Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Organización del Espiritismo

1. Hasta el presente, los espíritas –ya muy numerosos– se han diseminado por todos los países, y este no es uno de los caracteres menos salientes de la Doctrina. Como una semilla llevada por los vientos, el Espiritismo ha echado raíces en todos los puntos del globo, prueba evidente de que su propagación no es el efecto ni de una camarilla ni de una influencia local y personal. Los adeptos, antes aislados, se sorprenden hoy de encontrarse en gran número, y como la similitud de ideas inspira el deseo de acercamiento, buscan reunirse y fundar Sociedades. Así, de todas partes, nos solicitan instrucciones al respecto, manifestándonos el deseo de unirse a la Sociedad Central de París. Por lo tanto, ha llegado el momento de ocuparnos de lo que se puede llamar la organización del Espiritismo. El Libro de los Médiums (2ª edición) contiene, sobre la formación de las Sociedades Espíritas, observaciones importantes a las que remitimos a nuestros lectores, y sobre las cuales rogamos meditar con cuidado. A cada día la experiencia viene a confirmar la exactitud de esas observaciones; nosotros las recordaremos sucintamente, añadiendo instrucciones más circunstanciales.

2. Primeramente hablemos de los adeptos que aún se encuentran aislados en medio de una población hostil o ignorante a respecto de las ideas nuevas. Diariamente recibimos cartas de personas que están en esa situación y que nos preguntan qué pueden hacer ante la ausencia de médiums y de seguidores del Espiritismo. Están en la situación en que, hace apenas un año, se encontraban los primeros espíritas de los centros más numerosos de hoy en día. Paulatinamente los adeptos se han multiplicado y, si hasta hace poco había ciudades donde ellos se contaban por escasas unidades, ahora son contados por centenas y millares; en breve sucederá lo mismo en todas partes: es una cuestión de paciencia. En cuanto a lo que tienen que hacer, es muy simple: primero pueden trabajar por cuenta propia, compenetrándose de la Doctrina a través de la lectura y de la meditación de las obras específicas; cuanto más se profundicen en la misma, más descubrirán verdades consoladoras, confirmadas por la razón. En ese recogimiento, deben sentirse felices por haber sido los primeros favorecidos. Pero si se limitaran a buscar en la Doctrina una satisfacción personal, esto sería una especie de egoísmo; ellos tienen, debido a su propia posición, una bella e importante misión que cumplir: la de esparcir la luz a su alrededor. Aquellos que acepten esta misión sin dejarse detener por las dificultades, serán ampliamente recompensados por el éxito y por la satisfacción de haber hecho algo útil. Sin duda encontrarán oposición; estarán expuestos a las burlas y a los sarcasmos de los incrédulos, a la propia malevolencia de las personas interesadas en combatir la Doctrina; pero, ¿dónde estaría el mérito si no hubiese ningún obstáculo que vencer? Por lo tanto, para aquellos que se detuvieran por el miedo pueril al qué dirán, no tenemos nada que decirles, ningún consejo que darles; pero para aquellos que tienen el coraje de dar su opinión, que están por encima de las mezquinas consideraciones mundanas, les diremos que lo que tienen que hacer se resume en hablar abiertamente del Espiritismo, sin afectación, como de algo muy sencillo y muy natural, sin hacer sermones, y sobre todo sin procurar forzar las convicciones, ni hacer prosélitos a toda costa. El Espiritismo no debe ser impuesto; si vienen a Él es porque necesitan de Él, y porque da lo que las otras filosofías no dan. Inclusive es conveniente no meterse en ninguna disputa con los incrédulos obstinados: sería darles demasiada importancia y hacerles creer que uno depende de ellos. Los esfuerzos que se hacen para atraerlos los alejan y, por amor propio, se obstinan en su oposición; he aquí por qué es inútil perder tiempo con ellos; cuando la necesidad se haga sentir, vendrán por sí mismos. Mientras tanto, es preciso dejarlos tranquilos en complacerse con su escepticismo, que –realmente creedlo– a menudo les pesa más de lo que dejan trasparecer, porque, por más que digan lo contrario, la idea de la nada después de la muerte tiene algo de más aterrador y de más desconsolador que la propia muerte.

Pero al lado de los escarnecedores hay personas que preguntarán: «¿Qué es esto?» Adelantaos en satisfacerlas, entonces, al proporcionarles vuestras explicaciones según la naturaleza de las disposiciones que encontraréis en ellas. Cuando se habla del Espiritismo, en general, es necesario considerar las palabras que se pronuncian como semillas arrojadas al vuelo: entre las mismas, muchas caen en terreno pedregoso y no producen nada; pero si una sola cae en tierra fértil, consideraos felices: cultivadla, y estad seguros de que esa planta, al fructificar, producirá retoños. Para algunos adeptos, la dificultad está en responder a ciertas objeciones; la lectura atenta de las obras les proporcionará los medios para eso, pero sobre todo podrán valerse, a este efecto, del opúsculo que vamos a publicar con el título de: Refutación de las críticas contra el Espiritismo, desde el punto de vista materialista, científico y religioso.

