Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Carta del Sr. Mathieu sobre la mediumnidad en los pájaros
París, 11 de agosto de 1861.

Señor: Otra vez soy yo el que os escribe, y para rendir –si lo permitís– un nuevo homenaje a la verdad.

Solamente hoy he leído, en el último número de vuestra Revista, excelentes observaciones de vuestra parte sobre la supuesta facultad medianímica en los pájaros, y me adelanto en agradeceros por el nuevo servicio que habéis prestado a la causa que ambos defendemos.

Varias exhibiciones de pájaros maravillosos han tenido lugar en estos últimos años, y como yo conocía la principal artimaña de los procedimientos ejecutados por esas interesantes aves domésticas, escuchaba con mucha pena y pesar a ciertos espiritualistas o espíritas, atribuir dichos procedimientos a una acción medianímica, lo que debía hacer sonreír in petto, si así puedo expresarme, a los adiestradores de esos pájaros. Pero lo que ellos no parecían muy dispuestos a desmentir, vengo yo a desmentirlo por ellos, ya que se me presenta la ocasión, no para perjudicar a su industria –lo que me dejaría constreñido–, sino para impedir una deplorable confusión entre los hechos que una ingeniosa paciencia y una cierta destreza de manos producen sólo en ellos, y los que la intervención de los Espíritus producen en nosotros.

Tenéis toda la razón al decir: «En efecto, esos pájaros hacen cosas que ni el hombre más inteligente, ni el sonámbulo más lúcido podrían hacer, de donde se deduciría que los mismos poseen facultades intelectuales superiores al hombre, lo que es contrario a las leyes de la Naturaleza.» Esta consideración debería llamar la atención de las personas demasiado entusiastas, que no temen en recurrir a la facultad mediúmnica para explicar experiencias que a primera vista no comprenden; pero infelizmente los observadores fríos y juiciosos son aún muy raros, y entre los hombres honorables que acompañan nuestros estudios, existen los que no siempre saben defenderse de los arrastramientos de la imaginación y de los peligros de la ilusión.

Ahora bien, ¿queréis que os diga lo que me ha sido comunicado sobre esos pájaros maravillosos, de los cuales –no sé si os acordáis– hemos admirado juntos una muestra cierta noche? Uno de mis amigos, aficionado a todas las curiosidades posibles, me mostró un día un amplio estante de madera en el que estaban colocados un gran número de cartones pequeños, ubicados unos al lado de los otros. En esos cartones se encontraban palabras impresas, números, figuras de naipes, etc. Me dijo que los compró de un hombre que hacía exhibiciones de pájaros adiestrados y que también le vendió la manera de usarlos.

Entonces mi amigo, al sacar de su estante algunos de esos cartones, me hizo notar que los bordes superiores e inferiores eran, respectivamente, uno entero y el otro formado por dos hojas separadas por una hendidura casi imperceptible, sobre todo inapreciable a la distancia. Enseguida él me explicó que esos cartones debían ser colocados en el estante, ya sea con la hendidura para bajo o para arriba, conforme se quisiese que el pájaro los sacara del estante con su pico, o no los tocase. El pájaro era previamente amaestrado para sacar todos los cartones en que percibiese una hendidura. Parece que este adiestramiento preliminar le era dado por medio de alpiste o mediante alguna golosina, colocados en la referida hendidura; así, el pájaro terminaba por adquirir el hábito de picotear y de sacar del estante, por consecuencia, todos los cartones que allí encontrase con las hendiduras puestas para arriba.

Señor, tal es la ingeniosa artimaña que mi amigo me dio a conocer. Todo me lleva a creer que este embuste es común a todas las personas que explotan la industria de los pájaros adiestrados. Resta a dichas personas el mérito de amaestrar a sus pájaros para esos tejemanejes, con mucha paciencia y quizá con un poco de ayuno –para los pájaros, por supuesto. Les resta también salvar las apariencias con la mayor destreza posible, ya sea por connivencia o por una hábil prestidigitación en el manejo de los cartones, como en el de los acessorios que figuran en sus experiencias.

