mirada esta Creación inmensa, puede dudar de que no hay seres superiores a nosotros, o ver algo irracional en concebir al Espíritu en un estado menos circunscripto, con menos dificultades que en la Tierra, en otras palabras, que hay un mundo espiritual? (...)

«(...) Aquellos que partieron hacia un otro mundo, todavía deben tener el más profundo interés por éste; sus lazos con los que aquí dejaron se depuran, pero no se disuelven. Si el estado futuro es una mejoría sobre el estado presente; si hay que fortalecer la inteligencia y ensanchar el amor, la memoria –fuerza fundamental de la inteligencia– debe actuar sobre el pasado con mayor energía, y todos los afectos benevolentes que aquí conservamos deben recibir una actividad nueva. Admitir que la vida terrestre se borre del Espíritu, sería destruir su utilidad; sería romper la relación entre los dos mundos y subvertir la responsabilidad, porque ¿cómo la recompensa y el castigo alcanzarían una existencia olvidada? No; es necesario que llevemos el presente con nosotros, cualquiera que sea nuestro futuro, feliz o infeliz. Es cierto que los buenos formarán lazos nuevos más puros, más fuertes; pero bajo la influencia expansiva de ese mundo mejor, el corazón tendrá una capacidad bastante grande para retener los lazos antiguos, mientras forma los nuevos; se recordará con ternura de su lugar de nacimiento, mientras goza de una existencia más madura y más feliz. Si yo pudiese suponer que aquellos que partieron mueren para los que quedan, yo los honraría y amaría menos. El hombre que, al dejarlos, olvida a los suyos, parece desprovisto de los mejores sentimientos de nuestra naturaleza; y si, en su nueva patria, los justos debiesen olvidar a sus padres en la Tierra, si debiesen cesar de interceder por ellos al aproximarse a Dios, ¿podríamos considerar que ese cambio les ha sido provechoso?

«Habría que preguntarse si aquellos que son llevados al Cielo, no sólo recuerdan con interés a los que dejaron en la Tierra, sino también si tienen un conocimiento presente e inmediato. No conozco ninguna razón para creer que ese conocimiento no exista. Estamos habituados a considerar el Cielo como alejado de nosotros, pero no hay nada que lo pruebe. El Cielo es la unión, la sociedad de seres espirituales superiores; ¿no pueden esos seres llenar el Universo, trasladando así el Cielo a todas partes? ¿Es probable que tales seres estén circunscriptos, como nosotros, por límites materiales? Milton ha dicho:

"Millions of spiritual beings walk the earth
Both when we wake and when we sleep".

“Millones de seres espirituales recorren la Tierra, ya sea
cuando estamos despiertos, como cuando estamos dormidos”.

«Un sentido nuevo, una visión nueva podría mostrarnos que el mundo espiritual nos rodea de todos los lados. Pero incluso suponed que el Cielo esté alejado de nosotros; no por eso sus habitantes dejan de estar menos presentes y nosotros visibles para ellos; entretanto, ¿qué entendemos por presencia? ¿No estoy presente para aquellos de entre vosotros que mi brazo no puede alcanzar, pero que yo veo claramente? ¿No está plenamente de acuerdo con nuestro conocimiento de la naturaleza suponer que los que están en el Cielo, sea cual fuere el lugar de su residencia, puedan tener sentidos y órganos espirituales, por medio de los cuales pueden ver lo que está distante, tan fácilmente como nosotros distinguimos lo que está cerca? Nuestros ojos perciben sin dificultad a los planetas a millones de leguas de distancia y, con la ayuda de la Ciencia, podemos reconocer hasta las desigualdades de su superficie. Podemos incluso concebir un órgano visual bastante sensible o un instrumento lo suficientemente poderoso como para permitir distinguir, de nuestro globo, los habitantes de esos mundos distantes; por consiguiente, ¿por qué los que han entrado en su fase de existencia más elevada, que están revestidos de cuerpos espiritualizados, no podrían contemplar nuestra Tierra, tan fácilmente como cuando era su morada?