3. Hablemos ahora de la organización del Espiritismo en los centros ya numerosos. El aumento incesante de los adeptos demuestra la imposibilidad material de constituir una Sociedad única en una ciudad, y sobre todo en una ciudad populosa. Además del número, existe la dificultad de las distancias, que son un obstáculo para muchos. Por otro lado, se sabe que las reuniones grandes son menos favorables a las bellas comunicaciones, y que las mejores comunicaciones se obtienen en los pequeños Grupos. Por lo tanto, es necesario concentrar nuestros esfuerzos en multiplicar los Grupos particulares. Ahora bien, como ya lo hemos dicho, veinte Grupos de quince a veinte personas obtendrán más y harán más por la divulgación que una Sociedad única de cuatrocientos miembros. Los Grupos se forman naturalmente por la afinidad de gustos, de sentimientos, de hábitos y de posición social; todos se conocen allí y, como son reuniones privadas, se tiene la libertad de definir el número y la selección de los que son admitidos en el Grupo.

4. El sistema de la multiplicación de los Grupos tiene también como resultado –así como lo hemos dicho en varias ocasiones– impedir los conflictos y las rivalidades de supremacía y de presidencia. Cada Grupo es naturalmente dirigido por el dueño de la casa o por el que fuere designado a ese efecto; propiamente hablando, allí no hay un presidente oficial, porque todo pasa en familia. El dueño de la casa, como anfitrión de la misma, tiene toda la autoridad para el mantenimiento del buen orden. Con una Sociedad propiamente dicha, son necesarios un local especial, un personal administrativo, un presupuesto, en una palabra, una complejidad de mecanismos que la mala voluntad de algunos disidentes malintencionados podría comprometer.

5. A esas consideraciones, ampliamente desarrolladas en El Libro de los Médiums, agregaremos una que es preponderante. El Espiritismo aún no es visto con buenos ojos por todo el mundo. Dentro de poco se comprenderá que es de gran interés favorecer una creencia que vuelve mejores a los hombres y que es una garantía del orden social; pero hasta que se esté bien convencido de su benéfica influencia sobre el espíritu de las masas y de sus efectos moralizadores, los adeptos deben esperar que se les presenten dificultades, ya sea por ignorancia del verdadero objetivo de la Doctrina o por interés personal. No solamente se los ridiculizará, sino que también –cuando vean que se gastan las armas del ridículo– se los calumniará. Serán acusados de locura, de charlatanismo, de irreligión, de hechicería, a fin de incitar el fanatismo contra ellos. ¡De locura! Sublime locura que hace creer en Dios y en el futuro del alma; para los que no creen en nada, en efecto, es una locura creer en la comunicación entre los muertos y los vivos, locura que da la vuelta al mundo y que alcanza a los hombres más eminentes. ¡De charlatanismo! Ellos tienen una respuesta perentoria: el desinterés, porque el charlatanismo nunca es desinteresado. ¡De irreligión! Desde que son espíritas, ellos son más religiosos que antes. ¡De hechicería y de conversación con el diablo! Ellos, que niegan la existencia del diablo y que sólo reconocen a Dios como el único Señor Todopoderoso, soberanamente justo y bueno; ¡singulares hechiceros éstos, que renegarían a su señor y que actuarían en nombre de su antagonista! En verdad, el diablo no debe estar muy contento con sus adeptos. Pero las buenas razones son la menor de las preocupaciones de aquellos que quieren sembrar discordia; cuando quieren matar al perro, dicen que está con rabia. Felizmente la Edad Media lanza sus últimos y pálidos destellos sobre nuestro siglo; como el Espiritismo viene a darle el golpe de gracia, no es de admirar que ella intente un supremo esfuerzo; pero tranquilicémonos: la lucha no será larga. Entretanto, que la certeza de la victoria no se vuelva imprudencia, porque una imprudencia podría, si no comprometer, al menos retardar el éxito. Por esos motivos, la constitución de Sociedades numerosas quizá encontraría obstáculos en ciertas localidades, lo que no sucedería con las reuniones familiares.

6. Agreguemos una consideración más. Las Sociedades propiamente dichas están sujetas a numerosas vicisitudes; miles de causas, que dependen o no de su voluntad, pueden llevarlas a la disolución. Por lo tanto, supongamos que una Sociedad Espírita haya reunido a todos los adeptos de una misma ciudad y que, por una circunstancia cualquiera, deje de existir; he aquí los miembros dispersados y desorientados. Ahora, si en lugar de eso hubiera cincuenta Grupos, si algunos desaparecen, otros siempre quedarán y nuevos se formarán; son como plantas vivaces que, a pesar de todo, vuelven a nacer. No tengáis en el campo solamente un árbol grande, porque un rayo puede derribarlo; tened cien árboles, y el mismo rayo no podrá alcanzarlos a todos, y cuanto más pequeños sean, menos expuestos estarán.

