Fenómenos psicofisiológicos
De los individuos que hablan de sí mismos en tercera persona
El diario Le Siècle del 4 de julio de 1861 cita el siguiente hecho, según el periódico de El Havre:
«Acaba de morir en el hospicio un hombre que era víctima de una aberración mental de las más singulares. Era un soldado llamado Pierre Valin, que había sido herido en la cabeza en la batalla de Solferino. A pesar de que su herida estaba completamente cicatrizada, él se creía que había muerto desde ese momento.
«Cuando le preguntaban por su salud, respondía: “¿Queréis saber cómo está Pierre Valin? ¡Pobre muchacho! Lo mataron de un tiro en la cabeza en Solferino. Lo que veis aquí no es Valin, sino una máquina parecida con él, pero muy mal hecha; deberíais pedir que hicieran otra”.
«Al hablar de sí mismo, jamás decía yo o mío, sino éste. A menudo caía en un estado de completa inmovilidad y de insensibilidad, que duraba varios días. Contra esa enfermedad se le aplicaron cataplasmas y vesicantes, lo que nunca le produjeron la menor señal de dolor. Frecuentemente se examinaba la sensibilidad de la piel de este hombre, pellizcándosele los brazos y las piernas, pero no manifestaba el más mínimo sufrimiento.
«Para estar más seguro de que él no disimulaba, el médico mandaba pincharlo con vehemencia por la espalda mientras conversaban; el paciente no percibía nada. A menudo Pierre Valin se negaba a comer, diciendo que esto no era necesario; además, decía que éste no tenía estómago, etc.
«Por otra parte, este hecho no es el único en el género. Otro soldado, también herido en la cabeza, hablaba siempre en tercera persona y en femenino. Exclamaba: “¡Ah, cómo ella sufre! ¡Ella tiene mucha sed!, etc.” Inicialmente le hicieron percibir su error y él concordó, bastante sorprendido; pero constantemente caía en el mismo error y, en el último período de su vida, solamente se expresaba de esa manera.
«Un zuavo, igualmente herido en la cabeza, aunque completamente curado, había perdido la memoria de los sustantivos. Como sargento instructor, a pesar de que sabía muy bien los nombres de los soldados de su escuadrón, los designaba con estas palabras: El gran moreno, el pequeño castaño, etc. Para comandar se valía de circunloquios cuando designaba el fusil o el sable, etc. Fueron obligados a mandarlo para casa.
«Los últimos años del célebre médico Baudelocque ofrecieron el ejemplo de una lesión análoga, pero menos expuesta. Él recordaba muy bien lo que había hecho cuando tenía salud; reconocía por la voz (porque había quedado ciego) a las personas que venían a verlo, pero no tenía ninguna conciencia de su existencia. Si le preguntaban, por ejemplo: ¿Cómo va la cabeza? Él respondía: “Yo no tengo cabeza”. Si le pedían el brazo para tomarle el pulso, decía que no sabía dónde estaba. Un día, él mismo quiso tomarse el pulso; le pusieron la mano derecha sobre la muñeca izquierda; después preguntó si era realmente su mano que sentía, luego de él haber evaluado que estaba muy bien su pulso.»
