Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Henri Murger

Nota – En una sesión espírita íntima, que tenía lugar en casa de uno de nuestros compañeros de la Sociedad, el 6 de febrero de 1861, el médium escribió espontáneamente lo siguiente:

Cuanto mayor es el espacio de los Cielos, mayor es la atmósfera, más bellas son las flores, más dulces son los frutos, y las aspiraciones son alcanzadas inclusive más allá de la ilusión. ¡Salve, nueva patria! ¡Salve, nueva morada! ¡Salve, felicidad, amor! ¡Cómo es pálida nuestra corta estación en la Tierra, y cómo debe sentirse feliz aquel que exhaló el suspiro de alivio por haber dejado el Tártaro por el Cielo! ¡Salve, verdadera bohemia! ¡Salve, verdadera tranquilidad! ¡Salve, sueños realizados! Adormecí alegre porque sabía que iba a despertar feliz. ¡Ah, agradezco a mis amigos por sus tiernos recuerdos!

H. MURGER


Las preguntas y las respuestas siguientes han sido realizadas el 8 de febrero en la Sociedad:

1. El miércoles vinisteis espontáneamente a comunicaros en casa de uno de nuestros compañeros, y dictasteis allí una página encantadora; sin embargo, allá no había nadie que os conociera personalmente; ¿queréis decirnos, por gentileza, a qué debemos el honor de vuestra visita? –Resp. He venido a dar pruebas de que vivo, para ser evocado hoy.

2. ¿Habíais sido llevado a las ideas espíritas? –Resp. Dos cosas: primero, yo las presentía; segundo, me dejaba llevar fácilmente por mis inspiraciones.

3. Parece que vuestra turbación ha durado poco tiempo, puesto que os expresáis tan prontamente, con tanta facilidad y claridad. –Resp. Fallecí con perfecto conocimiento de mí mismo y, por consecuencia, no tuve más que abrir los ojos del Espíritu, luego que se cerraron los ojos de la carne.

4. Este dictado puede ser considerado como un relato de vuestras primeras impresiones en el mundo donde estáis ahora; ¿podríais describirnos con más precisión lo que ha sucedido con vos desde el instante en que el alma dejó al cuerpo? –Resp. Me llené de alegría; volví a ver a rostros queridos que yo creía que nunca más los vería. Apenas desmaterializado, sólo tuve sensaciones casi terrenas.

5. ¿Podríais darnos una apreciación, desde vuestro punto de vista actual, de vuestra obra principal: La vie de bohème? –Resp. ¿Cómo queréis que, deslumbrado como estoy con los esplendores desconocidos de la resurrección, yo haga un examen retrospectivo de esta pobre obra, pálido reflejo de una juventud sufrida?

6. Uno de vuestros amigos, el Sr. Théodore Pelloquet, ha publicado en Le Siècle del 6 de febrero un artículo bibliográfico sobre vos. ¿Gustaríais dirigirle algunas palabras, así como a vuestros otros amigos y colegas de literatura, entre los cuales deben encontrarse algunos pocos creyentes en la vida futura? –Resp. Les diría que el éxito presente es semejante al oro transformado en hojas secas; lo que creemos, lo que esperamos –nosotros, los ávidos espigadores del campo parisiense– es el éxito, siempre el éxito, y nunca nuestros ojos se elevan al Cielo para pensar en Aquel que juzga nuestras obras en última instancia. ¿Mis palabras los cambiarán? No; arrastrados por la vida impetuosa que consume creencia y juventud, ellos oirán distraídos y pasarán olvidados.

7. ¿Veis aquí a Gérard de Nerval, que acaba de hablarnos de vos? –Resp. Lo veo, y a Musset, así como a la amable y gran Delphine; los veo a todos; ellos me ayudan, me alientan; me enseñan a hablar.

Nota – Esta pregunta fue motivada por la siguiente comunicación, que uno de los médiums de la Sociedad había escrito espontáneamente en el inicio de la sesión.

Un hermano ha llegado entre nosotros, feliz y dispuesto; él agradece al Cielo –como acabasteis de escuchar– por su liberación un poco lenta. La tristeza, las lágrimas y la sonrisa amarga están actualmente distantes, porque ahora percibimos muy bien que la sonrisa nunca es sincera entre vosotros; lo que es lamentable y verdaderamente penoso en la Tierra, es que es preciso reír; forzosamente es preciso reírse de nada, sobre todo en Francia, cuando se estaría dispuesto a soñar solitariamente. Lo que hay de horrible para el corazón que esperó mucho, es la desilusión, ese tétrico esqueleto cuyos contornos se quieren tocar en vano; la mano inquieta y trémula no encuentra más que los huesos. ¡Qué horror! Aquel que ha creído en el amor, en la religión, en la familia, en la amistad; aquellos que impunemente pueden mirar de frente esa máscara horrorosa que petrifica, ¡ah, éstos viven, aunque petrificados! Pero los que cantan como bohemios, ¡ah, éstos mueren bien rápido: han visto la cabeza de Medusa! Mi hermano Murger era de estos últimos.

Como veis, amigos, de aquí en adelante no vivimos más solamente en nuestras obras; a vuestro llamado estaremos también junto a vosotros. Lejos de enorgullecernos con este aire de felicidad que nos envuelve, vendremos a vosotros como si aún estuviésemos en la Tierra, y Murger cantará nuevamente.

GÉRARD DE NERVAL