Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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El Espiritismo en Burdeos

Si Lyon ha hecho lo que se podría llamar su pronunciamiento en materia de Espiritismo, Burdeos no se ha quedado atrás, porque también quiere ocupar uno de los primeros lugares en la gran familia espiritista; puede evaluarse esto por el relato que damos de la visita que acabamos de hacer a los espíritas de esta ciudad, a pedido de los mismos. No ha sido en algunos años, sino en algunos meses que la Doctrina ha tomado allí imponentes proporciones en todas las clases de la sociedad. Constatamos de entrada un hecho capital: es que allá, como en Lyon y como en muchas otras ciudades que hemos visitado, vimos que la Doctrina es encarada desde un punto de vista serio y en sus aplicaciones morales. Allí, como en otros lugares, hemos visto innumerables transformaciones, verdaderas metamorfosis; caracteres que no son más reconocibles; personas que no creían más en nada, reconducidas a las ideas religiosas por la certeza del porvenir, ahora palpable para ellas. Esto da la medida del espíritu que reina en las reuniones espíritas, ya bastante multiplicadas; en todas las que hemos asistido, constatamos el más edificante recogimiento y un aire de mutua benevolencia entre los asistentes; nos sentimos en un ambiente simpático, que inspira confianza.

Los trabajadores de Burdeos no se quedan atrás de los de Lyon; allá también cuentan con numerosos y fervorosos adeptos, cuyo número aumenta todos los días. Somos felices en decir que hemos salido edificado de sus reuniones, por el piadoso sentimiento que las preside y por el tacto con el que saben precaverse contra la intrusión de Espíritus embusteros. Un hecho que constatamos con satisfacción es que, frecuentemente, hombres de una posición social eminente se mezclan con los grupos proletarios con la más cordial fraternidad, dejando sus títulos de lado, del mismo modo que los trabajadores simples son acogidos con igual benevolencia en los grupos de una y de otra clase. Por todas partes el rico y el artesano se dan cordialmente las manos; nos han dicho que este acercamiento entre los dos extremos de la escala social se ha vuelto un hábito en la región, y nos sentimos felices por esto. Reconocemos que el Espiritismo ha venido a dar a ese estado de cosas una razón de ser y una sanción moral, al mostrar en qué consiste la verdadera fraternidad.

Hemos encontrado en Burdeos numerosos y muy buenos médiums de todas las clases, de todos los sexos y de todas las edades. Muchos escriben con una gran facilidad y obtienen comunicaciones de elevado alcance, lo que realmente los Espíritus nos habían avisado antes de nuestra partida. Además, no se puede sino elogiarlos por el empeño con que prestan su colaboración en las reuniones. Pero lo que aún es mejor es la abnegación de todo amor propio para con las comunicaciones; ninguno se cree privilegiado e intérprete exclusivo de la verdad; nadie busca imponerse, ni imponer nada a los Espíritus que lo asisten. Con simplicidad, todos someten lo que obtienen a la evaluación de la asamblea, y ninguno se ofende ni se hiere con las críticas; el que obtiene falsas comunicaciones se consuela al aprovechar las buenas que otros reciben y de los cuales no tiene envidia. ¿Sucede lo mismo en todas partes? Lo ignoramos; constatamos lo que nosotros hemos visto; también constatamos que se han compenetrado del principio de que todo médium orgulloso, celoso y susceptible no puede ser asistido por Espíritus buenos, y que esas imperfecciones en él son motivos de sospecha. Por lo tanto, lejos de buscar a tales médiums –a pesar de la eminencia de sus facultades–, si fuesen encontrados serían rechazados por todos los Grupos serios, que ante todo quieren tener comunicaciones serias, y no enfocarse en los efectos.