Entonces, todo concurre a favor del sistema que proponemos; cuando un primer Grupo, fundado en alguna parte, se vuelve demasiado numeroso, que haga como las abejas: que los enjambres salidos de la colmena madre vayan a fundar nuevas colmenas que, a su vez, formarán otras. Habrá muchos centros de acción irradiando en su respectivo círculo, y así serán más poderosos para la divulgación que una Sociedad única.

7. En principio, pues, al ser admitida la formación de los Grupos, quedan por examinar varias cuestiones importantes. La primera de todas es la uniformidad en la Doctrina. Esta uniformidad no sería mejor garantizada por una Sociedad muy numerosa, puesto que los disidentes siempre tendrían la facilidad de retirarse y de aislarse. Que la Sociedad sea una o que esté fraccionada, la uniformidad será la consecuencia natural de la unidad de base que los Grupos adopten. Será completa entre todos aquellos que sigan la línea trazada por El Libro de los Espíritus y por El Libro de los Médiums; uno contiene los principios de la filosofía de la ciencia; el otro, las reglas de la parte experimental y práctica. Estas obras han sido escritas con claridad suficiente para no dar lugar a interpretaciones divergentes, condición esencial de toda doctrina nueva.

Hasta ahora esas obras sirven de base para la inmensa mayoría de los espíritas, y en todas partes son acogidas con una indudable simpatía; los que quisieron apartarse de ellas pudieron reconocer, por su aislamiento y por el número decreciente de sus participantes, que no tenían a su favor la opinión general. Este consentimiento, dado por la gran mayoría, tiene un peso considerable; es un juicio del que no se podría ser sospechoso de influencia personal, puesto que es espontáneo y porque es pronunciado por millares de personas que nos son completamente desconocidas. Una prueba de este consentimiento es que nos han solicitado traducir las obras a diversos idiomas: español, inglés, portugués, alemán, italiano, polaco, ruso y hasta en la lengua tártara. Por lo tanto, podemos –sin presunción– recomendar su estudio y su práctica en las diversas reuniones espíritas, y esto con mucha más razón porque son las únicas, hasta el presente, en donde la ciencia espírita es tratada de manera completa; todas las que han sido publicadas sobre la materia, solamente han tocado algunos puntos aislados de la cuestión. Por lo demás, de ningún modo tenemos la pretensión de imponer nuestras ideas; nosotros las emitimos, como es nuestro derecho; aquellos a quienes las mismas convengan, que las adopten; los otros, que las rechacen, como también es su derecho; las instrucciones que damos, pues, son naturalmente para los que caminan con nosotros, para aquellos que nos honran con el título de líder espírita, y de forma alguna pretendemos reglamentar a los que quieren seguir por otro camino. Entregamos la Doctrina que profesamos a la apreciación general; ahora bien, hemos encontrado a muchos adeptos para darnos confianza y consolarnos de algunos disidentes aislados. El futuro, además, será el juez en última instancia; con los hombres actuales desaparecerán –por la fuerza de las cosas– las susceptibilidades del amor propio herido, las causas de los celos, de la ambición y de las expectativas materiales frustradas; al no ver ya las personas, sólo se verá la Doctrina, y el juicio será más imparcial. ¿Cuáles son las ideas nuevas que, en su aparición, no han tenido sus contradictores más o menos interesados? ¿Cuáles son los propagadores de esas ideas que no han sido el blanco de los dardos de la envidia, sobre todo si el éxito ha coronado sus esfuerzos? Pero volvamos a nuestro tema.

8. El segundo punto es la constitución de los Grupos. Una de las primeras condiciones es la homogeneidad, sin la cual no podría haber comunión de pensamientos. Una reunión no puede ser estable ni seria si no hay simpatía entre los que la componen, y no puede haber simpatía entre personas que tienen ideas divergentes y que se hacen oposición sorda, cuando no abierta. Lejos de nosotros decir con eso que es preciso sofocar la discusión, puesto que, al contrario, recomendamos el examen escrupuloso de todas las comunicaciones y de todos los fenómenos. Por lo tanto, queda claro que cada uno puede y debe emitir su opinión; pero hay personas que discuten para imponer su propia opinión y no para esclarecerse. Es contra el espíritu de oposición sistemática que nos levantamos; es contra las ideas preconcebidas que no ceden, ni siquiera ante la evidencia. Tales personas son incuestionablemente una causa de perturbación, que es necesario evitar. En este aspecto, las reuniones espíritas están en condiciones excepcionales: lo que requieren, por encima de todo, es recogimiento; ahora bien, ¿cómo estar en recogimiento si a cada instante se está distraído con una áspera polémica; si reina entre los asistentes un sentimiento de acrimonia o cuando a nuestro alrededor sentimos a seres que sabemos hostiles y en cuyo semblante se lee el sarcasmo y el desdén por todo lo que no concuerde con ellos?

9. Hemos trazado en El Libro de los Médiums (ítem Nº 28) el carácter de las principales variedades de espíritas; al ser importante esta diferencia para el tema del cual nos ocupamos, creemos un deber recordarla.

