Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Papel de los médiums en las comunicaciones
(Comunicación obtenida por el Sr. d’Ambel, médium de la Sociedad)

Cualquiera que sea la naturaleza de los médiums escribientes, ya sean mecánicos, semimecánicos o simplemente intuitivos, nuestros procedimientos de comunicación con ellos no varían en esencia. En efecto, nos comunicamos con los Espíritus encarnados, como con los Espíritus propiamente dichos, por la simple irradiación de nuestro pensamiento. Nuestros pensamientos no precisan revestirse de la palabra para que los Espíritus los comprendan, y todos los Espíritus perciben el pensamiento que deseamos transmitirles, por el solo hecho de que lo dirijamos hacia ellos; esto en razón de sus facultades intelectuales, es decir, que determinado pensamiento puede ser comprendido por tal o cual Espíritu, según su adelanto, mientras que para otros no es comprensible, porque ese pensamiento no les despierta ningún recuerdo y ningún conocimiento en el fondo de su corazón o de su cerebro. En este caso, el Espíritu encarnado que nos sirve de médium es más apto para transmitir nuestro pensamiento a otros encarnados –aunque no lo entienda– que un Espíritu desencarnado y poco adelantado, si nos viésemos forzados a emplearlo como intermediario; eso porque el ser terreno pone a nuestra disposición su cuerpo como instrumento, lo que el Espíritu errante no puede hacer.

Así, cuando encontramos a un médium cuyo cerebro está lleno de conocimientos adquiridos en su actual existencia, y su Espíritu es rico en conocimientos anteriores latentes, adecuados para facilitar nuestras comunicaciones, preferimos servirnos de él, porque con su concurso el fenómeno de la comunicación nos resulta mucho más fácil que con un médium de inteligencia limitada y de insuficientes conocimientos anteriores. Vamos a hacernos comprender a través de algunas explicaciones claras y precisas.

Con un médium cuya inteligencia actual o anterior esté desarrollada, nuestro pensamiento se comunica instantáneamente de Espíritu a Espíritu, mediante una facultad inherente a la esencia del propio Espíritu. En este caso encontramos en el cerebro del médium los elementos adecuados para revestir a nuestro pensamiento con las palabras que correspondan a este pensamiento, ya sea el médium intuitivo, semimecánico o totalmente mecánico. Es por eso que, sea cual fuere la diversidad de los Espíritus que se comunican con un médium, los dictados obtenidos por él llevan su sello personal, en cuanto a la forma y al colorido, aunque procedan de Espíritus diversos. Sí, aunque el pensamiento le resulte completamente extraño; a pesar de que el tema salga del ámbito en que se mueve habitualmente, y aunque no provenga de él –de manera alguna– lo que nosotros queremos decir, no por eso el médium deja de influir sobre la forma, por intermedio de las cualidades y de las propiedades inherentes a su individualidad. Es como si observaseis diferentes paisajes con anteojos matizados, verdes, blancos o azules: aunque los paisajes u objetos observados sean completamente opuestos e independientes los unos de los otros, no por ello dejarán de adoptar siempre el matiz que provenga del color de los anteojos. Mejor aún, comparemos a los médiums con esas retortas, llenas de líquidos coloreados y transparentes, que se ven en los laboratorios farmacéuticos; ¡pues bien!, nosotros somos como focos que iluminan ciertos paisajes morales, filosóficos e interiores, a través de médiums azules, verdes o rojos, de tal manera que nuestros rayos luminosos, obligados a pasar a través de cristales más o menos bien labrados, más o menos transparentes, es decir, a través de médiums más o menos inteligentes, no llegan a los objetos que deseamos iluminar sino tomando el matiz o, mejor dicho, la forma propia y particular de cada médium. En fin, para terminar con una última comparación, diremos que nosotros –los Espíritus– somos como compositores de música, que hemos compuesto o que deseamos improvisar un aria y no disponemos sino de un solo instrumento: un piano, un violín, una flauta, un fagot o un simple silbato. Es indiscutible que con el piano, con la flauta o con el violín ejecutaremos nuestro fragmento musical de un modo más comprensible para nuestros oyentes; y aunque los sonidos provenientes del piano, del fagot o del clarinete sean esencialmente diferentes los unos de los otros, no por eso nuestra composición dejará de ser idéntica, excepto por los timbres del sonido. Pero si sólo tenemos a nuestra disposición un simple silbato o un tubo, ahí está para nosotros la dificultad.

