Primera Epístola a los espíritas de Burdeos, por Erasto, humilde servidor de Dios
Mis buenos amigos, ¡que la paz del Señor sea con vosotros, a fin de que nada venga a perturbar la buena armonía que debe reinar en un Centro de espíritas sinceros! Sé cuán profunda es vuestra fe en Dios y cuán fervorosos adeptos sois de la Nueva Revelación. Es por eso que os digo, con toda la efusión de mi ternura para con vosotros, que yo lo lamentaría, que todos nosotros lo lamentaríamos –nosotros que, bajo la dirección del
Espíritu de Verdad, somos los iniciadores del Espiritismo en Francia–, si desapareciera de vuestro medio la concordia, de la que disteis pruebas brillantes hasta el momento; si no hubieseis dado el ejemplo de una sólida fraternidad; en fin, si no fueseis un Centro serio e importante de la gran comunión espírita francesa, yo habría dejado esta cuestión en el olvido. Pero si la he planteado, es que tengo razones plausibles para exhortaros a mantener la unión, la paz y la unidad de Doctrina entre vuestros diversos Grupos. Sí, estimados discípulos míos, aprovecho con complacencia esta ocasión –que nosotros mismos hemos preparado–, a fin de mostraros cuán funesta sería para el desarrollo del Espiritismo, y qué escándalo causaría entre vuestros hermanos de otras tierras, la noticia de una escisión en el Centro que hasta ahora nos agrada citar, por su espíritu de fraternidad, a todos los otros Grupos formados o en vías de formación. No ignoro, como tampoco debéis ignorar, que van a hacer todo lo posible para sembrar la división entre vosotros; que os tenderán trampas; que prepararán emboscadas de toda especie en vuestro camino; que os incitarán unos contra otros, a fin de fomentar la división y llevar a una ruptura que será lamentable en todos los aspectos; pero podréis evitar todo eso al practicar los sublimes preceptos de la ley de amor y de caridad, primero en vosotros mismos, y después con todos. No, estoy convencido de que no daréis a los enemigos de nuestra santa causa la satisfacción de decir: «Ved a esos espíritas de Burdeos, que eran mostrados como siendo la vanguardia de los nuevos creyentes; ¡ellos ni siquiera saben ponerse de acuerdo entre sí!» Queridos amigos míos, es esto lo que os espera y lo que nos espera a todos. Vuestros excelentes Guías ya os han dicho: Tendréis que luchar no sólo contra los orgullosos, los egoístas, los materialistas y todos esos desdichados que están imbuidos del espíritu del siglo, sino aún, y sobre todo, contra la turba de Espíritus embusteros que, al encontrar en vuestro medio un raro conjunto de médiums –porque al respecto habéis sido mejor contemplados–, vendrán pronto a atacaros: unos, con disertaciones hábilmente combinadas, en las cuales, mediante algunas peroratas piadosas, insinuarán la herejía o algún principio de disolución; otros, con comunicaciones abiertamente hostiles a las enseñanzas dadas por los verdaderos misioneros del Espíritu de Verdad. ¡Ah! Creedme, nunca temáis desenmascarar a los impostores que, como nuevos Tartufos, se introducirían entre vosotros bajo la máscara de la religión; igualmente no tengáis consideración para con los lobos devoradores, que se esconden bajo pieles de cordero. Con la ayuda de Dios, que nunca invocaréis en vano, y con la asistencia de los Espíritus buenos que os protegen, permaneceréis inquebrantables en vuestra fe; los Espíritus malos os encontrarán invulnerables, y cuando vean que sus flechas se debilitan contra el amor y la caridad que animan vuestros corazones, se retirarán muy confundidos de una campaña donde sólo habrán recogido la impotencia y la vergüenza. Al encarar como subversiva toda doctrina contraria a la moral del Evangelio y a las prescripciones generales del Decálogo, que se resumen en esta ley concisa:
Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, permaneceréis invariablemente unidos. Además, en todo es preciso saber someterse a la ley común: a nadie cabe sustraerse de la misma o querer imponer su opinión y su sentimiento cuando éstos no sean aceptados por los otros miembros de una misma familia espírita; y en esto os invito encarecidamente a tomar como modelo la práctica y el reglamento de la
Sociedad de Estudios Espíritas de París, donde nadie, sea cual fuere su posición, su edad, los servicios prestados o la autoridad adquirida, puede sustituir por su iniciativa personal a la de la
Sociedad de la que hace parte y,
a fortiori, comprometerla en nada por medio de medidas que Ella no aprobó. Dicho esto, es indiscutible que los adeptos de un mismo Grupo deben tener una justa deferencia para con la sabiduría y la experiencia adquiridas: la experiencia no es un atributo exclusivo del que tiene más edad ni del más erudito, sino del que se ocupó de nuestra consoladora filosofía por más tiempo y con más provecho para todos. En cuanto a la sabiduría, os corresponde examinar a aquel o aquellos que, entre vosotros, siguen y practican mejor los preceptos y las leyes. Sin embargo, amigos míos, antes de seguir vuestras propias inspiraciones, no olvidéis que tenéis a vuestros consejeros y a vuestros protectores espirituales para consultar, y éstos jamás os faltarán cuando lo solicitéis con fervor y con un objetivo de interés general. Para esto necesitáis de buenos médiums, y aquí veo que los hay excelentes, en medio de los cuales sólo tenéis que elegir. Por cierto –y yo las conozco– la Sra. de Cazemajoux, la Srta. Cazemajoux y algunos otros poseen cualidades medianímicas en el más alto grado y, al respecto, ninguna región ha sido mejor contemplada que Burdeos, os lo repito.