«Esto puede ser verdad; pero si lo aceptamos así, no abusamos de eso, porque podría abusarse de ello. No pensemos en los muertos como si nos contemplasen con un amor parcial terreno; ellos nos aman más que nunca, pero con un afecto espiritual depurado. Tienen por nosotros apenas un deseo: que nos volvamos dignos de reunirnos con ellos en su morada de beneficencia y de piedad. Su visión espiritual penetra nuestras almas; si pudiéramos escuchar su voz, no sería una declaración de apego personal, sino un llamado vivificante a mayores esfuerzos, a una abnegación más firme, a una caridad más amplia, a una paciencia más humilde, a una obediencia más filial a la voluntad de Dios. Ellos respiran la atmósfera de la beneficencia divina y ahora su misión es más elevada de lo que era aquí.

«Me diréis que si nuestros muertos conocen los males que nos afligen, ¿el sufrimiento debe existir en esa vida bendita? Respondo que no puedo considerar al Cielo sino como un mundo de simpatías. Me parece que nada puede atraer mejor las miradas de sus habitantes benevolentes que la visión de la miseria de sus hermanos; pero esta simpatía, si hace nacer la tristeza, está lejos de volver infelices a los que la sienten. Aquí en el mundo, la compasión desinteresada, unida al poder de aliviar el sufrimiento, es una garantía de paz que frecuentemente proporciona los más puros gozos. Libres de nuestras enfermedades presentes, y esclarecidos por las visiones más amplias de la perfección del Gobierno Divino, esta simpatía agregará más encanto a las virtudes de los seres benditos y, como cualquier otra fuente de perfección, no hará más que aumentar su felicidad. (...)

«(...) Nuestros amigos, que nos dejan por ese otro mundo, de ningún modo se encuentran en medio de desconocidos; no tienen ese sentimiento desolador de haber cambiado su patria por una tierra extraña. Las palabras más tiernas de amistad humana no se aproximan a las expresiones de felicidad que los esperan cuando lleguen a esa morada. Allá, el Espíritu tiene medios más seguros de revelarse que aquí; el recién llegado se siente y se ve cercado de virtudes y de bondad, y por esa visión íntima de los Espíritus simpáticos que los rodean, lazos más fuertes que los que fueron establecidos a través de los años en la Tierra pueden crearse en un momento. Los afectos más íntimos en la Tierra son fríos comparados con los afectos de los Espíritus. ¿De qué manera se comunican ellos? ¿En qué lengua y por medio de qué órganos? Lo ignoramos, pero sabemos que el Espíritu, al progresar, debe adquirir mayor facilidad para transmitir su pensamiento.

«Sería un error creer que los habitantes del Cielo se limiten a la comunicación recíproca de sus ideas; al contrario, los que alcanzan ese mundo entran en un nuevo estado de actividad, de vida y de esfuerzos. Somos llevados a pensar que el estado futuro sea tan feliz, que allí nadie necesite de ayuda, que el esfuerzo cese, que los buenos no tengan otra cosa que hacer sino gozar. Sin embargo, la verdad es que toda acción en la Tierra –incluso la más intensa– no es sino un juego infantil, comparado con la actividad y con la energía de esa vida más elevada. Y debe ser así, porque no hay principio más activo que la inteligencia, la beneficencia, el amor a la verdad, la sed de perfección, la solidaridad para con los sufrimientos y la devoción a la Obra Divina, que son los principios expansivos de la vida en el Más Allá. Es entonces que el alma tiene conciencia de sus capacidades; que la verdad infinita se desdobla ante nosotros; que se siente que el Universo es una esfera ilimitada para el descubrimiento, para la Ciencia, para la benevolencia y para la adoración. Esos nuevos objetivos de la vida, que reducen a nada los intereses actuales, se desdoblan constantemente. Por lo tanto, no se debe pensar que el Cielo está compuesto de una comunidad estacionaria. Yo pienso que es como un mundo de estupendos planes y esfuerzos para su propio desenvolvimiento. Lo considero como una sociedad que atraviesa sucesivas fases de desarrollo, de virtudes, de conocimientos, de poder, a través de la energía de sus propios miembros.