En efecto, cuando estamos obligados a servirnos de médiums poco adelantados, nuestro trabajo se vuelve mucho más largo, mucho más penoso, porque nos vemos forzados a recurrir a formas incompletas, lo que para nosotros es una complicación; porque entonces somos obligados a descomponer nuestros pensamientos y a dictar palabra por palabra, letra por letra, lo que nos resulta molesto y agotador, y una traba real para la prontitud y el desarrollo de nuestras manifestaciones.

Por eso nos sentimos felices al encontrar médiums apropiados, bien preparados y provistos de recursos –listos para ser empleados–, en una palabra, buenos instrumentos, porque entonces nuestro periespíritu, al actuar sobre el periespíritu de aquel a quien mediumnizamos, no tiene más que dar impulso a la mano que nos sirve de portaplumas o de lapicero. En cambio, con los médiums mal preparados, somos forzados a hacer un trabajo análogo al que realizamos cuando nos comunicamos por medio de golpes, es decir, designando letra por letra, palabra por palabra, cada una de las frases que forman la traducción de los pensamientos que deseamos transmitir.

Es por estas razones que, para la divulgación del Espiritismo y para el desarrollo de las facultades medianímicas escribientes, nos dirigimos preferentemente a las clases esclarecidas e instruidas, aunque entre estas clases se encuentren los individuos más incrédulos, los más rebeldes e inmorales. Así como en la actualidad nosotros dejamos a los Espíritus golpeadores y poco adelantados el ejercicio de las comunicaciones tangibles de golpes y de aportes, así también los hombres pocos serios prefieren el espectáculo de los fenómenos que impresionan a sus ojos y sus oídos, en vez de los fenómenos puramente espirituales y psicológicos.

Cuando queremos transmitir dictados espontáneos, actuamos sobre el cerebro, sobre los archivos del médium y preparamos nuestros materiales con los elementos que él nos proporciona, y esto sin que él lo sepa; es como si tomásemos de su bolsillo las diferentes monedas que tuviera y las pusiésemos en el orden que nos pareciera más útil.

Pero cuando es el propio médium quien desea interrogarnos de tal o cual modo, es bueno que reflexione seriamente para que formule las preguntas de una manera metódica, facilitándonos así nuestra tarea de responderle. Porque, como te ha dicho Erasto en una instrucción anterior, vuestro cerebro está a menudo en un intrincado desorden, y es para nosotros tan penoso cuan difícil movernos en el laberinto de vuestros pensamientos. Cuando las preguntas las hace un tercero, es bueno y útil que la serie de cuestiones sea comunicada con antelación al médium, para que éste se identifique con el Espíritu del evocador, y se impregne –por así decirlo– con él; entonces, nosotros mismos tendremos mucha mayor facilidad para contestar, debido a la afinidad que existe entre nuestro periespíritu y el del médium que nos sirve de intérprete.

Por cierto que podemos hablar de Matemática a través de un médium que parezca desconocerla por completo; pero frecuentemente el Espíritu de este médium tiene dicho conocimiento en estado latente, es decir, posee un conocimiento que es propio del ser fluídico y no del ser encarnado, porque su cuerpo actual es un instrumento rebelde o contrario a este conocimiento. Sucede lo mismo con la Astronomía, la Poesía, la Medicina y con los diversos idiomas, así como con todos los otros conocimientos inherentes a la especie humana. En fin, todavía tenemos el penoso medio de elaboración usado con los médiums completamente ajenos al tema tratado, que consiste en reunir las letras y las palabras una a una, como se hace en tipografía.

Como ya lo hemos dicho, los Espíritus no precisan revestir su pensamiento, porque lo perciben y lo transmiten por el solo hecho de que existe en ellos. Al contrario, los seres corporales sólo pueden percibir el pensamiento si éste se encuentra revestido. Mientras que vosotros, para percibir un pensamiento –aunque sea mentalmente–, necesitáis letras, palabras, sustantivos, verbos, en suma, frases, para nosotros ninguna forma visible o tangible es necesaria.

ERASTO Y TIMOTEO,
Espíritus protectores de los médiums.