Tuve que haceros escuchar una voz un tanto más severa, mis bienamados, porque el Espíritu de Verdad, el Maestro de todos nosotros, espera más de vosotros. Recordad que hacéis parte de la vanguardia espírita, y que la vanguardia –así como el Estado Mayor– debe dar a todos el ejemplo de absoluta sumisión a la disciplina establecida. ¡Ah! Vuestra tarea no es fácil, pues es a vosotros que os incumbe el trabajo de levantar el hacha, con mano vigorosa, contra las florestas sombrías del materialismo y perseguir hasta sus últimas trincheras los intereses materiales mancomunados. Nuevos Jasones: marchad a la conquista del verdadero vellocino de oro, es decir, de esas ideas nuevas y fecundas que deben regenerar al mundo; pero ya no marcháis más en vuestro interés privado, ni tampoco en interés de la generación actual, sino sobre todo en interés de las generaciones futuras, para las cuales preparáis el camino. Hay en esta obra un sello de abnegación y de grandeza que marcará con admiración y reconocimiento a los siglos futuros, y de la cual Dios –creedme– sabrá tomaros en cuenta. Tuve que hablaros como lo hice porque me dirijo a personas que escuchan la razón; a hombres serios que tienen un objetivo eminentemente útil: el mejoramiento y la emancipación de la raza humana; a espíritas, en fin, que enseñan y predican con el ejemplo, que el mejor medio para llegar allí está en la práctica de las verdaderas virtudes cristianas. He tenido que hablaros así porque era necesario preveniros contra un peligro, dándolo a conocer: éste era mi deber y vengo a cumplirlo. De este modo, ahora puedo encarar el futuro sin inquietud, porque estoy convencido de que mis palabras han de ser provechosas para todos y para cada uno, y que el egoísmo, el amor propio o la vanidad ya no tendrán ningún acesso a los corazones donde reine por completo la verdadera fraternidad.
Espíritas de Burdeos, recordad que la unión entre vosotros es el verdadero camino hacia la unificación y la fraternidad universales; al respecto, me siento feliz, muy feliz, en poder constatar claramente que el Espiritismo os hace dar un paso hacia delante. Por lo tanto, recibid nuestras felicitaciones, porque aquí os hablo en nombre de todos los Espíritus que presiden la gran obra de la regeneración humana, por haber abierto, a través de vuestra iniciativa, un nuevo campo de investigación y una nueva causa de certeza a los estudios de los fenómenos del Más Allá, por vuestro pedido de afiliación –no como individuos aislados, sino como Grupo compacto– a la
Sociedad Iniciadora de París. Por la importancia de dicha iniciativa, reconozco la alta sabiduría de vuestros guías principales, y agradezco por ello al tierno Fenelón y a sus fieles auxiliares Georges y Marius, que presiden con él vuestras piadosas reuniones de estudio. Aprovecho esta circunstancia para también testimoniar a favor de los Espíritus Ferdinand y Felicia, que todos vosotros conocéis. Aunque estos dignos colaboradores hayan hecho el bien por el bien mismo, es bueno que sepáis que es gracias a esos modestos pioneros, secundados por el humilde Marcelin, que nuestra santa Doctrina ha prosperado tan rápidamente en Burdeos y en el sudoeste de Francia.
Sí, mis fieles creyentes, vuestra admirable iniciativa será seguida –bien lo sé– por todos los Grupos Espíritas seriamente formados. Es, pues, un inmenso paso hacia delante. Comprendisteis, y todos vuestros hermanos comprenderán como vosotros, cuántas ventajas, cuáles progresos y qué divulgación resultarán de la adopción de un programa uniforme para los trabajos y estudios de la Doctrina que nosotros os hemos revelado. No obstante, queda claro que cada Grupo conservará su originalidad y su iniciativa particular; pero más allá de sus trabajos particulares tendrá que ocuparse de diversas cuestiones de interés general, sometidas a su examen por la Sociedad Central, y resolver diversas dificultades cuya solución, hasta ahora, no ha podido ser obtenida por los Espíritus, por razones que sería inútil desarrollar aquí. Creo que sería una falta de cortesía si yo hiciera resaltar a vuestros ojos las consecuencias que resultarán de trabajos simultáneos; y entonces, ¿quién se atreverá a negar una verdad, cuando esta verdad es confirmada por la unanimidad o por la mayoría de las respuestas medianímicas obtenidas simultáneamente en Lyon, Burdeos, Constantinopla, Metz, Bruselas, Sens, México, Carlsruhe, Marsella, Toulouse, Mâcon, Sétif, Argel, Orán, Cracovia, Moscú, San Petersburgo, así como en París?
Os he hablado con la ruda franqueza que uso con vuestros hermanos de París. Sin embargo, no os dejaré sin testimoniar mis simpatías justamente conquistadas por esa familia patriarcal, donde excelentes Espíritus, incumbidos de vuestra dirección espiritual, han comenzado a hacer escuchar sus elocuentes palabras; he nombrado a la familia
Sabò que, con constancia y piedad inalterables, ha sabido atravesar las pruebas dolorosas con las que Dios ha tenido a bien afligirla, a fin de elevarla y volverla apta para su misión actual. Tampoco no debo olvidar la dedicada colaboración de todos aquellos que, en sus respectivas esferas, han contribuido para propagar nuestra consoladora Doctrina. Amigos míos, continuad marchando decididamente por el camino abierto: él os llevará con seguridad hacia las esferas etéreas de la perfecta felicidad, donde os he de encontrar. Espíritas de Burdeos: en nombre del
Espíritu de Verdad que os ama, ¡yo os bendigo!
ERASTO