Se puede poner en primera línea a los que creen pura y simplemente en las manifestaciones. Para ellos, el Espiritismo es sólo una ciencia de observación, una serie de hechos más o menos curiosos; la filosofía y la moral son para ellos accesorios, con los cuales poco se preocupan o cuyo alcance no sospechan. Nosotros los llamamos espíritas experimentadores.

Vienen después los que ven en el Espiritismo algo más allá de los hechos; comprenden su alcance filosófico, admiran la moral que de ahí deriva, pero no la practican. Ellos se extasían ante las bellas comunicaciones, como ante un elocuente sermón, que oyen sin sacarle provecho. La influencia de la Doctrina sobre su carácter es insignificante o nula; no cambian en nada sus hábitos y no se privarían de un solo goce: el avaro es siempre tacaño; el orgulloso, siempre creído de sí mismo; el envidioso y el celoso siempre hostiles; para ellos la caridad cristiana no es más que una bella máxima, y los bienes de este mundo prevalecen en su estima sobre los del porvenir; son los espíritas imperfectos.

Al lado de éstos hay otros –más numerosos de lo que se piensa– que no se limitan a admirar la moral espírita, sino que la practican, aceptando todas sus consecuencias. Convencidos de que la existencia terrena es una prueba pasajera, tratan de aprovechar esos breves instantes para avanzar en la senda del progreso, esforzándose en hacer el bien y en reprimir sus malas inclinaciones; sus relaciones son siempre seguras, porque su convicción los aparta de todo pensamiento del mal. Para ellos, la caridad es su regla de conducta en todas las cosas; son los verdaderos espíritas, o sea, los espíritas cristianos.

10. Si se ha comprendido bien lo anterior, se comprenderá también que un Grupo exclusivamente formado por elementos de esta última categoría estará en mejores condiciones, porque es sólo entre personas que practican la ley de amor y de caridad que un lazo fraternal serio puede establecerse. Entre hombres para quienes la moral no es más que una teoría, la unión no podría ser duradera. Como éstos no imponen ningún freno a su orgullo, a su ambición, a su vanidad, a su egoísmo, tampoco lo impondrán a sus palabras; querrán ser los primeros, cuando deberían ser humildes; se irritarán con las contradicciones y no tendrán ningún escrúpulo en sembrar la confusión y la discordia. Por el contrario, entre los verdaderos espíritas reina un sentimiento recíproco de confianza y de benevolencia; uno se siente a gusto en este ambiente simpático, mientras que hay coerción y ansiedad en un grupo heterogéneo.

11. Eso está en la naturaleza de las cosas y no inventamos nada al respecto. ¿Resulta de allí que, en la formación de los grupos, es necesario exigir la perfección? Esto sería simplemente absurdo, porque sería querer lo imposible y, de ese modo, nadie podría pretender formar parte de los mismos. El Espiritismo, al tener como objetivo el mejoramiento de los hombres, no viene a buscar a aquellos que son perfectos, sino a los que se esfuerzan en serlo, poniendo en práctica las enseñanzas de los Espíritus. El verdadero espírita no es aquel que llegó al objetivo, sino el que quiere seriamente alcanzarlo. Por lo tanto, sean cuales fueren sus antecedentes, él será buen espírita desde el momento en que reconozca sus imperfecciones y que sea sincero y perseverante en su deseo de enmendarse. El Espiritismo es para él una verdadera regeneración, porque rompe con su pasado; indulgente para con los otros –como gustaría que fuesen con él–, no saldrá de su boca ninguna palabra malévola ni hiriente contra nadie. Aquel que, en una reunión, se apartase de las conveniencias demostraría no sólo una falta de educación y de urbanidad, sino también una falta de caridad. El que se ofendiera con la contradicción y pretendiese imponer su persona o sus ideas, daría prueba de orgullo; ahora bien, ni uno ni otro estarían en el camino del verdadero Espiritismo, o sea, del Espiritismo cristiano. Aquel que cree tener una opinión más justa que los demás, hará que los otros la acepten mejor a través de la dulzura y de la persuasión; la acrimonia sería de su parte una muy mala opción.

12. La simple lógica demuestra, pues, a cualquiera que conozca las leyes del Espiritismo, cuáles son los mejores elementos para la composición de los Grupos verdaderamente serios, y nosotros no dudamos en decir que son éstos los que tienen la mayor influencia en la propagación de la Doctrina Espírita. Por la consideración que inspiran, por el ejemplo que dan de sus consecuencias morales, ellos demuestran la seriedad de la Doctrina e imponen silencio al escarnio que, cuando ataca al bien, es más que ridículo: es odioso. Pero ¿qué queréis que piense un crítico incrédulo cuando asiste a experiencias cuyos asistentes son los primeros en hacer un juego de las mismas? Sale de allí aún más incrédulo de lo que entró.