Lamento revelar así el más importante de sus secretos. Mas, por un lado, el público no verá con menos placer a los pájaros tan bien adiestrados, por más que deseen que se vuelva testigo de cosas imposibles; por otro lado, no me era posible dejar por más tiempo que una opinión fuese aceptada cuando conduce a la profanación –nada menos– de nuestros estudios. En presencia de un interés tan sagrado, creo que el silencio de la complacencia sería un escrúpulo exagerado. Si esta fuere también vuestra opinión, señor, consiento en que podáis transmitir esta noticia a vuestros lectores.

Atentamente,

MATHIEU.

Evidentemente somos del parecer del Sr. Mathieu y estamos complacidos en coincidir con él sobre esta cuestión. Le agradecemos por los detalles que ha tenido a bien transmitirnos, los cuales nuestros lectores sabrán ciertamente apreciar. El Espiritismo es bastante rico en notables hechos auténticos, sin admitir los que se refieren a lo maravilloso o a lo imposible. Un estudio serio y profundo de la ciencia espírita puede poner en guardia a las personas demasiado crédulas, porque este estudio, al darles la clave de los fenómenos, les enseña los límites en los cuales pueden producirse.

Hemos dicho que si los pájaros operasen sus prodigios con conocimiento de causa y con el esfuerzo de su inteligencia, harían lo que no pueden realizar ni el hombre más inteligente, ni el sonámbulo más lúcido. Esto nos recuerda al sucesor del célebre perro Munito que, hace 25 ó 30 años, vimos que le ganaba constantemente a su compañero en el juego de naipes, y que daba el total de una suma antes que nosotros mismos pudiéramos obtenerla haciendo los cálculos. Ahora bien, sin vanidad, creemos que somos un poco más fuerte en el cálculo que aquel perro; sin ninguna duda, había allí cartas marcadas, como en el caso de los pájaros. En cuanto a los sonámbulos hay algunos que, indiscutiblemente, son bastante lúcidos para hacer cosas tan sorprendentes como las que hacen esos interesantes animales, lo que no impide que nuestra proposición sea verdadera. Se sabe que la lucidez sonambúlica –incluso la más desarrollada– es esencialmente variable e intermitente por naturaleza; que está subordinada a una multitud de circunstancias y, sobre todo, a la influencia del medio circundante; que muy raramente el sonámbulo ve de una manera instantánea; que a menudo no puede ver en un momento dado lo que verá una hora más tarde o al día siguiente; que lo que ve con una persona, no lo verá con otra. Suponiendo que haya en los animales amaestrados una facultad análoga, sería necesario admitir que ellos no sufrieran ninguna influencia que fuese susceptible de perturbarla; que la tuvieran siempre a su disposición, a toda hora, veinte veces por día si fuere preciso, y sin ninguna alteración. Es sobre todo en este aspecto que decimos que ellos hacen lo que el sonámbulo más lúcido no puede hacer. Lo que caracteriza a los procedimientos de prestidigitación es la precisión, la puntualidad, la instantaneidad, la repetición facultativa, que son cosas totalmente contrarias a la esencia de los fenómenos puramente morales del sonambulismo y del Espiritismo, cuyos efectos se deben casi siempre esperar y sólo muy raramente pueden ser provocados.

Aunque los efectos de los que acabamos de hablar hubiesen sido causados por procesos artificiales, nada probarían contra la mediumnidad en los animales, en general.

Por lo tanto, la cuestión sería saber si en ellos existe o no la posibilidad de servir de intermediarios entre los Espíritus y los hombres; ahora bien, la incompatibilidad de su naturaleza, en este aspecto, está demostrada por la disertación de Erasto sobre ese tema, enseñanza publicada en nuestro número del mes de agosto, y la del mismo Espíritu sobre el Papel de los médiums en las comunicaciones, insertada en la Revista del mes de julio.