Entre los médiums que hemos visto, hay uno que merece mención especial: es una joven de diecinueve años que, a la facultad de psicógrafa, alía la de médium dibujante y la de médium músico. Ella ha escrito mecánicamente, bajo el dictado de un Espíritu que dijo ser Mozart, un fragmento musical que éste no desautorizó. El Espíritu lo firmó, y varias personas que vieron su autógrafo han confirmado la perfecta identidad de la firma. Pero el trabajo más notable es indiscutiblemente el dibujo: es un cuadro planetario de cuatro metros cuadrados de superficie, de un efecto tan original y tan singular que nos sería imposible dar una idea del mismo por su descripción. Ha sido trabajado en lápiz negro, siendo un dibujo al pastel con diversos colores y al difumino. Este cuadro, comenzado hace algunos meses, aún no está completamente terminado. Fue destinado por el Espíritu a la Sociedad Espírita de París. Nosotros hemos visto a la médium trabajando en la obra y nos quedamos impresionados con la rapidez y con la precisión del trabajo. Al principio, y para prepararla, el Espíritu la hizo dibujar –con la mano levantada y de un solo trazo– círculos y espirales de casi un metro de diámetro, de una tal regularidad que se encontró el centro geométrico perfectamente exacto. Aún no podemos decir nada sobre el valor científico de ese cuadro; pero suponiendo que sea una fantasía, no deja de ser, como ejecución mediúmnica, un trabajo muy notable. Como el original debía ser enviado a París, el Espíritu aconsejó que lo fotografiasen para tener varias copias.

Un hecho que debemos mencionar es que el padre de la médium es pintor; en su condición de artista pensaba que el Espíritu procedía contrariamente a las reglas del arte, y pretendía dar consejos; por eso el Espíritu le prohibió asistir al trabajo, a fin de que la médium no sufriera su influencia.

Hasta hace poco tiempo la médium no había leído nuestras obras; el Espíritu le dictó, para que nos fuese entregado a nuestra llegada –que aún no había sido anunciada–, un pequeño tratado de Espiritismo, que concuerda en todos los puntos con El Libro de los Espíritus.

Relatar los testimonios de simpatía que hemos recibido, las atenciones y deferencias de las que hemos sido objeto, sería muy presuntuoso de nuestra parte; ciertamente habrían enardecido nuestro orgullo si no hubiésemos pensado que, ante todo, era un homenaje rendido a la Doctrina y no a nuestra persona. Por el mismo motivo habíamos dudado en publicar –por cuestiones de modestia– algunos de los discursos que fueron pronunciados. Al haber sometido nuestros escrúpulos a diversos amigos y a varios miembros de la Sociedad, éstos nos han dicho que esos discursos eran una muestra del estado de la Doctrina, y que bajo este punto de vista era instructivo que todos los espíritas los conocieran; que, por otro lado, al ser esas palabras la expresión de un sentimiento sincero, aquellos que las hubieron pronunciado se sentirían probablemente apenados si, por un exceso de modestia, nos abstuviésemos de reproducirlas. Ellos podrían ver en esto indiferencia de nuestra parte. Fue sobre todo esta última consideración que determinó que las publicáramos; esperamos que nuestros lectores nos consideren un espírita lo suficientemente bueno como para respetar los principios que profesamos, no haciendo de este informe una cuestión de amor propio.

Ya que transcribimos esos diversos discursos, no queremos omitir, como trazo característico, la breve alocución que nos ha sido recitada con una gracia encantadora y con ingenua solicitud por un niño de cinco años y medio –el hijo del Sr. Sabò–, a nuestra llegada al seno de esta familia verdaderamente patriarcal y sobre la cual el Espiritismo ha derramado a manos llenas sus consuelos bienhechores. Si toda generación que llega estuviese imbuida de tales sentimientos, sería permitido vislumbrar como muy próximo el cambio que debe operarse en las costumbres sociales, cambio que de todos los lados es anunciado por los Espíritus. No creáis que este niño haya hecho su pequeña alocución como un loro. No; captó muy bien el sentido de la misma; el Espiritismo, en el cual fue nutrido –por decirlo así–, ya es para su joven inteligencia un freno que comprende perfectamente y que su razón, al desarrollarse, no rechazará.

He aquí el breve discurso de nuestro amiguito Joseph Sabò, quien sentiría mucho si no lo viese publicado:

«Sr. Allan Kardec: permitid al más joven de vuestros niños espíritas venir en este día, que siempre estará grabado en nuestros corazones, para expresaros la alegría que causa vuestra llegada entre nosotros. Aún estoy en la infancia; pero mi papá ya me enseñó lo que son los Espíritus que se manifiestan a nosotros, la docilidad con la cual debemos seguir sus consejos, las penas y las recompensas que cosechan. Y en algunos años, si Dios lo cree conveniente, también quiero –con vuestros auspicios– volverme un digno y fervoroso apóstol del Espiritismo, siempre obediente a vuestro saber y a vuestra experiencia. Tras estas pocas palabras dictadas por mi pequeño corazón, ¿me concederíais un beso, que no me atrevo a pediros?»