13. Acabamos de indicar la mejor composición de los Grupos; pero la perfección no es más posible en los conjuntos que en los individuos. Indicamos el objetivo y decimos que cuanto más nos aproximamos al mismo, más satisfactorios serán los resultados. Algunas veces uno es dominado por las circunstancias, pero es necesario que se tenga todo el cuidado para transponer los obstáculos. Infelizmente, cuando se crea un grupo, se es muy poco riguroso en la selección de sus componentes, porque ante todo se quiere formar una sede; para ser allí admitido basta, en la mayoría de las veces, un simple deseo o cualquier adhesión a las ideas más generales del Espiritismo; más tarde, se percibe que se han concedido demasiadas facilidades.

14. En un grupo hay siempre el elemento estable y el elemento fluctuante. El primero se compone de personas asiduas que forman su base; el segundo, de aquellas que son admitidas temporaria y accidentalmente. Es a la composición del elemento estable que es esencial prestar una atención escrupulosa, y en este caso no se debe dudar en sacrificar la cantidad por la calidad, porque este elemento es el que da el impulso y el que sirve de regulador. El elemento fluctuante es menos importante, porque uno está siempre libre para modificarlo a voluntad. No se debe perder de vista que las reuniones espíritas, como también todas las reuniones en general, extraen las fuentes de su vitalidad de la base sobre la cual se asientan; todo depende, en este aspecto, del punto de partida. Aquel que tiene la intención de organizar un Grupo en buenas condiciones debe, ante todo, cerciorarse de la colaboración de algunos adeptos sinceros, que tomen la Doctrina en serio, y cuyo carácter conciliador y benevolente sea conocido. Al formarse ese núcleo, aunque sólo fuese de tres o cuatro personas, serán establecidas reglas precisas, ya sea para las admisiones como para la dirección de las sesiones y del orden de los trabajos, reglas que los nuevos miembros deberán observar. Estas reglas pueden sufrir modificaciones según las circunstancias, pero hay algunas de ellas que son esenciales.

15. Al ser la unidad de principios uno de los puntos importantes, esta unidad no puede existir en aquellos que, al no haber estudiado, no tienen una opinión formada. Por lo tanto, la primera condición a imponer, si no se quiere estar a cada instante distraído con objeciones o con preguntas triviales, es el estudio previo. La segunda es una profesión de fe categórica y una adhesión formal a la Doctrina de El Libro de los Espíritus, y tantas otras condiciones especiales que se consideren convenientes; esto en lo que atañe a los miembros titulares y a los dirigentes. En lo que respecta a los asistentes, que generalmente vienen para adquirir una suma de conocimientos y de convicción, se puede ser menos riguroso; sin embargo, como existen los que podrían causar perturbación con observaciones inadecuadas, es importante de que se tenga certeza de sus intenciones. Es necesario, sobre todo y sin excepción, apartar a los curiosos y a quienquiera que se sienta atraído por un motivo frívolo.

16. El orden y la regularidad de los trabajos son cosas igualmente esenciales. Consideramos sumamente útil abrir cada sesión con la lectura de algunos pasajes de El Libro de los Médiums y de El Libro de los Espíritus; con este proceder se tendrán siempre presentes en la memoria los principios de la ciencia espírita y los medios de evitar los escollos que a cada paso se encuentran en la práctica. Así, la atención ha de fijarse en una multitud de puntos que frecuentemente escapan a una lectura particular, y podrán dar lugar a comentarios y a discusiones instructivas, de las cuales los propios Espíritus podrán participar.

No menos necesario es reunir y poner en limpio todas las comunicaciones obtenidas, por orden de fecha, con indicación del médium que ha servido de intermediario. Esta última mención es útil para el estudio del género de facultad de cada uno. Pero sucede a menudo que esas comunicaciones se pierden de vista, volviéndose así letra muerta; esto desanima a los Espíritus que las habían dictado para la instrucción de los asistentes. Por lo tanto, es esencial hacer una selección especial de las más instructivas, y de tiempo en tiempo realizar una nueva lectura de las mismas. Frecuentemente esas comunicaciones son de interés general y no son dadas por los Espíritus para la instrucción de algunos pocos, ni para ser olvidadas en los archivos. Entonces es útil que sean llevadas al conocimiento de todos por medio de la publicidad. Examinaremos esta cuestión en un artículo que publicaremos en nuestro próximo número, indicando el modo más simple, más económico y, al mismo tiempo, más apropiado para alcanzar el objetivo.

17. Como se ve, nuestras instrucciones se dirigen exclusivamente a los Grupos formados por elementos serios y homogéneos; se dirigen a aquellos que quieren seguir la senda del Espiritismo moral con miras al progreso de cada uno –objetivo esencial y único de la Doctrina; se dirigen, en fin, a los que consienten en aceptarnos como guía, teniendo en cuenta los consejos de nuestra experiencia. Es indiscutible que un Grupo formado en las condiciones que hemos indicado funcionará con regularidad, sin obstáculos y de una manera fructífera. Lo que un Grupo puede hacer, otros pueden igualmente hacerlo. Supongamos, entonces, en una ciudad, un determinado número de Grupos constituidos sobre las mismas bases; necesariamente habrá entre ellos unidad de principios, ya que siguen la misma bandera: la unión por simpatía, puesto que tienen como máxima el amor y la caridad; en una palabra, son miembros de una misma familia, entre los cuales no debería haber competición, ni rivalidad de amor propio, ya que todos están animados de los mismos sentimientos hacia el bien.