«El genio celestial está siempre activo en explorar las grandes leyes de la Creación, y los principios eternos del Espíritu para revelar lo bello en el orden del Universo y descubrir los medios de adelanto para cada alma; allá, como aquí, hay inteligencias de diversos grados, y los Espíritus más evolucionados encuentran la felicidad y el progreso al elevar a los más atrasados. Allá, progresa siempre el trabajo de educación iniciado en la Tierra, y una filosofía más divina que la que ha sido enseñada entre nosotros revela al Espíritu en su propia esencia, estimulándolo a felices esfuerzos para su propia perfección.

«El Cielo está en relación con otros mundos; sus habitantes son los mensajeros de Dios en toda la Creación; ellos tienen grandes misiones que cumplir y, para el progreso de su existencia sin fin, Él puede confiarles el cuidado de otros mundos. (...)»

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Este discurso fue pronunciado en 1834; en esa época aún no era planteada, de forma alguna, la cuestión de las manifestaciones de los Espíritus en América; por lo tanto, Channing no tenía conocimiento de las mismas; de otro modo, hubiera afirmado lo que en ciertos puntos admitió como hipótesis; pero ¿no es notable ver a este hombre presentir con tanta precisión aquello que debía ser revelado algunos años más tarde? Porque, salvo pocas excepciones, su descripción de la vida futura concuerda perfectamente; sólo le falta la reencarnación y, aún así, si examinamos de cerca, observaremos que se aproxima de la misma, como lo hace con las manifestaciones sobre las cuales calla porque no las conocía. En efecto, admite el mundo invisible a nuestro alrededor, en medio de nosotros, lleno de solicitud hacia nosotros, ayudándonos a progresar; de ahí a las comunicaciones directas no hay más que un paso. Admite en el mundo celestial, no la contemplación perpetua, sino la actividad y el progreso; admite la pluralidad de los mundos corpóreos, más o menos avanzados; si hubiese dicho que los Espíritus podían realizar su progreso pasando por esos diferentes mundos, tendríamos ahí la reencarnación. Sin ésta, la idea de esos mundos progresivos es incluso inconciliable con la de la creación de las almas en el momento del nacimiento de los cuerpos, a menos que se admita que las almas han sido creadas más o menos perfectas; pero entonces sería necesario justificar esa preferencia. ¿No es más lógico decir que si las almas de un mundo son más adelantadas que las de otro, es porque ya vivieron en mundos inferiores? Lo mismo se puede decir de los habitantes de la Tierra, comparados entre sí, desde el salvaje hasta el hombre civilizado. Sea como fuere, preguntamos si tal descripción de la vida del Más Allá, por sus deducciones lógicas, accesibles a las inteligencias más comunes y aceptables por la razón más severa, no es cien veces más apropiada para producir la convicción y la confianza en el futuro, que el horrendo e inadmisible cuadro de torturas sin fin, tomadas del Tártaro del paganismo. Los que propagan estas creencias no imaginan el número de incrédulos que las mismas producen, ni de los reclutas que proporcionan a la falange de los materialistas.

Observemos que Milton, citado en este discurso, emite sobre el mundo invisible una opinión acorde con la de Channing, que es también la de los espíritas modernos. Es que Milton, como Channing, y como tantos otros hombres eminentes, eran espíritas por intuición; es por eso que no dejamos de decir que el Espiritismo no es una invención moderna; Él es de todos los tiempos, porque hubo almas en todos los tiempos, y en todos los tiempos la masa de los hombres creyó en el alma. Así, se encuentran trazos de estas ideas en una multitud de escritores antiguos y modernos, sagrados y profanos. Esta intuición de las ideas espíritas es tan general, que todos los días vemos a una multitud de personas que, al escuchar hablar por primera vez de las mismas, de ningún modo se sorprenden: solamente les faltaba una forma para su creencia.