La Fisiología nos ofrece a cada paso fenómenos que parecen anomalías y ante los cuales permanece muda. ¿Por qué sucede esto? Nosotros ya lo hemos dicho, y no estaría de más repetirlo: porque ella quiere atribuir todo al elemento material, sin tener absolutamente en cuenta el elemento espiritual. Mientras se obstine en ese camino restrictivo, ella será impotente en resolver los miles de problemas que surgen a cada instante bajo su escalpelo, como diciéndole: “Bien ves que existe algo más allá de la materia, pues apenas con la materia no puedes explicarlo todo”. Y aquí no hablamos solamente de algunos fenómenos raros que podrían tomarla desprevenida, sino de los efectos más comunes. ¿Por lo menos se habrá dado cuenta de los sueños? Ni siquiera hablamos de los sueños reales, de los que son percepciones reales de las cosas ausentes, presentes o futuras, sino simplemente de los sueños fantásticos o de los recuerdos; ¿explica ella cómo se producen esas imágenes tan claras y tan nítidas que a veces se nos aparecen? ¿Cuál es ese espejo mágico que conserva así la impresión de las cosas? En el sonambulismo natural, que nadie objeta, ¿explica ella de dónde viene esa extraña facultad de ver sin la ayuda de los ojos? No de ver vagamente, sino los más minuciosos detalles, a tal punto de poder hacer con precisión y regularidad los trabajos que en estado normal exigirían una visión aguzada. Por lo tanto, hay en nosotros algo que ve independientemente de los ojos. En ese estado, no sólo el sensitivo actúa, sino que piensa, calcula, combina, prevé y se entrega a los trabajos de inteligencia de los cuales es incapaz en estado de vigilia y de los que no conserva ningun recuerdo; por lo tanto, hay algo que piensa independientemente de la materia. ¿Qué es ese algo? Allí es donde ella se detiene. Sin embargo, esos hechos no son raros; más de un científico irá a las antípodas para ver y calcular un eclipse, pero no irá a la casa de su vecino para observar un fenómeno del alma. Los hechos naturales y espontáneos, que prueban la acción independiente de un principio inteligente, son muy numerosos, pero esta acción resalta aún con más evidencia en los fenómenos magnéticos y espíritas, donde el aislamiento de ese principio se produce –por así decirlo– a voluntad.
Volvamos a nuestro tema. Hemos relatado un hecho análogo en la Revista de junio de 1861, a propósito de la evocación del marqués de Saint-Paul. En sus últimos momentos repetía: «Él tiene sed; es necesario darle de beber. Él tiene frío; hay que darle calor. Él tiene un dolor en tal parte, etc.» Y cuando alguien le decía: «Pero sois vos quien tiene sed», respondía: «No, es él». Sucede que el yo pensante está en el Espíritu y no en el cuerpo; el Espíritu, ya parcialmente desprendido, consideraba al cuerpo como otra individualidad, que no era él propiamente hablando. Por lo tanto, era a su cuerpo al que había que darle de beber, y no al Espíritu. Así, cuando en la evocación se le hizo la pregunta: ¿Por qué hablabais siempre en tercera persona? Él respondió: «Porque yo veía –como os he dicho– y percibía nítidamente las diferencias que existen entre lo físico y lo moral; estas diferencias, ligadas entre sí por el fluido vital, son vistas con mucha nitidez por los moribundos clarividentes».
Una causa semejante debe haber producido el efecto notado en los militares de los cuales se habló. Tal vez se dirá que la herida haya determinado una especie de locura; pero el marqués de Saint-Paul no recibió ninguna herida; él estaba en pleno uso de la razón, y de esto tenemos certeza porque hemos obtenido esta información de su propia hermana, miembro de la Sociedad. Lo que se produjo espontáneamente en él pudo perfectamente haber sido determinado en los otros por una causa accidental. Además, todos los magnetizadores saben que es muy común para los sonámbulos hablar en tercera persona, haciendo así la distinción entre la personalidad del alma o Espíritu, y la del cuerpo.
En el estado normal las dos individualidades se confunden y su perfecta asimilación es necesaria para la armonía de los actos de la vida; pero el principio inteligente es como esos gases que no se prenden a ciertos cuerpos sólidos sino por una cohesión efímera, y se escapan al primer soplo. Hay siempre una tendencia para desembarazarse del fardo corporal, desde que la fuerza que mantiene el equilibrio deje de actuar por alguna causa. Sólo la actividad armónica de los órganos mantiene la unión íntima y completa del alma y del cuerpo; pero a la menor suspensión de esta actividad el alma retoma su vuelo: es lo que sucede en el sueño, en la somnolencia, en el simple entorpecimiento de los sentidos, en la catalepsia, en el letargo, en el sonambulismo natural o magnético, en el éxtasis, en lo que se llama el sueño despierto o doble vista, en las inspiraciones del genio y en todas las grandes tensiones del Espíritu que frecuentemente vuelven al cuerpo insensible. En fin, es lo que puede tener lugar como consecuencia de ciertos estados patológicos. Una multitud de fenómenos morales no tiene otra causa sino la emancipación del alma. La Medicina bien que admite la influencia de las causas morales, pero ella no admite el elemento moral como principio activo; es porque confunde esos fenómenos con la locura orgánica y porque también le aplica un tratamiento puramente físico que, muy a menudo, determina la verdadera locura donde sólo había una apariencia de la misma.