18. Entretanto, sería útil que hubiese entre ellos un punto de reunión, un centro de acción. Según las circunstancias y las localidades, los diversos Grupos, al poner de lado toda cuestión personal, podrían designar con ese fin a aquel que, por su posición y por su importancia relativa, sería el más apto para dar al Espiritismo un impulso provechoso. Conforme la necesidad, y si fuera menester no exponerse a susceptibilidades, un Grupo Central, formado por los delegados de todos los Grupos, tomaría el nombre de Grupo Director. En la imposibilidad de que mantengamos correspondencia con todos, es con éste que tendríamos contactos más directos. En ciertos casos también podríamos designar especialmente a una persona, a fin de que se encargase de representarnos.

Sin perjuicio de las relaciones que, por la fuerza de las cosas, se establecerán entre los Grupos de una misma ciudad que marchen por caminos idénticos, una asamblea general anual podría reunir a los espíritas de los diversos Grupos en una fiesta de familia que, al mismo tiempo, sería la fiesta del Espiritismo. Allí serían pronunciados discursos y se daría lectura a las comunicaciones más notables o apropiadas a las circunstancias.

Lo que es posible entre los Grupos de una misma ciudad lo es igualmente entre los Grupos directores de diferentes ciudades, desde que entre ellos haya una comunión de miras y de sentimientos, es decir, desde que puedan establecer relaciones recíprocas. Indicaremos los medios para ello cuando hablemos del modo de publicidad.

19. Como se ve, todo esto es de una ejecución muy simple y sin engranajes complicados; pero todo depende del punto de partida, o sea, de la composición de los primeros Grupos. Si ellos son formados por buenos elementos, serán como buenas raíces que darán buenos retoños. Al contrario, si son formados por elementos heterogéneos y antipáticos, por espíritas dudosos, que se ocupan más de la forma que del fondo y que consideran la moral como parte accesoria y secundaria, se deberán esperar polémicas irritantes e interminables, pretensiones personales, susceptibilidades heridas y, por consecuencia, conflictos precursores de la desorganización. Entre los verdaderos espíritas, tales como los hemos definido, que ven el objetivo esencial del Espiritismo en la moral –que es la misma para todos–, habrá siempre abnegación de la personalidad, comprensión y benevolencia y, por consiguiente, seguridad y estabilidad en las relaciones. He aquí por qué hemos insistido tanto en las cualidades fundamentales.

20. Tal vez se dirá que esas severas restricciones son un obstáculo a la propagación; es un error. No creáis que al abrir vuestras puertas al primero que llegue haréis más prosélitos; la experiencia prueba lo contrario. Seríais acosados por una multitud de curiosos y de indiferentes, que allí vendrían como a un espectáculo; ahora bien, los curiosos y los indiferentes son obstáculos y no auxiliares. En cuanto a los incrédulos por sistema o por orgullo, lo que quiera que sea que les mostréis, ellos lo tratarán con desdén, porque no comprenden ni quieren tomarse el trabajo de comprenderlo. Ya lo hemos dicho, y no estaría de más repetirlo: la verdadera propagación, aquella que es útil y fructífera, se hace por el ascendiente moral de las reuniones serias; si sólo hubiera reuniones semejantes, los espíritas serían aún más numerosos de lo que son, ya que –es necesario decirlo– muchos han sido desviados de la Doctrina porque solamente han asistido a reuniones fútiles, sin orden y sin seriedad. Por lo tanto, sed serios en toda la acepción de la palabra, y personas serias vendrán a vosotros: estos son los mejores propagadores, porque hablan con convicción y predican con el ejemplo como con la palabra.

21. Del carácter esencialmente serio de las reuniones no es preciso inferir que se deban sistemáticamente proscribir las manifestaciones físicas. Así, como ya lo hemos dicho en El Libro de los Médiums (ítem Nº 326), éstas son de una utilidad indiscutible desde el punto de vista del estudio de los fenómenos y para la convicción de ciertas personas; pero para que se pueda sacar provecho de este doble punto de vista, es necesario excluir todo pensamiento frívolo. Una reunión que tenga un buen médium de efectos físicos y que se ocupe de este género de manifestaciones con orden, método y seriedad, cuya condición moral ofrezca toda garantía contra el charlatanismo y la superchería, no sólo podría obtener cosas notables desde el punto de vista fenoménico, sino que también produciría mucho bien. De esta manera, pues, si se tiene a disposición a médiums apropiados para ello, sugerimos no descuidar este género de experimentación, organizando para este efecto sesiones especiales, independientemente de aquellas que se ocupan con las comunicaciones morales y filosóficas. Los médiums potentes de esta categoría son raros; pero hay fenómenos que, aunque sean más comunes, no dejan de ser muy interesantes y muy concluyentes, porque prueban de un modo evidente la independencia del médium; en este número se encuentran las comunicaciones por medio de la tiptología alfabética, que a menudo dan los resultados más inesperados. La teoría de esos fenómenos es necesaria para poder entender la manera cómo ellos operan, porque es raro que lleven a una profunda convicción a aquellos que no los comprenden; además, ella tiene la ventaja de hacer conocer las condiciones normales en las que pueden producirse y, por consecuencia, de evitar tentativas inútiles, permitiendo que se descubra el fraude, si éste se infiltra en alguna parte.