Entre los hechos citados hay uno que parece bastante singular: el del militar que hablaba en tercera persona y en femenino. El elemento primitivo del fenómeno es –como ya lo hemos dicho– la distinción de las dos personalidades, en consecuencia del desprendimiento del Espíritu; pero hay otro elemento, que nos revela el Espiritismo, y al que debemos tener en cuenta, porque pueden dar a las ideas un carácter particular: es el vago recuerdo de las existencias anteriores que, en el estado de emancipación del alma, puede despertar y permitir un vistazo retrospectivo sobre algunos puntos del pasado. En tales condiciones el desprendimiento del alma jamás es completo, y las ideas –al resentirse por el debilitamiento de los órganos– no pueden ser muy lúcidas, ya que tampoco lo están enteramente en los primeros instantes que siguen a la muerte. Supongamos que el hombre del cual hablamos haya sido mujer en la encarnación anterior: la idea que pudiese haber conservado de la misma podría confundirse con la de su estado presente.
¿No podría encontrarse en ese hecho la causa primera de la idea fija de ciertos alienados que se creen reyes? Si ellos lo han sido en otra existencia, puede quedarles un recuerdo que les cause esa ilusión. No es más que una suposición, pero que, para las personas esclarecidas en Espiritismo, no está desprovista de verosimilitud. Si esa causa es posible en este caso, se dirá que no podría aplicarse a los que se creen lobos o cerdos, ya que se sabe que el hombre nunca ha sido animal. Ciertamente, pero un hombre puede haber estado en una condición abyecta que lo obligase a vivir entre los animales inmundos o salvajes; allí puede estar la fuente de esa ilusión que, en algunos, bien podría haberles sido impuesta como punición de los actos de su vida actual. Cuando se presentan hechos de la naturaleza de los que hemos relatado, si en lugar de asimilarlos sistemáticamente a las enfermedades puramente corporales, se siguieran con atención todas las fases con la ayuda de datos suministrados por las observaciones espíritas, se reconocería sin dificultad la doble causa que les asignamos, y se comprendería que no es con duchas, cauterizaciones ni sangrías que pueden ser remediados.
El caso del Dr. Baudelocque también encuentra su explicación en causas análogas. Dice el artículo que él no tenía ninguna conciencia de su existencia; esto es un error, porque no se creía muerto; solamente no tenía conciencia de su existencia corporal. Se encontraba en un estado más o menos semejante al de ciertos Espíritus que, en los primeros tiempos que se siguen a la muerte, no creen estar muertos y toman a su cuerpo por el de otro; la turbación en la que se encuentran no les permite que se den cuenta de su situación. Lo que sucede con ciertos desencarnados puede ocurrir con ciertos encarnados; es así que el Dr. Baudelocque podía hacer abstracción de su cuerpo y decir que no tenía más cabeza, porque, en efecto, su Espíritu no tenía más la cabeza carnal. Las observaciones espíritas proporcionan numerosos ejemplos de ese género, proyectando así una luz completamente nueva sobre una infinita variedad de fenómenos hasta ese día inexplicados e inexplicables, sin las bases dadas por el Espiritismo.
Quedaría por examinar el caso del zuavo que había perdido la memoria de los sustantivos; pero esto no puede ser explicado sino a través de consideraciones de un otro orden, que son del dominio de la Fisiología orgánica. Los desarrollos que conlleva nos recomiendan que le dediquemos un artículo especial, que próximamente publicaremos.