Se han equivocado los que pensaban que nosotros éramos sistemáticamente contrarios a las manifestaciones físicas; preconizamos y preconizaremos siempre las comunicaciones inteligentes, sobre todo aquellas que tienen un alcance moral y filosófico, porque sólo éstas tienden al objetivo esencial y definitivo del Espiritismo. En cuanto a las otras, nunca hemos discutido su utilidad, pero nos hemos levantado contra el deplorable abuso que se ha hecho y que se puede hacer de las mismas, contra la explotación que hace el charlatanismo y contra las malas condiciones en que frecuentemente son realizadas y que se prestan al ridículo. Hemos dicho y repetimos que las manifestaciones físicas son el inicio de la ciencia espírita, y que no se avanza permaneciendo en el abecé; que si el Espiritismo no hubiese salido de las mesas giratorias, no habría crecido como lo ha hecho, y que tal vez hoy no se hablaría más de Él; he aquí por qué nosotros nos esforzamos por hacerlo entrar en la vía filosófica, seguros de que sólo entonces, al dirigirse más a la inteligencia que a los ojos, Él tocaría el corazón, y no sería un asunto de moda. Es con esta sola condición que el Espiritismo podía dar la vuelta al mundo e implantarse como Doctrina; ahora bien, el resultado superó en mucho nuestras expectativas. No atribuimos a las manifestaciones físicas sino una importancia relativa y no absoluta; a los ojos de ciertas personas, ahí está nuestro error, ya que ellas hacen de las mismas su ocupación exclusiva y no ven nada más allá de esto. Si no nos ocupamos personalmente de estas manifestaciones, es que no nos enseñarían nada nuevo y tenemos cosas más esenciales que hacer. Lejos de censurar a los que se ocupan de ellas, al contrario, los animamos, si lo hacen realmente en condiciones provechosas; todas las veces, pues, que sepamos de reuniones de ese género que merezcan toda confianza, seremos los primeros en recomendarlas a la atención de los nuevos adeptos. Tal es, sobre esta cuestión, nuestra categórica profesión de fe.

22. Al comienzo hemos dicho que varios Grupos Espíritas han solicitado unirse a la Sociedad de París; incluso se han servido de la palabra afiliarse; al respecto, se hace necesaria una explicación.

La Sociedad de París es la primera que se ha constituido regular y legalmente; por su posición y por la naturaleza de sus trabajos, Ella tiene una gran participación en el desarrollo del Espiritismo y, en nuestra opinión, justifica el título de Sociedad Iniciadora que le han dado ciertos Espíritus. Su influencia moral se hace sentir de lejos y, aunque Ella sea numéricamente restricta, tiene la conciencia de haber hecho más por la propaganda de que si hubiera abierto sus puertas al público. Se ha formado con el único objetivo de estudiar y profundizar la ciencia espírita; para esto no necesita de un auditorio numeroso ni de muchos miembros, pues sabe muy bien que la verdadera propaganda se hace mediante la influencia de los principios. Como no la mueve ningún interés material, un excedente numérico le sería más perjudicial que útil; así, con satisfacción, verá multiplicarse alrededor de Ella a los Grupos particulares formados en buenas condiciones, y con los cuales podrá establecer relaciones de fraternidad. No sería coherente con sus principios, ni con la altura de su misión, si pudiera concebir la sombra de los celos; aquellos que la creyeran capaz de esto no la conocen.

Estas observaciones son suficientes para mostrar que la Sociedad de París no tiene la pretensión de absorber a las otras Sociedades que podrían formarse en París, o en otra parte, con los mismos procedimientos habituales; por lo tanto, la palabra afiliación sería impropia, porque supondría de su parte una especie de supremacía material a la que Ella no aspira en absoluto, y que inclusive tendría inconvenientes. Como Sociedad Iniciadora y Central puede establecer con los otros Grupos o Sociedades relaciones puramente científicas; pero a eso se limita su papel. No ejerce ningún control sobre esas Sociedades, que de manera alguna dependen de Ella, y quedan enteramente libres para constituirse como lo crean conveniente, sin tener que rendir cuentas a nadie y sin que la Sociedad de París tenga que inmiscuirse en sus asuntos. Las Sociedades extranjeras pueden, pues, formarse sobre las mismas bases, declarar que adoptan los mismos principios, sin depender de Ella, a no ser por la concentración de los estudios y por los consejos que le puedan pedir, a los cuales tendrá siempre el placer de dar.

Además, la Sociedad de París no se jacta de estar más que las otras al abrigo de las vicisitudes. Si las tuviera en sus manos –por así decirlo–, y si aquella dejase de existir por una causa cualquiera, la falta de un punto de apoyo resultaría en perturbación. Los Grupos o Sociedades deben buscar un punto de apoyo más sólido que en una institución humana necesariamente frágil; deben extraer su vitalidad de los principios de la Doctrina, que son los mismos para todos y que sobreviven a todas ellas, estén o no esos principios representados por una Sociedad constituida.

23. Al estar claramente definido el papel de la Sociedad de París, a fin de evitar cualquier equívoco y toda falsa interpretación, las relaciones que Ella establecerá con las Sociedades extranjeras quedan extremamente simplificadas; se limitan a relaciones morales, científicas y de mutua benevolencia, sin ninguna sujeción. Se transmitirán recíprocamente el resultado de sus observaciones, ya sea por medio de publicaciones o por correspondencia. Para que la Sociedad de París pueda establecer estas relaciones, es necesario que esté informada sobre las Sociedades extranjeras que deseen marchar por el mismo camino y que adopten la misma bandera; Ella las inscribirá en la lista de sus corresponsales. Si hay varios Grupos en una ciudad, serán representados por el Grupo Central del que hemos hablado en el párrafo Nº 18.

24. Indicaremos ahora algunos trabajos en los que las diversas Sociedades podrán colaborar de una manera fructífera; después indicaremos otros.

Se sabe que los Espíritus, al no tener todos la soberana ciencia, pueden encarar ciertos principios desde su punto de vista personal y, por consecuencia, no estar siempre de acuerdo entre sí. Naturalmente, el mejor criterio de la verdad está en la concordancia de los principios enseñados sobre diversos puntos por Espíritus diferentes y a través de médiums que sean extraños unos a los otros. Es así que ha sido compuesto El Libro de los Espíritus. Pero aún quedan muchas cuestiones importantes que pueden ser resueltas de esta manera, cuya solución tendrá tanto más autoridad cuando haya sido obtenida por gran mayoría. Por lo tanto, la Sociedad de París podrá, en su ocasión, dirigir cuestiones de esta naturaleza a todos los Grupos que sean sus corresponsales, los cuales, a través de sus médiums, solicitarán la solución a sus Guías espirituales.

Otro trabajo consiste en las investigaciones bibliográficas. Existe un número muy grande de obras antiguas y modernas, en las cuales se encuentran testimonios más o menos directos a favor de las ideas espíritas. Una selección de esos testimonios sería muy valiosa, pero es casi imposible que sea realizada por una sola persona. Al contrario, se vuelve más fácil si cada uno tuviera a bien extraer algunos elementos de sus lecturas o de sus estudios, transmitiéndolos a la Sociedad de París, que los coordinará.

25. Tal es, en el estado actual de las cosas, la única organización posible del Espiritismo; más tarde, las circunstancias podrán modificarla, pero no se debe hacer nada inoportuno; ya es mucho que, en tan poco tiempo, los adeptos se hayan multiplicado lo bastante como para llegar a este resultado. En esta sencilla disposición hay un cuadro que puede extenderse al infinito, por la propia simplicidad de los engranajes; por lo tanto, no busquemos complicarlos, por miedo a encontrar obstáculos. Aquellos que consientan en otorgarnos alguna confianza pueden estar seguros de que no serán dejados a la zaga, y que cada cosa vendrá a su tiempo. Es sólo a ellos, como ya lo hemos dicho, a quienes dirigimos estas instrucciones, sin la pretensión de imponernos a aquellos que no caminan con nosotros.

Para denigrarnos, han dicho que queríamos hacer escuela en el Espiritismo; ¿y por qué nosotros no tendríamos este derecho? El Sr. de Mirville ¿no ha intentado formar la escuela demoníaca? ¿Por qué seríamos obligados a dejarnos llevar por esta o por aquella persona? ¿No poseemos el derecho a tener una opinión, a formularla, a publicarla y a proclamarla? Si ésta encuentra a tan numerosos adeptos, es que por lo visto no se la considera desprovista de sentido común; pero a los ojos de ciertas personas, ahí está nuestro error, ya que no nos perdonan por haber sido más rápidos que ellas y, sobre todo, por haber tenido éxito. Que sea, pues, una escuela, puesto que lo quieren así; nosotros tenemos a mucha honra inscribir en el frontispicio: Escuela del Espiritismo moral, filosófico y cristiano, e invitamos a la misma a todos los que adopten la divisa: Amor y caridad. Aquellos que se unan a esta bandera habrán conquistado nuestras simpatías, y nuestra ayuda nunca les faltará.

ALLAN KARDEC